Un homenaje al poeta y artista plástico ecuatoriano Kelver Ax

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El poeta cuencano Cristóbal Zapata decía hace casi un año: para Kelver Ax “escribir es algo así como morir”, en alusión a la cercanía a la muerte que podía intuirse en varios pasajes de su poesía.

El lunes 18 de enero, Kelver Ax murió en Loja, ciudad en la cual nació en 1985. Poeta y artista plástico prolífico, Kleber Enrique Ajila Vacacela deja un vacío en la literatura y la plástica ecuatorianas.

Quienes conocieron su obra literaria y pictórica, como el pintor cuencano Patricio Palomeque, enfatizan en que sus dos talentos eran nítidos y enormes; raramente conjugados en una misma persona.

Entre las últimas entradas a su muro de Facebook, el 13 de enero, Kelver Ax dejó esta reflexión de Mario Montalbetti: “Si algo los seres humanos hemos decidido colectivamente es que nuestras obras de arte deben ser objetos de una gran inutilidad: deben no servir para tareas domésticas, y cuando lo hacen (si por ejemplo bebo agua de una exquisita vasija chimú) su valor estético (al momento de beber) se reduce a cero. Pero las obras de arte tampoco deben servir para tareas conceptuales”.

Hombre de lecturas, como lo confirma la profesora de historia del arte y galerista quiteña Ileana Viteri, a través de un mensaje a uno de los colegas del artista lojano, en él se aunaban una “cultura, inteligencia y sensibilidad” excepcionales. Kelver fue el mejor egresado de su promoción en la carrera de Artes plásticas en la Universidad de Loja. En octubre del año pasado, junto a los artistas, también lojanos, Emilio Seraquive y Freddy Guaillas, expuso en Quito su obra más reciente en ‘Endestierros’; la muestra estuvo antes en Cuenca bajo el nombre de ‘Desalmados’. Eran sus primeras salidas de Loja con su obra plástica; en ambas ciudades tuvo mucha acogida.

Su arte, tanto escrito como pictórico estaba cargado de sustancia. Alusiones a la ciencia, la psicología y al arte en su vastedad están presentes en las obras que deja; algunas ya forman parte de colecciones privadas. La propuesta, hecha por Zapata, es que el resto sea expuesto permanentemente en un pequeño museo en Loja, donde estarían sus textos y sus cuadros.

La solicitud será hecha la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo de Loja y al Ministerio de Cultura. ​ Con su poesía se dio a conocer en Perú. Su segundo libro, ‘Pop-up’ lo editó la editorial peruana Cascahuesos, en el 2014. Dos años antes publicó ‘CU4D3RN0 D3 4R3N4’ (Cuaderno de Arena) de manera independiente, y varios de sus poemas forman parte de antologías ecuatorianas. E

l velorio de Kelver Ax se llevará a cabo a partir de esta noche en el sector La Banda, en Loja.

Publicado en El Comercio

 

Kelver Ax, el delator

 

Por Santiago Vizcaíno

Querer que la poesía sea todo es el comienzo de querer que todo sea poesía.

Gabriel Zaid

Cada 40 segundos, alguien se quita la vida. O sea que mientras escribo esta línea, un hombre o una mujer, probablemente un hombre, ha dejado de existir, como se dice, por su propia mano. Es perturbadora la idea de que al menos 800 mil personas al año se suicidan y es al menos entusiasta la certeza de que una ínfima parte de ellos es poeta. Lo que quiere decir que el mito del poeta suicida, del poeta que juguetea con la muerte, no es más que una macabra creación de la naturaleza humana.

El 30 de abril de 1970, Paul Celan se arroja a las aguas del Sena. El 7 de enero de 1972, John Berryman hace lo propio en la corriente del Mississippi. Ese mismo año, el 25 de septiembre, Alejandra Pizarnik muere por una sobredosis de barbitúricos. Dos años después, Anne Sexton enciende el motor de su auto y se encierra en su garaje. El 3 de octubre de 1977, Luis Hernández, el que escribió: “Matar a Dios/ quizás sea el mejor de los suicidios”, se deja atropellar por el metro de Buenos Aires. Esta, la de los setenta, es quizá la década más prominente en suicidios del siglo XX en lo que tiene que ver con la poesía.

