La televisión como registro de la historia colombiana

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La televisión cumple 61 años. Y ahora es de las pocas memorias colectivas que tenemos como nación.

La única memoria que nos queda se llama Señal Memoria y es RTVC. Y esto que queda es muy bueno porque la televisión tiene valor patrimonial como escenario de registro del presente y testimonio del pasado.

El valor de la TV como fuente para la construcción de relatos históricos y referentes comunes está en que son las imágenes de cómo venimos siendo.

En la ficción (telenovelas y series) se ha creado un modo propio de la nación: primero fuimos universales (grandes autores de la literatura mundial), luego latinoamericanos (Benedetti, Vargas Llosa, Cortázar fueron televisivos), después vino lo nacional (Rivera, Gossaín, García Márquez, Caballero Calderón).

Finalmente, se hizo televisión y llegó lo mejor, que va de ‘Pero sigo siendo el rey’, ‘Gallito Ramírez’ y ‘Escalona’ hasta la gran ‘Café’, que nos llevó del campo a la ciudad, para luego ser hombres frágiles con ‘Pedro el escamoso’ y risa de la apariencia con ‘Betty’.

Y en este siglo XXI reconocimos que somos narco (‘El cartel’, ‘Sin tetas no hay paraíso’ y ‘Escobar’) e ídolos populares (‘La Ronca’ y ‘Diomedes’).

En la ficción se confirma lo que dijo el maestro Jesús Martín Barbero: “En Colombia pasa más país por la ficción que por los noticieros de televisión”. Y la memoria ficción es tan contundente que hemos construido un modelo narrativo marca Colombia y, además, las representaciones en el exterior: somos el país de ‘Café’, ‘Betty’, ‘Pedro’, las tetas y los narcos.

Somos, en memoria televisiva, un país de cuenta-chistes definido por ‘Sábados felices’. No tenemos humor crítico de nosotros mismos, tampoco intentamos el juego de sentidos, nos quedamos en el ‘sexualito’, ‘morbosito’ y ‘grotesco’. No tenemos buen humor, solo arrogancia de las ignorancias.

En lo informativo, tenemos las imágenes posibles del pasado en ese siglo XX que nos volvió violentos por el cinismo de nuestras élites conservadoras y liberales, la barbarie política de acabar con las ideas distintas como las de la UP y la estupidez de la guerrilla jugando a una revolución que ni ellos mismos se creían.

También, la barbarie paramilitar que quería defender el poder anacrónico de los finqueros, la aparición del narco como nueva élite nacional y la corrupción política que se roba todo, hasta el futuro del país.

Esa es nuestra memoria. Eso somos. En eso estamos. Un país político-ladrón-cínico.

Hasta que llegamos a lo de hoy: informativos sin país donde reina la carroña sensacionalista.

La diversidad del país ha pasado por Señal Colombia: ahí aparecen los afros, los indígenas, las mujeres, el territorio.

Ese país del olvido de Caracol y RCN, ese de la gente que sobrevive al cinismo de Bogotá, sus políticos y empresarios.

Señal Colombia es la memoria del otro país: el que vive en el olvido.

En la gestión, debemos recordar, como la democracia del país, pura politiquería: CNTV fue un robo de los politiqueros y ANTV, un cinismo de los ineptos.

¡Qué memoria! ¡Viva la tele que nos la recuerda!

El Tiempo

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