Fernando Pérez: «Mientras más nacional es el arte en más universal se convierte»

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Fernando Pérez Valdés  acaba de cumplir 71 años,  según la crítica es el cineasta cubano más importante de la actualidad. No le interesan mucho los premios, pero ha sido galardonado en diversos festivales internacionales por su gran trabajo cinematográfico, de los cuales destacan sus películas  Clandestinos (1988), Hello Hemingway (1990) y Madagascar  (1994), que fue elogiada por el New York Times como “una extraordinaria meditación sobre la promesa perdida de juventud y revolución”.

También su película  Suite Habana (2003) fue alabada por la crítica. Entre otros filmes acaba de realizar La pared de las palabras (2014), una historia que nos habla sobre la incomunicación y el amor de una madre.

Su padre fue un cartero que amaba el cine,  Fernando recuerda que lo llevó por primera vez al cine a ver la película El indio Geronimo (1962), a la edad de seis años y quedó impresionado. Luego continuó El puente sobre el río Kwai (1957), esa noche  salieron del cine con su padre muy emocionados de la mano.

Fernando Pérez confiesa que no hace cine para ganar dinero, aunque le paguen por eso, su objetivo es comunicar. Además, nos dice que se considera un cineasta, pero también un cinéfilo.

Cuba y Estados Unidos estuvieron distanciados políticamente por más de medio siglo ¿Qué significó para ti esa foto de Raúl Castro con Barack Obama dándose la mano?

Vi por televisión el izamiento de la bandera por tres marines norteamericanos, que fueron los últimos tres marines que salieron de la embajada norteamericana en el año de 1961. En esa época yo tenía 17 años, así que viví todo eso muy de cerca. Creo que todo eso son movimientos diplomáticos y políticos, pero un cambio en esa relación era necesario. Porque se demuestra que ha sido una política de atrincheramiento. Lo que no ha cambiado son las diferencias,  y esas diferencias se van a mantener.

¿Será  también un cambio en la estética del cine cubano?

Creo que ya empieza a verse en el audiovisual cubano, incluso mucho antes del  17 de diciembre, es decir del cambio oficial. La política siempre ve por detrás de lo que la realidad determina, soy de los que cree que la realidad determina la ley, y no la ley la realidad. Desde finales del año noventa a comenzado a surgir lo que para mí todavía es un fenómeno, no lo defino como una corriente estética, ya que es muy fragmentado, pero ya hay un nuevo cine independiente que se expresa en el audiovisual cubano, y que ya comienza a dar una nueva imagen.

Para el cubano el cine es una ventana para ver lo que pasa en el mundo, en el Festival de Cine de La Habana se ve al público haciendo largar colas y en una permanente lucha por ingresar  a ver las películas.

Eso se mantiene todavía. Nosotros los cubanos somos un público muy efusivo en sus expresiones y un público muy cinéfilo, ahora si uno se pregunta por qué razón, creo que responde a la idiosincrasia. Después de estos cincuenta años, después del triunfo de la revolución se creado un nuevo público. Creo que la realidad nuestra ha contribuido  a que este sea un público más avisado que de alguna manera busca también la diversidad en la programación y no solo un tipo de cine.

Dices que el cubano es cinéfilo por naturaleza ¿Cuántas veces has salido del cine a mitad de la película porque no te ha gustado?

(Risas) soy cubano cien por ciento, pero veo todas las películas completas, me gusten o no, pero siempre me asiste una curiosidad por saber en qué termina todo, así poder tener un criterio sólido. Soy cineasta pero también me considero un cinéfilo, me gusta mucho ir al cine, porque estar en una sala de cine es algo mágico.

En tu reciente película La pared de las palabras, tratas el tema de la incomunicación en una familia, pero a la vez representa también la incomunicación de Cuba como país.

Siempre he tratado de que todas mis películas haya una resonancia en la que el contexto en que ocurre el drama sea importante también, siempre trato de hacer las películas para el público cubano, me interesa abordar  nuestra realidad, pero por supuesto soy de los que creen que el arte mientras más nacional y local es, más universal se convierte. Por eso siempre trato de hacer referencia de que exista una asociación entre el drama privado y lo público.

¿Los personajes de tu película son representaciones políticas entre la revolución y la locura?

Mira, son lecturas e interpretaciones. No es la primera vez que me encuentro con una interpretación tan exacta, donde le aportan un carácter simbólico a los personajes y los personajes empiecen a ser alegorías como tú dices. Luis trata de expresar cosas que se le impide expresar, y la madre está empeñada en una visión única de esa realidad y por supuesto, ignora los conflictos con el otro hijo. Lo que a mí me interesaba, es que el espectador pudiera entender que todos los personajes de la familia incluyendo el hijo, tienen razón.

El mar en la película es un personaje más, como en la vida diaria de los cubanos ¿Por qué  usar el cuadro como simbolismo sanador?