El 18 de enero de 2016, en cambio, en el barrio popular de Miraflores Alto de la ciudad de Loja, Ecuador, el poeta y pintor Kelver Ax —Kléber Ajila— se mató para evitar morir. Este, que es un país donde la poesía se escribe en secreto, no es menos propenso al mito y al morbo. Por ello ha habido una búsqueda a tontas de respuestas dentro de su poesía, por aquel equívoco de confundir al poeta con el yo de su creación. Leer los versos de un conocido para extraer de ellos lo que tienen de confidencia solo puede frustrar la obra, nos decía el maestro Gabriel Zaid.

Lo que sí está claro para algunos es que nuestro amigo Kléber y el poeta Kelver son dos personas distintas, dos construcciones imaginarias; la primera, producto de nuestra memoria sentimental, y la otra, de la obra poética (como también pictórica). Lamentamos —desde luego— la temprana muerte de nuestro amigo.

Esta primera consideración es sustancial en el parco pero demoledor corpus poético del autor: apenas dos libros, CU4D3RN0 D3 4R3N4 (Loja, Ecuador, 2012), y pop-up (Arequipa, Perú, 2015), porque desde su primera publicación se decide, como Pessoa, por el heterónimo, Kelver Ax, al que le atribuye, desde luego, un estilo y una identidad literaria particular.

Es este Kelver Ax el que roza la incorrección en todo instante, el que asume el yo de una poesía como un lenguaje de programación. Ya desde el título de su primer libro, se nota la obsesión por mezclar los signos numéricos con los signos gráficos del español para conformar unidades lingüísticas:

Allá donde las cariátides se confunden con

las 35747U45 de Lot

el espejo se pierde en su embarazo

y se retuerce como las uñas

4 PUN70 D3 4RUÑ4R

Es hora de nacer

No es menos importante que la representación gráfica que se personifica en el primer poema de su CU4D3RN0 D3 4R3N4 sea D1O5, es decir, un ser imperfecto con cualidades humanas, un dios griego. Para Kelver, si dios tiene un nombre común, se puede jugar con él, como se puede jugar con la palabra “P0374”. La idea de un dios risible se conjuga con la pretensión del poeta. Ambas entidades creadoras, en la obra de Kelver, aparecen como personajes patéticos:

mientras se hurga D1O5 la nariz

o no se q

Xq todo este mundo

s la tardía invención de alguno,

y solo basta con que se harte.

Mi madre supo que era “P0374”

cuando, entre las páginas de un diario que leía,

apareció la invitación a mi sepelio;

un amigo de polvo dijo

que en ese instante,

ella corrió a mi cuarto,

en él se encontró una pared

llena de grafías y grafitis;

líneas,

colores, formas y no formas.

Del tumbado pendían

miles de pequeñas palabras,

como ciempiés

de sus rabos a lo alto pegado.

Sin embargo, la particularidad formal más evidente en este primer libro es el uso del llamado “ciberlenguaje”. El poeta contrae las palabras, modifica los morfemas, sustituye fonemas equivalentes, etc. Su torrente lingüístico es una especie de chat poético consigo mismo:

Una silla

spera en ¼ vacío

vacía

ve la gnt llegr

markr territorio

asirse n l piso

inyectrse miopía

kn tal de n ver

vomitar a las nlgas dorads

n la casa vecina

Es como si el poeta, ya sumergido en el mundo virtual, asumiera como natural este lenguaje pragmático; es más, esta es la materia verbal con la que trabaja. Mientras la poesía conservadora (léase “la de la experiencia”) ve con furor la incorrección del pragmatismo lingüístico de la era virtual, esta obra la asume sin desparpajo. Desde luego la ironía formal de la que hace uso el poeta dialoga directamente con las vanguardias del siglo XX, desde otro lugar de enunciación, y por ello refrescó el panorama de la poesía contemporánea en el Ecuador.

Ningún poeta, obvio, descubre el agua tibia. En la obra poética de Kelver Ax, este rasgo es solo el trampolín de un salto más provocador, faltarle el respeto a la Poesía:

Bueno,

desde la adorable cabina de los ojos de peskado,

voy a lanzar los kolores ke le kedan a las palabras kon verrugas,

voy a amotinarme,

voy a huir kon mi eskeleto,

y dejar kaer mi kuerpo

komo el vestido del globo,

kuando el aire se desnuda.

La poesía, quiero decir, en el sentido místico. Aquella a la que Paz ve como sustancia, mundo de las ideas. Kelver Ax prefiere quedarse en el mundo del aforismo: “La cura no tiene remedio. El antídoto está enfermo”. En el exquisito humor de la decadencia: “Hay veces que te dan de alta, porque te ves mejor enfermo”. De hecho, su CU4D3RN0 D3 4R3N4 casi se cierra con esta brutal sentencia: “Todo lo que existe es gracias a lo que no existe”, que dialoga con esta de Porchia: “Cuando creo que la piedra es piedra, que la nube es nube, me hallo en un estado de inconsciencia”.

