Conmemoran en Cuba el bicentenario del nacimiento de Mariana Grajales luchadora considerada por muchos la madre de la patria

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La Madre de la Libertad, un momento de la imagen pictórica de Mariana Grajales Cuello

 

Detalle del cuadro La madre de la libertad. Foto:cortesía de la autora

Símbolo sin igual de la madre heroica en el imaginario de los cubanos, Mariana Grajales Cuello (Santiago de Cuba, 1815– Kingston, 1893), ha sido un motivo relevante en la obra de pintores que han tratado el tema histórico de las guerras de independencia en diferentes periodos de nuestro devenir nacional. De este modo, han sido muchos los que pintaron a la patriota; lo corroboran los cuadros emplazados a lo largo y ancho del archipiélago. Una sencilla mirada a esta muestra es suficiente para advertir los momentos que ha tenido la imagen pictórica de Mariana y la importancia de dichas representaciones, a partir de los vínculos contextuales que relacionan al artista, la obra y la función que cada una ha podido desempeñar en el entorno sociocultural que la exterioriza.

En tal sentido, un primer momento de la imagen pictórica de Mariana Grajales Cuello, lo expresa una obra cuyas características excepcionales la convierten en un clásico ejemplo, entre los pocos que se conservan del tema histórico en la vertiente de la pintura popular, realizada en la república neocolonial. Como casi todas las de su tipo, la obra está realizada con óleo sobre un cartón ovalado de grandes dimensiones; es anónima, quizá como solía suceder fue ejecutada por algún artesano, generalmente mambises con habilidades para la pintura; ellos plasmaron en sus cuadros sus testimonios sobre hechos de la guerra y los patriotas, que recreaban junto al imaginario del pueblo. La obra tampoco posee título, se le han atribuido los de Mariana Grajales, o, La Madre de la Libertad, el que ha ganado mayor número de adeptos.

Aunque la condición anónima de La Madre de la Libertad revela que su autor no era, ni se consideraba un artista, la obra manifiesta —entre las de su tipo— una elaboración técnico conceptual de bastante complejidad, sobre todo transmite el estado de conciencia del pueblo cubano respecto a Mariana. La pintura es una alegoría que sugiere el tributo de la Patria a su heroína, a través del buen uso de diferentes atributos, la Patria está encarnada en la mujer de gorro frígio que sostiene en sus manos ofrendas de ramas de olivo y laurel, ella con uno de los brazos en alto, se eleva desde Cuba, aludida en el exuberante paisaje de palmas reales, y atraviesa el cielo hasta llegar al lugar más alto del firmamento donde se encuentra Mariana.

Una nota interesante es el contraste que resulta, entre la corrección del dibujo que denota la figura de Mariana y la inconsistencia estética del que revela la figura femenina de la Patria. Esto se debe a que la figura de la patriota es, con muy pocas variaciones, un calco del creyón de la Mariana joven, creada a partir de un retrato de Bavastro; en tanto, la mujer que alude a la Patria es pura realización del artesano pintor, por eso aquí, existen mayores imperfecciones técnicas; entre las más agresivas se encuentran, el mal planteado de la anatomía humana, elementos mal ubicados desde el punto de vista de la proporción en la estructura del rostro, dado en la ubicación de los ojos, las cejas, la nariz, la boca, además del brazo que alza. El uso del color y la luz se ajustan al misticismo de la escena y al realce simbólico de Mariana.

El óleo se complementa con un marco de madera ornamentado, lo que indica la función decorativa para la cual fue concebido. En la parte superior aparece el escudo nacional pintado con todos sus atributos y colores. Tres medallones ofrecen información valiosa, pues es la única sobre el cuadro, dos ubicados en los laterales a la altura del centro refieren una fecha, el de la izquierda 1942, el de la derecha, mayo 10; y el tercero, ubicado en la parte inferior indica: Iniciativa Club Patriótico de Damas Orientales Donación Gral. Manuel Be­nítez Valdés.

Estas inscripciones nos sitúan en algunas circunstancias que revelan diferentes destinos y funciones sociales que cumplió el óleo dedicado a Mariana en la neocolonia. Su propietario el general Benítez Valdés fue jefe de la policía de Cuba durante los primeros años de la década del 40, lo que justifica la posesión del cuadro, pues la mediatización del ideal mambí fue uno de los fines para el cual las fuerzas vivas del poder republicano utilizaron la pintura de la temática. Igualmente estos militares se destacaron por las constantes manifestaciones de arribismo realizadas con el fin de ganar los méritos y la popularidad que le permitieran mantener su cargo; de ahí debió surgir su actitud de donar el cuadro a las patrióticas damas, quienes lo ceden al Centro Provincial de Veteranos de Oriente, donde el óleo se destina al Salón de Reuniones y se emplaza junto a los retratos de otros connotados patriotas, también surgidos de las contiendas libertadoras. La fecha del cuadro, 10 de mayo de 1942, alude a la jornada en que se produjo el donativo, el Día de las Madres, el cual siempre fue propicio para rendirle homenaje a quien ya era símbolo de la madre heroica, por lo que las mujeres de la asociación patriótica se dispusieron a agasajar.

