Dos libros clásicos

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En Contexto
El 15 de agosto de 1972 una gran cantidad de miembros de las principales organizaciones armadas de Argentina, por entonces presos, intentaron fugar de la cárcel de Rawson, en el lejano sur del país. De los más de 100 militantes solo 6 lograron fugar, abordar un avión y cruzar hacia Chile. Un grupo de 19 personas llegaron al aeropuerto luego de la partida del vuelo y se entregaron a las autoridades, sanos y salvos. Fueron encerrados no en una cárcel, sino en celdas individuales en una base naval sumamente custodiada y sin control judicial alguno. En la madrugada del 22 de agosto los detenidos fueron obligados a salir de sus celdas y pararse en un estrecho pasillo. En una actitud sin precedentes, los militares dispararon sus ametralladoras a mansalva y mataron a dieciséis de los diecinueve detenidos. Los otros tres quedaron malheridos pero sobrevivieron. La armada argentina justificó la matanza en un inverosímil intento de fuga. A ese hecho se lo conoce como la masacre de Trelew y es considerado una bisagra en la violencia política argentina y muchos lo consideran el primer punto de un régimen de ejercicio que será sistemático durante la dictadura que comenzó el 24 de marzo de 1976

Entre los muchos libros publicados, periodisticos, históricos, académicos o ficciones, publicados a propósito de los hechos acaecidos en 1972, dos se destacan por sobre los demás y se han convertido en clásicos ineludibles para conocer y comprender la naturaleza y el alcance de la masacre. Ellos son «La patria fusilada» de Francisco «Paco» Urondo y «La pasión según Trelew» de Tomás Eloy Martínez.

Memoria de “La patria fusilada”

Juan Sasturain – Página/12 – 22 de agosto de 2002

En los meses y en los años siguientes a la Masacre de Trelew –que así quedó para siempre calificado el fusilamiento de prisioneros tras el masivo intento de fuga guerrillera del penal de Rawson en agosto del ‘72– pasaron muchísimas cosas graves, terribles y jubilosas. No sé si me animo a hablar de todo aquello. Me parece que no. Pero además por entonces se publicaron dos libros sobre el tema: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez, y La patria fusilada, de Francisco Urondo. Y de eso tal vez pueda decir algo.
Recuerdo haber leído los dos, pero de La pasión… me acuerdo menos. El de Tomás Eloy era el libro de un escritor trabajando de (impecable) periodista, un reportaje a la perpleja comunidad en que la Historia había anidado ocasionalmente para poner sus huevos de amor y muerte. Lo busqué de apuro y (todavía) no lo encontré. El que sí tengo a mano es el de Paco, un poco baqueteado pero entero. Y de éste sí –lo compruebo al releer penosamente– me acordaba más. Es también el libro de un escritor y periodista. Pero más que nada el de un militante: Paco lo era.
La patria fusilada es un libro chiquito, de algo más de 140 páginas, celeste, con un dibujo a pluma salpicado de sangre en tapa, un hombre arrasado por la descarga. El pie de imprenta de la edición de Crisis señala: “Primera edición, 15 de agosto de 1973, 10.000 ejemplares; 2da., 30 de agosto de 1973, 5000 ejemplares; 3ra. edición –la que yo tengo–, 17 de septiembre de 1973, 5000 ejemplares”. Veinte mil ejemplares en un mes. Qué bárbaro.
¿Y de qué habla? Buena pregunta, porque es un libro conversado, la transcripción, precisa hasta en el registro de la respiración y los cruces, del testimonio de los únicos sobrevivientes de la masacre de aquella madrugada del 22 de agosto en el pasillo de los calabozos de la Base, cuando los marinos tiraron: hablan María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar, los tres que se salvaron malheridos cuando murieron dieciséis.
¿Cuándo lo contaron? Eso es notable, porque el mismo Paco explica en el arranque las condiciones especiales en que hizo eso que no puede ser considerado un simple reportaje. Fue otra madrugada famosa pero de signo inverso, apenas nueve increíbles meses después, en otra cárcel, la de Villa Devoto: el 24 de mayo de 1973, las vísperas de la asunción del gobierno de Cámpora que liberaría en horas a todos los presos políticos, incluidos los testimoniantes y el entrevistador. En ese contexto, en una celda aislada del júbilo creciente y la expectativa que los rodeaba, esos tres y Urondo –un preso político más por entonces– se sentaron heridos pero oscuramente victoriosos a reconstruir, de una sola sentada de nueve de la noche a tres o cuatro de la mañana, todo el episodio, desde la fuga a la masacre: las circunstancias, el análisis, las sensaciones.
El resultado, con el plus de los dos textos de Gelman que abren y cierran el libro –”Condiciones” y “Glorias”: “oh sangre así caída condúcenos al triunfo”– es absolutamente perturbador. Ya no es como Walsh frente a Livraga quince años antes, hablando con “el fusilado que vive” después de José León Suárez, desayunándose de una historia que le pasaba al lado sin tocarlo todavía. Es Paco Urondo, el poeta que se ha despedido en el memorable “Solicitada” que cierra sus Poemas póstumos del año anterior –”Ya no soy / de aquí: apenas me siento una memoria / de paso. Mi confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está”–, el que indaga en las entretelas de sus compañeros, recoge el testimonio minucioso de las sensaciones que –lo sabemos hoy, lo intuía él– le tocarán vivir a plazo fijo. Así, el pequeño librito celeste tiene, con todo, un tono absolutamente positivo (¡qué palabra imbécil!), terriblemente conmovedor en sus convicciones y, por lo tanto, absolutamente intolerable desde este presente de humillación y fracaso.

