Falleció el escritor colombiano Óscar Collazos que será recordado por su compromiso político

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A los 72 años se fue Óscar Collazos

Lo primero que marchó de Óscar Collazos fue ese vozarrón con el que decía, sin cohibirse, lo que tuviese que decir. Nunca, en cambio, desde que supo en agosto que la disfonía que había empezado un año atrás era menos silenciosa de lo que creía, y que su diagnóstico, según el médico, era una “enfermedad de las neuronas motoras”, es decir una esclerosis lateral amiotrófica (ELA), se fue la escritura. Él siguió diciendo, en el papel, como también acostumbró desde muy joven. Su última columna de opinión apareció el 12 de mayo, cinco días antes de que se marchara él. Ya era domingo. Habrían sido, dicen, las 2:45 de la mañana.

Bahía Solano fue el lugar donde nació y donde vivió los primeros siete años, no obstante no se fue de sus letras. Lo trajo en sus novelas, en sus columnas y, pocos lo recuerdan como poeta, en sus poemas. Para él, repitió varias veces, Bahía Solano era felicidad y una casa de madera, y la infancia. También el mar, del que no se quiso ir.

Después de vivir en París, en Barcelona y en México, volvió al país, para no dejarlo por largo rato otra vez, en 1989. Bogotá no le gustó, y buscó ese mar de sus amores en Cartagena. Desde su apartamento podía escucharlo. Beatriz Mesa, editora de Generación, lo visitó una vez allí, y recuerda que esa búsqueda, tal vez, la hizo añorando las primeras imágenes que tuvo de él en su natal Bahía Solano. “Amó el mar, sus colores, su ímpetu, eso insondable que hay en sus aguas”.

Solo que esos pasos por otros países le dieron historias, como la famosa, conJulio Cortázar y Mario Vargas Llosa. En 1969 Óscar tenía 26 años –nació un 29 de agosto de 1942– y andaba de director del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas, en Cuba. El cruce entre los tres, si bien resonó más el de Cortázar, ya de 50 años, ya conocido, fue escribiendo. Debatían sobre la relación entre escritura y compromiso político. Entre lo que se alcanzaron a decir, Cortázar escribió que “la novela revolucionaria no es solamente la que tiene un ‘contenido’ revolucionario sino la que procura revolucionar la novela misma”.

Óscar explicó después que entonces sus pensamientos eran apasionados e ingenuos, influenciados por la sociología de la literatura. Él y el escritor de Rayuela se hicieron amigos después. La polémica, que no la llamaron entre ellos así, les ayudó.

Sobre la política y la literatura, explicó en 2011 en EL COLOMBIANO, que su literatura era comprometida. “Hace unos años, cuando un escritor no asumía una posición política y social manifiesta en sus escritos se decía que no hacía una literatura comprometida. Por mi parte, nunca concebí la literatura como forma de hacer propaganda ideológica o para subvertir las consciencias. En los libros, a veces la política está en el trasfondo. Acepto que un escritor se sienta incapaz de participar en lo político, por escepticismo o para replegarse en la creación. En otra época rechazábamos eso. Ahora entiendo que eso tiene que ver con el carácter y la educación pública de cada uno”.

Estaba comprometido con la escritura, sobre todo, que iba más allá. En Twitter se definía, además de escritor, como periodista de opinión y profesor universitario. Todo eso era, y un poco más.

Una vez, por ejemplo, y según el periodista Miguel Ángel Bastenier, fue barcelonés. Era una broma privada, de cuando Óscar vivió en Barcelona en los años 60 y 70, donde incluso se casó por primera vez –lo hizo dos veces más, la última con Jimena Rojas–. “No mentiré diciendo que éramos amigos, pero nos habíamos visto alguna vez, y muchos años más tarde, con ocasión de un extensísimo reportaje que publiqué en El País sobre ese fenómeno, entonces incipiente, que es el ‘uribismo’, hablé con muchísima gente, entre ellos otros dos ilustres fallecidos, Nicolás Restrepo y Carlos Gaviria, y naturalmente Óscar. Y en el periódico lo presenté, haciendo un ensayo de broma, como ‘novelista barcelonés, de origen colombiano’. No faltó quien se lo tomó en serio y el propio Óscar me contó que el novelista, ese sí barcelonés, Enrique Vila Matas, creyó que se había nacionalizado español. Veo y oigo a Óscar, mientras esto escribo, echándose a reír el día que lo comentamos”.

También un hombre de detalles, al que a veces la gente insultaba por correo electrónico. “No me molesta que me insulten –dijo a este diario una vez–; lo que me molesta es que me insulten con errores de ortografía”.

El amigo

En su adolescencia leía los libros de la biblioteca del colegio. Escribía cuentos y poemas y los profesores le hacían comentarios sobre su talento.

