Entrevista al escritor venezolano Fedosy Santaella

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No hace falta dirigirlo para que su hablar emprenda una respuesta anticipada y se encienda como el agua de la costa al mediodía. Si se invita al escritor y docente Fedosy Santaella a conversar sobre su obra, sobre el lenguaje o sobre el oficio de crear y publicar historias, sus palabras serán llevadas por la corriente de sus memorias y le guiarán, irremediablemente, al mar.

No es casualidad. La infancia y los primeros afectos de este creador de 46 años se forjaron  entre la orilla, el puerto, los castillos y los relatos de Puerto Cabello, en Carabobo; y es en paisajes como esos (como metáforas del país) donde ubica a las tramas (o a las almas) de los personajes que recrea en sus libros de sal y de ahogos.

Este escritor que tiene en su haber quince obras literarias publicó recientemente El dedo de David Lynch (2015), con la editorial  Pre-Textos. Además, celebra haber obtenido el mes pasado el primer lugar en la más reciente edición del Premio Internacional de Novela Corta Ciudad de Barbastro, en España, por Los nombres. En el material, que ahora será publicado con la misma editorial, Santaella indaga su historia familiar, los significados  e influencias de los nombres, y las ficciones que nacen del suyo. Todo, como un espejo brumoso del entorno que él vive (y padece).

-¿Qué significa un premio literario para un escritor contemporáneo?
-Los premios hoy son como una especie de imán donde van a parar las obras de quienes están haciendo un trabajo que resulta bien valorado en determinado momento histórico. Son termómetros. Además, un premio te permite publicar y abre la posibilidad de que se digan cosas positivas de Venezuela.

-En El dedo de David Lynch, Álvaro y Mariana (los protagonistas) huyen de los vicios del mundo literario caraqueño. ¿Cómo los enfrenta usted tras los galardones?
-Un personaje es una máscara detrás de la cual hay mucho del autor. Arturo es un misántropo, no le gusta el mundo que ve, no le gustan los grupos, siente que hay gente que cree que con salirse de un grupo ya es suficiente, pero lo que él ve es que la gente que sale de un grupo entra a otro. La historia de El dedo de David Lynch es la recuperación de Arturo de su autoconciencia, pero es también una metáfora del país.
-Durante algún momento se trató de hablar de la literatura del exilio en Venezuela, y de la gente que se va, porque es una realidad: la gente se está yendo. Aquí hay una mirada de preocupación ante el exilio, pero del exilio interior. Hay muchos que no pueden irse, hay muchos que no se van, hay muchos que huyen hacia adentro.

-¿Practica usted ese tipo de exilio?
-No, yo me preocupo por la educación de mis alumnos en la UCAB, escribo en medios sobre la situación del país y trabajo mi obra literaria sin detenerme. Arturo y Mariana, son personas golpeadas, dolidas que buscan escapar de la realidad. En este caso, estos jóvenes se van a la playa de Chirimena con el circo, y luego se hacen vendedores de artesanía. Ese es su exilio. Pero huir de la angustiante realidad es algo que nunca termina de llegar. Entonces, Chirimena es un pequeño infierno, es un espacio de oscuridad, de salvajismo. A partir del momento en que encuentran un dedo a la orilla de la playa, empiezan a descubrir otra Chirimena que no es la soñada, como un homenaje a Terciopelo azul, de Lynch, con la oreja.

-¿La suya es una lucha contra el idealismo?
-Hay mucho de actitud esnobista en eso de meterse cuatro ideas bonitas en la cabeza un poco «rousseauneanas» y creer que todo estará bien. La playa es la tierra prometida, pero todo cae por su propio peso. La novela no deja de hablar del país aunque no sea explícito. Me parece siempre sospechoso aquel que busca hablar del país nombrando a presidentes.

-Entonces, ¿lo detectivesco es  sólo una excusa?
-La novela en general es un género detectivesco, ahí estoy de acuerdo con lo que dice Javier Cercas. En el fondo todos escribimos género detectivesco cuando escribimos novelas porque estamos en la búsqueda de un  enigma, aunque no estemos obligados a dar una respuesta. Aquí el dedo es una excusa que me permite contar historias humanas, y un estado del alma contemporáneo en Venezuela.

-¿En Los nombres revisa su historia (de guerras y cambios de territorios) por un interés individual o como una apología al país?
-Los nombres también son una excusa. La excusa del poder del nombre sobre las cosas, quizás superada con la lingüística moderna. La plantea Platón en su Crátilo, y también Shakespeare en Romeo y Julieta cuando se pregunta sobre la identidad de la rosa si no se llamara rosa. En este libro hablo de mis nombres, los de mi bisabuelo, mi abuelo, mi padre o  Vito Modesto Franklin, duque de Roca negra, también de escritores como Cortázar o Borges. A través de ellos, cuento historias  sobre mi familia y sobre mis lecturas.
-Creo que esas historias me han hecho escritor. Cuando me preguntan porqué escribo, recuerdo mis paseos por Puerto Cabello, lo que me contaba mi abuelo sobre Ucrania, o lo que imaginaba en mi infancia que había sucedido en el Fortín Solano o en el Castillo Libertador. También pienso en el mar. El mar es siempre una invitación a viajar. Contemplarlo es preguntarse por las historias que hay más allá. Este libro es de identidad y de orgullo, aunque sea por motivos oscuros.

-¿Los nombres hacen inmortales a los hombres?
-Hay nombres que no recordamos lo suficiente, y otros que deberíamos olvidar. Sobre todo en Venezuela.

-¿Son hermosas todas las palabras?
-Sí, pero a veces hay palabras que no quieres usar. Todas  tienen belleza, el peligro es usarlas en contextos inadecuados.

-En el punto de mengua que vive el país, ¿qué representa la literatura?
-Es un acto de resistencia, un refugio, un registro, un futuro… El arte frente al caos lo que hace es tomarlo y tratar de darle orden. Me llama la atención cuando encuentro en las redes a gente reclamando que se haga arte ‘con el país como está’. Pero pensemos en las manifestaciones de vanguardia durante la guerra o de la postguerra, si Duchamp o el mismo Picasso hubiesen pensado que no podían hacer lo que estaban haciendo porque las cosas estaban mal, no tendríamos el surrealismo, el dadaísmo o el cubismo. El arte es una forma de resistir contra el caos, de tratar de restablecer un equilibrio . El ser humano tiene derecho a hacer crítica y a disfrutar de la belleza para vivir.

Publicado en El Universal
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