El salto que le cuesta dar a la literatura nacional

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Por Geovanny Jiménez S

En abril del 2012 publicamos este artículo que generó muchísimas discusión y dinámica en redes sociales y en el mismo sitio. Lo recuperamos porque es un debate vigente y en el contexto de la víspera de la Feria del Libro. El texto ha sido revisado y mejorado.

Las letras naciones en perspectiva histórica

A principios del siglo pasado el nombre de Joaquín García Monge andaba de boca en boca a lo largo y ancho de Latinoamérica, no solamente era el director del Repertorio Americano –una gran revista literaria editada en Costa Rica pero famosa en todo el subcontinente-, sino que además era amigo de las luminarias de la época.

Sin embargo, con el tiempo, García Monge no quedó en la retina latinoamericana, como sí una buena parte de sus coetáneos. Más adelante nombres como el de Joaquín Gutiérrez y Carlos Luis Fallas (Calufa), llegaron a otros países con gran cantidad de ediciones y traducciones a idiomas apenas conocidos en Costa Rica, gracias al empuje del bloque socialista soviético. Se dice que el mismo Neruda se inspiró en Calufa para algún poema suyo. Esta generación fue poderosa: Fabián Dobles, Isaac Felipe Azofeifa, Carmen Lyra, Yolanda Oreamuno y Eunice Odio, por decir algunos, fueron llevadas más allá de las fronteras y algunas como Oreamuno y Odio se fueron por sí mismas con su talento.

Con el recuerdo de estos grandes en el colectivo nacional, el relevo generacional se vio confuso y, a pesar de grandes virtuosos como Debravo, la literatura se volvió nacional, y se quedó sin gran proyección. De los setenta para acá, quizás la única excepción a esta regla es el nombre de José León Sánchez, quien llevó sus libros a múltiples ediciones, miles de copias vendidas, cine y reconocimiento internacional. Pero él prosperó aislado, separado del grupo nacional y brincando fronteras cuando a nadie le importaba.

Esporádicamente, autores como Laureano Albán, Carlos Cortés, Ana Istarú, Daniel Gallegos, Tatiana Lobo –entre otros más- lograron ser publicados en otros países como España, México, Colombia y otros países. En ocasiones algún autor gana un concurso internacional o regional y logra publicación en otro país: Luis Chaves, David Cruz y Klaus Steinmentz son, por mencionar algunos poetas recientes- virtuosos en esta línea. No obstante, no escuchamos que los costarricenses logren ser finalistas de premios importantes como el Alfaguara, el Planeta y mucho menos el Nobel de Literatura.

Lograr los premios nacionales pareciera el máximo objetivo, incluso hay escritores que han ganado en múltiples ocasiones los nacionales, pero nunca pasaron las fronteras patrias. Y finalmente, si llegan a viejos, el Magón es él culmen del éxito.

Caso particular es el de Jorge Debravo, poeta querido por los costarricenses y que se convirtió en el más leído de la historia literaria costarricense, pero su obra no trascendió las fronteras de Costa Rica.

En contraposición, solo al norte de Peñas Blancas, escritores como Sergio Ramírez, Ernesto Cardenal y Gioconda Belli son favoritos y pujan por estos grandes reconocimientos, incluyendo el Nobel, como es el caso de Ernesto Cardenal. Este último perdió ante Nicanor Parra, por dos votos, recientemente, el Planeta; sin embargo, le fue dado el Premio Reina Sofía por 42 mil euros.

¿A qué se debe esta situación?

Preguntamos a escritores y lectores, en muchas oportunidades, cuáles consideran son las causas de esta aparente decaída en la proyección de la literatura costarricense. Como bien anotó el catedrático de la Universidad de Costa Rica, Benedicto Víquez (en paz descanse), “esta problemática es de vieja data”.

A los largo de los años se han esgrimido varios argumentos. Sigamos un repaso breve y escueto sobre ellos.

Los iguali-ticos

Como lo dijeron, de manera más o menos precisa, Isaac Felipe Azofeifa, Constantino Láscaris, Abelardo Bonilla o Mario Sancho, el problema puede ser idiosincrático o identitario: la sociedad de los igualiticos y su gran clase media (en detrimento ahora) no permiten que nadie crezca por encima del promedio, para ello existen varias armas: el serrucho, el choteo, la traición, el ninguneo y rebuscamiento (si no gano, lo enredo) son las más conocidas.

“El costarricense tiene un horizonte chato, corto, que no va más allá de sus narices. No mira lejos y sus aspiraciones terminan con un premiecito un año cualquiera, más por amiguismo y argolla que por calidad de su obra, y el nivel literario tiene un límite marcado por una crítica complaciente y amiguista”, esbozó Víquez, precisamente haciendo alusión a Láscaris.

“Algunos creen que ya tienen su lugar en la historia y estas reivindicaciones (por lograr unidad literaria en el país) son innecesarias. Y lo serán, si entre nosotros nos borramos mutuamente”, escribe Luissiana Naranjo en un artículo.

