El bar de El Olvido

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En todas las ciudades de todas las culturas hay espacios para diferentes tipos de socialización. Y para eso sirven los bares -o cantinas, como comúnmente se le llama a estos sitios populares-: como espacios para que parroquianos y foráneos se junten a compartir las trivialidades de la cotidianidad que abruma, así como toda clase de honduras y de picos en la vida. Llegás solo, llegás acompañado, no importa. Vas al bar de tu elección, buscás plática y pedís lo de costumbre… y salís como de costumbre.

Y es que de costumbres estás hecho y si algo lo demuestra es el conjunto de ritos que giran alrededor del ancestral ceremonial de la bebida: qué pedís, cómo lo tomás, con qué lo acompañás…

A propósito de pedir algo para tomar, genéricamente podríamos llamarlo pedir “un tapis”, pues sin abundar en especie, cualquiera sabe qué es y quien te conoce hasta sabe de qué tipo te gusta. Claro está, que tomarse un tapis es en jerga popular, porque en los asientos de alcurnia seguramente le denominan hasta en otro idioma…

Dios los hace y ellos se juntan… para “echarse un tapis”. Por eso, en este espacio se ofrecerán algunas líneas sobre esos bares que cuentan con una larga trayectoria de atención a esos comensales del buen beber.

Más de cincuenta años de olvido

A unos pasos de la Avenida Centroamérica, en la 0 avenida “B” 15-25 de la zona 1, está uno de los bares más antiguos de la Capital: El Olvido, atendido por doña Elsa Escobar Macal, doña Elsy -como regularmente le dicen sus clientes -.

Desde el momento mismo en que se traspasa el umbral de su puerta de vaivén, el cliente se transporta a otra época… y se llega a un espacio rodeado de paredes llenas de recuerdos y anécdotas… desde la vieja caja registradora postrada en el mostradorón de madera que tiene años sirviéndole de soporte, pasando por las paredes amarillas tapizadas de pósteres de artistas y equipos de fútbol -todos debidamente enmarcados-, hasta llegar al techo de machimbre, del cual cuelgan banderines de clubes deportivos y otros recuerditos. La luz amarilla del local reafirma esta sensación de viajar en el tiempo.

¿Ud. ha ido decorando a su gusto El Olvido? – le preguntamos a la dueña.

Sí, yo, a mi modo.

¿Y de dónde ha traído todos estos recuerdos?

De diversas partes: de México, España, Sudamérica…

Ahí podés encontrar cuadros de Cantinflas, Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solís, Víctor Manuelle, La Sonora Santanera, Selena y la favorita de la decoradora, Daniela Romo. Los equipos de futbol se deben a los gustos de su difunto esposo, aficionado a este deporte. También te topás con imágenes de gallos y jaguares.

Otra peculiaridad del local es la influencia guadalupana. Con su propio altar en una de las paredes, doña Elsy se identifica como devota de esta advocación mariana. “Soy católica”, dice. Y por ello, aparte de los domingos, el único día en que El Olvido no está disponible es el Viernes Santo.

Corría uno de los años de la presidencia de Julio César Méndez Montenegro (1966-1970), cuando a raíz de un anuncio de prensa, un 9 de octubre, por Q500 doña Elsy compró el derecho de llave del Bar El Olvido… recuerda ella que tenía alrededor de 18 años de existir con el mismo nombre y que antes de ello, en el mismo local existió al menos una década otro bar llamado “El Gallo Giro”.

En alguna época no tan lejana, este particular bar se distinguió por poseer una rockola que funcionaba con discos de acetato y por lo tanto ofrecía un repertorio musical que se anclaba hasta máximo la década de 1980. Sin embargo, por la diversidad de música que actualmente se requiere, el aparato que hoy ameniza el ambiente es moderno: “los muchachos escuchan de todo”, dice doña Elsy.

Quienes han visitado El Olvido saben que en el bar siempre van a encontrar a un morador en particular: Yángulo -el gato-, la mascota del lugar. Aparece de repente, inspecciona a los visitantes, ronronea con quien le place y enseguida desaparece. Hoy en día este simpático personaje tiene un gallo por compañía.

Este rincón del Centro Histórico abre desde las 13.00 horas, de lunes a sábado y reúne a bebedores provenientes de todas partes de la Ciudad. Sus visitantes más asiduos son por ahora muchos jóvenes, entre los cuales destacan parejas de enamorados y extranjeros. “Es que ahora las tiendas son cantinas”, dice doña Elsy cuando le preguntamos por qué ya no llega la gente de antes, esa que pasaba tempranito a curarse la resaca y volvía a medio día o después del trabajo. Bares como El Olvido se convirtieron así en “lugares de estar”: quien llega, va sin prisas… al punto de que, según dicen, luego no se quiere ir.

¿Qué tiene pensado para El Olvido?

Atenderlo, hasta que Dios se acuerde de mí.

Publicado en La Hora
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