Sin proponérselo, la iniciativa de las patriotas orientales salvó a La Madre de la Libertad del lamentable proceso de destrucción al que fue sometida la pintura popular, que fue reemplazada por obras de artistas que poseían una sólida formación académica. De dicha limpieza estética sobrevivieron las pinturas de los Centros de Veteranos, donde los egregios mambises a través del retrato de patriotas, veneraban lo más glorioso del ideal que los mantenía unidos. Con la desaparición de la pintura popular se perdía una buena parte de la realidad, de las aspiraciones, de las utopías y hasta de las frustraciones de un pueblo que buscó a través de la lucha armada y el ejemplo de sus héroes afirmarse como nación.

La Madre de la Libertad se conserva en perfecto estado tras un minucioso proceso de restauración financiado por Ca­guayo, Fundación para las Artes Monumentales y Apli­cadas. Actualmente el cuadro prestigia el teatro del Centro de Estudios Antonio Maceo Grajales en Santiago de Cuba, que lo heredó del Centro Provincial de Veteranos de Oriente, cuyo inmueble, el primero, ocupa hoy.

Granma


 

Mariana en la mirada de José Martí

Según se ha podido comprobar en el Libro de Bautismos de Pardos y Morenos, de la Parroquia de Santo Tomás Apóstol, Mariana Grajales, la madre de los Maceo, nació en Santiago de Cuba, el 12 de julio de 1815, por lo que arribamos ya al bicentenario de su natalicio.

Hija de mulatos libres, sufrió la discriminación característica de la época. Se casó con Fructuoso Regüeiferos, con quien tuvo cuatro hijos. En 1840 enviudó y tres años después, se casó en segundas nupcias con el campesino cubano Marcos Maceo (1808-1869), licenciado del batallón de pardos del ejército español, en Santiago de Cuba. De esta unión nacieron Antonio, José, Rafael, Miguel, Julio, Tomás y Marcos, además de Baldomera y Dominga.

Dos días después del alzamiento de Céspedes, reunió a su familia y les hizo jurar a todos, sobre un crucifijo, que lucharían hasta la muerte por la libertad de la Patria. Según contaba María Cabrales, la esposa de Antonio -en carta a Francisco de Paula Coronado, fechada el 6 de mayo de 1897-, aquel día, Mariana les dijo: “De rodillas todos, padres e hijos, delante de Cristo, que fue el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos libertar la patria o morir por ella”.1 Y así fue: su esposo y todos sus hijos, incluidas las mujeres, participaron en nuestras guerras libertarias y, tras treinta años de lucha, solo sobrevivieron dos -Tomás y Marcos-, con sus cuerpos llenos de cicatrices.

En la estirpe de titanes creada por esta valiente mujer cubana, descollaron bravos guerreros entre los que sobresalen Antonio y José, mayores generales, y Rafael, general de brigada, a pesar de que se incorporaron a la guerra desde la posición de simples soldados: combate a combate, cada uno de ellos fue alcanzando a fuerza de coraje sus grados militares.

La propia madre -con 53 años de edad- se lanzó a la manigua y curó heridos en los hospitales de sangre, donde, además, arengaba a los convalecientes para que se reincorporaran a la lucha una vez restablecidos. Mariana permaneció en la manigua  durante toda la Guerra de los Diez Años.

Cuentan que Marcos Maceo, herido de muerte en la toma de San Agustín, el 14 de mayo de 1869, pidió que le dijeran a Mariana que había cumplido con ella.

Resulta muy conocida la anécdota que tuvo lugar cuando Antonio sufrió su primera herida de guerra en el combate de Armonía, el 20 de mayo de 1869. Ese día, en medio del dolor familiar, Mariana le dijo a Marcos, el más pequeño de sus hijos: “Empínate, que ya es hora de que pelees por tu patria, como tus hermanos”.

Como madre, Mariana supo inculcar a sus hijos responsabilidad, disciplina, valor y un profundo amor a la patria, a la libertad y a la justicia; pero como mujer y mambisa, sufrió en carne propia las dificultades y escaseces de la guerra, la cercanía de la muerte y el dolor de la pérdida.

Según el historiador José Luciano Franco, una vez firmada la paz del Zanjón, desde la serranía guantanamera, Mariana alentaba la rebeldía de Antonio, que se concretó en la histórica Protesta de Baraguá, símbolo de la intransigencia de nuestro pueblo, hecho del cual Martí expresó que era “de lo más glorioso de nuestra historia”. Antes de partir de Cuba, en misión asignada por el gobierno de la República en Armas, Maceo cuidó de la salida de su madre y otros familiares: así Mariana, sus hijas Baldomera y Dominga, María Cabrales y otros miembros de la “tribu heroica” pudieron emigrar hacia Jamaica, donde se radicaron.

