A 60 años de su fallecimiento recuerdan al peruano César Moro, el gran poeta surrealista latinoamericano
Bajo el oro pesado de las aguas.
7 poemas de César Moro
Llamado a los tres reinos
Hablo a los tres reinos
Al tigre ante todo
Más susceptible a escucharme
Al coque a la carboncilla
Al viento que no se ubica en ninguno de estos reinos
Para la tierra hará falta una lengua de cieno
Para el agua una lengua ventosa
Para el fuego apretar la poesía en un torno y destrozar el atroz
[cráneo de las iglesias
Hablo a los sordos de orejas tumefactas
A los mudos más imbéciles que su silencio impotente
Huyo de los ciegos porque no podrán comprenderme
Todo el drama se desenvuelve en el ojo y lejos del cerebro
Hablo de cierto encanto incomprensible
De una costumbre anónima e irreductible
De ciertas lágrimas secas
Que pululan sobre la faz del hombre
Del silencio producido por el gran grito natal
De este instinto de muerte que nos subleva
A nosotros los mejores entre los hombres
Cada mañana haciéndose tangible bajo la forma de una medusa
[sangrante en lo más alto del corazón
Hablo a mis amigos lejanos cuya imagen confusa
Detrás de un velo de estrépito de cataratas
Me es cara como esperanza inaccesible
Bajo la campana de un buzo
Simplemente en la soledad de un prado
(Traducción: Carlos Estela)
Carta de Amor
Pienso en las holoturias angustiosas
que a menudo nos rodeaban al acercarse el alba
cuando tus pies más cálidos que nidos
ardían en la noche
con una luz azul y centelleante
Pienso en tu cuerpo que hacía del lecho el cielo y las montañas
[supremas
de la única realidad
con sus valles y sus sombras
con la humedad y los mármoles y el agua negra reflejando todas las
[estrellas
en cada ojo
¿No era tu sonrisa el bosque resonante de mi infancia
no eras tú el manantial
la piedra desde siglos escogida para reclinar mi cabeza?
Pienso tu rostro
inmóvil brasa de donde parten la vía láctea
y ese pesar inmenso que me vuelve más loco que una araña
[encendida agitada sobre el mar
Intratable cuando te recuerdo la voz humana me es odiosa
siempre el rumor vegetal de tus palabras me aísla en la noche total
donde brillas con negrura más negra que la noche
Toda idea de lo negro es débil para expresar la larga ululación de
[negro sobre negro resplandeciendo ardientemente
No olvidaré nunca
Pero quién habla de olvido
en la prisión en que tu ausencia me deja
en la soledad en que este poema me abandona
en el destierro en que cada hora me encuentra
No despertaré más
No resistiré ya el asalto de las grandes olas
que vienen del paisaje dichoso que tú habitas
Afuera bajo el frío nocturno me paseo
sobre aquella tabla tan alto colocada y de donde se cae de golpe
Yerto bajo el terror de sueños sucesivos agitado en el viento
de años de ensueño
advertido de lo que termina por encontrarse muerto
en el umbral de castillos desiertos
en el sitio y a la hora convenidos pero inhallables
en las llanuras fértiles del paroxismo
y del objetivo único
pongo toda mi destreza en deletrear
aquel nombre adorado
siguiendo sus transformaciones alucinantes
Ya una espada atraviesa de lado a lado una bestia
o bien una paloma cae ensangrentada a mis pies
convertidos en roca de coral soporte de despojos
de aves carnívoras
Un grito repetido en cada teatro vacío a la hora del espectáculo
[indescriptible
Un hilo de agua danzando ante la cortina de terciopelo rojo
frente a las llamas de las candilejas
Desaparecidos los bancos de la platea
acumulo tesoros de madera muerta y de hojas vivaces de plata
[corrosiva
Ya no se contentan con aplaudir aullando
mil familias momificadas vuelven innoble el paso de una ardilla
Decoración amada donde veía equilibrarse una lluvia fina en rápida
[carrera hacia el armiño
de una pelliza abandonada en el calor de un fuego de alba
que intentaba hacer llegar al rey sus quejas
así de par en par abro la ventana sobre las nubes vacías
reclamando a las tinieblas que inunden mi rostro
que borren la tinta indeleble
