Quinta jornada en el Festival de cine de Mar del Plata: Realizadores guatemaltecos se destacan en la programación

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Un dato interesante marcó la 5ta jornada de esta muestra de cine. Que dos realizadores guatemaltecos y sus películas sean el centro de atención en un Festival Internacional de Cine como el de Mar del Plata, no solo da cuenta de un momento particular en la creación audiovisual en ese país. Para quienes seguimos atentamente el ámbito de la cultura en toda la región es visible que aun de modo irregular, aun con escasez de recursos y falta de apoyo público, en Guatemala existe un movimiento cultural y artístico muy rico que trae cuestionamientos a los discursos instituidos (y por tanto a sus estéticas), que se sumerge en las distintas formas de violencia y explotación que han sufrido los sectores campesinos, los etnicidios, el régimen de dominación de género, entre muchos ejes problemáticos. “La isla”, “Gasolina”, “Las marimbas del infierno” o la obra de Rodrigo Rey Rosa, por nombrar algunos ejemplos dan cuenta de la existencia de narrativas diversas, de una riqueza estética que cada identidad aporta y de la posibilidad que irrumpa, aun en un espacio audiovisual monopolizado por la imagen banal, un cine que intenta alternativas.
Julio Hernández Cordón, guatemalteco radicado en México, país en el que produjo “Te prometo anarquía” es un realizador con una trayectoria reconocida internacionalmente, que incluye dos de las películas antes mencionadas. Ha desarrollado su obra articulando el relato siempre con un determinante protagonismo del espacio urbano que aporta una interesante mirada sobre ciertos sectores de la juventud en las ciudades centroamericanas, su relación con el tiempo, con el cuerpo y con la arquitectura de las urbes.
Si la modernidad supone una regulación de régimen temporal, del uso del espacio y del deseo, la anarquía de esta nueva película de Hernández Cordón pone en escena una ruptura de este régimen, que no proviene de un proyecto político, estético o contra cultural, sino de una práctica concreta que antecede a la idea. Es por ello que lo que en muchos cineastas es abulia o prejuicio sobre los jóvenes, es aquí relato de un momento complejo y confuso de la modernidad capitalista como parte visible de su crisis.
Elementos que ya habían estado presentes en “Gasolina” aparecen aquí con una madurez visual sorprendente. Miguel y Johnny son amigos, amantes, socios. Miguel es el niño mimado de una familia adinerada y Johnny el hijo de la empleada doméstica de la casa. Ambos son skaters, pero la patineta es tanto un medio de transporte, como parte del sus cuerpos o un objeto de deseo. Johnny tiene una novia. Miguel “vende” sangre a los narcos. Su negocio es conseguir donantes para un servicio de hematología clandestino montado por estas bandas. Buscan entre los propios compañeros de ruta o entre empleados de su madre o bandas amigas. Paga bien y cobra mejor. Es un niño rico que además tiene su propio emprendimiento.
Pero la trama, que tiene sus tensiones bien trabajadas, permite contar la ciudad de modo que se convierte en espacio determinante de las condiciones de vida de los propios habitantes, se da el lujo de “coreografiar” los movimientos por la ciudad, trayendo recuerdos de un cine en el que los grupos en viaje (entonces en motos ahora en patineta) buscaban en ese movimiento un sentido de trascendencia del que ahora toda vida parece carecer.
“Te prometo anarquía” es la única promesa posible en el mundo de los Migueles y Johnnys y padres y madres. Pero al mismo tiempo es toda una declaración de amor. Lo cual le otorga una intensidad adicional a esta historia del tiempo perdido que nadie está interesado en buscar.
Jayro Bustamente se ubica en otro lugar completamente diferente al de Hernández Cordón para formular su relato, pero sin embargo algunas cosas los vinculan. La juventud de la protagonista y la importancia del espacio en la determinación de las condiciones de realización de la vida de las personas, son puntos de cruce entre películas tan diferentes.
Ixcanul, la ópera prima de Bustamente ha sido premiada en gran cantidad de festivales internacionales. María vive con su familia en una pobre y árida zona rural al norte de Guatemala, frente al volcán que los separa del sueño estadounidense, de la vida en un lugar con luz todo el día, donde hasta las calles están iluminadas. Un lugar con automóviles, pero sin un aroma particular como el del café que inunda la comarca.
María llega a la edad en que los padres pueden comprometerla en matrimonio. Ella tiene una relación casi casta con Pepe, un peón del lugar, pero los padres la van a casar con el capataz de esta tierra. En un espacio semi feudal, donde la familia ocupa una casa que les es cedida por el patrón –ausente- a través de su delegado, en la que pueden sembrar el café y obtener parte del resultado de la cosecha, a la vez que trabajar como peones en la recolección. El casamiento con el capataz les garantiza que ellos podrán quedarse en la casa para siempre.
El Pepe tiene decido irse. Se sienta frente al volcán y mira con sus ojos volando del otro lado y más allá. “Al otro lado del volcán queda EEUU”, dice, “en el medio está México, pero eso no es importante” agrega. La única salida de la pobreza, de la condición de iletrado, de la hiper explotación laboral está en el norte. María quiere que la lleve, él no promete nada. Entre ellos circula la tensión del deseo sexual, la castidad de María, la ansiedad de Pedro y una cierta lógica del intercambio: si ella se entrega a él, tal vez esté dispuesto a llevarla al norte dorado.
Ante la inminencia del casamiento y la partida de Pepe, María decide entregarse a él, con la convicción de que de ese modo el no podría negarse a comenzar juntos el viaje al norte. Eso no ocurre y como es de esperar María queda embarazada.
La pobreza, el temor a perder el trabajo y la casa, la imposibilidad de alimentar a un niño, el Estado que además de ausente discrimina a la familia, las creencias y las tradiciones, pero también la posibilidad de un aborto que permita resolver la situación y las víboras que nadie puede espantar y impiden trabajar el terreno asignado, son parte de una trama que tiene al volcán como horizonte y como barrera.
Plásticamente la película presenta una paleta que rescata todo lo que el escenario natural provee. Bustamente logra construir los personajes con gran profundidad, conocimiento del deseo, los choques entre la modernidad y lo tradicional, el uso del ocio y la esperanza vacua del viaje al norte en un país que no parece tener respuesta para ningún joven y menos si es indio y campesino.
Ni estigmatizante ni misógina, Ixcanul asume un punto de vista cercano, muy cercano, a los personajes. En esa suerte de encuentro íntimo del espectador con María y su madre por sobre todo, permite una acercamiento casi etnográfico, una aproximación comprensiva a la historia y la cultura de estos mayas guatemaltecos, donde se intersectan la modernidad tardía, los modos pre capitalistas, el Estado excluyente y delictivo, las tradiciones orales y los mandatos familiares. Bustamante busca con su cámara conocer. No juzga, no pontifica, no hace a nadie ni bueno ni malo. Ixcanul es una muestra interesante del valor de la ficción para proponer conocimiento. Su director da un gran paso en ese sentido.

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