Precisamente allí la visitó Martí en 1892 y vibró de emoción con los relatos de la guerra que le hizo la viejecita, que ya por entonces contaba con ochenta años de edad. Cuando murió, el 27 de noviembre de 1893, el Apóstol habló de ella en Patria en dos ocasiones. El 12 de diciembre de 1893 escribió: “¿Su marido, cuando caía por el honor de Cuba no la tuvo al lado? ¿No estuvo ella de pie, en la guerra entera, rodeada de sus hijos? ¿No animaba a sus compatriotas a pelear, y luego, cubanos o españoles, curaba a los heridos?” Y luego, el 6 de enero de 1894, expresó con inmensa ternura: “¿Qué había en esa mujer, qué epopeya y misterio había en esa humilde mujer, qué santidad y unción hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto?”2

En este último texto titulado “La madre de los Maceo”, el propio Martí relata la anécdota tan referida: “Fue un día en que traían a Antonio Maceo herido: le habían pasado de un balazo el pecho: lo traían en andas, sin mirada, y con el color de la muerte. Las mujeres todas, que eran muchas, se echaron a llorar, una contra la pared, otra de rodillas, junto al moribundo, otra en un rincón, hundido el rostro en los brazos. Y la madre, con el pañuelo a la cabeza, como quien espanta pollos, echaba del bohío a aquella gente llorona: ‘¡Fuera, fuera faldas de aquí! ¡No aguanto lágrimas!’ […] Y a Marcos, el hijo, que era un rapaz aún, se lo encontró en una de las vueltas: ‘¡Y tú, empínate, porque ya es hora de que te vayas al campamento!’”3

Según el historiador Felipe Pérez Cruz, “para el Héroe Nacional, entre las numerosas mujeres que jalonaron la historia del movimiento de liberación nacional cubano en el siglo xix, Mariana Grajales Cuello fue síntesis y esplendor. Martí vio en Mariana el símbolo de todo el heroísmo y la entrega de la mujer patriota, era sin dudas la Madre de la Patria”. 4 Sin embargo, llama la atención la polémica generada en torno a la designación de Mariana como tal; no —es bueno precisarlo—, porque se desconozcan sus méritos, sino por una insuficiente cultura, como bien afirma Pérez Cruz, en torno al Sistema de Condecoraciones y Títulos Honoríficos de la República de Cuba. Mientras se toma una decisión oficial al respecto, demos nuestro voto a tal designación y ofrezcamos nuestro recuerdo emocionado a esta mujer-símbolo del valor y el patriotismo de las cubanas.

No olvidemos que nuestro Martí cierra sus emotivas palabras sobre Mariana con la siguiente idea: “Patria en la corona que deja en la tumba de Mariana Maceo, pone una palabra:—¡Madre!”5

Cuba Periodistas


Civismo y dignidad, soportes de Mariana Grajales

Con el propósito de celebrar el bicentenario del natalicio de Mariana Grajales Cuello, cada día se efectúan diversas jornadas en la que la madre de los Maceo y lo que ella representa para nuestro pueblo, son el centro de las acciones.

La que sería, con el decurso de los años, tronco fecundo de la familia Maceo-Grajales, continua revelándonos las más insospechadas aristas de una mujer de recia solidez cívica y extraordinario sentido de la dignidad, sus mayores soportes.

El cuidado de su numerosa familia no apagó en ella sus preocupaciones por la situación del país, pues le atormentaba la esclavitud que veía en su entorno y la lucha emancipadora.

Identificada como estuvo con la causa de la independencia, Mariana y los suyos escribieron extensas y memorables páginas de bravura y patriotismo.

Visita imborrable

La mujer que vio caer en acciones de guerra a muchos de sus hijos y a su esposo Marcos, sin que tales desgarraduras entibiaran sus ardores patrióticos, ni su afán de ayudar a los insurrectos, acreditaba sus palabras con hechos.

Los sufrimientos mostraban, aún más, la firmeza del carácter de la recia mujer, quien cargó en su jolongo los enseres de la guerra, su temple, arrojo, esperas y nostalgias.

Fue Martí, quien con conmovedora ternura plasmó la experiencia de conocer a Mariana Grajales, cuando visitó a las familias cubanas exiliadas en Jamaica. Entre sorbos de café evocaron la guerra grande y a sus próceres.

Encuentro imborrable para el Apóstol, quien retrató su insigne ejemplo, valor y temple, a pocos meses de su muerte, en las páginas del periódico Patria, que editaba en Nueva York.

Radio Reloj

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