Juana Azurduy, cultura y género

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Juana Azurduy nació el 12 de julio de 1780 en Sucre, Bolivia y combatió durante toda su vida contra la ocupación extranjera. Fue una patriota de la Revolución de Mayo en el Alto Perú y fue comandante de las guerrillas que conformaron la luego denominada Republiqueta de La Laguna, por lo que es honrada su memoria en la Argentina y en Bolivia. Allí se la considera parte de la línea histórica de la participación de las mujeres en las luchas libertarias, que de Bartolina Sisa en el siglo XVI, llega hasta nuestro presente con las mujeres indígenas que acompañan el actual movimiento revolucionario.

Por Ana María Da Costa Toscano

El bicentenario provocó a lo largo de toda la presente década en Argentina un abanico de variadísimas crónicas periodísticas, ensayos, artículos, libros de historia, novelas históricas detallando episodios de nuestro acervo cultural e histórico, novelas biográficas de mujeres como relatos en donde ellas son consideradas actores sociales y una lista abundante de obras de teatro1. Si embargo, hubo un artículo periodístico que me llamó muchísimo la atención, pues retrataba, con su título, el foro en el que nos encontramos hoy aquí: «un bicentenario con perfume de mujer». Nora Lorenzo (2010)2, quien escribió el título que menciono, retrató a las mujeres argentinas que lucharon en nombre de una libertad que haría nacer más tarde a una Nación. El bicentenario, por lo tanto, es un momento que también produce una reflexión y valoración hacía las mujeres que lucharon en nombre de la patria. Por lo tanto, el presente trabajo se propone examinar cómo determinadas novelas de la literatura argentina adoptaron la imagen de la heroína Altoperuana para sus creaciones. Nos centraremos más en la novela histórica Juana Azurduy, teniente coronela de las América (1976) de Estela Bringuer y El Mañana (2010) de Luisa Valenzuela en donde su personaje principal se encarga muy bien de definir con ironía qué tipo de novela es al enunciar que:

…basta ya de novelas históricas. Como si fuera lo único que podemos escribir las mujeres, no podemos hacer otra cosa más que resucitar heroínas, o peor aún, olvidadas amantes de los próceres, qué te parece, como si no tuviéramos nada mejor para escribir que andar romantizando la historia patria, andarla pintando de bellos colores, qué cuernos, todo para tranquilizar conciencias, ¿no te parece? Para sentir que pasado y presente son explicables y hasta razonables (…) Ahora la historia patria está toda manoseada. No tengo la menor intención de tocar esos temas, nunca más en mi vida, ¡y que doña Juana me perdone! (81)3.

La autora argentina nos hace un guiño sobre lo que piensa del género histórico que tanto abundó en argentina en los años 90 del pasado siglo, su admiración por esta caudilla se ve reflejada no solo en la novela en estudio sino también en el cuento Tres aproximaciones de Juana Azurduy (2002) y el articulo «Generala Azurduy» en el que proclama que su figura puede también ser interpretada como un símbolo de la integración sudamericana, de la patria grande soñada por Simón Bolívar (La Nación 2009).

librosantajuanaLa figura de Juana Azurduy de Padilla (Bolivia 1780-1862) ha sido, en estos años de festejos, rescatada del olvido y de la indiferencia de los relatos hegemónicos, a través de piezas teatrales4, también novelas biográficas e inclusive musicales históricos5. Sin olvidar que en 1969 Félix Luna y Ariel Ramírez compusieron junto con la cantante Mercedes Sosa el disco, Mujeres argentinas, que fue una especie de premonición a los estudios que se realizarían más tarde sobre estas guerreras.

Cabe aquí desglosar las palabras ¿heroína o antiheroína?. Berta Wexler define que durante las guerras independentistas se construyó un imaginario de estas dos palabras que pasaría a formar la nueva identidad nacional. «La antiheroína» era la visión de los «godos» que retomaron los gobiernos conservadores en el siglo xx y la de «heroína» era la visión revolucionaria que retomaron algunos gobiernos bolivianos después de la década del sesenta (Wexler 2006: 27). Sin embargo, en 1825 Simón Bolívar declararía «heroína» a Juana Azurduy y decretó que se le diera una pensión vitalicia de sesenta pesos mensuales y que con el tiempo jamás recibiría.

Al celebrarse el centenario de su muerte (1960) y el bicentenario de su nacimiento (1980), rescataron su figura dándole grado militar póstumo, nombrándola «heroína nacional» y proponiendo a la Comisión Interamericana que se la declarase «heroína de las Américas». Esta nominación fue concedida por la Comisión Internacional de la Alianza de Mesas Panamericanas celebrada en Acapulco, México, en 1980. En agosto de 2007 el Senado y la Cámara de Diputados de la nación argentina sancionaron la ley 26.27 en donde se declara el 12 de julio Día de las Heroínas y Mártires de la Independencia de América en conmemoración al nacimiento de Juana Azurduy de Padilla. En 2009, a través del decreto número 892/2009, la presidenta de la Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, la nombró generala.

