El reino poético de Ramón Palomares

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Escribir el nombre de Ramón Palomares es dejar constancia del reino que nos ha legado. Un reino al que accedo, es mi caso, desde una memoria nutrida de historias familiares, de mucha montaña difícil, muy compleja. Al escuchar sus poemas, no digo al leerlos, porque siempre son voces las que aquí se levantan sobre la soledad de los páramos, me vienen las señales de tanto amor extraño que los andinos llevan a cuestas como parte al parecer de un equipaje incómodo, y que en sus versos se resuelven (esas señales) de una manera tan diáfana como para conjurar la apretada seriedad, los cuerpos enjutos, la violencia sorda que en esa tierra hace del amor algo como ajeno a la ternura y se expresa más a gusto en la solidaridad o el compromiso.

En sus poemas, ese afecto se enciende y alumbra, proporciona hogar y holganza, casa y abrigo; por eso, la historia menuda, rica del paisaje, las anotaciones que intentan detener en bloque el paso de la muerte, las pupilas absortas que fijan la abundancia, las elegías para que aquellos dones encariñados con los seres que fueron se mantengan, si no intactos, al menos con la vivacidad plena del recuerdo (oral) más vivo. De allí que el exterminio, las distancias salvajes, los cantos fúnebres hablen en primera persona. Asimismo, lo animado tiene don de habla, propagación apresurada de la lengua, y el poeta es plena atención a los elementos que lo rodean: gavilanes, culebras, pájaros, ríos, gentes, y es como si estuviésemos continuamente en presencia de un coro que se delata y nos relata, que asiste, desde una atmósfera previa, al nacimiento de todo intento de palabra, con su orquestación de la voz colectiva. De pronto nos sorprende una imagen: “Andaba el sol muy alto como un gallo / brillando, brillando / y caminando sobre nosotros”.

En la poesía de Palomares hay también alguien que establece relaciones de encantamiento con las cayenas, los caballos, las hojas, los árboles, los rayos del cielo. También, desde la voz coral, habla una heredad ancestral que tiene una manera de sentir y de ver que no le cuesta al poeta en tanto que esfuerzo. Se trata de una voz que habla desde esa palabra milenaria, letra mítica acaso, y le da cuerpo afantasmado y terrible a los seres del subsuelo que abundan por todas partes y hacen daño y hacen daño y hacen daño.

La inocencia y lo terrible aquí se dan la mano: leche y aguardiente, flores y asesinos, elegías y cuchillos, bailes y cantos funerarios, la transparencia arrebatada de lo tangible y el embrujamiento que conduce a lo fatal.

Para mí, Adiós a Escuque no creo que se trate de un libro, en el sentido que acostumbramos darle. Me encuentro mejor entendiéndolo como depurada derivación del alma hacia la página, en una infrecuente, enigmática dolencia, donde no interviene la voluntad. Obra creada desde una prodigiosa experiencia del espíritu y nunca desde un proyecto, una idea, alguna matriz de evolución en la vida de un autor. Los poemas están allí en una desnuda palpitación de la vida, pasada por los filtros, por la maceración mejor, de muchas gentes. El que habla lo hace desde la ingrimitud del temblor y el desamparo, desde la pesadumbre que se interroga, desde el diminutivo que impregna de tristeza a los seres queridos, desde la recia soledad. El que habla aquí es un mortal ajusticiado por las frondas esponjosas del alma y sus mensajes, a él revelados, a él dedicados, al poeta, a su destino.

Vuelvo de continuo con el alma bien templada, y estoy seguro de que lo haré siempre, a Eufrasio, a Polimnia, al Sietecito, al Dr. Ángel; le doy de beber al viejo diablo estas pócimas que me preparan para un mundo más hondo y resonante, más digno, más pleno, bello y dolorosamente humano, y salgo convencido y agradecido por el grado de conciencia de la vida y el poema que esta escritura convoca. Porque solo así, entendida como apuesta y destino, como entrega (la más radical, la más humilde y difícil de alcanzar, la que no le da sosiego a la vanidad y donde resulta duro ser poeta), solo así, decía, podemos entender esta poesía entre el sacrificio y los regalos.

Ramón Palomares, poeta mayor de esta tierra, Gracias por el magnífico Universo que nos ha dejado como testimonio del país creador al que usted le dedicó la vida y a nosotros nos enorgullece. Si el país entendiera lo que esto significa como polo opuesto al rentismo, como sustanciosa riqueza patrimonial y producción incesante de los artistas, seríamos otros. Tanto así, que hoy Venezuela entera sentiría como debiera la ausencia física de Uno de los Indispensables, y ante su partida no existirían las razones menores, ni las palabras miserables, ni la ignorancia para impedir darle un saludo transparente, honorable y grave como el que Usted merece en este momento doloroso, porque ya no estará físicamente más al lado nuestro.

Por esto, Poeta, sumado a quienes lo hemos querido y respetado y tuvimos la suerte de contarnos entre sus amigos, beso la tierra y lo veo entre las flores, entre los ríos, entre los vientos.

Nos quitamos los sombreros, limpiamos el sucio de las alfombras (lo hacemos añicos), y ahora pase Usted Viejo Lobo, tranquilo y hermoso hacia los altos paisajes.

Descarga la obra del maestro Ramón Palomares en el siguiente enlace de la Fundación Editorial el perro y la rana:

http://www.elperroylarana.gob.ve/images/libros-pdfs/Antologia-Ramon-Palomares.pdf

Texto: Miguel Márquez. Poeta, editor, cofundador del grupo literario Tráfico. Autor de los poemarios Cosas por decir (1982); Soneto al aire libre (1986); Poemas de Berna (1992); La casa, el paso (1991); A salvo en la penumbra (1999); Linaje de ofrenda (2001).

Imagen de portada: César Mosquera/ Contacto: @Cesar_Mos

Publicado en La Cultura Nuestra
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