Este “reflejo especular”, como dice Luis Carlos Mussó en la contratapa de este primer libro, descree de la realidad real, pero también de la realidad creada. Es una superposición de ficciones propia del escenario contemporáneo donde el cuerpo textual ya ha sido escrito. Todos los libros son retazos del Gran Ciberlibro, donde las palabras pululan frenéticamente, ad infinitum:

Mi voz me lacera

vos ke ayer nacist

hoy prokuras

enredarte en un iceberg

de FACE-WORLD

[NO]

mejor continúa nadando n tu mano

o te perderás

[lo dijo el INTERNET]

Dentro de ese maremágnum virtual, cada letra, cada palabra, cada signo es producto del azar y, por ende, cada nombre propio. La invención del nombre acerca al ser humano a la matriz (matrix).

En pop-up, su segunda entrega de poemas, esa idea es más clara. Está mejor concebida desde la apertura del conjunto: “Loading…”, que antecede a la explicación del nombre del libro: “El término denomina a las ventanas que emergen automáticamente (generalmente sin que el usuario lo solicite)”. Lo que nos lleva a pensar en una obra intrusiva, que navega entre la conmoción vital y el artefacto visual inesperado. Todos son aquí poemas objeto, mechanisma.

Sin embargo, Kelver Ax construye este poemario sobre una tremebunda base vital: “me llamaría kelver  golpearía la piedra para reconstruirla” […] mis padres decidieron que mi nombre sería noche es decir kleber ◊◊◊◊ y no kelver porque el sentido de los padres está en contradecir a sus hijos ◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊”. ¿Quién mismo es el que escribe, quién provoca esta descarga? El heterónimo reniega del nombre propio, del autor, e inventa su propia existencia. Kelver, entonces, encarna la incorrección propia de todos estos textos, obras de arte del reciclaje de la memoria: “soy fragmentos de hombres frustrados”.

La idea del nombre propio se extrapola a la idea de la escritura: “para qué escribir si el tachón supera al poema”. O sea que la tachadura, en el germen del texto, devela la intención, a la que jamás accederemos. Por ello nos dice: “a la poesía hay que matarla para evitar que muera”. Matar a la poesía lleva la misma carga simbólica que matar al autor. Solo queda el artefacto, los huesos y, más allá, la resonancia:

[L] [A] [P] [O] [E] [S] [Í] [A]

[E] [S] [E] [L] [S] [U] [E] [Ñ] [O] [D] [E] [U] [N] [O]

[R] [E] [S] [P] [L] [A] [N] [D] [E] [C] [I] [E] [N] [D] [O]

[E] [N] [C] [A] [B] [E] [Z] [A] [S] [A] [J] [E] [N] [A] [S]

Kelver comprende que la revelación poética ocurre en el Otro, en el lector. Y si no, simplemente no ocurre. El autor, por su parte, es un instrumento, un médium. No escapa a la pretensión romántica de que a través del poeta hablan todos los hombres: “en mi cama hay más que un hombre dormido/ son miles de hombres dormidos/ en la extensa noche que es el tiempo”. Y tampoco a la idea de que a través de él se revelan los dioses, propia de Hölderlin (por qué están tan cerca los dioses presentes), a quien Kelver se refiere por su nombre falso: “Scardanelli: la última locura”.

Esta conflictiva relación con la figura del poeta atraviesa todo pop-up como un capricho o como una vergüenza: “que se joda/ a mí me da la gana de ser poeta/ y no le voy a permitir ser doctor/ ni profesor/ ni astronauta”. Así, el bardo se desdobla y contempla su propio cuerpo deformado, al que llama Kelver, mientras Kelver Ax desplaza a Kléber Ajila para instituirse como un imaginario, como un perfil falso: “esta corte lo sentencia a ser llamado de por vida poeta”.