Su primer relato lo publicó El Espectador cuando él tenía 20 años; sin embargo, él se volvió escritor, contó a Cromos en 2013, cuando publicó su primer libro, a los 24 años. El verano también moja las espaldas. Es de cuentos.

Después vinieron ensayos, columnas de opinión y novelas. La última, la quince, fue Tierra quemada, en 2013, en la que narró al país desde la violencia.

El escritor William Ospina relata que “legendarias son sus obras en prosa, la cual es vigorosa y apasionada, pero también se destacó en la escritura de poemas excelentes. Sin embargo, no figura como poeta”.

Figura, entre sus amigos, como buen amigo y excelente anfitrión. Collazos se esforzaba por atenderlos muy bien, cuando los invitaba a su casa. Era buen cocinero, en especial –sigue Ospina– de unos arroces caribeños.

Como William, Piedad Bonnett también echará de menos sus habilidades de cocinero y el gran sentido del humor. “Era un hombre profundamente amoroso. Aunque no pareciera, estaba lleno de cariño. Lo expresaba a cada instante con su esposa, Jimena, con su hija, sus nietos y sus amigos. Se esforzaba por hacerlo sentir bien a uno cuando lo invitaba a Cartagena. Nos sentábamos a tomar las onces o almorzar y también a reírnos”.

William y Piedad lo dibujan culto, valioso, intelectual completo, dice ella, con un ojo político bien puesto. Entre sus amigos, además, comenta él, era un símbolo de buena salud física.

Era mordaz. No leía libros prestados porque le gustaba subrayar. En su apartamento, el del mar, tenía una biblioteca que rodeaba los pasillos, en esa o en otra, le tomaba fotos a su nieta y las ponía en Twitter –era un tuitero sin pelos–. Se recogía en su escritorio a escribir sus columnas, sus novelas, sus cuentos, su poesía. Desde el balcón veía el mar y se preocupaba por el maltrato a las playas.

Se fue Óscar Collazos después de batallar contra esa enfermedad, de hacerle preguntas, de decirle que él seguía, aunque se le fuera llevando la fuerza, aunque no lo dejara mucho tiempo más en su cuerpo, él que todavía tenía tanto por decir y que estaba trabajando en una próxima novela en la que Cartagena era el escenario. Entonces uno se lo imagina con su esposa Jimena, con un libro, mirando al mar, allá tan inmenso.

El Colombiano

 

Un ser Pacífico que nunca fue intruso en el Caribe

Óscar Collazos llegó a vivir a Cartagena tiempo después de haber publicado La modelo asesinada (1999). Recuerdo que entró a la redacción de El Universal para contar la experiencia de novelar hechos nefastos ocurridos durante la presidencia de Ernesto Samper.

Un grupo de periodistas nos sentamos a escucharlo. Su hablar era elegante, sentencioso. Su discurso pulcro. Cada palabra parecía ensayada con anterioridad, revelaba su erudición, su pasión por la lectura y su estudio constante de la literatura universal.

Contó sus encuentros con grandes escritores del Boom Latinoamericano y retomó el tema de la polémica sostenida con Julio Cortázar, cuando apenas tenía 26 años, y era director del Centro de Investigaciones de Casa de las Américas en Cuba. Su posición era clara, la que ha  mantenido como escritor y columnista de opinión: compromiso.

Contó que se estaba acostumbrado a la idea de vivir en Cartagena. Que escribía desde muy temprano y luego en la tarde salía a caminar. En ese andar, encontraba los temas de sus columnas que comenzó a publicar semanalmente en El Universal.

Así constató los abusos de poder de ciertas élites, la corrupción rampante, las mangualas entre políticos, las disputas por el espacio público en las plazas y la pobreza que arrasa las esperanzas de nuevas generaciones, entre otros temas.

En 2001, publicó Cartagena en la olla podrida, una extensa crónica sobre esa corrupción que veía en las calles. “Aquellos que me acogieron y que me invitaban a sus casas se han molestado por lo que digo en mis columnas, pero ¿qué hago?, es el compromiso de un escritor”, me dijo la tarde en que volvió a la redacción de El Universal para presentar su libro El exilio y la culpa (2002). Sin duda, el texto más elaborado producido en Cartagena. Un relato fluido y doloroso sobre los desaparecidos durante la dictadura de Pinochet en Chile. «Quien sobrevive a la tortura o a la muerte arrastra la culpa de no haber sido también víctima»,  reflexiona Collazos en ese texto.

¿A quién te pareces?

