Sergio Parra: «Nadie ha retratado mejor la ciudad de los 90 que Lemebel»

1.477

Entrevista al poeta y librero Sergio Parra

Por Andrés Gómez Bravo

Se conocieron en un bar de Estación Central, a inicios de los 80. Sergio Parra (1963) venía de San Rosendo; ella, de Temuco. El recién se empinaba sobre los 20, trabajaba de junior, arrendaba una pieza y quería ser poeta. Ella era prostituta, y tenía sus propios sueños de grandeza. Fue uno de esos amores que marcan la vida. Un romance entre música, risas y paseos de domingo por la Quinta Normal y el Parque Forestal. Tal vez el primer gran amor del poeta. Pero no tenía destino: “Tuvimos que separarnos, yo estaba sufriendo y sabía que esa relación no iba a ninguna parte”.

Entonces comenzó a escribir un poema, un largo poema que trataba de seguir la voz de ella. “Ella era una gran narradora; tenía mucho humor y algo muy especial al  narrar sus historias que me seducía mucho”, recuerda. Con su voz en la cabeza y las biografías de ambos como espejo, escribió: “Soy la del barrio/ la más manoseada del centro de Santiago/ la menos besada del país”.

El fundador de Metales Pesados, la librería que ha recibido a JM Coetzee, a Mario Vargas Llosa, a Paul Auster y Fernando Vallejo, entre otros autores, por entonces trabajaba en lo que viniera: estuvo en una rotisería, en una zapatería y finalmente en una tienda de confecciones. En la hora de almuerzo le daba forma a su poesía: “Yo escribía en los papeles de envolver los ternos, en unos pliegos grandes de papel craft. Un día el dueño de la tienda, don Salomón, un uruguayo judío muy culto, me pide leer los poemas. Yo los ordené y se los entregué, y le gustaron”, cuenta.

No sólo eso: su jefe le ayudó a publicar. Así, en 1987, Parra se inscribía en la literatura chilena con La manoseada, publicada por editorial Génesis. Un poema de amor cargado de insolencia y actitud punk: “Tengo la sonrisa más dulce/ Entre todas mis amigas de la calle/ y las piernas más arqueadas que la Marta Mateluna// Aún mantengo mi acento  Sureña// Canto de memoria los temas de Julio Iglesias// Leo a Cortázar// Hago el amor con un muchacho/ de la cuadra que escribe poesía// Soy la más Femenina De Chile// (LA QUE DUERME CON CAMISÓN DE DORMIR BLANCO EN LOS BASURALES DEL HOMBRE)”.

Con ecos de Poemas y antipoemas de Nicanor Parra y la Tirana de Diego Maquieira, el libro recogía un lenguaje y un espíritu atrevido, joven, callejero. Y también el aire de protesta de esos días: en sus páginas figura el funeral de Matilde Urrutia y el atentado a Pinochet. Pero también Madonna, Charly García y The Cure.  El barrio Franklin, San Diego y el cine Normandie. Fue un hito en la poesía de fines de los 80. Luego el poeta publicó otros libros: Los poemas de Paco Bazán y Mandar al diablo al infierno. Pero siempre sería el autor de La manoseada.

Treinta años después, Parra reedita su primer libro. Es de algún modo el regreso del Parra poeta, el Parra anterior al librero, editor y galerista. La idea, cuenta, fue de Pedro Montes, de Ediciones Pequeño Dios: “Cuando me lo propuso, la colección de poesía de Pequeño Dios costaba 500 pesos. Y eso me gustó, porque cuando La manoseada salió, costaba $ 350 en librerías y después llegó a $ 500. Ahora no va a poder costar $ 500, el papel se encareció, ya todos sabemos por qué, pero costará $ 1.000. Y me gustó la idea de que fuera un libro de bolsillo, sencillo, para regalar”.

Su último libro es de 1998, ¿cómo enfrenta esta reedición?

Fue bastante duro, yo me retiré hace tiempo del campo poético;  soy gran lector y tengo grandes amigos en la poesía. Pero me puse mal. La poesía para mi es física, rápidamente comienza un malestar en el cuerpo. Confié en Montes y él se tomó con humor mi cosa hipocondríaca. Yo creo que me ganó el humor y el cariño hacia el libro. Y lo volví a leer, a ver si era viable. Me reí mucho, me entusiasmó, sentí que es vigente y tiene algo joven. Aún conserva una frescura. Y me reafirmó una idea: la poesía se da en la juventud y en la vejez, al medio es pura administración, como los matrimonios.

¿Por eso dejó de escribir?

Dejé de escribir porque no quería administrar la poesía. En esos años había una cosa urbana que hizo posible estos poemas y había algo qué decir. Y pasaron años en que no tenía nada qué decir, y eso me ayudó mucho a entender que no quería ser un poeta inmobiliario, de aquellos que donde ven una página en blanco instalan un poema. Tener trabajo me ayudó a no pensar en la escritura como algo que tenía que hacer para estar en algún lugar. Apareció la librería con mi socia, Paula Barría, y después la editorial; como editor, uno sigue escribiendo y va formando escritores.

¿Qué rescata de La manoseada?