El que escribe lo hace también como si se vengara. Se mofa de la condición miserable del poeta frente a la sublimidad de la Poesía:

nosotros los poetas

llegamos a grandes hoteles

de ciudades heliocéntricas

para amanecer en recepción

podridos de hambre

de frío (frío humano por supuesto)

sin dinero

escribiendo poemas

para tener el posterior cinismo

de ubicar debajo

ciudad y fecha en que fueron escritos

como si eso garantizara algo

y nosotros lo sabemos

por eso dormimos en el sofá

de un lujoso hotel

llamado Poesía

Ser llamado poeta es un insulto y, por ende, la impostura es el ridículo. Lo que queda es la maquinaria creada que explosiona el sentido. Quien pone en acción esa maquinaria no es el autor, porque el autor ha muerto:

nunca me has dicho en la cara poeta

pero te saqué la puta por otra cosa

haz lo que quieras pero no me llames

poeta

La obra de Kelver Ax ha significado una isla en un medio poético ecuatoriano viciado de ego, de pretensiones canónicas, de correctos sentimentalismos o de escrituras del cuerpo. Ha venido a azotar con fino humor a los esclavos del lenguaje. Bien dice Cioran, caro a Klever-Kléber: “Ninguna clase de originalidad literaria es posible aún, mientras se respete la sintaxis. Si se quiere sacar algo de la frase, hay que triturarla”.

 

Publicado en El Telégrafo

Kelver Ax: Una vida empecinada en fluir

Por Daniela Alcívar Bellolio

Decía Jankélévitch: “Aquel que ha sido no puede en adelante no haber sido. En lo sucesivo ese hecho misterioso y profundamente oscuro de haber vivido es su viático para la eternidad”.

No sé qué pensaba Kelver Ax sobre la muerte o sobre lo que, con ella, en su enigma sin forma, habrá de advenir. Hay apenas unas imágenes persistentes que se asocian a la muerte en su poesía y que, curiosamente, no se agotan con la certeza del fin: en sus textos los huesos se desentierran y se riegan sobre la tierra para que resplandezca el mundo; las aves, la tierra y el poeta son sueños de dios a punto de ser interrumpidos por el momento de su despertar, que lleva necesariamente como marca y como sino el olvido (pero sabemos que los sueños olvidados están esperando el instante fulgurante que los haga interrumpir el flujo pacífico de la vigilia); la amenaza de deshielo es contigua a la pleamar que presupone:

el puñado de agua que fue mi corazón

mientras era de hielo

se fue primero

y después yo mismo me fui

pero a la vez me quedé tendido sobre el suelo

como un charco profundamente dormido.

La poesía de Kelver recoge restos y ruinas de animales, de árboles, de monumentos y de sí mismo y vuelve a armar cuerpos heterogéneos con otro cuerpo que destruye para reinventar: el del lenguaje. Si su segundo y último libro, Pop-up, ronda insistentemente la imagen de la propia muerte:

la fiesta a la cual asistiré se llama funeral

no se pudre el espíritu pero en él desovan los gusanos

Y ronda a la muerte desde una pulsación particular que reinventa ese tránsito, no para acudir al consuelo de una hipotética redención sino para imaginar los escenarios posibles de un movimiento que no se detenga: traza cuerpos hechos de huesos de niños y de animales y de escombros, cuerpos desmembrados que derraman ancestros, esqueletos que son plantas marchitas; la destrucción (el deshielo) es para esta poesía el indicio de un nuevo tránsito lacerante y ajeno, sin sujeto, que no se detiene porque está hecho de la materia del mundo que es el poeta pero también los animales, las piedras, la madre y los planetas, todos los hombres que lo habitan, lo sueñan y lo resquebrajan, todas las cabezas en que sueña vivir.

tienes el nombre de los continentes que están

naciendo?

los planetas son cabezas que ruedan por el patio de una casa

casa llamada universo

Esa inasible mansedumbre en un mundo que construye escenarios radicales de muerte y despojo, en la que los recuerdos que se van consumiendo en oleadas de palabras tienen la marca de un dolor que se ríe de sí mismo y es por eso más intenso y más indeleble:

breve

así comprendí la vida a la edad de 5 años al ver

sacrificado

el pollo blanco que semanas atrás

me regaló mi madre

mi primer amigo

dormía descuartizado en los platos servidos a mi

padre y hermanos

Esa mansedumbre, digo, describe mejor que nada la imagen de la muerte que ronda con insistencia y un poco de ironía la poesía de Kelver.

Pop-up hace emerger de modo violento un paisaje extrañamente tranquilo. Los movimientos de sus objetos son pacíficos aunque fatales; hediondos y sin orgullo dirá el poeta, como el sol que llega a su ventana convertido en colibrí pero muere de todos modos.

