La Flor Azul: Antología de Raúl Orozco

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El libro La flor azul, de Raúl Orozco, es fruto de un doble trabajo intelectual y creativo de David Traumann. Es, al mismo tiempo, una rigurosa y acertada selección o antología de la obra poética publicada por Orozco hasta su fallecimiento, más algunos poemas pertenecientes a un volumen inédito; y también una traducción al inglés (no menos rigurosa y concienzuda) de esos poemas seleccionados, en total cuarenta y uno.

La traducción es algo respecto a lo cual no creo poseer demasiada autoridad o facultad como para opinar taxativamente, aunque mi modesta y particular impresión más bien redunda en el convencimiento de que el lenguaje mismo es ya de por sí una traducción de la experiencia cognitiva, y de que toda experiencia humana es perfectamente traducible a cualquier lengua.

En este caso no puedo dudar que Traumann ha partido de una lectura minuciosa e inteligente de la obra, no solo para acertar en la selección, sino para hacer evidentes, en la versión inglesa, las tensiones más fructíferas de la experiencia poética.

La flor azul (imagen reiterada en partes muy significativas de la obra poética de Orozco) reúne cuatro poemas de Pequeño tiempo (1973), dos de Suprimo mi silencio (1974), seis de Torrente de acero (1991), nueve de Asociación para delinquir y otros delitos (1999), dieciséis de Música de la música (2005) y cuatro del inédito Polvo de estrellas –Imaginaciones verdaderas– (2008), que me atrevo a suponer, Orozco pudo haber dejado inconcluso.

Notas sobre el tema

Poemas

La flor azul es además un título que evoca literalmente tres textos muy importantes para comprender o al menos acercarnos comprensivamente a la poética de Orozco, especialmente a sus poemas que podríamos considerar de madurez.

El primero, “Fe de erratas” (perteneciente a Suprimo mi silencio), es en realidad un poema relativamente primerizo, pero sus características de ars poética inicial o promesa de fe del autor, le otorgan cualidades admonitorias de una actitud y una noción existencial particular, absolutamente comprobable en adelante, a lo largo de la vida y obra del poeta.

Los otros dos pertenecen a Música de la música, en mi opinión el libro culmen de Orozco. Uno es relativamente corto: “Alguien, algún día”, en el que, al igual que en la mayoría de sus poemas, sobrevuela, subyace o persiste su profesión de fe vital y su concepción de la existencia como una persistente fusión de vida y muerte en permanente lucha.

Es un permanente nacer, luchar, cantar, vivir, morir y renacer que se repite infinitamente en la voz del hablante poético, que casi siempre funciona como prefiguración total del individuo y que insiste en revelar, enaltecer y a veces menospreciar la fusión de su destino con el del resto de sus congéneres, hasta fundirse en el vacío de la Nada con el eterno zumbido del Universo.

Si bien tal noción de la existencia, como dije, subyace en casi todos sus poemas, en este, al igual que en los otros poemas aludidos, el hablante nombra expresamente a la flor azul como una alegoría de significancias confluentes.

El otro poema, “Música de la música”, homónimo del libro que lo incluye, es un texto de plena madurez, como lo es quizá también el volumen que lo contiene; el último de sus libros publicados hasta hoy. La música de la música, para el hablante poético de Orozco, es la respuesta nunca encontrada a la pregunta que se hacen los “oscuros sabios” que saben de energías, cuántos y tecnotronías, y que ambiciosos y endiosados, por más que manejen ciencias exactas y manipulen enormes lentes, no logran dar con “el secreto sobre el que se levanta el hombre y los otros seres y las piedras”.

Antes me he referido a la poesía de Orozco tratando de destacar su solidez conceptual, su juiciosa estructuración, así como otros aspectos como la minuciosidad del cálculo prosódico y el encabalgamiento rítmico de palabras en sus poemas, que he calificado también como pequeñas arquitecturas o piezas de carpintería producidas con calculada precisión.

Sin embargo, esas arquitecturas terminan transformándose, flexibilizándose o sensibilizándose ante la emoción y la ternura por las que en realidad fueron creadas; algo que finalmente hace que su poesía alcance un sorprendente estado de sensualidad permanente.

Leer a Orozco es acceder a un juego incesante y riguroso con las posibilidades del lenguaje en el ámbito estricto del poema: redimensión constante de las formas del lenguaje común, frecuentes juegos eruditos con la sintaxis (como la aplicación del hipérbaton a circunstancias nada comunes, por ejemplo), utilización discrecional de múltiples ritmos y la también constante alegoría de su disciplinado aprendizaje literario y filosófico, o de su permanente abrevar en los clásicos, especialmente en la poesía española del Siglo de Oro, pero también en los grandes paradigmas de la poesía moderna.

Nada fácil y poco común el equilibrio que parece lograr Orozco entre el compromiso social y el compromiso estético. Personalmente concibo su obra como la de un poeta humanamente comprometido; una obra llena de sugerencias, alusiones irónicas, metáforas y emplazamientos directos que proyectan un espíritu de incomodidad ante las injusticias fraguadas por el egoísmo a lo largo de la Historia.

Rigurosidad literaria

Su poesía no es del todo experimental, ni programática, ni parece impulsada por algún apresurado afán de modernidad, civilidad o simple denuncia. Es verdad, sin embargo, que su obra transpira y frecuentemente hace estallar una inquietud política beligerante; pero su rigurosidad literaria y su concepción trascendente de la individualidad creativa logran interiorizar esa inquietud (llamémosle “política”, o “social”) en la escritura.

