Elorza, un pueblo venezolano con color propio

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El calor es realmente insoportable en el llano. Uno siente que el día te va aplastando hasta dejarte pegado al asfalto. Estoy tan transpirado que un señor me acerca un jugo de naranja por lástima, o porque seguro le parecí muy divertido. Hace un par de horas que estoy caminando las calles de Elorza, en el estado de Apure, casi en la frontera de Venezuela con Colombia. “Esto es lo más criollito del llano” me dice un hombre robusto de bigote de anchoíta. El llano es como la pampa pero en el caribe, un infinito mar de campo con algunas vacas y unos cuantos caimanes que si pueden te comen entero. Ríos bravos como el Arauca. Hombres de pelo en el pecho, sombrero y botas, bastante machitos y con mujeres de intenso mirar pero que guardan toda la ternura en cada sonrisa. Sigo recorriendo el pueblo, no puedo dejar de sorprenderme de los colores y los contrastes de las fachadas, de las ropas, del pueblo entero.

¿Cual es el color de un pueblo? Durante décadas nos han vendido una estética que no pudimos comprar y que nunca nos representó. Nos impusieron criterios y cánones de belleza ajenos, repletos de lugares comunes, prejuicios y simplificaciones. Solo tuvimos lugar para grotescas imitaciones de mala calidad de lo que las élites denominan “lindo”. Pero cada tanto, por esas vueltas que tiene la historia, los pueblos volvemos a mirarnos hacia nosotros mismos, con una mirada propia. A pensarnos por nosotros mismos. Creo que Elorza es un poco de eso, lleno de nuestro realismo mágico cada vez más real. Un pueblo con color propio.

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