Los nuevos vientos de la literatura

1.133

Por Lorena Sánchez

Están aquí. Tienen menos de 40 años. Escriben desde cualquier lugar de la Isla, e incluso desde fuera de ella. No son consagrados. Han llegado con la etiqueta de “narrativa joven en Cuba”. Ganan premios. Irrumpen en el campo literario insular. Provienen de áreas diversas como la informática, la sociología, el arte, las ingenierías y la medicina. Participan de los talleres literarios y sus preocupaciones atraviesan el contexto donde se inscriben sus lógicas autorales, las cuales quedan plasmadas en sus discursos.

Tal pareciera que luego de la denominada Generación Año 0 no ha emergido un nuevo movimiento literario en el país, dicen algunos incrédulos. Otros, por lo general, prefieren mantenerse al margen de todo cuanto está sucediendo con los escritores en ciernes: que no sabemos qué sucederá con ellos, que no podemos apostar por lo desconocido, que mejor leemos a las grandes firmas, sostienen.

Desde el otro lado del prisma -y a modo de provocación- los autores jóvenes se refieren a sí mismos como la generación sin crítica, aquella en que se leen unos a otros, como si se tratara de un círculo vicioso. Estos escritores, la mayoría nacidos luego del año 1977 y que comenzaron a publicar en el nuevo siglo, rompen con la narrativa que les precede y se vuelcan sobre problemas más acuciantes, quizás continentales.

Pero, ¿quiénes encabezan la lista de autores? ¿Quiénes son los protagonistas de sus historias? ¿Desde qué perspectivas y recursos formales se plantean el proceso escritural? ¿Cuáles son las tendencias actuales de la narrativa joven en Cuba?

Sin dudas, para el lector más voraz -aquel que rastrea el corpus literario de la Isla, a veces tan disperso- suenen nombres como Jorge Enrique Lage, Dazra Novak, Yunier Riquenes, Osdany Morales, Abel Fernández-Larrea, Leandro Estupiñán, Raúl Flores, Agnieska Hernández, Anisley Negrín, Legna Rodríguez, Orlando Andrade y muchos otros. Tal vez sus historias no le resulten del todo desconocidas y sus poéticas le sean un tanto cercanas.

Para Caridad Tamayo Fernández, investigadora y crítica literaria, dentro de ese enorme diapasón entendido como nueva narrativa en Cuba -en el cual convergen disímiles generaciones, la más joven quizás la de los nacidos en los 90 o en las postrimerías de los 80- el no pertenecer, algunos, a las carreras de humanidades, les permite manejar otras metáforas, imágenes y lenguajes que enriquecen el campo literario nacional.

“Los personajes de la periferia, los marginados, cobran notoriedad en sus relatos. Así, los protagonistas de estas historias son aquellos que se corresponden con esos mundos: convictos, pedófilos, niñas Lolita -que se enamoran de un tío, un vecino o mantienen relaciones incestuosas-, drogadictos, prostitutas, sujetos comunes ceñidos por sus circunstancias”, comenta a Cuba Contemporánea la también directora del Fondo Editorial Casa de las Américas.

El rol del escritor como ente cívico, sus padecimientos y los conflictos del proceso creativo también afloran en los textos de esta joven promoción. “El verse a sí mismos, el discursar en torno a temas meramente artístico-literarios son puntos confluentes entre los jóvenes escritores”.

Ante un panorama rico en autores, como lo define la también compiladora del volumen Como raíles de punta. Joven narrativa cubana (2013), las temáticas son diversas, aunque con ciertas aristas comunes.

“La visión de la infancia expuesta desde su costado más violento -refiere la ensayista- es uno de los temas abordados en estos relatos. Si recorremos el camino a la inversa, nos percatamos de que esta preocupación tiene su origen en la situación actual de la familia, la cual -a su vez- está marcada por problemáticas macrosociales.

“La violencia, en sus diferentes manifestaciones, ya sea enfocada al universo femenino, a niveles sociales o esferas gubernamentales; en espacios netamente violentos como la cárcel o donde uno menos sospecha que pueda existir y que ellos sobredimensionan. Temas como la emigración, o el del compromiso con una sociedad y un país que les pertenece son tratados por ellos desde diferentes perspectivas.

“El concepto de trabajo cambia radicalmente en estos textos, donde ya no están presentes el trabajador vanguardia ni el obrero de las fábricas de antaño. Ahora se preocupan más por las relaciones interpersonales con sus superiores y así aflora la crítica a la burocracia, o a las personas que están en situaciones de un poder específico”.

Asimismo, existe un fuerte movimiento feminista en las letras cubanas actuales, y aunque no se trata de un fenómeno exclusivo de Cuba -pues en Latinoamérica, en sentido general, se vislumbra cada vez más la presencia de la literatura escrita por mujeres-, son las autoras quienes escriben más “desperjuiciadamente y, en su mayoría, tienen propuestas temáticas y estéticas más sólidas que las de los hombres”.

Estéticamente, esta promoción se caracteriza por la escritura fragmentaria, intertextual y lúdicra, aunque estas tendencias no son nuevas en el ámbito literario cubano. La preferencia por lo testimonial, por la simbiosis entre la ciencia ficción y el realismo, por los problemas de la metaescritura, son algunos de los rasgos de las propuestas de estos nuevos creadores.

