José Giribás: «Me pusieron en este mundo y quiero dejar referencia de lo que viví»

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La sala está al fondo del Café. Hay una maleta antigua y dos sillones de cuero gastados. Estamos en Moabit, barrio en el noroeste de Berlín. Afuera sopla el viento y las nubes tapan el sol a ratos. Frente a mi se sienta José Giribás (67), su historia y sus fotos.
Desde niño supo que quería ser fotógrafo pero debió vivir 30 años hasta que su sueño comenzara a concretarse profesionalmente. “Yo soy de una familia muy pobre, vivía en un conventillo y no había plata para nada. Entonces la fotografía era un lujo impresionante y algo muy utópico”, dice.
José creció en el Santiago de los 50′ y 60′, el que transitó entre el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, y las demandas sociales que se levantaron desde los sectores obreros y campesinos.
Los domingos iba junto a su familia a misa en la parroquia Nuestra Señora del Carmen en Independencia, la primera iglesia de los padres Carmelitas Descalzos en Chile. Después había desayuno y en el teatro de la parroquia mostraban películas. A José le gustaban las películas. Solía hablar con los curas de cine, fotografías y cámaras. En una de esas conversaciones le ofreció comprarle a uno su cámara: era una Yashica, japonesa, con lente fijo.
Con esa cámara empezó a sacar fotos en Santiago. Una vez fue a una protesta en Plaza de Armas y vio un auto dado vuelta. Se acercó, disparó y corrió a El Mercurio para vender la foto. Entregó su rollo y le pagaron con cuatro nuevos. “Al día siguiente cuando vi la foto en primera plana ya me creía poco menos que Henri Cartier-Bresson. Entonces dije, bueno yo ahora voy a todas. Pero cada vez que me metía en una, me agarraban a coscachos los periodistas más viejos. Me decían, ándate para la casa cabro chico. Además yo no concordaba con la imagen que tenía el foto periodista, con dos cámaras colgadas al cuello y un objetivo grande. Yo andaba con la japonesa que era una cámara chica”.
Al terminar el colegio José se puso a trabajar en una fábrica de bebidas. Ahí estuvo el 11 de septiembre del 73′ cuando los Hawker Hunter dispararon sus misiles contra el palacio de La Moneda. José era del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y parte de la directiva del cordón industrial de Vivaceta. Ese día se tomaron la fábrica y se quedaron a la espera de las armas que, supuestamente, iban a llegar. “Todavía las estamos esperando”, se ríe.
El tercer día aparecieron los dueños de la fábrica y echaron a todos los trabajadores del lugar, pero no llamaron a los militares. Semanas más tarde uno de sus compañeros cayó preso, lo mandaron al Estadio Nacional y el escenario se complicó. “No sabíamos cómo se venía la mano, en ese tiempo estábamos inconscientes de lo que pasaría”. José se contactó con el Comité de Cooperación para la Paz, que dos meses después del golpe comenzó a ayudar a quienes eran perseguidos por la dictadura. Logró salir a Argentina y después con una beca cruzó el Atlántico para aterrizar en Berlín Oriental.
Corrían los 70′ de la Guerra Fría, y la consigna del Che Guevara de “Crear dos, tres, muchos Viet-Nam”, tenía asidero en distintos países. Alemania no fue la excepción. La Fracción del Ejército Rojo (RAF), grupo de extrema izquierda con varias mujeres guapas en sus filas, tenía en jaque al Estado de Derecho teutón. El grupo asaltó bancos, secuestró un avión de Lufthansa y mató a un ex general de la SS, entre otras acciones de similar calibre.
“Mi tutora en la universidad me dijo que tenía dos problemas. Primero, que no hablaba ninguna palabra de alemán. ‘Además’, me dice ‘vos tienes así un timbre en la espalda que dice terrorismo sudamericano, por lo que te va a costar mucho encontrar trabajo”

EL LEGADO

José entró a estudiar fotografía por cuatro semestres en un instituto. Cuando cursaba el tercero, una empresa de revelado lo contrató. Trabajó doce años como técnico en el laboratorio revelando fotos de las vacaciones de personas ajenas. “Por lo menos veía fotos todos los días, pero no era lo que yo quería hacer. Recién en los 80 empecé a fotografiar profesionalmente como periodista. Fue una época importante acá en Alemania porque estaba el muro de Berlín. Y yo documenté la caída”.