Cuando aparece en la escena política Juana Azurduy la presencia femenina —en el Alto Perú y en el Virreinato del Río de la Plata— motivará un desafío para las mujeres. Ellas fueron espías, correos y muchas veces lucharon con los ejércitos en la «guerra de guerrillas» o también llamada «la guerra de las republiquetas»; sin ellas las batallas no hubieran sido lo mismo, inclusive, para muchos historiadores, los conflictos bélicos tal vez hubiesen durando aún más. La ruptura del orden privado femenino se beneficiará a través de los conflictos que se sucedieron debido a que «el proceso revolucionario dividió a la sociedad y desde luego también a las mujeres» (Barrancos 2007:93) del primer tercio del sigloxix.

Muchas de estas señoras pasaron a formar parte del panteón de heroínas, pero, para ello, tuvieron que enfrentar el conflicto que representó el rol que se había impuesto a las mujeres en la sociedad colonial que era el de ser sumisas y principalmente silenciosas. Para María Jaramillo serán Las desobedientes (2002), título de su obra, porque con su intervención provocaron un desacato a las leyes mencionadas «que regían la conducta de las mujeres en las sociedades patriarcales y que distribuían en forma asimétrica derecho y deberes entre hombre y mujeres o entre las diferentes clases sociales» (2002:XXII).

Debemos recordar nombres tan importantes como la salteña Manuela Gorriti, que colaboró extensamente con Martín Güemes. Magdalena Güemes de Tejada, más conocida como Macacha Güemes, hermana del general, fue, según algunos historiadores, «su ministra sin cartera»6, cuando su hermano fue elegido gobernador de Salta. El norte argentino se convirtió en un centro de espionaje femenino con la figura de Loreto Sánchez de Peón de Frías; de ella se cuenta que iba siempre disfrazada de paisana joven llevando los mensajes en el ruedo de sus vestidos, o de Juana Moro de López, que la matan emparedonada por orden de los realistas. Sin olvidar a las famosas «niñas de Ayohuma» de las cuales hay que nombrar a María Remedios del Valle, «la capitana» o «madre de la patria».

Nuestra heroína, o como diría Omer, el personaje de la novela El Mañana, la «mujer de a caballo del siglo xix» (p. 81) había librado treinta y tres batallas en donde los testigos de las mismas describieron su valentía; vale la pena apuntar su participación en la batalla del 10 al 11 de febrero de 1816 para destacar su valor frente a las tropas, pues:

Lo que más llamaba la atención a los realistas era una mujer de gallardo ademán, a la distancia, que montaba un caballo brioso. Recorría las calles armada con espada, con pistoleras y cubierta la cabeza con un gorro rojo. Envuelto en un chal celeste del hombro a la cintura y parecía jefe de las turbas invasoras que la seguían con un entusiasmo atronador y con un brío que desafiaba la muerte, hasta la inmediación de los cañones. Presentándose unas veces ya por una calle, ya por otra, impartía órdenes que eran al punto obedecidas. El ataque duró todo el día 10 y todo el día 11. Por la tarde aquella extraña amazona se puso a la cabeza de una embestida nueva y formidable contra las trincheras, como si se tratase de un esfuerzo supremo y definitivo. Al principio los soldados realistas habían tenido escrúpulos de hacer puntería sobre tan arrogante mujer que ponía con tal arrojo a ponerse en la boca de los fusiles. Dentro y fuera se oía llamarla a veces Doña Juana. Los oficiales mismos habían tenido la galantería de recomendar que se guardase aquel miramiento. Pero, cansados al fin de los actos de audacia que ella cometía, y viendo que su presencia era el mayor peligro del caso, por el empuje animoso que inspiraba a los asaltantes, el coronel D. Pedro de Herrera tomó un fusil y comenzó a hacerle algunos tiros. Rayaba ya el crepúsculo de la noche cuando se la vio caer, siendo derribado también el caballo que montaba (López 1975, T. III).

Vicente Fidel López continúa describiendo que:

En el momento la rodearon sus partidarios y entre gritos que ya parecían lamentos, ya felicitaciones de júbilo, sacaron su cuerpo del lugar del peligro, cesado el combate en todos los alrededores de la plaza. Esa extraña guerrera era, en efecto, Juana Azurduy de Padilla, la consorte misma del caudillo; señora de un trato y de una educación nada común y especie de Semíramis en las comarcas fronterizas del Chaco. Estaba acostumbrada a gobernar los intereses de su marido, a dirigir los negocios de todas aquellas reducciones; y era venerada como una providencia o genio superior entre todas aquellas gentes, por su beneficencia y por la solicitud con que se ocupaba de sus intereses. Tan cabal era la repartición que ella hacía de su amor entre su marido y la patria, que muchos creían que amaba a la patria por seguir las pasiones de su marido, mientras que muchos otros aseguraban que lo que más amaba en su marido era su grande patriotismo (Ibídem).

