«Siempreviva»: violencia y desaparición

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‘Siempreviva’, la producción con sello caleño que se estrena el 1 de octubre

El próximo 6 de noviembre se conmemorán 30 años de la toma del Palacio de Justicia en Bogotá, uno de los sucesos más violentos de la historia moderna del país.

Fueron  27 horas de combate entre guerrilleros del M19,  la Policía Nacional y el Ejército Colombiano,  que dejaron  un saldo de 98 muertos y  11 personas   que jamás regresaron a sus hogares, por lo cual fueron consideradas como desaparecidas.

Una historia se puede contar desde millones de ángulos. Algunos buscan  victimizar o vulgarizar;   otros son fieles, veraces  a los hechos, casi de archivo; y otros  pocos son íntimos, leales, descarnados.

Así, íntima,  es la narración de la película Siempreviva, inspirada en la historia real de una joven abogada que desapareció sin dejar rastro.

En una casa ubicada a pocas cuadras del Palacio viven Lucía (Laura García), madre dedicada a la crianza de sus dos hijos: Humberto (Alejandro Aguilar), un joven perezoso al que le preocupa más su moto descompuesta que buscar un trabajo y Julieta (Andrea Gómez), una abogada recién graduada llena de sueños de mejorar la situación económica de su familia.

Bajo el mismo techo y compartiendo la misma cocina, baño y patio de ropas viven Sergio (Andrés Parra),   un triste payaso que en las noches también trabaja como mesero, y su sometida esposa, Victoria (Laura Ramos).

Para completar el grupo de vecinos  está don Carlos (Enrique Carriazo), un hombre avaro, dueño de una prendería ubicada en su dormitorio y que  tiene en mora a todos los miembros de la casa.

A través de sus vidas,  de sus  desgracias y  convivencia se cuenta el impacto que tuvo para ellos la toma del Palacio.

¿De dónde surgió la idea?

‘Siempreviva’ se basa en una obra de teatro escrita y puesta en escena por el dramaturgo Miguel Torres, quien estrenó ‘La Siempreviva’ casi 10 años después de la toma al Palacio de Justicia. La productora  Clara María Ochoa quedó  impresionada por la historia y el montaje, y desde entonces se propuso llevarla al cine.

Hacerla realidad no fue un camino de rosas. En ese entonces la idea era contar con la dirección del  caleño Carlos Mayolo pero después de algunos meses de trabajo se presentaron algunos problemas  con la adquisición de los derechos y este proyecto quedo sepultado entre las docenas de sueños  que tiene Ochoa bajo la etiqueta de “algún día”.

Sin embargo, cuando algo está destinado a hacerse las cosas se dan y la base era buena: la  obra de teatro  fue considerada en 2014 como una de las 100 piezas del arte más importantes del país.

A comienzos del año pasado,  cuando la pieza llevaba 20 años representándose y más de mil funciones, Clara María decidió retomar la idea. Esta vez convocó a su socia, la también productora Ana Piñeres  y llamaron al director vallecaucano   Klych López para que hiciera de esta historia su opera prima.

“Uno de los desafíos fue  alejarnos de la obra porque la idea no era filmarla, era reinventarla para el formato del cine. Nosotros contamos con más información, logramos nuevas investigaciones, accedimos a otro tipo de material y eso nos permitió incluirlas en la película. Por su tinte político también tuvimos problemas al conseguir la financiación, aunque al final lo logramos, CMO  tuvo que hacer una apuesta muy grande por este proyecto”.

López, que sabía de la obra pero no la había visto -aún no lo hace-, se interesó de inmediato, de hecho, desde hace algún tiempo se sentía inquieto por hacer algo sobre este suceso que le tomó  saliendo del colegio en el centro de Bogotá, estando muy recién llegado a la capital.

¿Por qué contarla?