*

que alguien detenga el deshielo en mi cabeza

*

siento miedo a colgar la pluma

////ese cuaderno mal escrito que es la vida////

En esa violencia del deshielo, que acorrala la vida como en algunos de sus cuadros, se genera el espacio idóneo para una forma de vida que no tiene que ver con la conciencia ni con la memoria, que guarda al recuerdo como un recurso innecesario, una forma de vida ajena al deseo, mineral o vegetal, pre-humana, infinita:

descalzo

despeinado por mi memoria

comprendí que no era más que un tonto

en el cual se exilia el infinito.

Murió Kelver Ax, joven poeta y pintor lojano. En su poesía la muerte no era enemiga sino apenas un pliegue más de un universo hecho de escombros. Murió Kelver, consumido quizá por una vida empecinada en fluir.

mañana volveré a nacer en alguno de ustedes

//

después de todo las cosas fluctúan entre el integrarse

y desintegrarse de la luz.

La destrucción (el deshielo) es para esta poesía el indicio de un nuevo tránsito lacerante y ajeno, sin sujeto, que no se detiene porque está hecho de la materia del mundo que es el poeta pero también los animales, las piedras, la madre y los planetas, todos los hombres que lo habitan, lo sueñan y lo resquebrajan, todas las cabezas en que sueña vivir.

Publicado en El Telégrafo

El hombre que vino del futuro

Christian J. Kanahuaty, Escritor

Todos lo conocimos como Kelver Ax, pero nos faltó tiempo para entenderlo en realidad. No había forma de lograrlo. Al menos no en mi caso, que solo lo conocí durante un año. La poesía nos puso del mismo lado, aunque yo aún veía con cierta extrañeza la que se escribe en Ecuador. Lo que se hace aquí es tan distinto a lo que se realiza en mi país natal, y al mismo tiempo más fuerte y conmovedor, por ello con Kelver la conexión fue inmediata, como lo fue también el silencio.

Supongo que fue un error no decirle que su poesía me parecía, entre otras cosas, un anuncio. Una forma de decir aquello que yo había deseado exteriorizar.

Para este momento ya tengo demasiados amigos que se han marchado por voluntad propia. Y sí, al principio es el desconcierto, luego aparece la confusión, que da paso a la rabia. Pero en realidad, todo eso no es sino parte de algo más grande: impotencia. Uno dice que podría ser suficiente con que la persona que se marchó hubiera logrado saber, antes de irse, que los demás lo queríamos; que lo admirábamos, pero no, no es suficiente. Al que se va eso no le sirve, porque ya lo sabe. Él sabe lo que vale. Y en el caso de Kelver creo que su arte, sus pinturas, sobre todo, son el reflejo de un hombre que ya sabía lo que era y que había logrado condensar, en unos trazos de aparente simpleza, todo un cosmos que de seguro nosotros no podremos ver mientras estemos vivos.

Kelver venía desde otro lado. Desde el lugar en el que todo está por nombrarse. Y eso me atraía de él. Es un error, pero cuando alguien me agrada de verdad suelo ser muy tímido y lo oculto de la peor forma: no dejo de hablar.

Con Kelver pasó exactamente eso. Las veces que lo encontré hablé más de lo que él habló. Pero había algo más. No era solo la apabullante catarata de cosas medio estúpidas que decía para llamar su atención. Lo que noté fue que él estaba feliz, y no hablo de esa felicidad de la infancia, donde todo da risa, porque todo es nuevo. No era eso. Lo que había en Kelver era más bien la felicidad de estar en paz. O al menos eso me parecía. Su silencio no era a causa de mis palabras. Su silencio era el reflejo de algo que latía por dentro; era su forma de decirnos que ya todo estaba hecho. Seguridad. Sí, y eso evitaba que hablara de su obra.

Recuerdo una conversación con Daniel Rojas Pachas, Cristian López Talavera, Juan Romero y Juan José Rodríguez —luego de un festival de poesía organizado por Andrés Villalba—. Alguien le preguntó si estaba trabajando en algo nuevo. Él dijo que sí, pero que no publicaría nada. “Aún falta. Esas cosas se hacen con calma”, y luego de un momento, agregó: “No hay apuro. Hay tiempo”. Para mí, que he cometido el abuso sobre el tiempo, pensando que siempre es esquivo y que se va de las manos, esas palabras me generaron vértigo. Me daba vergüenza sentir que yo quería publicarlo todo. Pero él no. Él solo quería esperar, porque cada cosa tiene su tiempo. Me gusta pensarlo de ese modo.