Página/12


«Trelew era una de esas ciudades en las que nunca pasaba nada: solo el viento. Los únicos temas de conversación de los vecinos eran las escaleras reales en las mesas de póquer, las películas de la televisión y los nacimientos de elefantes marinos en la península Valdés durante la primavera. Por las tierras amarillas del sur de la ciudad se desperezaba el río Chubut; del otro lado, en el páramo, había colinas bajas y matorrales de molles y jarillas. Nadie hubiera dicho que Trelew, fundada en 1865 por una caravana de expedicionarios galeses, iba un día a vivir historias que calentarían la sangre de la gente.»

Tomás Eloy Martínez «La pasión según Trelew»

Tomás Eloy Martínez – Diario La Nación – 22 de agosto de 2009

Dos veces viajé a Trelew, pero muchas más he escrito, y acaso siga escribiendo, sobre los hechos que investigué y presencié allí durante la primavera de 1972. Esos hechos me cambiaron la vida.

El primero de ellos es conocido, aunque hace sólo cuatro años que la Justicia comenzó a esclarecerlo. El 15 de agosto de 1972, un centenar de presos políticos tomaron el penal de Rawson e intentaron una fuga en masa. Seis de los guerrilleros más peligrosos se le escaparon al presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse en el avión de Austral que habían secuestrado, y pidieron asilo en el Chile socialista de Salvador Allende. Un segundo grupo de diecinueve fugitivos llegó tarde al aeropuerto y se entregó ante un juez y la prensa. El 22 de agosto todos fueron acribillados en lo que los partes oficiales describían como un intento de fuga. Tres de los diecinueve sobrevivieron para contar cómo habían sido atacados a sangre fría.

El segundo hecho ha caído en un olvido injusto. Es el alzamiento de toda la población de Trelew contra el poder militar que el 11 de octubre arrestó a dieciséis vecinos de la ciudad y los trasladó al penal de Villa Devoto sin explicación alguna. Los habitantes decidieron declararse en estado de comuna y rebeldía para exigir que les devolvieran sus presos. Las manifestaciones duraron tres días y no se acallaron hasta que regresó el último. «Es una historia tan importante que no tiene parangón», dice uno de los protagonistas. «Para mí fue mucho más que el Cordobazo.» La pueblada no dejó tantas consecuencias históricas como la insurrección que comenzó en Córdoba a fines de mayo de 1969 e incendió el país. Pero el entusiasmo de la comparación se explica si se toma en cuenta que en Trelew se alzó casi un tercio de la población: nueve mil de los veintiséis mil habitantes de entonces. En la Patagonia, donde abundan las historias trágicas, son raras las epopeyas que dejan en el tiempo un eco de justicia.

En 1972, la mayoría de los habitantes de Trelew se había desterrado a ese confín de la yerma llanura patagónica para huir de una vida sin horizontes en las oficinas de la pampa húmeda. Llegaban en lentas ráfagas desde La Plata, Buenos Aires, Rosario, Río Cuarto, sin querer cambiar la vida de nadie y sin esperar que nadie cambiara la de ellos. El mar, en Puerto Madryn, estaba -está- a setenta kilómetros; la capital, Rawson, a veinte. «Vivimos sin familia, pero también sin pasado», dijo entonces la médica Celia Negrín. Al llegar aquí nos pusimos otro cuerpo.»

La paz era tan cotidiana como las chacras del valle o los corrales de ovejas. No había memoria en Trelew de una huelga violenta, de una manifestación popular, de una vidriera rota. Pensaban que, en esa telaraña de quietud, los grandes acontecimientos los dejarían siempre a un costado, pero la historia los alcanzó cuando menos la esperaban.