Ese mismo coraje lo describe también en su novela histórica Estela Bringuer8 al señalar que «ninguno de los valientes guerrilleros logró superarla en los campos de batalla. Sus cargas de caballería, dirigidos al vuelo de su caballo se hicieron temibles» (115). Juana actuaría siempre acompañada con sus ejércitos llamados «los Leales», (los leales a la causa de la revolución) y sus «Amazonas», compuesta generalmente por mestizas e indias, que seguían entusiastamente a la guerrera durante los años 1811 hasta 1825. Al comandar su tropa con una actitud férrea «representó la incorporación plena de la mujer a la guerra, acción desvalorizada en la época» (Wexler 2006:87). En el juego de la ficción literaria de Estela Bringuer, la voz de Juana se hará fuerte al interpelar a su esposo en todas las reglas sociales impuestas porque:

¿Es de mujeres solo tener hijos, perderlos y cruzarse de brazos mientras tantos se unen para liberarnos? ¿Qué justicia proclamáis si continuáis esclavizando y excluyendo a la mujer de todo ideal? (1976:78)

Será también la representación de la madre en oposición a las luchas que enfrentaba contra los realistas, o como diría Elisa Algañaraz, «Juana Azurduy de Padilla es la matriarca» (139); se unirá siempre al símbolo de la Pachamama con su fertilidad provocando el binomio «madre-tierra». Tendrá cuatro hijos y perderá tres de ellos y su última hija, Luisa, nacerá en el fragor de la batalla.

En la novela El Mañana, de Luisa Valenzuela, se observa que su narración se centra en las aventuras que le acontecerán a la escritora-protagonista Elisa Algañaraz junto con las dieciocho autoras que se encuentran en el barco, llamado El mañana, «una nave engañosa con nombre de doble filo» (20), son acusadas de «terroristas o guerrilleras de la palabras» (16). Elisa representará a una Juana Azurduy moderna que tomará el comando del barco y el mismo tendrá a «su propia capitana que reuniría —prometió— una tripulación del todo femenina» (20), a sus propias amazonas-escritoras. Elisa, a lo largo de la novela, va cambiando la piel de su nombre y se convierte en Elisa-Juana, separada por un guión, o Elisajuana, en un solo nombre y no en dos separados, pues:

esta nueva Elisajuana que ahora en su sofá nido se sacude y tirita y no puede saberse si es a causa de la fiebre, de la desesperación de estar en el convento y no poder salir a campo abierto a contar el ganado o a ayudar en la esquila de las llamas, o por la desesperación de este otro encierro mucho más actual conocido bajo el nombre de arresto domiciliario (136).

La protagonista va tomando la vida de la heroína y, al mismo tiempo, la adopta a la situación en que vive. Así, el convento en donde estuvo encerrada Juana es ahora el cuarto de Elisa, su encierro domiciliario, en el que sufre un proceso de reorganización literaria destinado a acallar las voces de estas narradoras y su propia voz. El convento-cuarto-celda dejará de ser ese lugar predestinado para la instrucción, la preparación y formación de buenas esposas o para instruir a las hijas de María que antaño tenían estos lugares religiosos, para convertirse en el refugio de futuras luchas, dado que:

Juana se esforzaba por amoldarse a las costumbres de las novicias y a sus modalidades y le resultaba penoso (…) amaba profundamente a Dios, pero su coloquio con Él era diferente. Estaba amarrada a la vida que le obligaban dejar, a la que deseaba darle su cara de frente. Le interesaba velar por las miserias de que estaba poblada y enfrentar las injusticias que los hombres practicaban en nombre de ese Dios. (1976: 26)

Sin embargo, Elisa Algañaraz, tal como Juana, huirá de su prisión para emprender su lucha en Villa Indemnización y entrelazará su historia con la libertadora de América. Por eso, «Elisa, Elisajuana y Luisa Valenzuela» enfrentan la lucha de ser acusadas de «terroristas de la palabra», mientras que Juana pierde a su esposo cuando este intenta salvarla y el enemigo lo degüella9. Terminada la guerra va desapareciendo su figura en el mapa histórico del sigloxix en el que endurecen y afean su rostro, la acusan de tener actitudes varoniles, denigran su nombre en la masculinidad y le hacen atravesar una agonía de treinta y siete años de total indiferencia hacia su persona. Sin embargo, esa Juana de América o la Juana de Arco boliviana, verá su recompensación en los estos últimos veinte años.