el horror del sueño
a través de patios abandonados a las pálidas vegetaciones maníacas
En vano pido la sed al fuego
en vano hiero las murallas
a lo lejos caen los telones precarios del olvido
exhaustos
ante el paisaje que retuerce la tempestad
(Traducción: Emilio Adolfo Westphalen)
Notas sobre el tema
Discurso
Sin brillo en los labios la rama calcinada un grito estridente
Bajo el oro pesado de las aguas la aldea la cera en la risa oscura del cielo
Para evitar naufragar en el delirio de haber sido bello y desdichado
La sombra une la vida la pesadumbre ardiente a la noche
Obligadamente precaria y dura en lo azul el blanco de los ojos
[la ebriedad
Durmientes de antiguos romances los tiempos ruinosos el guante
[bañado por la luna
Sir Walter Scott encantado por la mirada de hechiceras imita
El grito del cuerno y la lombriz de tierra en los bosques la tarde
La risa gráfica de fortalezas sobre el muro del poniente
Cayendo en picada sobre la nada
Techar lo plano
Nada
Ni la ausencia de color de herrumbre
Luminosa en verano
Alta mar azul en invierno
Soñada a tientas en la noche semejante a fichas de amianto
A los polos de un abanico humeante
A las encrucijadas de una ciudad lacustre
Sobre pilotes de cuerno
Al tren que descarrila tarde en la noche en las marismas
Al litoral bajo el alud
Nada
Ni la sombra amenazante que me sigue
Ni el silencio panoramas de arena
Ni los puñales de piedra de la sed
Ni los tigres que rugen la sangre
Ni los leones despanzurrados ni los ciegos sodomitas
Ni los hitos arrancados tumbados en el musgo
Ni la casa donde rondaban antaño los fantasmas
Ni las iglesias secularizadas
Ni los cadáveres andando en pleno sol
Ni esta guerra de cien años
Con sus burdeles llenos de bejucos y de cartón piedra
Mientras arrojan sobre la noche grandes baldes de agua
Nada —te digo—
Ni ayer ni más tarde
Cuando me trepabas por el cuerpo hasta la cabeza
Triturando los huesos de últimas batallas
En el crepúsculo de nuevas mañanas
Amaestradas
Para cojear del ala izquierda
La del corazón
Arrastrada por las olas de un sueño inmortal de madrépora
De esponja glacial sobre el rostro
De embriaguez de osífrago de huérfano nefasto
De nigromante de abuso de poder
De ilogismo de carbón blanqueado
De fuga desalada en la tormenta
Hasta gritar ¡cuidado!
Hasta implorar gracia
Pero nada
Ni el olvido
Recluido doliente
Entre los dientes
Para siempre de tu ausencia
Oh techo cimerio
El juego predestinado
Dióscuros en la orilla
Entrados en alas curiosos de la ola
Desenvuelta la risa
Si libre humedece el pico
Aquel hermoso pájaro aquel pelícano de ensueño
En el cielo de bruma
Puro azul más que el aire
Entre caracolas
Para esos pianos
Cubiertos de espuma
De dedos furtivos
Partiendo del ojo con sus arpegios lentos
De hilo que oscila
A merced del mar de pescados fritos
Oh cielo de tierra oh mar ágil
Cercado de cuerpos
Oh legítima sed solada de curvas
Tímida si en la piel que brilla
Nacen deleitosas perlas
Bajo el humo vibratorio del calor de las estrellas
Invisibles
(Traducción: Américo Ferrari)
El olor y la mirada
El olor fino solitario de tus axilas
Un hacinamiento de coronas de paja y heno fresco cortado con dedos
y asfódelos y piel fresca y galopes lejanos como perlas
Tu olor de cabellera bajo el agua azul con peces negros y estrellas de
mar y estrellas de cielo bajo la nieve incalculable de tu mirada
Tu mirada de holoturia de ballena de pedernal de lluvia de diarios de
suicidas húmedos los ojos de tu mirada de pie de madrépora
Esponja diurna a medida que el mar escupe ballenas enfermas y cada
escalera rechaza a su viandante como la bestia apestada que
puebla los sueños del viajero
Y golpes centelleantes sobre las sienes y la ola que borra las centellas
para dejar sobre el tapiz la eterna cuestión de tu mirada de
objeto muerto tu mirada podrida de flor
El fuego y la poesía
En el agua dorada el sol quemante
refleja la mano del zenit
1 Amo el amor
El martes y no el miércoles
