Especial a 10 años del NO al ALCA: la nueva avanzada del superpoder económico – Por Aram Aharonian

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A diez años de la derrota del ALCA en la histórica reunión de Mar del Plata, Estados Unidos logró los acuerdos necesarios para firmar con 11 países de la cuenca del Pacífico un tratado que liberaliza normas comerciales, laborales y ambientales.

El Tratado de Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés), que aún debe ser refrendado por congresos de cada país, es parte de la estrategia de crear un área de libre comercio a nivel continental, frustrada hace una década en Mar del Plata, pero también está orientado a jaquear a China en el ajedrez geopolítico de EE.UU.

A la frustración por el ALCA en 2005 se sumó la todavía zigzagueante crisis capitalista que comenzara en 2008, que estancaron las negociaciones en la Organización Mundial de Comercio (OMC). En ese lapso, Argentina y otros países se tomaron tiempo para proteger sus mercados, sin superar los límites impuestos por la OMC.

EE.UU. no abandonó sus pretensiones de crear una gran área de libre comercio a nivel continental y adoptó como una estrategia radial basada en la suscripción de Tratados de Libre Comercio (TLC) a nivel bilateral. Un paso importante en esta estrategia se cerró en 2011 al crearse la Alianza del Pacífico entre Chile, Colombia, Perú y México.

La crisis europea aceleró los tiempos y la persistente ofensiva de Washington tomó fuerza, sobre todo cuando los principales miembros de la Unión Europea no resistieron más las presiones estadounidenses por reflotar el proyecto de Acuerdo Transatlántico (TTIP) –calificado como la OTAN de la economía–, tratado que el presidente Barack Obama espera firmar antes que termine su mandato.

El TTIP, que tiene un valor geoestratégico para Washington, teniendo en cuenta que la UE es el mercado de mayor poder adquisitivo del mundo y el principal destino de sus exportaciones, incluye rebaja de aranceles hasta su eliminación; apertura de los mercados de servicios e inversión; libre acceso a las contrataciones públicas; desregulación de mercados laborales, ambientales y sanitarios, imposición de derechos jurídicos favorables a las corporaciones frente a Estados soberanos (protección de inversiones).

Igualito a lo que pretendía con el ALCA, nada diferente a lo que pretende el TPP.

Lo cierto es que China, que se autoexcluyó de TPP, tiene firmados TLC con varios países de la región). Para los estrategas estadounidenses, sumados el TPP y el TTIP, suman más del 60 por ciento de la economía mundial y el 75 del comercio internacional.

En lo geopolítico, esta ofensiva de Obama refuerza las relaciones con la Unión Europea, un ex competidor que se convierte en principal aliado; trata de aislar a Rusia y detener el avance chino, le corta un ala a los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y de paso trata de aniquilar los espacios de integración latinoamericana, llámense Mercosur, Unasur, ALBA o la Celac.

Los avances estadounidenses tienen efectos contradictorios sobre el Mercosur, ya que si bien pareciera que aísla a Brasil, Argentina y Venezuela -que se negaron a firmar los TLC-, sirve de argumento para impulsar el acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la UE.

A simple vista parece por demás contradictorio que en momentos en que se llora por el hecho de que el comercio internacional esté estancado reaparezcan con tanta fuerza las tendencias liberalizadoras, pero hay que tener en cuenta que se trata de una disputa (¿final?) entre las dos superpotencias del nuevo milenio: se trata de ponerle freno a China, que ya desplazó a EE.UU. del podio de primera potencia comercial del mundo, y avanza en sus inversiones en África y América latina.

Asimetrías y desigualdades

Ninguno de los países latinoamericanos precisó la manera en la que se ha protegido a la industria nacional de cada uno, a sabiendas de que cuando se firman acuerdos iguales entre desiguales quienes se benefician son los que tienen mayor potencia económica: EE.UU., Canadá, Japón pero, más precisamente los dueños de industrias específicas como la farmacéutica, que consiguió que se amplíen los derechos de propiedad intelectual de modo que se restringirá la competencia y se elevarán los precios.

Quienes firmaron no notificaron a sus congresos sobre la aceptación de los sistemas de arbitraje de diferencias Estado-inversionista, los llamados ISDS (por sus siglas en inglés), con lo cual se reconoce el derecho a que los inversionistas extranjeros demanden a gobiernos nacionales frente a árbitros privados, cuyas resoluciones serán vinculantes, cuando consideren que las normativas nacionales disminuyen la rentabilidad esperada. Estos ISDS pueden obligar a compensar a inversionistas privados por ganancias menores a las esperadas, aunque estas ganancias causen daños tangibles a la comunidad. Es una renuncia a la soberanía nacional.

Es obvio que gobiernos relativamente débiles serán vulnerables a las presiones de empresas globales fuertes. El acuerdo ahora tendrá que ser aprobado por los congresos de los países firmantes y el primero que ha comenzado la campaña interna ha sido el papá de la criatura.

El TPP va más allá de los TLC, porque los consumidores se verán afectados, como sucede con el tema de los medicamentos y la salud, porque limita los derechos en internet y pone obstáculos al acceso al conocimiento y la cultura, porque afecta los derechos de los ciudadanos como consumidores, porque desregula más aún los derechos laborales. El tratado permite ampliar el plazo de exclusividad de algunos medicamentos, retrasando así que las industrias locales puedan fabricar medicamentos genéricos más accesibles para la población.

El gobierno del PRI, en México, confía que su aplanadora logre sin discusión la aprobación del Congreso. El parlamentario andino Alberto Adrianzén señala que si a todo ello se suma la posibilidad de que el Perú firma también el TISA (Trade in Service Agreement), un tratado comercial de servicios que negocia también secretamente y que liberaliza aún más el comercio de servicio, “es claro que pasaremos a ser una colonia de las transnacionales”.

Tratados y bases, también

Julian Assange, fundador de WikiLeaks, sostiene que EE.UU. es un “imperio moderno” que tiene como principales armas, por un lado, las bases militares (más de 1.000 repartidas en 120 países), y por otro, los tratados comerciales que se negocian secretamente y que son básicamente tres: el TPP, que abarca la cuenca del Pacífico y que ya se firmó; el TISA, el Tratado de Servicios que lo negocian más de 100 países, y el TTIP (Tratado de Comercio y de Inversiones), que abarca a Canadá y Europa, que hoy está detenido por desacuerdos con Francia; y el gigantesco RCEP (China, India, Asia Pacífico, Australia), que incluye el 49% de la población mundial y el 29% del producto bruto del globo).

Con estos tres tratados, más las bases militares, EE.UU. y las transnacionales buscan dar un golpe de estado geopolítico a nivel mundial con el objetivo de enfrentar el poderío de la China y mantener su hegemonía a nivel mundial. Asistimos a una nueva fase o una nueva época en la cual lo importante es el dominio creciente de las transnacionales, tanto en el mundo económico como el político.

Más allá de la competencia por el poder mundial entre las dos grandes potencias del siglo XXI, la suscripción del TPP puede tener implicancias directas para América latina, ya que no es descartable sino previsible que China reaccione intentando profundizar su creciente presencia en la región latinoamericana, tradicional área de influencia de Estados Unidos.

*Magister en Integración, periodista y docente uruguayo, fundador de Telesur, director del Observatorio en Comunicación y Democracia, presidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana.

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