Según las productoras Clara María Ochoa y Ana Piñeres, son diversas las versiones de lo que aconteció en esos dos días, muchos los vacíos jurídicos y poco lo que se conoce de los móviles reales y el destino de los desaparecidos.

La incertidumbre de lo que sucedió tras los muros del Palacio hace parte de los mitos urbanos de la capital colombiana. Por ello, para conmemorar esa fecha trágica y en homenaje a tantas personas inocentes que fueron inmoladas el 6 y 7 de noviembre de 1985, quisieron aportar un valioso documento que haga eco en la memoria histórica y en el patrimonio audiovisual del país. Una película que  recuerde que infinidad de actos cómo estos permanecen impunes, no solo en Colombia, sino en la mayoría de países del mundo.

Por otro lado, los  que participaron en este proyecto coinciden en que, por medio de estas personas y esta casa, se cuenta la historia del país. Se muestra lo mejor y lo peor de los colombianos, con sus risas y tragedias desde el corazón de la sociedad.

Para el actor Andrés Parra, lo bonito de este filme es que se muestra cómo “las circunstancias hacen de los personajes lo que son. Aquí en Colombia hay mucha gente que no tiene opciones, personas que todos los días dicen la frase:  ‘Es que no puedo’.

Por su parte, Klych López señala que  si un extranjero puede ver la película, sin duda “se encontrará con la respuesta de  cómo son los colombianos por dentro. Verá que desde los problemas domésticos se expande Colombia. Se ve cómo un conflicto que uno cree que es ajeno, porque lo ve en televisión, siempre cala el interior de un hogar”.

“El mantra que siempre nos repetimos y que acompaña el nombre de la película es ‘Este no es un país serio’, porque en treinta años las cosas no han cambiado, seguimos esperando el proceso de paz, la violencia sigue siendo un tema de todos los días y la indiferencia está más presente que nunca”, dice Ochoa.

Ana Piñeres explica que la pregunta ¿dónde quedaron los once desaparecidos de la toma? está más vigente que nunca. “Hay muchas hipótesis: que eran guerrilleros infiltrados, que los quemaron con ácido porque a muchos los vieron entrar a la Casa del Florero y nunca los vieron salir, que los mezclaron con los muertos de Armero… Todas estas versiones evidencian la impunidad de un país. Es triste el  destino de estás personas de las que treinta años después aún no se sabe nada”.

¿Cómo se hizo?

Por petición de Clara María, la película se realizó en un plano secuencia, una particularidad estilística que significa filmar la película en un único plano, sin cortes ni transiciones.

Este recurso obliga una exactitud de relojero suizo. La dificultad de la propuesta obligó a un milimétrico trabajo del equipo artístico y técnico y de un director que supo poner como notas musicales sobre un pentagrama la historia de ‘Siempreviva’, que se desarrolla dentro de una casa antigua, de la cual el espectador nunca sale.

Para Klych López, utilizar esta herramienta pese a ser un riesgo fue un acierto. “Los sucesos de la vida ocurren en secuencias, mostrar las emociones como pasan es de lo más bonito que deja hacer un plano secuencia. Para el espectador es un deleite ver cómo un personaje pasa de un estado al otro debido a las influencias de su entorno. Contar esta historia con una narrativa diferente hubiese carecido de magia”.

El reparto es uno de los aspectos más destacados de la película. Esta historia coral cuenta con un reparto conformado por  Laura García, Andrés Parra, Enrique Carriazo, Andrea Gómez, Fernando Arévalo, Laura Ramos y Alejandro Aguilar.

Cuatro datos que dan de qué hablar:

1. La película se grabó dos veces. La primera fue en los ensayos. La segunda vez, la definitiva, tardó  dos semanas.

2. Seis secuencias no fueron incluidas porque, de lo contrario, la película habría durado  mucho. Clara María Ochoa dice que elegir cuáles quedarían por fuera fue una de las decisiones “más difíciles”.