A mediados de 1971, la dictadura de la Revolución Argentina envió los primeros presos políticos a la cárcel de Rawson. Tras ellos llegaron los familiares, que comían y dormían en Trelew. De tanto ir y venir comenzaron a anudar amistades con los residentes. «Descubrimos que se parecían a nosotros», dijo luego Celia. «Eran técnicos, profesionales, comerciantes con ropas normales e ideas normales.» Cuando las visitas terminaban, los parientes rogaban a quienes vivían en Trelew que no dejaran solos a sus presos, que les llevaran cigarrillos, chocolates y ropa. Lo hicieron por primera vez un jueves, día de visitas. Y el siguiente. Y el jueves de más allá. Hasta que se convirtió en una costumbre, en algo que también ellos necesitaban.

La madrugada del 22 de agosto, en Buenos Aires, el redactor que cubría la guardia nocturna en la revista Panorama me llamó por teléfono para decirme que estaban llegando cables de la agencia Télam en los que se hablaba de un enfrentamiento en la base naval Almirante Zar, donde estaban presos los guerrilleros que una semana antes se habían rendido en el aeropuerto. Los cables se sucedían, contradiciéndose tanto que no se podía armar con ellos una historia verosímil. El gobierno militar exigía, sin embargo, que se publicara sólo la versión oficial. Como pude, traté de dar coherencia al relato de un tiroteo con un saldo impreciso de guerrilleros muertos y heridos, y ningún lastimado entre los custodios. Escribí: «Cuando un Estado elige el lenguaje del terror, destruye todo lo que le da fundamento -instituciones, valores, proyectos de futuro- e impregna de incertidumbre la vida de los ciudadanos». El entonces capitán de navío Emilio Eduardo Massera llamó al dueño de la empresa que editaba la revista y le exigió que me despidiera.

Algunas semanas después, ya sin trabajo, decidí viajar a Trelew para desentrañar la verdad de los hechos. Llegué a comienzos de la primavera, cuando el tiempo es soleado y el viento amaina. Fui testigo de la rebelión popular con que los habitantes respondieron al allanamiento de un centenar de casas y a la detención de dieciséis ciudadanos de todos los signos políticos, en su mayoría apoderados de los presos. Hubo una huelga general, desautorizada por el sindicalismo, afín entonces al gobierno militar. Dos manifestaciones salieron de la plaza principal hacia los barrios más pobres, donde se movilizaron otras siete mil personas. Los abastecimientos, la limpieza, la medicina y hasta las canciones fueron socializadas por aquellos buenos burgueses que sólo querían vivir en paz y a espaldas de la política.

Conté esa historia en La pasión según Trelew , un libro que apareció a fines de agosto de 1973 y que alcanzó cinco ediciones antes de que fuera prohibido y hasta quemado en la plaza de una guarnición cordobesa. Volví a contarla en el año 2007, cuando el juez federal Hugo Sastre me tomó declaración en la causa que investiga la matanza de los guerrilleros y que produjo, un cuarto de siglo más tarde, los primeros detenidos.

El capitán Luis Emilio Sosa, principal sospechoso de la autoría de los hechos junto con el prófugo -radicado en Miami- capitán Roberto Guillermo Bravo, se entregó el 12 de febrero de 2008. Durante todos los años en que la Marina lo protegió, se tejieron mil hipótesis sobre su paradero. Cuando yo vivía en Washington lo imaginaba caminando por los alrededores de la agregaduría naval argentina, que figuraba como su último domicilio. Allí, cerca de Dupont Circle, estaba mi librería favorita. Nunca lo vi. El azar quiso, sin embargo, que su detención sucediera a cien metros de mi casa, en la avenida Pueyrredón de la ciudad de Buenos Aires. Debí de pasar cerca de él infinidad de veces, pero ahora el abismo de los años me impedía reconocerlo.

Antes de que apareciera Sosa, la causa había producido otras dos órdenes de captura: la de los capitanes Hugo Paccagnini, jefe de la base Almirante Zar en 1972, y Emilio del Real. Los siguieron el cabo Carlos Amadeo Marandino, integrante del grupo que acribilló a los prisioneros; el contraalmirante Horacio Mayorga, responsable de las bases navales en la Patagonia. Las novedades que surgieron a partir de sus declaraciones y, sobre todo, de la investigación de Sastre y el fiscal federal de Rawson Fernando Gelvez se incluyen en la nueva edición de La pasión según Trelew. Allí son el nudo de un epílogo riguroso escrito por Susana Viau: «El regreso de los hechos».

