Pop latinoamericano

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Decir imágenes en un mundo de imágenes, tal vez, tendría sabor a poco. El acto de construir una colección contemporánea plantea varios de-safíos. Dar batalla al embotamiento de la capacidad de percepción, poner en valor situaciones plásticas y conceptuales en medio del permanente dinamismo que la tecnología y las redes sociales imponen a nuestra vida diaria, en la que cada persona es un fotógrafo en potencia y cada ciudadano un posible comentador de la realidad, tras miles de años de historia del arte. Por otra parte, la intención de que la colección presente un estado fiel del estado de situación del arte latinoamericano actual, sin caer en previsibles regionalismos y clichés de corte folklórico, interpretando una geografía como un multiterritorio.

El generoso espacio de Proa simula ser un teatro, bajo los efectos del montaje de la exposición que requiere de responsables de idea y proyectos (Hans Michael Herzog), curadores nacionales (Rodrigo Alonso) e internacionales (Katrin Steffen), organizadores, investigación, producción, montaje, conservación, diseño de imagen, educadores y asistentes de montaje. Un espectáculo que abarca cinco salas que bordean el río.

Latinoamérica aparece como una mezcla picante construida por voces, filmaciones, instalaciones y fotos en la que el poder, la memoria, la opresión, la sexualidad, la muerte, la lujuria, la pobreza, la ironía y lo absurdo están presentes.

Daros Latinoamérica fue fundada en el 2000 por la coleccionista suiza Ruth Schmidheiny, tiene sede en Zurich y Río de Janeiro, y realiza desde hace dos años exposiciones con obras de su propia co-

lección a lo largo del mundo. Es una de las colecciones más nutridas de América latina, con más de mil obras de más de cien artistas, de todos los medios y géneros, creados desde los años 60 hasta la actualidad.

El criterio de selección que sostiene la colección “no es el de una totalidad enciclopédica, sino el de la convincente fuerza expresiva y la relevancia del arte, sea dentro del conjunto de la obra de un artista o en su contexto histórico. Por eso, en ellas se integran obras que pueden ser leídas en los niveles más diversos: obras que evitan la anécdota local o pasajera; obras en las que medio y contenido se vinculan para producir sentido; obras que tengan por tema las profundas relaciones estéticas, sociales y humanas”.

La primera sala introduce el debate sobre la conciencia de la propia obra y sobre lo genuinamente latinoamericano: la articulación entre el poder, la creación artística y la vida es presentada en obras en las que la tensión política deviene tensión estética.

Da la bienvenida una obra del rosarino residente en Nueva York Fabián Marcaccio, con la bandera argentina: “De la furiosa agresión a la decoración”, pintura tensada en el/al borde de la instalación, con pigmentos, aceite, cobre, metal y nylon sobre tela sintética. Será la única tela que veremos y que marca el comienzo de un recorrido en el que la crisis de la pintura queda latente en forma de pregunta, y en la que la tensión estética no es independiente del discurso político, particularmente de los emblemas patrios.

Allí están, a su derecha, erguidos aunque ya transparentes, los símbolos de la Iglesia Católica materializados en vidrio soplado, artesanía típica mexicana, país en el que nació la artista Teresa Serrano.

Al lado, El capital/Manuscrito Siniestro, de la joven colombiana residente en Amsterdam Milena Bonilla, quien reproduce enteramente con su mano izquierda la monumental obra crítica del capitalismo escrita por Marx.

En la segunda sala predominan las referencias al mundo y la vida cotidiana, articuladas con lo social, con pequeños indicios del horizonte en el que se inscriben: un gran ropero de madera antigua, recubierto por pesado cemento, que en un falso gesto invita a abrir aquello que está clausurado, historias que de tan guardadas terminan ocultas, de la escultora colombiana Doris Salcedo. Aquello que se supone nos acompaña de forma cálida y funcional se transforma en un objeto obsoleto que roza lo siniestro.