3.Familiares de las víctimas desaparecidas tuvieron contacto con los actores y con parte del equipo, permitiéndoles conocer de primera mano los vacíos, las angustias y los  interrogantes que quedan después de una tragedia como la desaparición de una persona.

4.Después de varias semanas de arduo trabajo sin conseguir el apoyo financiero necesario, a Ana Piñeres -socia de Clara María Ochoa en CMO Producciones- se le ocurrió aplicar un novedoso sistema de financiación. El ‘crowdfunding’ es un sistema que permite que diferentes personas, sin conexión alguna entre ellas, creen una red para ayudar a financiar un proyecto de su interés. Unos 30 colombianos, que podían donar entre $50.000 y $3.000.000,  apoyaron la iniciativa.

Publicado en El Pais

 

‘Siempreviva’, un filme que reabre conciencias sobre los desaparecidos

El punto de partida de la actriz Laura García en su preparación para convertirse en Lucía, en el filme ‘Siempreviva’, fue buscar en sus recuerdos. La bogotana vivió de cerca la violencia delirante de este país.

“Era vecina del Palacio de Justicia hace 30 años (cuando sucedió la toma). Y colindaba con el Club El Nogal, en 2003, cuando el atentado. Viví el horror, el desaliento, el miedo, la melancolía en la que uno se sume luego de presenciar ataques violentos que cobran vidas humanas y cercenan familias. Contenía a nivel inconsciente todo ese arcoíris sombrío en mi chip emocional”, le cuenta García a EL TIEMPO.

Ella figura en el reparto de la película colombiana ‘Siempreviva’, que se estrena este jueves y que reabre las consciencias acerca de los desaparecidos en los trágicos hechos ocurridos entre del 6 y 7 de noviembre de 1985, en Bogotá.

Su personaje es una mujer con una cotidianidad difícil, viuda, a punto de perder su casa (por una deuda que no ha podido pagar) y que ha cifrado su esperanza en su hija Julieta, que para terminar de costearse su carrera de Derecho acepta un trabajo en la cafetería del Palacio de Justicia, días antes de la toma.

La consagrada actriz de cine, teatro y TV habla de ‘Siempreviva’ –la película que se inspiró en el clásico de las tablas–, en la que comparte con Andrés Parra, Enrique Carriazo, Laura Ramos, Andrea Gómez y Alejandro Aguilar. Detrás están el realizador caleño Klych López y las productoras Clara María Ochoa y Ana Piñeres (CMO).

¿Se reunió con familiares de víctimas reales?

Conversé con un familiar de una joven desaparecida. Más que para saber –porque ya sabía, puesto que había escudriñado lo relacionado con el tema: películas, fotos, documentales, artículos, videos–, para sentir cómo le había transformado a esa persona su vida, su halo, su manera de hablar, mirar, moverse, toda su energía vital. Fue un encuentro en medio del temor de ese familiar, que todavía no transita tranquilo por las calles. Al final, le pregunté para qué seguía buscando a alguien cuyos restos no iban a aparecer quizás nunca y me contestó: “Por el honor. Por saber y que se publique la verdad algún día”.

Lucía es la piedra angular de esa casa, de la historia…

Lucía, la madre de la desaparecida y propietaria de la casa donde viven los otros personajes, es todas las madres, padres, hermanos e hijos que han perdido un familiar de manera oscura y violenta. No solo en Colombia, en el mundo entero. Así, Lucía, mi personaje, es la patria acribillada, humillada, arrastrada, violada, robada, intimidada. Se convierte, tras la desaparición forzosa de su hija, en una especie de trashumante zombi. Ella solo clama por claridad y rechaza perentoriamente la idea de una indemnización monetaria, porque le parece deshonroso y porque eso no le va a devolver a su hija. Finalmente, encuentra un refugio para el ripio de existencia pasmada que le queda, en la solidaridad de los otros familiares de desaparecidos.