UTOPÍAS O REALIDADES. EL MITO DEL INSULARISMO PSICOLÓGICO

La crisis económica y social que se desató en la sociedad cubana para la década del 90 -a raíz de la desaparición del socialismo en Europa del Este- influenció la literatura escrita por una generación que nació en los años 50 o a inicios de los 60. Como asegura el crítico y ensayista Jorge Fornet en su libro Los nuevos paradigmas. Prólogo narrativo al siglo XXI (2006), el desgaste de la utopía condicionó que se modificara el curso de nuestra narrativa, en la cual los escritores “del desencanto enfrentan la transformación de un mundo ante sus ojos”.

Sin embargo, a este cambio de perspectiva al historiar una época y un país sobrevinieron otros, los cuales están presentes en esta joven promoción de los nacidos luego de 1977.

“La posición de los nuevos escritores respecto al proceso revolucionario actual se vislumbra nítidamente en sus textos”, advierte Caridad Tamayo, “y no resulta ajena ni contradictoria. Ellos visualizan otras zonas de peligro, no alaban los triunfos, sino que ponen el dedo en la llaga sobre asuntos que se han deteriorado a lo largo de los años.

“Estos jóvenes -a diferencia de la generación del desencanto esbozada por Fornet- están recogiendo el resultado de la crisis de los 90, cuando algunos eran solo niños. No vivieron, como quienes nacieron en los 50 o 60, el proceso de cambio, ni se crearon determinadas ilusiones, las cuales, más tarde, se les desmoronaron.

“Los autores de la nueva narrativa cubana recibieron un país ya establecido, no tienen el mismo sentido de compromiso o de deuda que (con) sus predecesores. Escriben sobre su realidad más inmediata, aquella que han vivenciado. Pero no lo hacen desde el desencanto, sino desde la inconformidad. Es difícil encontrar una familia feliz en la literatura cubana de estos tiempos, por ejemplo. Muchas de las miserias humanas que un día afloraron, aún persisten. Algunos críticos comentan que lo hacen para lograr un mayor éxito editorial. Podría ser. En lo personal, no creo que sea así en todos los casos”.

Ciertamente, la literatura cubana, luego de 1990 -momento en el cual los editores foráneos posaron sus miradas sobre ella y, simultáneamente, los escritores insulares comenzaron a abrirse espacios y a publicar en el exterior- adquirió un alto valor en el mercado internacional del libro. Así, todo cuanto se escribía desde la Isla tomó determinadas connotaciones, y no eludir la realidad del país constituía una manera “fácil” para plegarse a las necesidades mercantiles, según comentaban algunos críticos dentro y fuera de Cuba.

Aprovecharse de ese capital simbólico, del insularismo psicológico que le reprochaban a los narradores cubanos, de esa sensación constante en sus textos de la maldita circunstancia del agua por todas partes, hizo que todo cuanto se escribiera y publicara fuese visto con cierto recelo que, de alguna manera, perdura hasta la actualidad.

“Existen algunos autores que comienzan a despegarse de esto y a escribir otras cosas”, apunta la investigadora, “aunque la gran mayoría está circunscrita a Cuba y sus problemáticas. Osdany Morales, autor de Papyrus (2012) y premio Alejo Carpentier, se centra en historias menos realistas y más literarias, lo cual no significa que despegue los pies de la tierra. Viaja literariamente de un país a otro, de una época a otra. Jorge Enrique Lage se extrapola a otros mundos, donde aplica una simbiosis entre la ciencia ficción y el realismo. Susana Haug hace una literatura más filosófica, más elucubrada, con un lenguaje más barroco y consistente.

“Ahora es que puede percibirse cómo estos nuevos narradores se despegan de esa insularidad. Muchos incluso escriben desde otras geografías, sus relatos se inscriben en contextos como Nueva York, Japón, Chernobil, el universo judío, o desde un país imaginario llamado Nokia. Sus historias son más cercanas a lo que se escribe a niveles continentales.

“Por ejemplo, recientemente en la Casa de las Américas publicamos el cuaderno de cuentos No aceptes caramelos de extraños, de la escritora chilena Andrea Jeftanovic, quien -pese a no tener relación con estos autores- se preocupa también por los temas relacionados con la infancia, la pedofilia, las relaciones incestuosas, así como otras problemáticas familiares y de las relaciones de pareja. Ello nos da la medida de que, efectivamente, los narradores cubanos no están ajenos al circuito literario latinoamericano”.

No obstante, la autora de Hombres sin mujer y mujeres sin hombre: tanteos al universo carcelario en la novela hispanoamericana (2005) reconoce que a los nuevos narradores cubanos aún les resta por recorrer otros caminos que en el mundo han sido transitados.

“A partir de los adelantos tecnológicos y el advenimiento de Internet se están produciendo modelos de novelas, por ejemplo, que tienen otras fórmulas escriturales y un lenguaje transmedial. Aunque en Cuba se dan los primeros pasos, aún no es suficiente”, considera.

“El escritor cubano contemporáneo no es extraterritorial, tiene menos visión de mundo que otros. Algunos plantean que para adquirir esa cosmovisión necesaria para hacer una obra menos local no es imprescindible salir del país. José Lezama Lima tenía una cultura enciclopédica y escribió una novela maravillosa como Paradiso sin poner un pie fuera de la Isla, pero los tiempos cambian. En una época en que los autores van de un lado a otro y el nomadismo literario se ha convertido en una práctica para confrontar realidades y vivir otras experiencias, los creadores no deben permanecer aislados de cuanto se produce en su propio hemisferio”.

Publicado en Cuba Contemporánea

 

También podría gustarte