La vida en las calles de Quito

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Andrea Barrionuevo es una fotógrafa quiteña que se dedica a retratar la vida en las calles de la capital ecuatoriana para exponerlas en redes sociales y demostrar el esfuerzo del trabajo de las ‘caseras’ y ‘caseros’, como se conoce en Ecuador a los vendedores ambulantes.

“Yo también he sido caserita”, dice mientras frota con su mano izquierda los colores que lleva tatuados en el brazo opuesto y luce una sonrisa que no se borra durante toda la entrevista concedida a esta agencia.

“Si tengo que encasillarse en algo me encasillo en la fotografía de calle, puedo hacer fotos de lo que me pidan, de prensa, de bodas, de retratos, pero el tema de hacer fotos en la calle para mí es muy importante porque también pienso que estas personas que trabajan duro en la calle tienen una vida agridulce, y el hecho de darles un espacio en  los medios de internet, redes sociales y todo ese asunto, muchas de estas personas no tienen redes sociales”, relata.

 

El Panecillo, tradicional sector capitalino retratado en un atardecer.

Andrea multiplica la palabra “caseras”, y la usa en referencia a comerciantes ambulantes, niños trabajadores, músicos callejeros, mendigos, artistas y todos los personajes que forman parte de la realidad que ella pretende mostrar a sus seguidores.

Utiliza como plataforma las redes sociales. Abrió en Instagram un espacio titulado ‘Quito Calle’ como un proyecto personal, con un hashtag que inventó y bajo el que publicó 100 fotografías. Luego extendió su alcance a Facebook.

“Más gente vi que se empezó a sumar al hashtag y a usarlo, entonces de esa manera uno comparte las fotografías. Comencé a usar fotos de otras personas y a compartirlas también. Así ha ido creciendo esto todos los días”, relata.

 

La cotidianidad de las calles quiteñas es captada en el lente de Andrea.

Le alegra que “mucha gente recuerda a los ‘caseros’” expuestos en sus plataformas, algunos le escriben para comentar que en tal foto hay algún detalle de su memoria, otros se comunican desde fuera del país con nostalgia.

“Mi padre me regaló una cámara de rollo cuando tenía seis años y desde entonces yo tomaba todas las fotos de mi familia. Todo el tiempo estoy echando fotos de lo que sea”, relata la joven, quien a sus 17 años entró a estudiar fotografía en la Alianza Francesa de Quito.

Suele organizar sus trabajos por series, “en unas están (personas) dormidas, en otras están en sus puestos, tengo series de perritos, de paisajes”.

Esta artista del lente titula sus retratos con alguna expresión que describa el momento. A veces son frases que escucha de los mismos personajes, la parte de alguna canción, un detalle que resalte en sus composiciones o la simple descripción.

La forma de relatar su trabajo da cuenta de la pasión que despierta en sí la emotividad de sus personajes.

Recuerda como su foto “más fuerte” la de un bebé durmiendo en el filo de la calle y tapado con cartones mientras los automóviles pasaban raudos a pocos centímetros de su cabeza.

“El bebé estaba completamente solo, abandonado, y sí era una situación impactante, esa foto es de las que más me agradan y me desagradan”, describe.

Para ella “la idea es siempre tener la foto”. Por momentos extraña las fotos perdidas, aquellas que fueron de momento, justo cuando no tenía a mano la herramienta o no alcanzó a sacarla a tiempo, o aquella que se perdió de alguna memoria digital.

Una serenata quiteña en un local del centro histórico.

Su madre, Dolores Páez, siempre la apoya, está con ella los fines de semana y salen “a dar vueltitas» por todos los rincones de la ciudad.

La prognitora recuerda como anécdota que en unas fiestas de fundación de Quito, durante una carrera de coches de madera (tradición capitalina), Andrea estaba tomando fotos casi al final de la competencia y un coche se fue contra ella. La golpeó y la hizo dar una vuelta completa.

Ese accidente le costó a Andrea la integridad de su párpado derecho, y tuvo que hacerse tratar con un cirujano privado para que no quede cicatriz.

Cuenta la fotógrafa que no puso las manos para protegerse, pues en el instante preciso del golpe únicamente pensó en que no le pase nada a su cámara, a la que considera su pasión y su vida y con la que espera seguir retratando la vida de las calles capitalinas.

Andes

 

 

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