Ecuador: el fotógrafo de Guayaquil

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La realidad es a colores, múltiples, pero a Pedro Freire le gusta el blanco y negro. Dice que, en la clase de fotografías que hace, le dan realce. Es como si, dentro de cada contexto, esa dicotomía llevara su propio mensaje. Pedro nació hace 36 años en uno de los tantos rincones dolientes que tiene la ciudad: el Guasmo sur, por El Pedregal, en una época en la que la ciudad no solo había perdido la inocencia sino todo lo demás.

Allí, Pedro se crió y fue viendo las escenas propicias que, algunos años más tarde, les darían pábulo a sus necesidades profesionales. Empezó en el taller de un tío, peleando cuerpo a cuerpo con las cámaras análogas y luego se fue a La Calle, un semanario político en el que lo que más le atraía era ver a la ciudad tal cual es, pero, sobre todo, las zonas marginales. “Me gustaba sacar fotos de los mendigos, de las prostitutas, de los chamberos, de los ancianos pobres que deambulan por la calle sin saber a dónde ir”, cuenta Freire, quien tiene una formación autodidacta.

Primero fueron las imágenes por sí mismas, su estética violenta, su estructura hostil, las que llamaron su atención, pero luego fue más allá y reparó en que estas traían algo tan o más importante: una denuncia de ese Guayaquil al que llama hermoso.

“La calle es única”

En 2007, Pedro Freire entró a trabajar en un diario de crónica roja. En ese sitio, al recorrer los barrios bajos, la realidad lo impresionó de tal manera que llegó a pensar que ninguna ciudad como Guayaquil tiene tanto que ofrecer. “Si tú sales ahorita a la calle 6 de Marzo tienes miles de cosas maravillosas para hacer con la cámara. En cada imagen hay un mensaje duro, una realidad que dice mucho de lo que le está pasando a la ciudad”, dice Freire, quien, pasados 5 años, se le metió en mente irse por lados “prohibidos”: la 18. “Al principio fue duro. Las mujeres te ven con desconfianza, creen que lo que haces es pornografía”.

Pero lo suyo no era eso, era un proyecto fotográfico de largo aliento que buscaba registrar no la historia, sino las historias de esas mujeres que se valen de sus cuerpos para sobrevivir en un mundo violento que no les ha dado más alternativas. Registrar sus vidas, exhibirlas en una muestra, pero con crónicas y otros formatos, como el audiovisual. “Tuve que hacerme amigo de ellas. Entrar como si iba a ocupar sus servicios y pagarles. Una vez adentro les explicaba de qué se trataba”, dice Freire, quien ha reunido cerca de 30 imágenes del barrio de las ‘boquitas pintadas’.

Estas muestran sus cuerpos sin tapujos, con cicatrices, arrugas y ‘carnes flácidas’. La penumbra es una de sus mejores aliadas a la hora de mostrarlas. “Una vez me sacaron pisado porque la chica aceptó hacerse las fotos, pero cuando estábamos adentro, en el cuarto, dijo que era pornografía y quiso que, igual, le pagara. Como me negué a hacerlo, me dijo: ‘Sabes qué, mejor date chapeta (desaparece) antes de que te haga hacer huevadas”.

La falta de apoyo económico ha puesto un alto a las aspiraciones de Pedro Freire. Las instituciones no apoyan y, si lo hacen, respaldan a los palanqueados, a la argolla, suele remarcar el fotógrafo. Hay trincas, está convencido.

Guayaquileños, otro proyecto Pero como en el arte la perseverancia, a veces, puede ser una virtud, acometió en otra empresa, igualmente, relacionada con la ciudad: el proyecto Guayaquileños. Este tiene como finalidad mostrar a los protagonistas anónimos de las calles, la gente que se mueve y que se ve todos los días con sus propias urgencias, algunas bien disimuladas y otras para nada.

Pone como ejemplo a un tío suyo, quien vende guineo al menudeo en una carreta de madera “marca Volvo”, halada por un burro. “La relación con la ciudad es de hace tiempo; me interesa mostrarla en toda su desnudez. La mariposa sobre el pubis de la prostituta, la mirada perdida de quien no encuentra quien le compre un vaso de jugo, la calle que se pierde en lontananza o el estero llevándose el último hálito de vida del sol… Eso es lo mío”, afirma Freire, muy convencido.

Publicado en El Telégrafo

 

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