Amo el amor de los estados desunidos
El amor de unos doscientos cincuenta años
Bajo la influencia nociva del judaísmo sobre la vida monástica
De las aves de azúcar de heno de hielo de alumbre o de bolsillo
Amo el amor de faz sangrienta con dos inmensas puertas al vacío
El amor como apareció en doscientas cincuenta entregas durante
cinco años
El amor de economía quebrantada
Como el país más expansionista
Sobre millares de seres desnudos tratados como bestias
Para adoptar esas sencillas armas del amor
Donde el crimen pernocta y bebe el agua clara
De la sangre más caliente del día
2 Amo el amor de ramaje denso
Salvaje al igual de una medusa
El amor-hecatombe
Esfera diurna en que la primavera total
Se columpia derramando sangre
El amor de anillos de lluvia
De rocas transparentes
De montañas que vuelan y se esfuman
Y se convierten en minúsculos guijarros
El amor como una puñalada
Como un naufragio
La pérdida total del habla del aliento
El reino de la sombra espesa
Con los ojos salientes y asesinos
La saliva larguísima
La rabia de perderse
El frenético despertar en medio de la noche
Bajo la tempestad que nos desnuda
Y el rayo lejano transformando los árboles
En leños de cabellos que pronuncian tu nombre
Los días y las horas de desnudez eterna
3 Amo la rabia de perderte
Tu ausencia en el caballo de los días
Tu sombra y la idea de tu sombra
Que se recorta sobre un campo de agua
Tus ojos de cernícalo en las manos del tiempo
Que me deshace y te recrea
El tiempo que amanece dejándome más solo
Al salir de mi sueño que un animal antediluviano perdido en la
[sombra de los días
Como una bestia desdentada que persigue su presa
Como el milano sobre el cielo evolucionando con una precisión de
[relojeríaTe veo en una selva fragorosa y yo cerniéndome sobre ti
Con una fatalidad de bomba de dinamita
Repartiéndome tus venas y bebiendo tu sangre
Luchando con el día lacerando el alba
Zafando el cuerpo de la muerte
Y al fin es mío el tiempo
Y la noche me alcanza
Y el sueño que me anula te devora
Y puedo asimilarte como un fruto maduro
Como una piedra sobre una isla que se hunde
(…)
Publicado en Vallejo and Company
Un surrealista peruano: César Moro
Los nueve años que Moro vivió en París, de 1925 a 1934, marcaron profundamente su vida. Moro sale de Lima hacia Europa a los veintidós años con el deseo de exponer su obra plástica. En 1929, conoce a Breton y participa en las reuniones de los surrealistas. Es la época del Segundo Manifiesto Surrealista, del acercamiento de Breton con el Partido Comunista y por consecuencia de la mezcla del activismo político con los experimentos de la escritura automática. Para Moro este encuentro fue fundamental porque le permitió desarrollar su veta poética y adoptar la lengua francesa como vía de expresión de su poesía. Moro participó activamente en el grupo surrealista antes de la guerra, como Paz lo hizo después. Mientras vivió en Paris, publicó “Renommée de l’amour” en la edición 5-6 de la revista Le Surréalisme au service de la Révolution. También participó en el libro Violette Nozières, en 1933, poco antes de su regreso a Lima. Este homenaje colectivo a la joven parricida era una plaquette que contenía poemas de Breton, de Char, de Éluard, de Moro y Péret entre otros; además de ilustraciones de Dalí, Tanguy, Giacometti y Magritte.
A su regreso a Lima, Moro continuó ligado emocionalmente al grupo. En 1935 expuso algunos dibujos y collages y en 1938 creó junto con Emilio A. Westphalen la revista El uso de la palabra de la cual sólo apareció el primer número. Ese mismo año el artista peruano se exilió por motivos políticos en México donde vivió hasta fines de la década de los 40. Lo que hace de Moro un caso especial en la literatura latinoamericana de su generación es que aún en su regreso a Perú y en su exilio en México siguió escribiendo en francés. Esta condición de doble exilio: el geográfico y el lingüístico hacen de él un poeta de las orillas, del destierro.