También existe la opinión, como la de Alberto Cañas, que Costa Rica no produce literatura destacada porque el país no ha tenido que enfrentar procesos sociales, políticos y humanos difíciles, que normalmente generan literatura de mayor impacto. En un remanso de paz, en el país más feliz del mundo, donde no sucede nada desde el Big Bang –en palabras de Carlos Cortés- la literatura no encuentra, al parecer, temas ni formas que trasciendan.

La calidad y el impacto en entredicho

El otro gran tema es la calidad. Para algunos es sencillamente un problema de calidad literaria, de que no tenemos buenos escritores que merezcan gran atención. “Es un asunto, principalmente, de calidad; pero, también el hecho de que no seamos un país atractivo para las grandes editoriales le resta oportunidades a ticos talentosos”, planteó el escritor Santiago Porras.

Y la calidad está asociada al atractivo del libro. “No se escriben cosas interesantes. Sencillamente eso. Y tampoco hay tan buenos escritores. Una clase media amplia donde todo el mundo quiere escribir, pero ninguno propone temas interesantes o emocionantes o sorprendentes. Se limitan a la repetición de los mismos esquemas”, expresó Caucel Wiedii, un lector costarricense.

Y el atractivo está relacionado con el trabajo. “Los escritores deben reconocer que hay que dar un salto sustancial en la producción, hay que trabajar mucho en las propuestas y, humildemente, reconocer que para entrar en las grandes ligas hay que entrenar mucho”, agregó la docente universitaria Emilia Fallas.

Calidad + mercadeo = una oportunidad

El lector Eduardo Abarca es simple, pero además deja ver el problema editorial y el tema del mercadeo: “Si no hay buenos escritores que trasciendan es simplemente porque no han transcendido pero no me cabe duda que hay grandes escritores”.

Para Jorge Cornick, economista y Presidente de Eureka Comunicación, el gran problema es de mercadeo: “Nadie hace un esfuerzo serio de mercadeo. Y los lectores de otras latitudes no descubren a nuevos autores por arte de magia”, sostiene.

En este criterio coincide la escritora Laura Quijano: “Para mí es un asunto de puro y simple mercadeo. Y la filosofía de mercadeo la tienen las editoriales, no los autores, y no lo hablo por lo que ocurre aquí sino por lo que ocurre en cualquier país del mundo”. Quijano da el ejemplo de editoriales mexicanas y argentinas como excepción.  Pero ella va más allá: “También hay un mercadeo cultural a cargo de institutos, centros académicos, universidades, círculos literarios y otros que si bien no se mueven en el ámbito directamente comercial, contribuyeron a difundir nombres y talentos, a discutirlos y leerlos, a criticarlos y alabarlos, y como consecuencia el público se enteró de su existencia. Aquí, en cambio, la vida cultural es un bodrio, la actividad comercial de las editoriales grandes prácticamente nula y la promoción comercial inexistente”.

Emilia Fallas está de acuerdo: “podríamos sumar el estereotipo un poco primitivo de promoción y gestión cultural que existe en el país”, afirma.

El mercadeo, a su vez, está asociado a una dinámica de editorial, libros y librerías que enfrenta el desinterés de las librerías grandes por lo nacional.

Y la disminución de la lectura, así como la falta de promoción de ella en la educación, es un tema ligado también. Laura Quijano no está de acuerdo: ¿Por qué entonces las editoriales transnacionales sí logran posicionar sus libros?, se pregunta. La respuesta: un mejor mercadeo. Empero, es justo anotar que en esta dirección también se han realizado esfuerzos por parte de las editoriales ticas.

El escritor por catarsis que rehúsa el mercadeo

En Costa Rica, algunos escritores se han dado a la jerga de decir que escriben por puro placer, porque quieren o les gusta, pero que no se deben al mercado, y que no escriben para el mercado. Algunos justifican así el hecho de que sus libros no logren ir más allá de un grupo de amigos.

“El creer que por el solo hecho de escribir la gente te tiene que leer es un error. Puedes tener toda la mercadotecnia del mundo, pero si has escrito una mierda, que no le toca la razón o los sentidos al lector, no vas a ser leído. Lo que se escribe acá es light, es light dulzón e inocente, o light con pompas académicas locales, o light con lenguaje soez y de precario. Pero es light”, agrega Wiedii.

Algunos de estos escritores insisten que no se debe escribir pensando en el mercado, sino en el concurso de los gustos y razonamientos personales, más en visión de la calidad literaria.

Cualesquiera que sean las causas, tal vez un poco de todas, el hecho es que en Costa Rica el único autor que logra ser leído por más latinoamericanos, es quien deja la patria. Los escritores, en esta coyuntura, no logran ser profetas en su propia tierra y pareciera que prefieren anularse a sí mismos antes que ver a un par teniendo gloria afuera. Asimismo, el trabajo debe sacarse para lograrlo. ¿Y usted, qué opina?

*Este reportaje es producto de una enriquecedora conversación en el muro de Facebook del autor

Publicado en Cultura CR
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