Lo enfrenta Someca, del colectivo artístico Los Carpinteros, fundado en 1992 en La Habana, imponente en su tamaño (tres metros de altura) y belleza, aunque sutil en su modo de recordarnos que la memoria es una forma singular y personal de atesorar recuerdos.

A su lado, un video cargado de violencia, del artista colombiano Rosemberg Sandoval, nacido en la montaña y criado en la pobreza, producto de la situación de sus padres, campesinos desplazados. Sandoval presenta Mugre, filmación de su obra performática, en la que utiliza como herramienta un vagabundo para manchar las paredes de un museo, ironizando sobre el papel sacralizado del arte y la pintura abstracta. El brasileño Vik Muniz lo acompaña con World Map, mapamundi construido con desechos tecnológicos, cuestionando también el supuesto progreso del mundo contemporáneo.

La tercera sala es el espacio donde el cuerpo humano, sexualizado, mutilado, deseado y alienado, es el soporte de las marcas sociales. Los retratos de víctimas de la guerrilla en Colombia, posando como un David a pesar de la falta de un brazo o una pierna, insisten en una belleza que puede pervivir aún a través de la violencia y el terror. La concepción clásica de la belleza no se rompe, pero lastima.

Mostrador de boutique – Peletería humana, de Nicola Constantino, ofrece las zonas más sensibles y erógenas del cuerpo humano a la mirada ambiciosa de seguir consumiendo, simulacro y repetición al que estamos acostumbrados, donde conviven con maestría la construcción de objetos de lujo con piel humana.

Lo acompaña Limpieza social, video donde la artista guatemalteca Regina José Galindo se ofrece desnuda para ser humillada y maltratada, y vivir en el cuerpo propio el aplastamiento generado por el goce perverso de otro más fuerte.

Un banco y unos auriculares invitan a sentarse y escuchar la grabación de la mexicana Teresa Margolles (integrante del colectivo Semefo, Servicio Médico Forense), Trepanaciones. Sonidos de la morgue, espacio privilegiado de la artista para hablar sobre la descomposición social, tan patente y corrosiva como la del cuerpo muerto y la vida de la materia cadavérica.

Siguiendo el hilo –aunque con otro tono– el fotógrafo argentino Marcos López presenta Autopsia, foto de la serie Sub-realismo criollo, escena en la que siete hombres caracterizados de médicos y enfermeros junto al perito balístico, miran a cámara emocionados por la cercanía del cuerpo en el que trabajan: una joven desnuda, hermosa, maquillada, mutilada.

Al subir la escalera suena La carrera, de Humberto Vélez, audio en el que se parodia la forma en que los panameños se toman las carreras de caballos, seriamente y comprometidos en su pasión, cuyo diálogo desborda de indicios a las polarizaciones de las clases sociales. One Dólar, Visa Americana, Miss Panamá, Papi Rico, Oligarca, son algunos de los nombres que llevan los respetados añorados caballos.

La última sala es la más lúdica. El humor y la posibilidad de redimir la historia aparecen en Idolo con calavera y Chacmool, del reconocido artista pop colombiano Nadín Ospina, becario de la Fundación Guggenheim, que con sus figuras de piedra de Bart Simpson cita las formas de las culturas prehispánicas con personajes compartidos en la era de la globalización. A su lado, el video de Javier Téllez Carta sobre los ciegos, para el uso de los que ven, en los que un grupo de no videntes reconstruye la imagen de un elefante sin haberlo visto nunca.

La bióloga y escultora panameña Donna Conlon despide con el video Coexistencia, en el que realiza una analogía entre el esfuerzo humano en equipo y el trabajo de las hormigas, en este océano multifacético de registros sonoros y visuales, en el que conviven manuscritos plagiados, serruchos cortando huesos, linyeras metamorfoseando en ángeles, muebles clausurados con cemento y pezones incrustados en carteras. La construcción de un imaginario poético y geográfico, pero sobre todo político, en su proyección social y en su trascendencia estética.

Colección Daros Latin America se puede visitar en La Fundación Proa, Av. Pedro de Mendoza 1929, en la ciudad de Buenos Aires. Hasta el 13 de septiembre.

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