Pinceladas de sensibilidad

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Parece que hablan en un rincón del hogar los pinceles de Ángel Luis Velázquez Guerra. Cuando la escasa mercadotecnia y los asuntos cotidianos asfixian la inspiración, él renace a contraviento por saberse partícipe de una manifestación artística que convierte en poesía visual las escenas de la vida. Como la palma que se eleva en el horizonte, sencilla y fuerte a la vez, abraza la magia de los colores y ese sabor agridulce que dejan en el paladar de todo creador, sin autosuficiencia ninguna, los frutos de la destreza y la superación.

Su formación empírica no le resta talento, al contrario, es la catapulta para crecerse como artista. Los primeros atisbos en el mundo del arte los descubrió a los 16 años, cuando apenas era un adolescente ansioso por desentrañar curiosidades y experimentalismos. El paisajista Wílber Ortega, entonces vecino suyo del municipio de Majibacoa, avivó las pinceladas pictóricas en el lienzo de su vida.

No pasó mucho tiempo para que el discípulo aprendiera la técnica y mostrara obras cargadas de esfuerzo. En ese momento pocos años distaban de su primera exposición personal en la galería citadina Fayad Jamís. Durante la muestra particular conoció a José Bruzón, paisajista por excelencia, que reconoció en un santiamén su aptitud y le dejaría aplausos latentes en el recuerdo. Mas Velázquez siempre ha detestado el triunfalismo, ni siquiera hoy que sus cifras de exhibiciones artísticas suman cinco de carácter individual y alrededor de 60 colectivas.

pintura1Confluencias, el espacio de paisajística que durante algunos años aunó en el territorio majibacoense a virtuosos de la plástica de diferentes lares de Cuba y el mundo, tuvo en él a uno de sus fundadores más consagrados. Pero al caminar por la cultura aparecieron nuevos códigos y de ahí emanó su necesidad de agregar más elementos a las obras, hijas en su mayoría de problemáticas sociales. Entonces nació dentro de sí el surrealismo como torrente inevitable de futuras creaciones. Y para defender su cometido incorporó desde una mazorca de maíz, un jarro viejo hasta una olla arrocera mezclada con la campiña. Además ha experimentado con el abstraccionismo.

Puchi –como le conocen sus paisanos- nunca ha ambicionado el arte para sí, testigo de ello también son las esculturas (otras de sus pasiones) diseminadas por su municipio, que recrean temáticas como la zafra azucarera y las tradiciones aborígenes. Se nutre cognoscitivamente de los lienzos de los cubanos Arturo Montoto y Tomás Sánchez, pero siempre trata de salvaguardar su estilo.

De aquellos primeros cuadros teñidos con pintura de aceite sobre cartones soviéticos, ante la entonces escasez de óleo o acrílico, se impusieron las inmensas ganas de hacer que matizaron su juventud. Poco a poco obras suyas pasaron de mano en mano hasta rebasar nuestras fronteras y participar en eventos nacionales e internacionales como Cuba, cóctel y tabaco, desarrollado en Alemania.

Aunque ninguna tradición familiar antecede su adicción al lienzo y los pinceles, él siente a su entorno campestre como una extensión de sí mismo y por ello disfruta recrear (no retratar) la transparencia del agua, la perfección de un árbol o algún pedazo de cielo y tierra con tonos diferentes a los convencionales. De más está decir que la campiña es la dama de honor en su haber y por eso quizás le pague inmortalizando recuerdos de su infancia en los que aparecen desde bohíos cabizbajos hasta plantas y riachuelos propios de su natal poblado de Naranjo.

 

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De niño era un ser inquieto que no atendía a las clases por dibujar figuras y paisajes. De grande es un soñador empedernido que no le teme al trabajo porque lo ama y eso basta. «La mejor academia que existe es la práctica y el interés que tengas para aprender», suele decir a algunos colegas. Como muchos artistas, sueña con una mayor implicación de las instituciones culturales en la promoción, exposición y venta de las obras.

Prefiere los tonos cálidos que desnudan siluetas en rojo, amarillo, naranja, ocre…, gama que parece dibujarle el alma y su temperamento. Por el diálogo imaginario (pero existente) de los pinceles con el espectador diría (aún sin ser experta en pintura) que predominan en sus cuadros el nivel de detalle, el manejo conceptual, el dominio de la técnica, la perspectiva y la variedad de colores. También una espiritualidad que salta a la vista mediante humedales, árboles y un cielo que muestra trajes diferentes en el que, además de azul y blanco, coexisten otros matices, aunque de manera más discreta.

Atado a un bastidor, así lo encontré un día de entrevistas rápidas, si es que eso es posible. Y bastaron unos segundos para descubrir ante mí a un artista de naturaleza algo sui géneris. El muchacho aquel que alguna vez afincaba codos en la ventana de la casa de Wílber para verlo pintar, lanzarle preguntas propias de cualquier aprendiz y reproducir luego la lección a su modo con la seriedad de cualquier fiesta para alguien de su edad, hoy es un creador que instruye a otros.

La lejanía de su vivienda respecto a la ciudad capital complejiza un poco la promoción del quehacer, pero él no teme. Se sabe dueño de un tesoro bucólico que alimenta cada obra. Quizás por ello sufre más la poca presencia de cultores de su línea creativa en diferentes sitios, más allá de la efervescencia que tiene esa manifestación durante la Jornada Cucalambeana, evento en el cual ha sido galardonado con el máximo premio correspondiente al Salón de Paisaje.

La desertificación, la sequía y la contaminación del ecosistema son otras de sus aristas creativas. Así renace una pintura simbólica que clama a la reflexión en tanto se disfruta de lo bello y sublime al incorporar rasgos y objetos contemporáneos. Un golpe de fe que anuncia el peligro que corre (irónicamente al unísono) el paisaje real y su reflejo artístico, este último a su entender insuficientemente promocionado.

Puchi es un artífice optimista de la cultura, un hombre que entiende que la economía no es más importante que la obra porque aquella que se vende resuelve los frijoles, como diríamos en buen cubano, pero la que queda alimenta las almas y el prestigio del autor.

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Publicado en Periódico 26
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