Trelew ya no se parece en casi nada a lo que era hace treinta y siete años, cuando la vi por primera vez. El aeropuerto se ha mudado; el viejo, preludio de la tragedia, se ha convertido en un Espacio de la Memoria. La población se ha multiplicado por cuatro: los habitantes son casi cien mil ahora. En el centro abundan los cafés, los negocios atareados, los turistas que tratan de acercarse a las ballenas en el océano próximo. Pero, como reconstruye Susana Viau, las marcas del 22 de agosto y del levantamiento de octubre han quedado para siempre.

Al menos una vez a la semana, algunos de los antiguos apoderados se reúnen en los salones del Touring Club, al que llaman «el living de Trelew». Siempre pasa la luz de algún recuerdo para los que han desaparecido, como Angel Bel, o han muerto, como Mario Abel Amaya, quien durante la última dictadura fue sometido en la prisión de Rawson a vejaciones y torturas atroces. O los que ya no están: Luis Montalto, Beltrán Mulhall, Horacio Mallo, Silvio Grattoni, Manuel del Villar, Francisco Sánchez, Rodolfo Miele. Algunos se han mudado: Isidoro Pichilef, Manfredo Lenzian, Santiago López, Margarita García. Ellos y los que permanecen en Trelew -Cristina Pereyra, Encarnación Díaz de Mulhall, Gustavo Peralta, Celia Negrín, Hilda Fredes, Elisa Martínez, Celia Lema- han sido protagonistas y narradores de una historia que los alcanzó muy lejos, al sur del sur, y que hoy es parte del relato nacional.

La Nación


Entrevista a los sobrevivientes de Trelew

Por Paco Urondo (Fragmento del libro «La patria fusilada»)

María Antonia Berger, Alberto M. Camps y René Haidar, son los únicos sobrevivientes de la masacre del 22 de agosto de 1972 en Trelew, Argentina. En la noche del 24 de mayo de 1973, los presos políticos de Villa Devoto ocuparon las plantas celulares, hicieron pintadas, confeccionaron banderas y se prepararon a salir en libertad. Desde las 9 de esa noche hasta las 4 de la madrugada del 25, en un clima de fiesta creciente -insomnio, canciones y consignas-, Francisco Urondo recogió estos testimonios en una celda del celular Nº 2. Estos testimonios integran el libro La patria fusilada.

ALBERTO MIGUEL CAMPS: Otra cosa que indudablemente estaba dentro del plan de la masacre en la Base de Trelew, era que los cuatro turnos de guardia que había, dividían el día en pedazos de 6 horas, pero el capitán Bravo se las arreglaba siempre de noche. La mayor parte de las guardias las cubría él, con su equipo, las nocturnas y las diurnas. Prácticamente yo diría que dormía un turno, seis horas, y después estaba todo el día.

¿Vos creés que tenían ya la orden de fusilamiento? 
A.M.C.: Pienso que la fueron madurando ahí mismo.

¿No les parece que fue determinación de afuera? 
A.M.C.: Sí, porque la Junta de Comandantes se reúne la víspera.

RICARDO RENÉ HAIDAR: Ahí yo creo que hay varios elementos, aquí, en el marco general de estos bichos. Por un lado, la masacre es un acto premeditado pero no es inmediato a la fuga, sino que es algo que ellos lo elaboran después de analizar una serie de cosas entre las cuales se cuenta la actitud del gobierno de Chile, si daba o no asilo a los compañeros. Y por otro lado, y fundamental, las relaciones con el general Perón. En ese momento se estaba un poco definiendo el límite del plazo dentro del cual el general Perón, para ser candidato, tenía que regresar. Realmente ellos creían que la jugada de la cláusula del 25 de agosto era una jugada muy importante, un poco una clave dentro del proceso electoral. Para limitar de hecho y legalmente, para ellos legalmente, la candidatura de Perón en un acto eleccionario.  Así, mediante una masacre de ese estilo, o mediante un acto como el que luego hicieron, pueden haber pensado varias cosas: que si el General Perón tenía intenciones de regresar, con ese hecho podían intimidarlo; que eran capaces de asesinar para mantenerse en el poder y que tenían poder para asesinar, para hacer una cosa de ese estilo impunemente. Por supuesto, ya el General Perón había dejado en claro que él iba a volver cuando se le diera la gana y cuando estuvieran dadas las condiciones. Pero seguía especulándose, es decir, la perspectiva de que el General Perón volviera no había desaparecido; hasta el último día de ellos no tenían la certeza de nada.