-Estuviste en la conferencia de prensa de la RDA donde se anunció que la frontera con Alemania Oriental no tenía vigencia. Según has contado había muy poca gente y fue más bien confusa…

-Cuando se cumplieron los 20 años de la caída del muro, el periódico Die Zeit sacó una revista sobre ese momento. Me publicaron algunas fotos y la periodista me preguntó por qué no había hecho más fotos de la conferencia, ya que sólo tengo tres imágenes de ésta. Le dije que en ese tiempo había cinco conferencias por día, una más aburrida que la otra. Decían cualquier cosa. Yo a esa fui porque había que ir y solo había un par de fotógrafos más. Tomé tres fotos y ahora son historia.

-¿Cómo fue tu trabajo en Chile durante la dictadura de Pinochet?

-Estuve en los años 80 trabajando para el diario alemán Die Taz en Chile. Fui cuatro veces durante la dictadura. Tuve la suerte de que agarré momentos importantes de la represión en dictadura.

La primera vez que fui a Chile fue en el 86, salí a la calle y ahí conocí a los cabros del documental ‘La ciudad de los fotógrafos’. Trabajamos juntos todo ese tiempo. Yo soy miembro de la AFI, tengo mi carné. De hecho el año ante pasado vinieron a Alemania Santiago Oyarzo y Óscar Navarro. Sin los cabros de la AFI yo no habría podido fotografiar casi nada, porque ellos tenían muy buenos contactos con la gente que movía las cosas en las poblaciones. Imagínate, para este pobre tipo que quiso ser fotógrafo y tuvo la suerte de estar en dos situaciones históricas.

-¿Cuál es el rol del fotógrafo?

-Ahora más viejo te das cuenta que con este trabajo estás haciendo historia. La caída del muro es algo impresionante, pero cuando tú estás en la calle fotografiando también estás congeniando con una situación de una determinada cultura. Vas haciendo una colección de documentos que con el tiempo se transforman en historia. Tuve la suerte de fotografiar cosas que me interesan. Hoy trabajo solo e independiente, pero nunca me ha motivado el dinero. Mi motivación es: me pusieron en este mundo y quiero dejar referencia de lo que viví.

-¿Cuáles son las temáticas que te gusta fotografiar?

Por ejemplo, fui a documentar el festival de fotografía de Valparaíso. A nadie más en Alemania le interesa, pero para mí es importante que en Chile a pesar del incendio se hagan esos festivales que cuestan un montón. Eso me parece importante documentarlo, así que voy y estoy allá. Pero normalmente mi pega es un trabajo rutinario. Como el acto al que fui hoy -protesta contra las políticas migratorias de la Unión Europea tras el naufragio en el mediterráneo de un barco con refugiados de guerra-. Son fotos sin mayor relevancia hoy, pero en diez o quince años pueden ser documentos importantes. Eso es lo que a mí me mueve.

-También tienes algunos trabajos relacionados a los 70 años del fin de la Segunda Guerra Mundial…

Estoy documentando el 70 aniversario de ciertas cosas, como el desembarco de Normandía, la liberación de Auschwitz, y ahora me voy a Rusia porque celebran el fin de la guerra. Son cosas importantes, porque aún hay sobrevivientes. Cierro el trabajo ahora el 9 de mayo en Moscú. Son temas que no me los paga nadie, pero me parecen interesantes. Mientras me pueda mover y tenga los medios, lo voy a hacer.

-¿Prefieres sacar fotos en blanco y negro o a color?

Creo que todos los fotógrafos pobres empezamos con blanco y negro porque era más barato y podías revelarlo tú mismo. Con el color se complica. Hoy es distinto. En el portal de internet donde vendo mis fotos hay más de 20 mil a color. Eso sí, y esto ya es lujo, tengo una cámara digital que sólo hace blanco y negro con una calidad extraordinaria. Cuesta una fortuna, pero bueno, son los lujos que me puedo dar ahora cuando viejo. Igual hay fotos en blanco y negro a mi portal, pero nadie las compra porque no venden.