Es un libro muy latinoamericano;  en los libros posteriores ya no está eso, entra la influencia de la literatura y las conversaciones con otros poetas. Este fue un libro escrito en la soledad, en una pieza, en el parque, caminando. Tiene que ver con espacios de la ciudad que yo habitaba. Cuando lo leí pensé qué ganas de volver a esa voz de nuevo, esa voz que después fui perdiendo, porque uno se empieza a educar y yo me sobre eduqué en la poesía. La tomé muy en serio. Hay poetas para tomar en serio y otros a los que solo hay que leer; los poetas que hay que tomar en serio son los de tu propia lengua.

Sergio Parra creció en una casa con libros, pero no terminó de estudiar y no tenía amigos poetas. Su primer amigo escritor fue Pedro Lemebel, al que conoció en una protesta. “Le gustaban mucho los poemas de La manoseada”, cuenta. El poemario se lanzó en la Feria del Libro del Parque Forestal y tuvo un debut a la altura; mientras leía, algunas señoras le gritaban:  “¡Eso no es poesía!”. Después del lanzamiento, recuerda, “me fui a mi pieza, no tenía la banda de poetas con los que uno va a celebrar. Volví a mi vida laboral”.

A los días, el dueño de la tienda donde trabajaba le propuso  un ascenso: hacerse cargo de una nueva sucursal en el sur. Parra dejó la tienda para siempre: su vida había dado un giro y no pensaba volver atrás. “Después salió la beca de la Fundación Neruda, me fui becado a España y conocí a los poetas latinoamericanos. No estaría aquí hoy si hubiera aceptado”.

¿Qué recepción tuvo el libro?

Gran parte de los amigos que tengo hoy se los debo a ese libro, si hoy tengo un lugar en la sociedad fue gracias a La manoseada. Se armaron lectores con él. El libro me abrió las puertas para conocer a Enrique Lihn, Jorge Teillier, Juan Luis Martínez, yo me sentaba con ellos a conversar. Hasta hoy recuerdo a Gonzalo Millán, me escribió cuando leyó el libro y me respetó siempre. Nicanor Parra me mandó a buscar para conocerme. Estaba en La Reina, fui a verlo y conversamos sobre esa voz popular. Y desde ahí me adoptó: me mandaba sus libros dedicados a “mi sobrino”. Ahora está en un silencio que hay que respetarlo. Yo veo a Zurita y tiene una capacidad física y mental extraordinaria. Uno a veces deja la poesía porque no está preparado: la poesía es muy destructiva.

¿En qué sentido?

Te puede destruir físicamente. Cuando uno profundiza su proyecto poético, cuando lo lleva al extremo, el deterioro físico es notable. Cuando uno ve a los poetas que administran la poesía, uno no ve deterioro. Uno lo ve en el jurado (Oscar) Hahn, en Gonzalo Rojas, poetas de buena salud. Yo sospecho de los poetas de buena salud, porque la escritura produce deterioro. Le pasaba a Donoso, a Bolaño; por eso entiendo a Zambra y sus migrañas, porque la escritura te consume. Y  controlar eso requiere mucho esfuerzo. Puedes perder la familia, puedes perder hijos, todo. Por eso algunos ponemos freno, porque uno sabe que si se va al extremo puede perderlo todo. Eso me llevó a caer en un alcoholismo feroz, por miedo. Ahora entiendo que mucho del beber era el miedo a escribir. Era más fácil estar borracho a estar escribiendo.

¿Antes no bebía?

Yo empecé después de La manoseada. Comenzaron las lecturas, y después tenía que escribir otro libro, y lo terminé escribiendo en una clínica alcohólica 10 años después. Todos los que escribimos sabemos que escribir es irse al extremo. La escritura es muy cabrona. La escritura de verdad. Por eso mi admiración y mi gran cómplice fue Lemebel, porque el extremo de su escritura tiene que ver con su vida: era intenso porque sufría escribiendo. Venía todos los días y me preguntaba: ¿Has escrito algo? Sí, le decía, unos poemas. Volvía y a los días me decía: Me imagino que has escrito otros poemas. Sí, claro. ¡Eres un mentiroso!, me decía. El me mostraba sus crónicas y luego me decía ¿y tú? Después entendió. Le dije que si volvía a escribir probablemente tendría que volver a  beber. Y me dijo no lo hagas, te quiero mucho, no lo hagas.

Ustedes se veían a diario…

Sí. A él le dedico la nueva edición. El sabía que se iba a publicar y estaba feliz. Por este libro nos hicimos amigos. A él no le interesó mucho lo que escribí después. El Pedro es de La manoseada.

¿Cómo enfrenta su ausencia?

Intelectualmente es duro, han pasado cosas en el país y me habría gustado escucharlo y haber leído lo que tenía que decir. Echo de menos su voz. No quería ir a la Feria del Libro, porque a él le gustaba ir, encontrarse con los lectores… Se echa de menos. Pedro logró construir una ciudad. Nadie ha retratado más y mejor la ciudad de los 90 que Lemebel.

¿Se sorprende a veces hablándole?

¡Todos los días! Todos los días está en la librería: todos los días vendo    Adiós mariquita linda. Estoy condenado a decirle todos los días Adiós mariquita linda.

Publicado en La Tercera
También podría gustarte