MARÍA ANTONIA BERGER: Yo lo completaría con algunos otros elementos. No los doy en orden, pero los voy a ir señalando. Sabían quiénes eran, la calidad de los compañeros que estaban fugados y que eran realmente un grupo de rehenes que lo podían jugar muy bien. Eso, por un lado.

¿Los que estaban adentro? 
M.A.B.: Sí. Habían tenido tiempo de estudiar quiénes eran los que estaban en su poder. Por otro lado, siguiendo con tu análisis, te voy a dar otro elemento: creo que uno de los objetivos del GAN consiste también en aislar a Perón de la guerrilla y a la guerrilla del pueblo. Un poco cuando hablamos de ese trípode que lo constituyen Perón, el pueblo y las organizaciones armadas, con un golpe así a la guerrilla, y unido a eso, creo que el poder militar quería mostrar lo que evaluaba como incapacidad de respuesta en ese momento, tanto de las organizaciones como del pueblo. Pensaban que esa acción punitoria contra la guerrilla iba a alejar a la guerrilla del pueblo, un poco porque la guerrilla no estaba en condiciones de responder inmediatamente. Eso se demostró en los hechos, nos golpearon y no pudimos en ese momento mostrar una capacidad de respuesta inmediata. También estaba la incapacidad que se tenía en ese momento de generar movilizaciones para denunciar un hecho así. Pienso que era una de las cosas que el poder militar evaluó con la guerrilla. Es cierto que se estaba en un momento bastante crucial, que no se sabía lo del 25 de agosto, un momento de desconcierto.

Vos lo que decís es que ellos evaluaron que las posibilidades de reacción inmediata eran prácticamente imposibles, que en alguna medida era cierto, pero creyeron que la no reacción inmediata suponía una neutralización. 
M.A.B.: Claro, y el hecho de que nos podían golpear así, iba a ser un desprestigio que lo podían superar rápidamente. Y sobretodo pienso que era separarnos a nosotros de Perón y del pueblo.

Considerando la posibilidad de miedo por parte del pueblo y la posibilidad de romper el proceso electoral. 
M.A.B.: Aparte que lo obligaban a Perón a definirse de alguna manera. Pienso que son todos los elementos que se juegan a nivel de decisión y que lo deben haber estudiado.

Con el aporte de las ideas que se iban madurando en la Base seguramente. Digo, como conjetura. Un análisis político, por un lado, y por otro lado, el aporte de estos señores que tenían la relación directa con ustedes. 
M.A.B.: Yo creo que esto lo vinieron madurando desde bastante antes.

A.M.C.: Conversando con compañeros que habían sido detenidos en Trelew después de la masacre, y que estuvieron acá en Villa Devoto, se rumoreaba que la orden que ellos habían recibido, que había partido de la Junta, era arrasar con el Aeropuerto, que un poco fue uno de los elementos que hizo que la entrega fuera inmediata. Se evaluaba que era necesario hacer una entrega antes de que llegaran las órdenes de la Junta. Un poco el hecho de que ese grupo de la Marina, a la mañana, ya estuviera avanzando sobre el aeropuerto, o sea que la idea de exterminio estaba jugando antes de la masacre. Aparte, es lógico por toda una serie de hechos anteriores: se ve que dentro del GAN una de las piezas importantes es, si bien no terminar con la guerrilla, darle golpes lo más demoledores posible; por eso muchos compañeros, al ser arrestados e identificados, eran asesinados. Directamente, o rematados.

La aplicación de la pena de muerte, el remate de compañeros heridos en operaciones. 
R.R.H.: Desde mucho antes esto viene pasando.

A.M.C.: Pienso que es parte de una política, que alcanza en Trelew su más alto grado. O sea que esos elementos jugaban indudablemente, no es un hecho totalmente aislado, una represión específica a la guerrilla.

M.A.B.: Yo diría no solamente una represión específica a la guerrilla, sino a todo un sector del pueblo, o que surge del pueblo, tratando de expresar su descontento, porque no solamente es contra la guerrilla sino también con las movilizaciones sindicales.

Como cae Jáuregui, por ejemplo, o como caen los compañeros anónimos, todos los días, en las villas miseria. Es decir, que todo interés defendido por alguien, que pertenezca a una clase popular, recibe ese tratamiento. Digamos que la masacre que se va a producir está encuadrada dentro de una política de exterminio concreto y de intimidación a través del asesinato, que produce el régimen tranquilamente, desde muchos años atrás. Del 16 de junio del 55 en adelante. 
M.A.B.: Es toda la violencia en su forma más descarada.