Acaba la película y Lucía sale a una demostración a la plaza de Bolívar de Bogotá, donde se une al ejército de familiares con la misma pregunta: “¿Dónde están mi hijo, mi marido, mi hija, mi esposa? Nadie sabe. Nadie contesta.

La película sucede en un solo escenario y se filmó en planos largos. Sin duda, está cimentada en sus actores.

Ensayamos en la casa de La Candelaria donde iba a ocurrir el rodaje y a modo de una obra de teatro que debía ser capturada por el sensible lente de una cámara. La preparación previa a la filmación tenía que ser poderosa y vital, pero exacta, justa, milimétrica. Y era el tiempo para conocernos los actores y los personajes, para entrar en la cotidianidad del día a día de la estrecha convivencia que el proyecto necesitaba. Éramos siete personajes en busca del flujo y hábitos de vida que cada uno había adquirido dentro de la casa, de manera individual y colectiva.

¿Podría decir que se parece mucho a una puesta teatral?

En algo, sí. No en vano el reparto de la película cuenta con actores y actrices que trabajan o han trabajado en teatro y cuyas personalidades son fuertes. Tal vez los planos secuencia se parecen a una escena de una obra de teatro, pero se parecían a la vida real también. Los personajes caminábamos por esos planos como caminando por la casa; por las habitaciones. El aire, la atmósfera, los utensilios… nos pertenecían. Creíamos que estábamos en casa. Protegidos y luego huérfanos de patria.

¿Qué fue lo más difícil de lograr en un personaje con la humildad, la fe y un relato tan desgarrador?

Lo más difícil al interpretar cualquier papel es que no se note la interpretación. Que no se note dónde está la actriz y dónde el personaje. Se requiere de una total transformación, de una franca y humilde inmersión espiritual y física. Hasta tonal. Trabajamos mucho con el director la tonalidad de los personajes. Cómo debían sonar. Y si esa musicalidad vocal le iba al personaje o no. Ese trabajo fue uno de los más difíciles porque uno podía sentir la frontera entre la actriz y la madre de la película. Y debía estacionarme del lado de la frontera y en el país donde habitaba Lucía. Del lado de su profundo dolor. De su origen popular, del símbolo universal que representaba, de su manera de relacionarse con los demás, antes y después de la toma y retoma del Palacio. Debía hallar esa curva entre la Lucía del comienzo y la Lucía del cierre de la película. Y no tenía muchas escenas para explayarme. Eso ya lo sabía. Estaba en el guión. Pero tenían que ser contundentes esas escenas. Al final propuse que Lucía, por ejemplo, debía haber encontrado un pequeño consuelo a su ansiedad con el cigarrillo. Pequeños detalles siempre. Funcionan bien. Completan el paisaje.

‘La Siempreviva’ es una obra icónica del teatro colombiano. ¿Hubo algún temor o sintieron una enorme responsabilidad al llevarla al cine?

Ambas cosas las sentí y mis colegas también. Yo había visto la obra una vez. La leí antes de filmar, pero sabía que era cosa del pasado y debía que dejarla del lado de mi cerebro que conviniera y no estorbara. No me podía imponer ninguna cortapisa en el momento de crear a Lucía. Mi Lucía.

Y, sí, claro que sabíamos de la responsabilidad que ‘Siempreviva’ tendría con el país. Entonces mi madre, mi Lucía, tenía que responder a múltiples y altas exigencias.

¿En qué está trabajando?

Vuelvo al teatro, de donde una actriz nunca se debe ir del todo. Se estrena la obra ‘Almacenadas’, del laureado dramaturgo español David Desola, el 18 de noviembre en el Espacio Odeón (antiguo TPB, donde di mis primeros pasos como actriz). Somos dos actrices –Mercedes Salazar y yo– y la dirige José Domingo Garzón, un animal de teatro. Estaremos en el Festival Iberoamericano el año entrante también.

Publicado en El Tiempo

 

 

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