Murió Juan Gabriel, famoso cantante mexicano

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A sus 66 años, el cantautor mexicano Juan Gabriel murió de un infarto el domingo en California.

“Alberto Aguilera Valadez el día de hoy completó su tiempo y se graduó de la vida”, dice un correo electrónico enviado por uno de sus representantes. “Ha pasado a formar parte de la eternidad y nos ha dejado su legado a través de Juan Gabriel, personaje por él creado por toda la música que ha sido cantada e interpretada a lo largo y ancho del este mundo”.

‘El Divo de Juárez’ se encontraba en su residencia en Santa Mónica un día después de presentarse en un multitudinario concierto en Los Ángeles como parte de la gira “MeXXIco es todo”. Se presentó ante 17,500 personas, las últimas que lo vieran interpretando en vivo algunas de sus casi 2,000 canciones.

El artista de renombre mundial nació el 7 de enero de 1950 en el estado de Michoacán, en México. Creció en un orfanato donde su mamá lo tuvo que dejar a los tres años porque no contaba con los recursos para cuidar de él y de sus nueve hermanos. A los 16 años, el joven escapó y empezó a cantar en bares, donde se hizo su talento en el escenario.

Se llamaba Alberto Aguilera, pero a los 21 años tomó su nombre artístico de un profesor de escuela y de su difunto padre, Gabriel Aguilar.

El cantante y compositor logró su fama mundial con temas como ‘Se me olvidó otra vez’, ‘Amor eterno’ y ‘Noa Noa’. Además recibió numerosos premios a lo largo de su carrera y compartió escenarios con artistas de talla mundial como Rocío Durcal y Marco Antonio Solís, entre otros

Miles de seguidores y personajes del mundo del espectáculo han lamentado la muerte del ícono de las baladas, rancheras y boleros en sus redes sociales.

“Lamento la muerte de Juan Gabriel, uno de los grandes iconos musicales de nuestro país. Mis condolencias a sus familiares y amigos”, dijo el presidente de México Enrique Peña Nieto en su cuenta de Twitter, pocos minutos después de conocerse la noticia.

En otro mensaje, el mandatario afirmó que Juan Gabriel era “una voz y un talento que representaban a México”.

“Su música, un legado para el mundo. Se ha ido muy pronto. Que descanse en paz”, agregó el jefe de Estado sobre el “el divo de Juárez”.

 Publicado en El Nuevo Herald

Juan Gabriel era texto y melodía de México. Embajador de nuestro país en el mundo del sentimiento…

Fue en más de cuatro décadas el creador de la banda sonora de la película personal de millones de mexicanos de diversas generaciones.

Era un cantautor laureado debido a su gracia, su energía, su fortaleza, su sencillez… La vastedad de sus creaciones era desconocida incluso para él. Sin embargo, se cuentan unas mil piezas, grabadas por más de 800 artistas en japonés, portugués, alemán, italiano, turco, inglés y francés, entre otros idiomas.

Un paro cardiaco fue lo único que pudo detener a este dinamo de creación musical, que horas antes de morir en Santa Mónica, California, había ofrecido un concierto en Los Ángeles como parte de su giraMeXXIco Es Todo.

Nacido como Alberto Aguilera Valadez, el músico alcanzó un lugar en el gusto de los mexicanos de toda clase social, de todo contexto cultural. Sus letras fueron difundidas por incontables intérpretes de diversos géneros.

Su discurso romántico llegó casi a todas los auditorios imaginables. A la gente le gustaba por su sencillez musical, acompañada de letras que juntaban ideas sobre el amor en todas sus vertientes.

De antros a Bellas Artes

Tenía más de 36 discos y se había presentado en todo tipo de foros, desde antros de sórdido perfil como el emblemático Noa-Noa (al que dedicó una pieza e incluso hizo una película con ese nombre) hasta un sinfín de auditorios de diversas latitudes, como el Madison Square Garden, en Nueva York, o el Palacio de Bellas Artes. Sus temporadas y presentaciones en el Auditorio Nacional están en la memoria de miles.

También actuó en varias películas, como Mi vida y Al otro lado del puente.

Juan Gabriel era en ocasiones Alberto Aguilera, y en otras, el inocente y joven Adán Luna, su primer apelativo artístico.

Siempre concedió características divinas a la música, porque era su diosa, su salvadora. Creo en ella con toda mi devoción, pues gracias a ella no soy desgraciado: he tenido para comer, para hacer muchas cosas que no hubieran sido posibles si me hubiera dedicado a otra cosa. Es intangible, como lo es Dios, comentó a este reportero en una entrevista publicada en 2012 en estas páginas.

Juan Gabriel atraía porque encarnaba valores populares como la honestidad, la gratitud, la devoción y el amor, pero sobre todo, representó la lucha contra los estigmas de la homosexualidad, guerra que libró por su don musical, por su don de gentes.