R.R.H.: Forma parte de una política. Al saber ellos la gente que tienen en la Base, piensan «le damos un fuerte golpe a la guerrilla». Una política de desarmar a los grupos embriones de vanguardia. Porque sabían el peligro que implican. Yo creo que eso constituyó un ejemplo claro de lo que fue el GAN. El GAN no fue lo que declaró últimamente Lanusse, en los meses de abril y mayo, después del triunfo del pueblo. El GAN fue una serie de maniobras maquiavélicas, montadas con todo cinismo y con el claro fin de engañar nuevamente al pueblo; de la mejor manera posible, eso sí. De la forma más sabia, tratando de lograr así el desplazamiento de Perón y la integración del peronismo al sistema. Eso está clarito porque ahí se conjugan dos cosas: la represión violentísima, el asesino impune, por un lado, en la represión a la guerrilla, y la represión al pueblo, porque la guerrilla no es sino la expresión política del pueblo en condiciones de represión y opresión extremas. Por otro lado, la maniobra política, el tan mentado «juego limpio» en el cual se proscribe al general Perón de una manera «legal».

La proscripción aparece como elemento que reemplaza a la posibilidad de complicidad de Perón con la traición al pueblo. No te olvides que la política del GAN se desencadena con el primer viaje de Paladino a Madrid, donde la misión que tiene, según se dice, es pedirle a Perón la desautorización de las formaciones especiales, cosa que Paladino no trae.
M.A.B.: Yo creo que todos los elementos que acá estamos señalando muestran la faz represiva del GAN: a parte de ser una instancia que corresponde a un poder que representa determinados intereses, yo creo que con respecto a lo que fue Trelew, es una maniobra muy vinculada a un política.

No es un acto de histeria, digamos. 
M.A.B.: Pienso que ahí si corresponde eso de que nosotros no evaluábamos bien de qué manera esa medida del GAN era la medida de un enemigo ya en retirada en aquel momento; como lo vemos ahora con mucha más claridad. Trató así de separarnos de Perón, impidiendo toda posibilidad de encuentro, que es lo que se dio en los meses posteriores; la unidad entre el pueblo, las organizaciones armadas y Perón. Creo que tienden directamente a eso.

Ahora, también hay ahí un problema que es el tiempo récord en que las formas de lucha, el grado de violencia como el que expresa la guerrilla, son aceptados popularmente. Creo que los militares nunca supusieron que el pueblo lo iba a aceptar, porque ellos creían que esto no era producto de un proceso que el mismo pueblo venía haciendo, sino algo que venía de afuera. Por el hecho de que la extracción se clase de mayor parte de los compañeros de la guerrilla no pertenecía al pueblo, pensaron que el pueblo iba a rechazarlos, porque parecería que hay ignorancia en el problema ese de la diferencia que hay entre extracción de clase y pertenencia de clase. Entonces creyeron que era algo de afuera y que el pueblo no lo iba a aceptar. Y en tiempo récord lo aceptó. ¿Por qué? No porque la guerrilla sea fabulosa, no porque el pueblo sea fabuloso. No, sino porque el pueblo mismo tenía experiencia de violencia y de lucha que venía haciendo por sí solo. 
A.M.C.: Eso estaba fuera de los cálculos de estos señores.

M.A.B.: Eso creo que fue el gran error de ellos, o uno de los errores, y también pensar que Perón se vendía por una presidencia, una cosa así, que lo estimaban muy cortamente a Perón y a todo lo que significaba el movimiento peronista. Ese creo que es uno de los errores, no ver qué tipo de contendiente tienen en Perón.

Precisamente, siempre en sus análisis, en sus proyectos políticos, aún en los más sagaces como fue el GAN, subestimaron la envergadura política de Perón y la presencia del pueblo con toda su experiencia. Esto es bastante claro. 
M.A.B.: Sí, creo que subestimaron claramente el grado de incidencia que tenía la guerrilla en el pueblo. Creo que lo demuestra la reacción, que fue unánime, de repudio a la masacre.

Además, en la campaña es una de las consignas principales de la lucha electoral que reúne a seis millones de votantes, es decir, a más del cincuenta por ciento de los electores argentinos: «Ya van a ver, ya van a ver, cuando venguemos a los muertos de Trelew» es una de las constantes de una campaña que se caracteriza no por sus discursos sino por las consignas, y ésa fue una de las principales, en una campaña que se apoyó en consignas y no en discursos. Bueno, volvamos a esos días. Creo que queda claro el sentido político; creo que está completa la explicación política de la masacre. 
M.A.B.: Creo que lo tendríamos que ver con un poco más de profundidad porque nunca lo hemos analizado así a fondo, yo creo que es la primera vez.