RUANDA, AFGHANISTÁN Y ROBERT CAPPA

En 1994 el gobierno ruandés dominado por la etnia Hutu exterminó a más de 800 mil personas de la etnia Tutsi. José quiso ir al país para ver si era capaz de llegar hasta allá por sus propios medios y si podía trabajar en las condiciones en las que había quedado el país después del genocidio. Voló en un avión del ejército alemán que paró primero en Zimbawe para recoger jabón. Aterrizó con su cámara.
Los franceses tenían un terreno cercado con alambre púas, donde había un campamento en el que pasó la primera noche. La segunda noche salió a recoger cadáveres en una camioneta que tenía propaganda de la cerveza Guiness. El genocidio había terminado hace poco, pero las personas morían por enfermedades. Los costados de las calles eran dejados los cuerpos envueltos en sábanas. “Ahí te das cuenta que la vida humana no vale nada”.
“Las fotos que se logran en esa situación de tensión son indudablemente mucho más fuertes que las de una calle o ciudad tranquila. Cuando yo ponía la cámara para hacer una foto la gente me miraba con una intensidad que se traspasa, porque tú puedes ser la salvación. En esa situación la gente no sabía si viviría al día siguiente”.

-También estuviste en Afganistán después del atentado a las Torres Gemelas en EE.UU.

-El primer viaje fue en 2003 a Kunduz donde estaba la base de los alemanes. Me pude mover con cierta libertad, porque la situación no era tan peligrosa. Yo viví en la casa de un afgano que había sido Mujahidin y peleó contra los rusos. Una bala de bazuca le había volado la cara y tenía una implantada. Me contó que cayó herido y tuvo que hacer un viaje de 72 horas a caballo hasta Pakistán,de ahí lo sacaron y le hicieron treinta y tantas operaciones. Lo fotografié. Ese tipo en Afganistán es como un héroe nacional y me dio alojamiento, me contó su historia y me puso un guardia personal que tenía una Kalashnikov. Sin embargo, era bastante tranquilo, nunca sentí el peligro.

-¿Y cómo fue cuando volviste?

-Totalmente distinto porque los alemanes me obligaron a usar un chaleco antibalas. Fue en 2007, me iban a buscar y a dejar al hotel con una patrulla. Era de locos, andaba con tres jeeps y cuando nos acercábamos al hotel, los tipos prendían focos, iluminaba las calles y saltaban seis con metralletas. Mi pieza estaba en el tercer piso de un hotel en el que curiosamente nunca vi a nadie. Me encerraban ahí y me decían: ‘le recomendamos que no salga y si es posible que no prenda la luz’. El trabajo consistió en documentar la construcción de un campo del ejército alemán que hoy sirve incluso de aeropuerto. En ese tiempo tenía dinero de tres revistas alemanas: Der Spiegel, Stern y Focus. Ellos participaron en los costos del viaje y yo les di material.

-¿Qué piensas del fotógrafo en zonas de conflicto? Me imagino que hay un dilema ético que despierta en algún momento ya que estás registrando la tragedia de otras personas.

-Creo que todos los que hacemos esto siempre creemos que podemos lograr alguna foto que pueda hacer pensar, a lo mejor, a los responsables de todas estas catástrofes y así, poder ayudar a cambiar al mundo. Pero creo también que eso es bastante iluso.

-¿A cuál de los grandes maestros de la fotografía sigues?

-Por supuesto Robert Cappa, que para mí era más importante que Henri Cartier-Bresson porque era el hombre de acción. Pero con los años he aprendido a querer y conocer a muchos. Tengo una serie de fotógrafos que se mostró en parte en el Arcos en Chile. La mayoría ya están muertos, pero quedan algunos vivos. Hay uno que tiene relación con Chile y que ayudó a Sergio Larraín a llegar a la Magnum. Es René Burri a quien conocí y murió hace tres o cuatro meses.

-¿No has pensado en realizar una exposición sobre tu trabajo?

Mi problema es que trabajo y fotografío la actualidad entonces junto material. Requiere mucho tiempo rescatar algo del archivo. Tengo que revisar los ordenadores, escanear, arreglar, limpiar. Si te metes con un archivo del 80 te olvidas del mundo. Eso sí, estoy preparando una exposición para fin de año en Berlin.

-¿Una retrospectiva?

Una especie de retrospectiva pero no puedes hablar de retrospectiva porque a mí no me conoce nadie. Es sobre 40 años de fotografía.

-¿No te genera un conflicto ser desconocido en tu país?

-No, si acá en Alemania también soy desconocido. Me conocen en la redacción no más, pero creo que eso te facilita muchas cosas. Si eres conocido no puedes andar por ninguna parte porque siempre va a llegar gente que quiere hablar contigo.

 El Mostrador

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