El verbo y la denuncia se hacen una nueva realidad en sus poemas, cuyos ritmos son variables, pero uniformes: pequeñas voluptuosidades armoniosas cuyas profundas preocupaciones temáticas se funden con una coherente voluntad de sentido hasta lograr, especialmente en sus últimos libros, una incuestionable unidad estilística como vehículo para un discurso poético que a la postre trasciende hacia lo metafísico.

Esta selección de Traumann tiene la cualidad de mostrarnos los más destacados y mejor nivelados relieves en la poesía de Orozco; así como la profunda coherencia discursiva que el autor siempre se cuidó de guardar a lo largo de todo su ejercicio poético.

Imposible no apreciar, en perspectiva, la condensada y a la larga fructífera trayectoria humana y literaria de Orozco que Traumann logra mostrarnos en esta antología; un recorrido humano y literario que, si se nos ocurriera leerlo como en la pantalla de un sismógrafo o en el resultado de un electrocardiograma, nos revelaría un patrón de imágenes, palpitaciones y entonaciones que serían más bien el reflejo, o los ecos de una voz que cantó siempre en su círculo más íntimo.

La cantidad de poemas seleccionados de sus tres primeros libros (cuatro, dos y seis respectivamente) es proporcionalmente menor a la de los tomados de Asociación para delinquir y Música de la música, que en total suman 25. Esto se debe, creo yo, a lo que considero la trascendencia metafísica preponderante sobre todo en la obra poética de madurez de Orozco.

Compromiso

Sus poemas iniciales –es verdad– insisten en la beligerancia de sus inquietudes, indignaciones y protestas de índole social o política. Es el lado de su poesía considerado más “de compromiso”. Pero pese a insistir con frecuencia en los términos propios de la lucha política, no deja nunca de circunscribirlos al entorno humano del individuo y sus íngrimas y esenciales aspiraciones, que al final forman parte de una totalidad existencial integrada a su idea del universo.

Con el transcurso del tiempo ese compromiso vino después atemperándose y ascendiendo más bien hacia una visión macro-existencial poseída por una especie de panteísmo agnóstico muy particular.

La selección de Traumann permite ver los coherentes y más constantes vaivenes temáticos y formales en la poesía de Orozco. Valorado ya el tema del compromiso, y distinguiéndolo finalmente del simple afán contestatario con el que muchos quisieron siempre etiquetarlo, quedan otras dos o tres variables confluentes de su obcecada motivación poética.

Antes de abordarlas debo referir brevemente cierto aspecto en las preferencias literarias de Orozco que a algunos críticos de Nicaragua siempre les pareció contradictorio: la presunta influencia –manifiesta en las constantes referencias, homenajes y epígrafes– de autores como Carlos Martínez Rivas y Jorge Luis Borges, que aun en esta estricta antología de Traumann parece hacerse un tanto obvia.

Para algunos puede resultar, en efecto, contradictorio que un poeta asumido como “políticamente comprometido” como Raúl Orozco se adhiera con tanto fervor a la fe literaria o al sentido literario de la vida profesados por figuras como Borges o Martínez Rivas.

Hay poemas que, si bien exhiben cierta revisión o recreación de tropos, dicciones o giros sintácticos de ciertos poemas de Martínez y algún eco (más bien temático) de Borges, lo cierto es que, aunque se tratase de claras influencias, estas deberán ser entendidas como una transmisión (o transformación) amistosa del amor literario.

La abrumadora presencia del amor –dice Harold Bloom– es vital para comprender cómo funciona la literatura. La “ansiedad de la influencia”, en este caso, existe más bien entre temperamentos y circunstancias disímiles, pero coincidentes precisamente en ese legítimo “amor literario” profesado también por Orozco, y seguramente heredado de los maestros que pueblan su particular panteón literario.

Las influencias poéticas –ha dicho también Bloom– funcionan en las profundidades de la imagen y la idea, y producen evasiones (o adhesiones) que sin embargo hacen que esas influencias broten y florezcan.

Es evidente, a la luz de esta antología, que los ejes primordiales que guían los motivos poéticos (y existenciales) de Orozco, además del ya mencionado compromiso terrenal contra el egoísmo y la injusticia, son la muerte, el tiempo y la existencia como un eterno morir y renacer.

Es el infinito ciclo existencial de nacer, luchar, morir, renacer, junto a la conciencia desgarrada y cínica del Yo enunciador de la palabra poética, que atestigua, narra, canta y pontifica sin importar que no lo escuchen.

Meditaciones sobre la vida

Por más políticamente comprometido que haya querido ver la crítica a Raúl Orozco, lo cierto es que sus poemas son más bien “meditaciones sobre la vida”, como llama Bloom a la que considera verdadera literatura.

Además de su pericia retórica y su indiscutible fuerza discursiva, Orozco poseía también conciencia (si bien leve y no tan entusiasta) de la naturaleza ficcional del Yo poético, es decir, de la siempre posible utilización de máscaras o hablantes tras los cuales se oculta el “Yo verdadero” en la poesía.

Esta verdad se revela con claridad en el título, y sobre todo el subtítulo, de su último poemario, hasta ahora inédito: Polvo de estrellas –Imaginaciones verdaderas–.

El título anuncia la continuación o reiteración de los temas u obsesiones poéticas más marcadas a lo largo de su obra, y el subtítulo una creciente conciencia de la ficción, o verdad imaginada, como alternativa a la realidad pedestre: la imaginación literaria como respuesta a la derrota cotidiana y a la ordinariez del mundo.

El Nuevo Diario

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