En México, Moro organizó con el pintor Wolfgang Paalen la Exposición Internacional del Surrealismo de la cual también escribió el prefacio del catálogo. Colaboró en El Hijo Pródigo y en Dyn, ésta última fundada por Paalen en 1942. Le etapa mexicana es para Moro un período de recogimiento que llevará al extremo a su regreso a Perú.
En 1948 Moro regresó a Lima donde decide vivir entregado a la escritura y a la pintura sin manifestarse públicamente. Durante esos años dio clases de francés en el Colegio Militar Leoncio Prado. En la misma época, un joven que soñaba con ser escritor fue internado en el colegio por órdenes paternas para mitigar sus pretensiones creativas. Ese joven se llamaba Mario Vargas Llosa. Moro fue profesor de Vargas Llosa y más tarde sirvió de modelo a uno de los personajes de La ciudad y los perros. “Era bajito y muy delgado – escribe Vargas Llosa en El pez en el agua-de cabellos claros y escasos y unos ojos azules que miraban el mundo, las gentes, con una lucecita irónica al fondo de las pupilas.”
Un surrealista peruano: César Moro
El presente texto, reproducido por Vallejo & Co., fue publicado originalmente por su autora en la Nouvelles du Mexique. Revue Culturelle.
Por: Mónica Quijano
Crédito de la foto: César Moro en el estudio de
Xavier Villaurrutia.
Cortesía: Mario Bellatín
Un surrealista peruano: César Moro
Cuando uno piensa en la relación del surrealismo con América latina, varias referencias vienen a la mente: el viaje de Breton a México, el peregrinaje de Artaud a la sierra Taraumaura, la aventura chilena de La mandrágora, la amistad entre Paz y Breton después de la guerra, y César Moro. Y es que resulta difícil pensar en el surrealismo latinoamericano sin recordar a este poeta que siempre se sintió extraño en su Perú natal. Moro es el más claro ejemplo de que en muchas ocasiones la patria se encuentra muy lejos de ese lugar donde el destino nos hizo nacer. |
Los nueve años que Moro vivió en París, de 1925 a 1934, marcaron profundamente su vida. Moro sale de Lima hacia Europa a los veintidós años con el deseo de exponer su obra plástica. En 1929, conoce a Breton y participa en las reuniones de los surrealistas. Es la época del Segundo Manifiesto Surrealista, del acercamiento de Breton con el Partido Comunista y por consecuencia de la mezcla del activismo político con los experimentos de la escritura automática. Para Moro este encuentro fue fundamental porque le permitió desarrollar su veta poética y adoptar la lengua francesa como vía de expresión de su poesía. Moro participó activamente en el grupo surrealista antes de la guerra, como Paz lo hizo después. Mientras vivió en Paris, publicó “Renommée de l’amour” en la edición 5-6 de la revista Le Surréalisme au service de la Révolution. También participó en el libro Violette Nozières, en 1933, poco antes de su regreso a Lima. Este homenaje colectivo a la joven parricida era una plaquette que contenía poemas de Breton, de Char, de Éluard, de Moro y Péret entre otros; además de ilustraciones de Dalí, Tanguy, Giacometti y Magritte.
A su regreso a Lima, Moro continuó ligado emocionalmente al grupo. En 1935 expuso algunos dibujos y collages y en 1938 creó junto con Emilio A. Westphalen la revista El uso de la palabra de la cual sólo apareció el primer número. Ese mismo año el artista peruano se exilió por motivos políticos en México donde vivió hasta fines de la década de los 40. Lo que hace de Moro un caso especial en la literatura latinoamericana de su generación es que aún en su regreso a Perú y en su exilio en México siguió escribiendo en francés. Esta condición de doble exilio: el geográfico y el lingüístico hacen de él un poeta de las orillas, del destierro.
En México, Moro organizó con el pintor Wolfgang Paalen la Exposición Internacional del Surrealismo de la cual también escribió el prefacio del catálogo. Colaboró en El Hijo Pródigo y en Dyn, ésta última fundada por Paalen en 1942. Le etapa mexicana es para Moro un período de recogimiento que llevará al extremo a su regreso a Perú.