Te soy sincero, a mí el mar me conmueve, me hace falta. Aquí en Lima tienen el mar, pero son mares distintos, aquí es un mar pacífico, más gris. El nuestro es un mar mucho más brillante,  aunque se agrisa hay veces por las tormentas, pero es un mar que siempre refleja estados de ánimos.  Me interesa hacer un tipo de cine donde la narración no se entienda únicamente a través de los diálogos, sino también a través de las imágenes, y creo firmemente que hay imágenes que pueden expresar estados de ánimo.

En el caso del personaje de Luis, el actor no solo tiene que interiorizarse en el papel del paciente con trastorno siquiátrico,  también comparte escenas con personajes que verdaderamente sufren síndrome de Down ¿Qué ha sido lo más difícil de filmar en la película?

Este proyecto surgió justamente por Jorge Perugorría, que es el actor que interpreta a Luis, fue él quien me llamó. Me dijo que una vecina suya que es la escritora Zuzel Monné, había escrito un cuento y estaba adaptándolo a guion cinematográfico, y  él quería que yo fuera el director  de ese guion, del cual estaba buscando financiamiento en el que él sería el protagonista por supuesto. Cuando leí el guion me interesé, era un tema del que yo no pensé nunca tratar, porque me toca muy de cerca. En mi familia tengo una hija que tiene trastorno siquiátrico, pero me interesó,  y dije quizás es el momento de realizarlo. La película la realizamos en una institución siquiátrica real, aunque nos demoró un poco, pero nos sirvió mucho ya que se logró que los actores se sintieran cómodos, nunca usamos pacientes verdaderos, todos los personajes son actores.

¿Y la chica con síndrome de Down?

Para el personaje de Anita, desde el inicio pensé que tenía que interpretarlo una muchacha con síndrome de Down, y  encontramos en la institución La Castellana a Maritza, ahí le cambiamos el nombre, porque se interpreta a ella misma. Realmente fue cuidadoso pero no difícil, porque Maritza sufriendo de síndrome de Down, tiene mucho talento y mucha energía, a lo único que me enfrenté en la película fue al personaje de Maritza, ya que a ella no le di diálogo, solo le daba la situación y ella lo iba desarrollando.

¿Qué es lo más importante para ti como director?

Hacer una buena película (risas). Para mí lo más importante es tener un sentimiento,  y poder transmitir esa emoción al equipo con el cual estas filmando, lo más cercano a la definición de lo que es para mí un director de cine, es el trabajo que hace un director de orquesta, yo siento que como director de cine yo tengo la batuta, pero tengo que saber cómo estar moviéndola constantemente para que aflore el talento del director de fotografía, de los actores, del sonidista y de todo el equipo creativo, y eso es una energía permanente que uno tiene que mantener durante la filmación de la película, es un esfuerzo muy grande. Uno es director de cine no únicamente cuando está detrás de la cámara, sino también las 24 horas del día.

¿Cuáles son tus referentes en el cine cubano?

Uno de ellos es Tomás Gutiérrez Alea, porque la vida lo decidió así, trabajé como asistente de dirección en su película Un pelea cubana contra los demonios (1971) es así que aprendí hacer cine, yo no fui a una escuela de cine. Tomas Gutiérrez, no solo para mí sino para muchos es un cineasta emblemático del cine cubano. Lo conocí de cerca, de él me quedó el sentido del rigor, pero el rigor no como camisa de fuerza, sino el rigor como búsqueda individual.

Cuba tuvo una conexión muy fuerte tanto económica como cultural con Rusia ¿Qué tanto ha influido el cine ruso en tu trabajo?

Sabes que yo aprendí hablar ruso, pero ahora se me ha olvidado bastante, incluso fui traductor de ruso en el instituto de cine. La relación con Rusia fue primero muy difícil por razones de idiosincrasia, pero poco a poco se crearon relaciones humanas muy fuertes, entre los que le tocó vivir ese intercambio durante tanto tiempo. Conozco muchos hijos de rusos que se quedaron a vivir en Cuba. Lo que yo no sé es que si culturalmente eso haya dejado una huella solida al menos en el cine. Lo que ha quedado como película paradigmática de esa relación es Soy Cuba (1964).

La película de Mijael Kalatozov

Así es, más que por el director, es por su fotógrafo Serguéi Urusevski, que fue el que hizo una fotografía de vanguardia para la época. Pero creo que la película culturalmente no dejó huella en Cuba, porque la mirada es más rusa que cubana, y lo que se está reflejando es la realidad cubana, es decir, uno no se identifica mucho con lo que pasa en la película, sin dejar de admirar su excelencia estética y técnica. Para mí el cine de Eisenstein, Grigori Aleksándrov, Pudovkin y todos los cineastas de la época, ha sido una influencia muy fuerte, aprendí mucho. También  el cine contemporáneo ruso como la de los hermanos Nikita Mijalkov y Andréi Konchalovski.

Publicado en Lima Gris
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