R.R.H.: Se ha dicho que la masacre de Trelew fue una decisión de la Marina, que Lanusse tuvo que asumirlo o tragárselo en contra de su voluntad o sus deseos de hacerlo. A mi me parece que, en ese sentido, no es cierto; la decisión fue una decisión conjunta, con total acuerdo. No fue un acto de delirio de Mayorga ni de ningún descolgado de la Marina, sino que fue un hecho de conjunto.

Es decir que adoptaron una política como decían ustedes recién. 
M.A.B.: Ahora, lo que sí, les costó mucho instrumentarlo. Yo, lo que no sé, es si ya lo tenían pensado desde un principio o no.

Creo que es un poco anecdótico conjeturar si lo tenían pensado desde un principio o no. A lo mejor se les ocurrió de entrada o no; lo que sí, fueron consecuentes con su política. 
A.M.C.: Supongo que uno de los elementos que es necesario rescatar -indica la mala evaluación que hacían de esta guerrilla-, es la reacción popular frente a la masacre; y que yo pienso que ya empieza a marcar esa retirada. Porque, a partir de entonces, se empiezan a dar una serie de hechos que articulan las movilizaciones y el accionar de la guerrilla, la táctica de Perón que culmina con el 11 de marzo. Habría que empezar a analizar toda otra etapa, lo que ahí comienza.

Algunos compararon Trelew con Moncada. El Moncada nuestro. 
A.M.C.: Indudablemente, el régimen comete un error basado en caracterizaciones incorrectas.

R.R.H.: Es decir, es una síntesis. Más que valoraciones incorrectas, pasa que ellos no están en condiciones de producir otra cosa. Recurren a los elementos que tienen como clase. Tienen una visión totalmente errónea de lo que es el pueblo. Recurren a la utilización de la fuerza, de una violencia indiscriminada, que es su forma de mantenerse en el poder; no tienen una práctica de convicción, de persuasión, sino todo lo contrario: su experiencia de poder es una experiencia de fuerza, no es otra. En otro aspecto tienen necesariamente que fracasar, en el aspecto del análisis, del conocimiento del pueblo, el conocimiento del mismo Perón, es imposible que lleguen a comprender cuál es el manejo del General Perón. Es totalmente imposible. En ese sentido están totalmente en desventaja, qué diablos van a comprender ellos.

Si entendieran algo, producirían otro tipo de política y dejarían de responder a un interés de clase automáticamente. 
M.A.B.: Pero vos fijate que nosotros, en un principio, cuando analizamos el GAN, decíamos qué inteligente, sobreestimábamos su capacidad. Creo que así como los sobreestimábamos a ellos, subestimábamos al movimiento. Porque nosotros teníamos también un desconocimiento de lo que era el movimiento y del grado de desarrollo de su conciencia.

Más que subestimación entonces, sería un desconocimiento. 
M.A.B.: Sí, pero ese desconocimiento te lleva implícitamente a un acto de subestimación.

R.R.H.: Yo pienso que en análisis que hacíamos nosotros del GAN, decíamos qué inteligente o qué sutil, como habías dicho vos, la maniobra, porque aparecía montada y había elementos dentro del peronismo incluso, que se prestaban para esa política. Y nosotros sabíamos que debíamos combatir a esos elementos; y en el enfrentamiento, se fueron derrotando. Fuimos derrotando a la represión, pero quiero dar a entender que se fue saliendo al paso al plan del enemigo, y así como en aquel entonces nosotros no visualizábamos las elecciones, o mejor dicho, las visualizábamos como tramposas -porque había sido la salida que eligió el enemigo, con las características que el enemigo quería darle-, era lógico nuestro alerta sobre el problema y estábamos dispuestos a darle batalle. Pero pienso que si bien el enemigo hizo evaluaciones incorrectas, por ejemplo la caracterización de Perón (ellos pensaron que se iba a vender por el uso del uniforme y los sueldos atrasados), había otro elemento, como sectores traidores del movimiento dispuestos a servir de base a esa política, a los que había que combatir, ¿no?, y habrá que seguir combatiendo mientras existan. Incluso nuestra visualización del GAN en aquel momento respondía a que ese juego de cosas todavía no se había puesto en movimiento totalmente. Insisto, a partir de agosto por utilizar como mojón la masacre, se dan una serie de hechos que tienen una importancia terrible para esta batalla, como es por ejemplo, el 17 de noviembre.