En 1948 Moro regresó a Lima donde decide vivir entregado a la escritura y a la pintura sin manifestarse públicamente. Durante esos años dio clases de francés en el Colegio Militar Leoncio Prado. En la misma época, un joven que soñaba con ser escritor fue internado en el colegio por órdenes paternas para mitigar sus pretensiones creativas. Ese joven se llamaba Mario Vargas Llosa. Moro fue profesor de Vargas Llosa y más tarde sirvió de modelo a uno de los personajes de La ciudad y los perros. “Era bajito y muy delgado – escribe Vargas Llosa en El pez en el agua-de cabellos claros y escasos y unos ojos azules que miraban el mundo, las gentes, con una lucecita irónica al fondo de las pupilas.”
Este alejamiento de la vida pública también se reflejó en su producción poética. Hasta 1956, año en que muere, sólo había publicado tres poemarios en francés: un libro, Le Château Grisou (1943); y dos plaquettes: Lettre d’Amour (1944) y Trafalgar Square (1954). Fue el poeta francés André Coyné, amigo y albacea literario de Moro, quien heredó la tarea de editar los diversos libros y poemas sueltos que el poeta peruano había dejado. La muerte de Moro dio origen al reconocimiento paulatino de su obra. Sin embargo, la publicación de sus poemas enfrentaba las reticencias de las editoriales a publicar a un peruano que escribió en francés. En Francia nadie lo editaba porque no era un poeta francés. En Lima tampoco porque había que traducir sus poemas.
Los dos primeros libros de Moro se publicaron gracias a la venta de una serie de pasteles que el poeta había pintado un año antes de su muerte. Con los fondos reunidos Coyné pudo publicar, por un lado, la poesía en castellano de Moro bajo el título de La Tortuga Ecuestre y Otros Poemas (Lima, 1957) y, por otra parte, Amour à Mort et Poèmes 1948-1955 (París, 1957). El libro editado en Francia tuvo una cierta resonancia. Benjamin Péret lo leyó y decidió incluir algunos poemas del autor en una antología del surrealismo que estaba preparando una editorial italiana: La Poesia Surrealista Franchese. También, gracias a Amour à Mort, el crítico Jean-Jaques Lévêque pidió a Coyné pinturas de Moro con el fin de exponerlas en Le soleil dans la tête, una galería de arte parisina. Resultó entonces que el libro que había sido editado gracias a las pinturas del artista peruano ayudó a su vez a que la obra plástica de Moro se expusiera en París.
La edición en español, por su lado, tuvo menos suerte. Por motivos personales, Coyné tuvo que salir del Perú y no pudo sacar los libros de la imprenta. Supo después que el cajón donde iban la mayoría de los ejemplares se extravió. Sólo se salvaron algunos libros que iban destinados a los suscriptores y los pocos que se distribuyeron a las librerías. Este libro fue reeditado años después por Julio Ortega, dentro de una recopilación titulada Palabra de escándalo (1974).
Sin embargo, la edición limeña de La tortuga ecuestre no fue el único libro de Moro que se perdió. André Coyné recuerda que se sintió intrigado al no ver, entre los originales que Moro le había dejado, ninguno de los poemas que éste escribió entre 1930 y 1933. Dándole vueltas al asunto, Coyné recordó que Moro le había comentado alguna vez que Paul Éluard había perdido en un viaje la única copia de su primer cuaderno de poesía. En busca de más información, el poeta francés revisó la correspondencia de Moro. Entre otras cartas encontró una escrita por Éluard en abril de 1932 donde le informa a Moro que está “leyendo y releyendo los admirables poemas del primer cuaderno que usted me ha confiado”1. Por desgracia Éluard perdió el mencionado cuaderno en el mismo viaje en el que le escribió la carta.
