José Castillo: paseo por la animación venezolana

Cineasta - Animador José Castillo. Foto: Milangela Galea
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Por Leonardo Perdomo

El territorio donde se alza el 23 de enero resguarda claves fundamentales de la historia de Caracas y Venezuela. Es allí, en un apartamento del bloque 29 donde por una tarde interrumpimos el trabajo deCastillito, para que nos regalara un viaje hacia la historia del cine de animación venezolano.

El hogar de José Castillo es sobrio, aunquecon aire de taller en el que reposan incontables libros, papeles, cajas y algunas herramientas de su labor. Un afiche del Libertador, el de un encuentro latinoamericano de animadores y el de un documental de “los morochos”, Andrés y Luis Rodríguez, adornan las paredes.

Castillito, acostumbrado a recibir visitas y a las preguntas, empieza a contar desdeel tiempo en que estudiaba Comunicación Social en la Universidad Central de Venezuela y se encontró con las películas de Norman McLaren: “Yo vi esas películas de él y dije que también podía hacer cine de animación”.

Habla con mucha soltura sobre todos los elementos que son necesarios para hacer una película animada. Describe los guiones técnicos y cómo se complementan con la música y el movimiento, que es la clave para él de aquello que le da vida en la pantalla hasta a la más simple historia. “El dibujo animado necesita animación, no mucho argumento… y paciencia, mucha paciencia”.

Las manos de José están especializadas en comunicar historias. Mientras habla, las va moviendo suavemente en el aire, acompasando sus palabras con gestos. Hay que seguirlas para apreciar el hilo que va formando con el tiempo que narra. Señala hacia atrás cuando habla de las primeras películas en blanco y negro que veía con sus amigos en el Teatro Ayacucho. Ve a su derecha cuando mide en el aire la altura del niño que le impulsó a hacer su primera película, y los ojos enfocan como si lo estuviera viendo.

“Ese muchachito me dijo ‘yo nunca he visto una película animada venezolana’, y que todas las que había visto estaban en inglés y eran de afuera… entonces decidí regalarle una historia animada venezolana”. Así nace Conejín (1975) -personaje que lo acompañaría desde entonces-, un alegre animalito de tan solo unas líneas de luz, muy inquieto y expresivo. El corto está basado en los Diablos danzantes de Yare, en los Toros coleados, en los velorios de la Cruz de Mayo.

Nos vuelve súbitamente al presente y dice: “Cuando ese niño me dijo eso, me di cuenta del problema: tenemos ese cine extranjero metido aquí -en ese momento coloca sus manos extendidas frente a él, señalando-, cuando se puede hacer con música venezolana y nuestros cuentos”.

Castillito analiza la producción del cine en Venezuela, considera que todavía nos falta mucho camino por recorrer para poder cautivar a nuestros niños con los tantos cuentos que tenemos en pueblos y ciudades.

Cuando en la escuela piden hacer un dibujo libre, se suelen mezclar la imaginación con algunas pistas de lo que se conoce y se ha visto. Y a veces salen unas cosas que uno no sabe de dónde pero llaman la atención: ¿Cuántos dibujos no habrá en las escuelas de arbolitos llenos de manzanas rojas, con una casa de dos pisos con chimenea y un dálmata?

Castillito cree que “el trabajo que hace Walt Disney” es utilizar los cuentos infantiles conocidos y darles una forma muy atractiva. Pero afirma,“dibuja sus personajes y contrata muchísimos dibujantes que le van dando movimiento al muñeco”, seguido de una sentencia: “Ese trabajo lo hago con mis manos, cuadro por cuadro”.

Y es que la música, el guión y la animación de los dibujos son trabajos que llevan mucho tiempo y esfuerzo, producciones que llevan años, artesanía manual y conocer gente que apoye el proyecto. Eso sin contar lo que viene después: la proyección, promoción y búsqueda del público.

Han sido muy enrevesados los acontecimientos que llevaron a las películas de José a tener reconocimiento internacional. Conejín viajó al Festival de Filadelfia coleado con dos documentales más y resultó ser el seleccionado del país. También alcanzó las salas del Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York, llevado en el bolsillo de un piloto de Petróleos de Venezuela gracias a las gestiones que él mismo hacía dando vueltas por las instituciones. Después, La hormiga de Hiroshima (1985) llegaría a Japón y La cueva (1985) ganaría un Hans Cristian Andersen, en Dinamarca.

Detrás de su mecedora de mimbre, tiene a mano cuentos venezolanos, de navidad y otros libros que le sirven mucho para su obra. Empieza a revisarlos, hojeando los títulos y los autores, y recuerda la primera vez que leyó uno de Rafael Ribero y los de Aquiles Nazoa, así como toda la colección que le gusta tanto de las revistas Tricolor.

Desde la ventana del apartamento se puede ver el centro de la ciudad y la cordillera del Ávila hasta más allá de Chacaito. Es una pantalla en la que se ve todos los días una película de Caracas. Castillitoestá convencido de que los cuentos nos enseñan cosas sobre nosotros. “Por ejemplo, tú ves que Blancanieves te muestra por ejemplo la lucha entre el bien y el mal, y esos otros cuentos conocidos sobre cosas que le llegan a los niños… y los cuentos nuestros también”. Y narra que Tío Tigre y Tío Conejo son los militares y estudiantes de aquella época: “El Tío tigre General que creía que el conejo era pendejo y el otro más vivo nunca se dejaba embromar”.

“La cucarachita Martínez es Venezuela, que se encontró ese tesoro que es el petróleo y todos los pretendientes quieren con ella… bueno, y ahora con la caída de los precios como que no le quieren su tesoro”, dice entre risas y cambia de tema, para dejarnos pensando quién será ese Ratón Pérez, el poeta que sí quiera jugarse por su Venezuela.

Una conversación que duró más de una hora no parecía desgastarle el ánimo de seguir contando cosas. Le gustan los efectos especiales de la nueva Star Wars y está muy animado por la emergencia del nuevo nicho de animación para niños en Latinoamérica -Brasil, Argentina y Chile principalmente-, y nuestra Patria, que no para de producir películas.

Muestra muy orgulloso la cinta de su nueva película, que pronto va a proyectar, donde se pueden ver los trazos de luz de Conejin jugueteando con el fondo y cómo se mueve “cuadro por cuadro”.

Vemos las maderas en las que trabajaba en los años 80, piezas talladas y pintadas con cuentos venezolanos y paisajes de Caracas. Las más curiosas son una especie de tótems con rostros de sus amigos de la infancia, de muchachitos que recuerda. Ahí están los ojos de esos niños en los que piensa cada vez que le da movimiento a una historia, los niños venezolanos a quienes desde hace más de 40 años les dedica un sueño y se los regala en forma de luz.

Publicado por La Cultura Nuestra

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