Sí, la graficación de eso es que ustedes a menos de un año, a nueve meses de la masacre, de sobrevivientes casi accidentales de la masacre, hoy en Villa Devoto, en las vísperas de que asuma el gobierno popular, están esperando que venga todo el pueblo concretamente a sacarlos. 
M.A.B.: Cosa que no concebíamos ni en los cálculos más optimistas.

R.R.H.: La vez pasada, leyendo los titulares de un diario había uno que decía: «El juego pendular de Lanusse». Yo pensaba, cómo son Perón y Lanusse las dos contrapartes; si uno jugaba en una forma pendular en lo político, el otro tenía que hacer lo mismo, necesariamente. Lo que pasa es que el general Perón tiene mucha más antigüedad que Lanusse en el juego pendular.

M.A.B.: Lo que pasa es que el juego pendular de Lanusse es una cosita…

Este no es un problema de simetría sino un problema de dialéctica. 
R.R.H.: Me inclino a pensar que el que llevaba la manija era el general Perón.

M.A.B.: ¡No tenemos líder, eh!

Volvamos a Trelew. 
A.M.C.: Durante esos días, aparte de la figura del capitán Bravo, que se destaca, como te decía, inmediatamente, hay algunos hechos que de alguna manera preanuncian, que pueden servir de elementos para juzgar que el plan estaba diseñado ya un par de días antes. Era lo que vos contabas los otros días, el día en que apagan las luces del pasillo.

M.A.B.: Es una noche en que nos sacan los colchones a la una de la mañana, apagan las luces del pasillo y se oyen movimientos raros de armas, risas. Decían «bueno, vamos ahora», «no, no» y cosas así. Era una situación no común, aparte de que había gente extraña que circulaba por los pasillos. Antes, cuando había habido luz, habíamos vistos tipos, caras nuevas.

¿Uniformados? 
M.A.B.: No, no. Es decir, van a ser los que nos interrogan, porque esto culmina con un interrogatorio, que para ellos es el primer interrogatorio y para nosotros el segundo. Nosotros le preguntamos a un suboficial qué pasaba y él nos hacía la seña con el dedo como que van a tirar. Como que la cosa viene pesada. Entonces nosotros lo que supusimos era que iba a haber un simulacro de fusilamiento, lo charlábamos entre nosotras, yo estaba con la Sayo Santucho y con la Susana Lesgart y ya dijimos «bueno, ahora en cualquier momento estemos pensando que van a tirar tiros», incluso decíamos «cualquier cosa, nos ponemos cuerpo a tierra y no nos asustemos». Estábamos un poco, no digo que asustadas, pero sí bastante tensas con la situación. Y en un momento vos sabés que incluso sacan los candados, hacen un movimiento con los candados. Lo que yo evalúo es que nos abrieron los candados, pensando que por ahí nosotros intentábamos salir, porque hicieron mucho juego con los candados. Y vuelve a pasar ese mismo suboficial y le volvemos a preguntar «qué pasa» y nos sigue haciendo esa seña, y se oye que cargan y descargan las armas, y después no pasa nada. Después nos interrogan. Yo pienso que, en aquel momento, también ya se les ocurría eso, pudo haber sido un intento de que nos rebeláramos, porque aquella noche, no sé si se acuerdan, nos verduguearon como locos, nos tuvieron toda la noche apoyados contra la pared y sin dejarnos dormir.

¿Afuera, en los pasillos? 
M.A.B.: No, no, adentro. Nos provocaron mucho, mucho. Me acuerdo que se ponían en el pasillo con un pito y nos ordenaban que nos pusiéramos contra la pared, que nos paráramos, nos sentáramos, nos paráramos, nos sentáramos, así toda la noche.

R.R.H.: Y vos decís que ellos ya tenían alguna decisión sobre…

M.A.B.: Mirá, yo creo que nos estaban provocando.

R.R.H.: ¿A qué hora fue eso?

M.A.B.: Eso fue cuando el primer interrogatorio, unos dos o tres días antes. Después, a eso de las cuatro de la mañana, nos empiezan a sacar y a interrogar de a uno.

¿Vos no estabas allí? 
R.R.H.: Sí.

A.M.C.: Lo que pasa es que Haidar y yo estábamos en las últimas celdas. Realmente había diferencias entre la visión que vos tenías de los marinos que nos custodiaban; generalmente, al fondo llegaba poco de todo esto. Yo, por ejemplo, esa noche, me acuerdo que pensaba «puta, el jueguito que se inventó este Bravo para jodernos», porque nos poníamos a cabecear con Delfino cuando hacían silencio, y de pronto aparecía el suboficial tocando pito adentro de la celda, a través de la ventana. Es decir, cosa de joderte, dejarte entrar en sueño y despertarte.

El historiador

 

 

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