Moro fue un poeta surrealista en los dos sentidos de la palabra: primero porque colaboró con el movimiento histórico del grupo de Breton, segundo porque su poesía está atravesada por esta corriente artística, ese surrealismo que Julien Gracq bautizó como “surrealismo sin edad”. Moro eligió una patria íntima, la lengua, donde poder experimentar hasta el último límite las posibilidades de ruptura y de juego poético. Al sentirse desterrado, ajeno de esa Lima a quién al pie de un poema calificó de “horrible” Moro re-crea en su universo un lugar distinto: un sitio personal compuesto de geografías, luces y sueños híbridos, un lugar que decidió compartir con nosotros en sus libros.
Publicado en Vallejo and Company
Cayó la cortina de tinieblas…. La muerte de César Moro
Por André Coyné*
Cayó la cortina de tinieblas y nos separa.
César Moro ha muerto.
Ha muerto aquí —en Lima— en una Lima que lo desconociera y que él reconocía un poco menos cada día.
César, perdóname, no puedo…No puedo hablar de ti como de un muerto. César, vives en mí. Te has llevado el sol, la luz; me has dejado en la noche en que escribo… Eras el sol, la luz; lo sigues siendo y lo seguirás siendo mientras te llore, mientras te busque, a cada esquina de las calles, al norte y al levante de la ciudad mortal de tu ausencia…
César, Aurora. La noche es para mí. Eres el día. Mis ojos están ciegos de tu muerte, y no te ven. Te volverán a ver. La culpa es mía.
César ¡escucha! Me he quedado ciego, sordo. Pero tú ves y oyes… Perdóname si hablo solo: tanto hemos hablado en siete años ¿te acuerdas? César, estamos solos, como siempre. Los demás no entienden, ¡no importa! Empiezan a hablar de ti porque has muerto; ya confunden las fechas y los hechos: no perdamos el tiempo —¡el tiempo pasa!— en discutir con ellos, ¿para qué? Ya te encuentran nombre, categoría, escuela: es su costumbre, pero escapas de ellos y te ríes de los nombres, de las categorías, de las escuelas. Eres libre, como siempre lo has sido en vida.
¡El hombre más libre de tu tierra!
¡Y el más puro!
Poesía en ti era pureza. Pureza: amor. Amor: libertad.
Poesía, fuego. Poesía, juego. Juego hasta la muerte, como el amor. Poesía, llama. «Llama de amor viva». Siempreviva. Y la muerte… ¡César! la muerte, muerta.
¡El poeta más poeta del Perú!
Muchos escriben y confunden la poesía con los poemas, publicarlos, y luego escribir más, publicar más. ¡Hay una plétora de poetas en el Perú! En las antologías, en las revistas, en los libros. En los ficheros, en los salones, en los congresos.
Odiabas la feria literaria, la habladuría literaria. Odiabas a los poetas, esos poetas. Eras Poeta, el Poeta. Has muerto de serlo; César, hay muy pocos poetas en el Perú. Poetas porque sí, poetas en la vida y en la muerte, poetas en el alba y en el crepúsculo, poetas en el cuerpo y en el alma, poetas en la sabiduría y en el dolor, poetas en las rosas y en el cielo. ¡Tú! Los demás, no existen: sólo hablan…
César, tú lo has dicho, el 25 de diciembre de 1950 cuando murió en México «uno de los más grandes poetas de la lengua española» y tu amigo, Xavier Villaurrutia:
«Su vida fue vertiginosa, limpia, cristalina. Su obra, marmórea, reflejó obsesionante el ala de obsidiana». La vida de Xavier, y la tuya, César. La obra de Xavier, y la tuya, casi inédita, dispersa…
«Difícil será volver a encontrar en el mundo tal elfo azul —eres tú quien hablas siempre de Xavier, y proféticamente de ti mismo— tal elfo azul, color, alegría de la vida, bondad y, reunido al elfo, el nocturno creador de la poesía impecable y funeraria».
Como Xavier, has muerto. Y aquí estamos todos, tus amigos, tus poquísimos amigos, los de Lima, los de París, los de México (en la mañana misma de tu muerte, dos cartas llegaron de México, de Agustín y de Remedios), algunos otros. Aquí estamos con tu madre, con tu hermano.
Aquí estoy, César. Tu amistad no siempre fue fácil ¡tanto mejor! Has sido el amigo más amigo, porque has sido el que más exigías: no admitías que hubiera amistad alguna sin pasión.