Ahora puedo saber que él tenía razón. Hay tiempo para todo, incluso para la muerte. Y es extraño porque creo mucho en conexiones ocultas, en sentidos comunes y generacionales, quizá por eso me siento tan cómodo entre los escritores (sobre todo los poetas quiteños): porque hay cierta familiaridad en nuestras pulsaciones. Villalba publicó un libro con uno de los títulos más lindos —casi perfecto— de la literatura de nuestra región:No te mueras joven, todavía queda gente a quien decepcionar. Estas palabras me parecen un mensaje ahora. Quizás Kelver las leyó y supo su verdadero sentido.

Sí, son palabras en contra del suicidio, pero también es una declaración de principios sobre nuestro camino en la vida. Estamos aquí hasta lograr algo. Kelver quizá ya lo sabía mucho antes. Sabía que no era cuestión de edad, ni de lo que se hacía. Pensaba, creo, que lo importante era más bien la intensidad en la entrega: darse al ciento por ciento en una labor que sería más grande que la propia vida. La obra. El oficio. El silencio. Esas cosas eran las importantes. La decepción, el miedo, la frustración sí podían estar presentes, pero no eran determinantes; y aunque nunca sabremos qué pasaba por su mente cuando hizo lo que hizo, sí podemos pensar que fue algo distinto al miedo y a la desolación lo que lo orilló a ejecutar el acto de mayor libertad sobre uno mismo. Quiero creer que solo estaba abriendo una puerta más. Que sí, pudo existir miedo y rabia, porque no había dinero o trabajo o algo más, pero también llegó a sentir que entre todas las cosas era más importante su vida.

Quienes nos hemos ido muchas veces de un lugar a otro, y empezado desde cero, es probable que entendamos un poco esa sensación. Lo que dejamos atrás no es tan valioso como lo que encontraremos al otro lado.

Nos duele un poco abandonar lo que hemos conseguido. Ya sea material o no. Las cosas, los objetos, nuestros libros. Todo eso es importante porque es nuestra opción de vida; es aquello a lo que nos entregamos por libre elección. Pero cuando nos vamos, la elección se hace más profunda. Más fuerte. Es un acto de agradecimiento con nosotros mismos. Kelver sabía que hasta ahí había llegado. Alguien que no está seguro pide ayuda, da señales. Y lo que Kelver hizo, dejándonos ciertas canciones en el muro de su Facebook, me parece que no fueron gritos desesperados pidiendo auxilio. Nos estaba pidiendo tranquilidad. Que lo entendiéramos.

Sus últimas palabras escritas, hasta donde sabemos, son esa serie de fórmulas que nos llaman al silencio: “shshshsshshshshshshs”. Alguien que nos pide silencio y que nos arrulla con él. No son palabras de alguien por quien debemos sentir rabia tras haber decidido irse. Debemos tratar de entenderlo, de acompañarlo en la distancia, en el silencio, porque ya sabemos que cuando uno de los nuestros se va, algo de nosotros se va con él. Pero es mejor que se vaya lo mejor, porque él era el mejor de nosotros. Sus pocas palabras sobre su propio oficio lo confirman. Esa es la verdadera seguridad. Es un acto de certeza absoluta, de claridad meridiana que te hace ser capaz de controlar lo que haces, y saber que dentro de ti está la tempestad. Y cuando se alza la mano para realizar la apertura de la puerta al más allá, eso no es más que la afirmación última por poner orden al caos. Venir del futuro no debe ser fácil. No en países como los nuestros, donde los convencionalismos y lo normal se aceptan y las rupturas no son bien vistas sino hasta después de la muerte del artista.

A Kelver quizás eso no le importaba demasiado. Él ya venía de otro lado, de más allá de las fronteras, y por eso la poesía anclada en su libro no es otra cosa que un diálogo sincero, tranquilo, pausado y meditado con la muerte, con su muerte y con su transformación. Por eso el título de su libro inédito: Taquión. El taquión es una partícula atómica que supera en velocidad a la de la luz. Esquemáticamente se sabe que la energía del taquión disminuye cuando su velocidad aumenta, y el valor mínimo del momento lineal es ínfimo cuando su velocidad es infinita; es decir, el taquión es tanto más estable cuanto mayor es su velocidad, con el límite en infinito. Esto podría resumir la vida de alguien como Kelver, que se volvió estable para nosotros conforme iba más deprisa. Se adelantó en todo. Pero no porque haya querido correr. No. Lo hizo porque esa era su naturaleza. No podía hacer más que rebasar los límites y convertirse en luz.

Publicada en El Telégrafo

 

 

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