  • (1) En 2001, La Delfina, una pasión, de Susana Poujol, Guayaquil (2007), de Mario O Donnell, fue representada por Lito Cruz y Rubén Stella en la sala Cátulo Castillo, en donde se cruzaban José de San Martín y Simón Bolívar. Con la dirección de Santiago Doria, Juan Palomino y Raúl Rizzo se presentó La tentación (2007), también de O Donnell, en el teatro Payró, donde se enfrentan Manuel Dorrego y Lord Posomby. Del mismo dramaturgo y en 2006 se exhibió El sable, eligiendo a Juan Manuel de Rosas como figura central. En el año 2009 se estrenan en La Trastienda, ¡Mueva la Patria! – La ópera cumbia argentina y le sigue de la autoría de Roberto Cortizo Pertraglio Del aceite a la cacerola. La cocina de la historia argentina, El panteón de la patria (2010), la obra de Jorge Huertas, entre otras.
  • (2) «Un Bicentenario con perfume de mujer», salió en el Periódico Compromiso el 24 de mayo de 2010.
  • (3) Todas las citas que mencionaremos son de la novela El Mañana, editorial Seix Barral, Buenos Aires, 2010.
  • (4) En la provincia de Salta, Argentina, se estrenó en abril de 2010 la pieza de teatro Juana Azurduy ¿Una Revolución inconclusa? bajo la dirección de Mario Cura. Mientras en Córdoba se presenta Una mujer, una Revolución. El olvido, dirigida por Luis Moya e interpretada por Clara Weller y Giovanni Quiroga. En Buenos Aires se estrena con nueva adaptación la obra Juana Azurduy (1960) de Andrés Lizarraga (1919-1982). El dramaturgo promovió siempre una reflexión sobre hechos históricos que marcaban la Independencia de América, redactando Trilogía de mayoque incorporaba a «Tres jueces para un largo silencio», «Alto Perú» y «Santa Juana de América». Por eso, del texto Juana Azurduy será primero «Santa Juana de América» y «Proceso a Juana Azurduy» (1974).
  • (5) El musical histórico Juana Azurduy se estrenó en 1994 en el anfiteatro de la Biblioteca Nacional con Ana María Picchio y continuó en una segunda temporada protagonizada por Ana María Cores y José Ángel Trelles. El Ministerio de Cultura porteño la reeditó en la última programación de Primavera 08 y se convirtió en un éxito de público con asistencia de más de 200.000 espectadores, y a petición de los vecinos continuó representándose en la temporada estival 2008-2009. En el 2009 estuvo bajo la dirección de Manuel González Gil y Marisé Montero con música original de Martín Bianchedi, protagonizada por Ana María Cores, Pepe Monje, Rodolfo González, Juan Pablo Galimberti y músicos en vivo. En el 2010 vuelve a escena en diferentes centros culturales de la ciudad.
  • (6) Bernardo Frías en su libro Historia del general don Martín de Güemes y de la Provincia de Saltaresalta que Güemes le tenía tanta confianza a doña Macacha que «llegó al extremo de que en cierta oportunidad, ella debió poner en el mando a un jefe de milicias en representación de su hermano y que lo hizo con aplomo, recorriendo las filas a caballo, arengando a la tropa y blandiendo su abanico a guisa de espada» (1911: T. III 154). Después de la muerte de su hermano formó las filas de la «revolución de las mujeres» y puso en la gobernación a José Ignacio Gorrite, en 1820, padre de la escritora.
  • (7) Dora Barranco afirma en el caso de Mariquita Sánchez de Thompson que «las mujeres tuvieron así un reconocimiento que las colocó en una esfera que tenía asomos de vida pública, aunque desde luego, se trató siempre de mujeres de las clases más encumbradas» (2007: 78). En la casa de Thompson se celebraban grandes reuniones que formaron parte del quehacer político del país. Inclusive se cantó por primera vez el himno nacional argentino y formó parte de la organización «el complot de los fusiles» en 1812, entre las varias actividades que desarrolló.
  • (8) Todas las citas que mencionaremos son de la novela Juana Azurduy, teniente coronel de las Américas, editorial AZ, Buenos Aires, 1976.
  • (9) En 1821 el caudillo entrerriano Francisco Ramírez correrá la misma suerte que Manuel Padilla dado que por salvar a Delfina Maturano de una emboscada será asesinado y su cabeza fue también trofeo de sus enemigos. El militar la convertirá en uno de los mitos más intensos en las leyendas de las guerras civiles argentinas. Estanislao López (1786-1838) exhibiría su cabeza embalsamada, por la que había pagado cuarenta y dos pesos mostrándosela a sus amigos. Da Costa Toscano (2010:19)
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