La pasión de toda tu vida, César. La pasión de todos tus actos, de todas tus palabras, de todos tus sueños, de todos tus deseos: ¡la pasión de todas tus pasiones! Has muerto porque amabas la vida con pasión, has muerto de pasión, cuando los otros viven sólo de interés, arribistas, traidores, prostitutos, los paniaguados de las letras.
Has muerto porque amabas la vida juventud, la vida sol, la vida mar, la vida belleza, la vida Proust, la vida Baudelaire, la vida un rostro, la vida un amigo, la vida un desconocido, la vida una taza china, la vida una pierna, la vida una isla como tortuga adormilada en la niebla. Has muerto porque querías vivir en un Perú de mitos y leyendas, en una playa de aves tutelares o en un parque de ficus y palmeras, o en una casa de quincha, de rejas, de balcones. Pero los niños matan a las aves en Barranco, los hombres arrancan los árboles y derrumban las viejas casonas…
Solías repetir ¿recuerdas? Una frase de un amigo tuyo, mexicano: «Somos los últimos sobrevivientes del siglo XIX». Añorabas el ocio, el silencio, un mundo con remansos de paz, de hermosura y de pereza. Te tocó vivir en el mundo de los altoparlantes y de la bulla, de Hollywood y de la bomba atómica, el mundo de Sartre, de la fealdad y de la arquitectura funcional, el mundo de la prisa, de la prensa amarilla, de las novelas radiales, entre criollos, vividores y rateros.
as aguantado mucho, ya no podías. ¿Qué podían los médicos, César, contra tu mal?¿Qué podíamos nosotros, Margot, Dolores, yo, los demás, cuando la carga del mundo te agobiaba? ¿Qué podíamos contra la vejez idiota de nuestra época?
¡Con qué pasión, César! ¡Cuánto has sufrido! Día tras día te he acompañado en tu pasión…¡Con qué horror, noche tras noche! Siete años…
¡César, has muerto! Perdóname. Estamos solos, más solos que nunca, cada cual solo: la pantalla de la muerte nos separa. César, me oyes, pero no me contestas… Escribo, escribo… Es inútil… Trato de embriagarme de tu recuerdo, pero me falta ahora tu presencia: tú me ves, pero yo no te veo; ha muerto tu mirada, ha muerto tu voz, han muerto tus manos, todo tu cuerpo ha muerto… Perdóname. Pienso en ti y pienso en nosotros, pienso en mí: hemos estado juntos tanto tiempo, aquí, en todas partes ¿qué haré?
Me dejas solo, César. Perdóname.
César, tú, César, nuestro Rey Moro, en el reino inextinguible de la soledad y del amor…
*(1927-2015). Poeta y ensayista.
Publicado en Vallejo and Company
Nota sobre César Moro. A propósito de un aniversario de su muerte
Por Mario Vargas Llosa*
Recuerdo imprecisamente a César Moro, lo veo, entre nieblas dictando sus clases en el colegio Leoncio Prado, imperturbable ante la salvaje hostilidad de los alumnos, que desahogábamos en ese profesor frío y cortés, la amargura del internado y la humillación sistemática que nos imponían los instructores militares. Alguien había corrido el rumor de que era homosexual y poeta: eso levantó a su alrededor una curiosidad maligna y un odio agresivo que lo asediaba sin descanso desde que atravesaba la puerta del colegio. Nadie se interesaba por el curso de francés que dictaba, nadie escuchaba sus clases. Extrañamente, sin embargo, este profesor no descuidaba un instante su trabajo. Acosado por una lluvia de invectivas, carcajadas insolentes, bromas monstruosas, desarrollaba sus explicaciones y trazaba cuadros sinópticos en la pizarra, sin detenerse un momento, como si, junto al desaforado auditorio que formaban los cadetes, hubiera otro, invisible y atento.