En Cartagena no faltaba el que lo confundiera con Alfredo Gutiérrez y saliera a su encuentro para pedirle un autógrafo o para que le contará sobre la génesis de algunas composiciónes. “Le he sacado partido al parecido. Una vez fui a la peluquería del hotel donde me hospedaba y me recibieron con bombos y platillos y vaso de whisky. Cuando iba a pagar no me cobraron pero me pidieron que les tocara una. Les dije que con mucho gusto, que iba un ratito a la habitación y traía el instrumento. No volví. No habrían aceptado que les devolviera la amabilidad con uno de mis libros”, contó en una de sus columnas.

El periodista y escritor Gustavo Tatis se metía a complementar el parecido y agregaba que en efecto Collazos se parecía al autor de la Paloma Guarumera, pero había que agregarle unas cuantas gotas de Manuel Antonio Noriega, el hombre fuerte de Panamá.

Sobre esas ocurrencias y discursos sobre el ser Caribe, Óscar Collazos también disertó con lucidez. En ponencia titulada ‘Un intruso del Pacífico’, en el IV Seminario Internacional de Estudios de Caribe configuró la tesis que el Caribe, (como aguja hipodérmica) se deslizaba por el Canal de Panamá y pasaba por Bahía Solano, hasta la  ciudad portuaria de Guayaquil: “… en mi infancia la mirada que se dirigía a Panamá era la mirada de los viajeros que costeaban en pequeños barcos de cabotaje y se devolvían probablemente impregnados de la cultura Caribe que se movía en esa breve, en esa lánguida franja que va del  puerto de Colón al puerto de Panamá”, escribió. Un texto que reluce su identidad Caribe de pensamiento, palabra y obra.

La novela urbana

Collazos se involucró en la vida cultural de la ciudad de muchas maneras. Alentaba la escritura de nuevos creadores a través de un taller de escritura creativa, que sostuvo, con el apoyo del Centro de Formación de Cooperación Española, en compañía de escritores como Senel Paz, Cristina Fernández Cubas y Alfredo Brice Echenique. Ese grupo de noveles escritores está agradecido con Collazos por entregar su experiencia creativa, pero sobre todo por despertar una vocación hacia la construcción de textos de ficción con la generosidad de sus consejos.

En ese taller siempre preguntó quién iba a escribir la gran novela urbana sobre la Cartagena de hoy. Que los temas estaban en los diarios, en los barrios populares, en las fiestas de picó, en los meandros del mercado de Bazurto, en los reinados populares, en las pugnas entre las pandillas de Loma Fresca y la Esperanza, o en los cuerpos de esas niñas ofrecidas por redes de prostitución. Ese también fue un reto para él.

Luego de viajes constantes a barrios como El Pozón, La esperanza o Nelson Mandela, Collazos escribió Rencor, que es un sentido  testimonio de Keyla Rencor, su protagonista, la voz de cientos de voces recogidas como un reportero que escudriña las miserias de una urbe que siempre le produjo angustias y sobresaltos.

Fue agente activo en la Escuela de Verano de la Universidad Tecnológica de Bolívar, donde cada año recibía a un grupo de académicos y estudiantes interesados en la vida de García Márquez y la importancia de Cartagena en la obra del Nobel de Aracataca.

Hace unos dos años, dijo que su período en Cartagena se estaba acabando, que con Jimena Rojas (su esposa), buscaban un nuevo lugar para disfrutar. “Quizá algo cerca a Bucaramanga o volver a Bogotá”, me dijo a mediados de 2013, cuando fui a su casa para hacerle una entrevista sobre su novela Tierra quemada, que fue publicada en octubre en Latitud, la revista dominical de EL HERALDO. Obra que recoge sus posiciones ideológicas en torno a los problemas que ha vivido Colombia en los últimos 20 años. “Estamos viviendo una época donde se nos hace creer que el mundo se embarcó en una locomotora que nos conduce a la felicidad, yo creo que es todo lo contrario, ni siquiera sé si tendremos la posibilidad de detener ese tren cuando estemos al final del abismo”, dijo en aquella ocasión.

Su paso por Cartagena nos permitió conocer a un columnista que no solo retrató la ciudad sino que en cada una de ellas se fue retratando a sí mismo como un ser sincero y sin tibiezas, siempre desesperanzador, que fue reclamo de muchos: “Quisiera hacer novelas optimistas, pero lo que veo, no solo en esta ciudad, sino en todo el país, es que las cosas no andan bien, y los modelos que se promueven generan injusticias y barbarie. Se dirá que soy pesimista… no es pesimismo,  hay que imaginar lo peor para que no suceda”, expresó.

Su paso por Cartagena nos permitió conocer a un hombre entregado a la lectura, a la vitalidad de crear y creer en lo que se hace. A reconocer el valor del compromiso adquirido como escritor, que más que una forma de lucha era su forma de darse como ser humano. Sé que Cartagena agradece a ese ser Pacífico que nunca fue intruso en el Caribe.

El Heraldo

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