El pintor cubano Wilfredo Lam en Atlanta

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Wifredo Lam: todo un mundo imaginado en Atlanta

Que Wifredo Lam es uno de los pintores más relevantes del siglo XX es cosa resabida. Que una exposición en tierras norteamericanas venga a recordárnoslo, es siempre una noticia sorprendente y alentadora, máxime si se trata de una muestra tan completa como la que por estos días puede verse en las salas del más importante museo de Atlanta, el High Museum. Concebida como una retrospectiva que abarca desde los primeros pasos del sagüero hasta su consagración, es también algo más, pues incluye la influencia que el creador de La jungla insufló a otros artistas, como José Parlá y Famahu Pecou.

Imagining New Worlds es el título de este recorrido por una obra que sigue revelándose intensa, y que guarda para el visitante lienzos poco conocidos que ratifican a Lam como un creador de primera línea, añadiendo objetos de su colección de arte africano, libros que ilustró y una cronología precisa, que hablan de una delicada y muy completa labor curatorial. Confieso que visitar Imagining New Worlds me resarció, en cierto modo, del mal sabor que me dejó la exhibición del MoMA dedicada a Björk, que tantas polémicas ha desatado. Y me devolvió a Cuba, en la primavera de Atlanta, como un golpe de color y pensamientos.

Abierta el 14 de febrero y anunciada hasta el 24 de mayo, la muestra se define a sí misma como un re-examen del corpus de este villareño, y no está desencaminada en ese sentido. Las obras reunidas provienen de colecciones públicas y privadas y consiguen que el ojo ya entrenado en la mano inconfundible de Lam se regocije ante piezas no vistas antes en un mismo sitio, y que cubren con dignidad la ausencia de obras como La jungla, ya mencionada y perteneciente al MoMA, o La silla y Tercer Mundo, que pueden admirarse en el Museo Nacional de Bellas Artes en La Habana. De hecho, la selección no incluye obras conservadas en galerías de la Isla, aunque el excelente catálogo recoge un ensayo de Roberto Cobas acerca de esas obras ausentes.

El trazo genuino de Wifredo Oscar de la Concepción Lam y Castilla progresa desde las pinturas de corte naturalista que hablan de su paso por la academia, el influjo picassiano que lo contaminó, hasta su encuentro con el mundo afro, y el hallazgo de un perfil propio, que cubriría la mayor parte de su producción y le ganaría el respeto de los nombres más exigentes.

El visitante puede ir, entonces, desde las obras firmadas en España, retratos de mujeres y vistas urbanas, al dominio pleno de un conjunto de símbolos que ya nadie podrá arrebatar al pintor cubano. El surrealismo y Picasso (con quien expuso en 1939 en Nueva York) le abrieron una senda en la cual él supo encontrar no solo su rostro, sino su propio camino de regreso al secreto de Cuba. Las firmas abakuá terminaron siendo reinventadas en sus lienzos de madurez, durante el período que arrancó en la década del 40. Los viajes a Martinica y a Haití impulsan el cambio definitivo, y el retorno a la isla natal lo anima a crear obras inolvidables. Lo caribeño y su misterio no son nunca máscaras en la creación de Wifredo Lam, sino ecos de esos secretos que el artista reinventa y recompone en una dimensión siempre estremecedora.

La curaduría se debe a Elizabeth T. Goizueta, y es digna de admiración por el trazo abarcador que organiza un conjunto tan amplio, no solo en términos cronológicos, sino como proyecto de montaje que ayuda al espectador a entender la progresión de Lam y subraya algunos de sus elementos cruciales. Uno de ellos es la relación del cubano con otros poetas, investigadores, artistas conectados al surrealismo y a su enlace con los misterios de cultos como el vudú. La foto en que se deja ver a Lam junto a Lydia Cabrera es ejemplo de ello, así como los libros ilustrados por el sagüero, como el célebre Retorno al País Natal, editado en Cuba en 1943 con traducción de Cabrera; poema de Aimé Cesáire que influyera luego tanto en La isla en peso, de Virgilio Piñera. El ejemplar de dicho cuaderno es cortesía de la importante colección del Cuban Heritage Collection, de la Universidad de Miami, que también aportó otras cartas, notas y sueltos que dan fe de ese diálogo febril que existió entre personalidades tan diversas.

Goizueta, profesora del Boston College, había curado ya una muestra de Roberto Matta en 2004, y con esta exhibición amplía la que, en 2007, se dedicó a Lam en el Haggerty Museum of Arts de la Universidad de Milwaukee, y que luego viajara por otros espacios norteamericanos hasta llegar al Museo Dalí de St. Petersburg, en Florida. Un único detalle a corregir: en una de las fotos aportadas por el CHC se identifica a una mujer como María Teresa de Rojas, confundiéndola con la destacada actriz y directora de origen cubano radicada en Miami Teresa María Rojas, cuando en realidad quien está en la imagen es Teresa María (Titina) de Rojas, compañera de Lydia Cabrera.

Desde la calle misma, la muestra invita a ser visitada. Le Sombre Malembo, pieza de 1943 que se convierte en punto central de esta retrospectiva, cubre parte de la fachada del High Museum. Y es que no solo se trata de un paseo por el mundo pictórico de Lam, sino de irnos a un periplo que integra geografías diversas, otras cartografías, otros índices de apreciación en los que se mezclan fragmentos provenientes de Cuba, Haití, España, Francia y otras culturas y nacionalidades. La grandeza de Lam reside en su capacidad de seducir al ojo más escéptico, de trascender secretos y fronteras intangibles o reales para alzar su propio código desenfrenado, donde lo sacrificial, lo erótico, aun el humor, y la reflexión sobre los gestos y los actos implican una demanda que es, en sí misma, otra manera de establecer contacto con una religión, con una idea ritual de la vida.

El catálogo de la muestra incluye, además del texto de Cobas, ensayos de la propia curadora acerca de la relación de Wifredo Lam con artistas españoles. Claude Cernuschi, también del Boston College, analiza el diálogo entre el pintor cubano y las ideas de Levi-Strauss y sus seguidores, y Lowery Stokes Sims y Roberto Goizueta completan una serie de estudios que profundizan en el carácter de este creador y lo acercan a otros, que como Parlá, se reconocen deudores de toda su obra.

La línea cronológica ilustrada que cubre uno de los salones de la muestra ayuda a entender una perspectiva que no se detiene en la muerte de Lam, ocurrida en 1982, sino que se prolonga hasta el presente, rastreando valoraciones, tributos, otras huellas. Esa es la ganancia esencial de este empeño: devolvernos a la vista de Lam, entenderlo a través de la reinterpretación que hace de La jungla el propio José Parlá en una sala próxima a estas piezas, y verlo en esa magnitud que le permite, como gran pintor, alzar su propio imaginario ya en cualquier cardinal, siempre de modo contundente.

Ojalá las nuevas relaciones entre Cuba y Estados Unidos permitan, en un tiempo no muy remoto, que algunas de estas piezas puedan apreciarse en la tierra natal de este hombre de imaginación tan poderosa. Su embrujo sigue intacto. Su reto sigue en pie. En la pintura cubana, Lam es un antes y un después irrebatible. Exige, como artista, una fe que no pacta con comodidades. Y nos hace creer en ese mundo que él reinventó seamos o no devotos. Ese templo irreverente que es la obra de Lam está abierto ahora mismo en Atlanta. En Cuba y en las otras Cubas del mundo, se sigue percibiendo su conjuro.

Cuba Contemporánea

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