Ocho años después me pregunto cómo situar a Moro en la poesía peruana, a la que parece, también, sustancialmente extraño. En efecto, ¿cómo situar a un poeta auténtico, a una obra realmente original y valiosa, junto a tanta basura, cómo integrarlo dentro de una tradición de impostores y plagio, cómo rodearlo de poetas payasos? Quizá baste señalar que nada vincula a Moro con la vacilante poesía peruana, que nada lo enlaza ni siquiera con las direcciones estimables que ésta ha alcanzado en períodos fugaces. Es cierto que se trata de un poeta puro, porque jamás comercializó el arte, ni falsificó sus sentimientos, ni posó de profeta a la manera de quienes creen que la revolución les exige sólo convertir a la poesía en una harapienta vociferante, pero su pureza no tiene nada que ver con esa suerte de juego de artificio, con esa actitud de aislamiento, de prescindencia del hombre y de la vida, que impregna a cierta poesía de gabinete con un penetrante olor a onanismo y sarcófago. Es cierto que se trata de un poeta comprometido con una fe y una emoción a las que nunca traicionó. Pero la lealtad y la limpieza con que asumió su compromiso niega y deja en ridículo precisamente a aquellos poetas que se llaman comprometidos porque repiten una retórica ajena y explotan ciertos tópicos que sólo los preocupan de la piel para afuera, con una insinceridad snob tan evidente, como la de aquellos pintores indigenistas, fabricantes de pastiches, y traficantes innobles de una realidad lacerante, que clama por combatientes, no por mercaderes fotógrafos. Pero además de ser auténtico, sincero, Moro es también un gran poeta. Es sabido que este calificativo no se gana, como el cielo, sólo con buenas intenciones. No basta ser consecuente consigo mismo, ajustar estrictamente una conducta a la moral que puede respaldar una obra con una actitud convincente, para ser un gran poeta. Es preciso aquella cualidad indefinible, que ciertos autores nos revelan al ponernos en contacto inmediato con aspectos inusitados de la realidad, al descubrirnos zonas imprevistas de la sensibilidad y la emoción, al transmitirnos el misterio, la alegría o el dolor de las cosas y los hombres.
César Moro murió hace dos años, el 10 de enero de 1956. Al igual que su obra, su vida es casi totalmente desconocida en el Perú. Nació en Lima, en 1903. En 1925, viajó a Europa. Formó parte del movimiento surrealista. Colaboró en «Le surréalisme au service de la révolution» y elhomenaje a Violette Nozières. En 1933 los surrealistas franceses firmaron, a su iniciativa, una nota de protesta por los fusilamientos ordenados por Sánchez Cerro. Los originales de su primer libro de poemas, que data de ese año, fueron extraviados por Paul Éluard. Al regresar a Lima editó con Emilio Adolfo Westphalen y Manuel Moreno Jimeno, un boletín a favor dela República Española, que acarreó persecución policial a sus autores. Tuvo una polémica violenta con el chileno Vicente Huidobro. Con Westphalen fundó la revista «El uso de la palabra». Viajó a México en 1938. En 1940 organizó allí, con André Breton y Wolfgang Paalen, la Exposición Internacional del Surrealismo. En México, también, publicó «Le château de grisou» y «Lettre d’amour». En esa época se aparta del movimiento surrealista. Regresa a Lima en 1948. «Trafalgar square» aparece en 1954. Al morir, dejó varias obras inéditas. André Coyné, que editó el año pasado en París, «Amour à mort», ha preparado la publicación de sus dos únicos libros en español, «Latortuga ecuestre» y «Los anteojos de azufre». Los poemas que aparecen en estas páginas pertenecen al primero de los libros nombrados. Al publicarlos, quienes editamos1 esta revista queremos rendir nuestro homenaje a César Moro y señalar que, sin participar de muchas de sus convicciones, su obra nos merece profunda admiración y respeto.
* El presente texto que reproduce Vallejo & Co., fue originalmente publicado por su autor en la revista Literatura, N°1, de Lima, en febrero de 1958, al poco tiempo de morir César Moro. Más recientemente, este valioso texto fue publicado en el libro amour à moro. homenaje a césar moro / los anteojos de azufre, publicado en 2003 por los editores Carlos Estela y José Ignacio Padilla, a propósito del centenario del poeta. Cabe resaltar, que la opinión de Vargas Llosa sobre los padecimientos de Moro como profesor en el colegio Leoncio Prado, han sido puestos en duda por el gran amigo del poeta, André Coyné, en una entrevista publicada hace algunos años. No obstante, la verdad de ello sólo la sabe el poeta.
Publicado en Vallejo and Company