No le gustaba hablar con los medios, aunque era fuente prolífica de historias de la prensa rosa. Provenía de una familia desmembrada de Parácuaro, Michoacán, que tuvo que emigrar al norte. Alberto fue llevado a un internado, pues su madre (Victoria Valadez Rojas) no lo podía mantener. La historia sobre su padre, Gabriel Aguilera, no fue menos trágica: quemó un pastizal a fin de preparar la tierra para la siembra. El fuego se extendió sin control y esto lo afectó de tal modo que terminó enfermo mental en un hospital en la Ciudad de México.

Las carencias económicas y sentimentales que Juan Gabriel pasó en la orfandad trocaron en una mina de sensibilidad interior, que desarrolló desde los cinco años.

Todas las personas que me dieron de comer, que me quitaron el hambre, me inspiraron a componer. Me contaban sus historias y yo no tenía otra manera de consolarlos más que con una pieza musical. Con mis canciones no resolvían sus problemas, pero sí les creaba un momento de desahogo… Por eso, la música es una manera de comunicarme con los míos, de agradecer.

Ese era Juan Gabriel, un hombre, un artista que sabía que se debía a la gente.

¿Qué le pediría a los políticos?, se le preguntó en la referida entrevista.

Respondió: Mejor le pediría a la gente, más que a los políticos, porque la gente será eterna. He durado cuatro décadas como Juan Gabriel. Estoy seguro de que si me hubiera dedicado a la política hubiera durado dos o seis. Como Juan Gabriel llevo más de 40 años, entonces sé que soy porque la gente me quiere y me respeta.

El músico era símbolo de alegría pero, irónicamente, sus ojos casi siempre reflejaban tristeza.

Tengo el cariño de millones de personas

Recordaba: Yo estaba ya encerrado y carecí del cariño de mi madre, de sus cuidados. No hay que guardar rencores, porque, aunque haya carecido de mi madre y de su cariño, ahora tengo el de millones. Su amor está derramado por todas las madres de México.

En la terraza de una suite del hotel María Isabel Sheraton, donde el cantautor acostumbraba hospedarse, durante la entrevista con este diario, en 2012Foto Juan José Olivares

Con el amor, decía Juanga, había escapado del sufrimiento, de la soledad… Sí, aunque no hay que confundirlo con la pasión, de cuando te enamoras de una persona a primera vista o te gusta para ir a la cama. El amor lo aprendí así, con mis amigos gays en Ciudad Juárez… con las prostitutas. No me acostaba y nadie se acostaba conmigo, pero una persona a quien amabas era con la que no tenías sexo; el verdadero amor. No como cuando amas a tu mamá, a la que sigues amando… Así aprendí a saber que todos somos de todos y nadie somos de nadie.

Alberto creció con carencias en el internado, pero también se encontró a sí mismo. En ese lugar conoció a su primer maestro: Juan Contreras, Juanito, un ex músico de banda que había perdido el sentido del oído y en cuyo homenaje decidió llamarse Juan. Gabriel es por su padre.

Recordó: Cuando tenía siete años conocí a Juanito, un sordo que trabajó en una banda. Cuando se quedó sin trabajo se fue a Ciudad Juárez. El hombre tenía una tabla en la que estaban dibujadas las teclas de un piano. Él hacía como si tocara (aunque sí ejecutaba el violín) y me llamó la atención que en una madera él se la pasara practicando. Todos los chiquillos se reían de él por su sordera; le hacían bromas; eso no me gustaba. Yo no me reía y él me observó. Un día me dijo que me enseñaría música, porque no era como los otros niños.

Alberto dejó Ciudad Juárez y viajó a la Ciudad de México. Consiguió su primer contrato para actuar en el centro nocturno Malibú, donde diariamente cobraba un sueldo de 20 dólares y conoció a la señora McCulley, otra de sus madres perdidas. En un viaje, a principios de los años 70, luego de ser rechazado por algunos sellos disqueros, fue acusado de robo y recluido en Lecumberri durante año y medio. Pudo salir gracias a la solidaridad de amigos.

Al caer en la cárcel no supe cómo defenderme

Aunque era bueno para hacer canciones, era muy inocente para otras cosas, y al caer en la cárcel no supe cómo defenderme. Me acusaron de robo sin evidencias… Eso sí, yo siempre a lo grande: desde Lecumberri hasta Bellas Artes.

Juan Gabriel decía que era un chiquillo viejo, porque aprendí muchas cosas por adelantado.

Comentaba que, luego de verse más de cuatro décadas todos los días al espejo, se consideraba que eramillones, porque al mirarme en el espejo me veo que soy todos los que han participado en mi nacimiento… Me miro y me quiero, pero también me tengo compasión. Me observo, veo el tiempo que he transcurrido, cómo va cambiando todo y cómo me voy pareciendo a mi mamá y me abrazo, porque he llorado conmigo frente al espejo.

Sabía que un artista sin alma no podía moverse, porque ésta esenergía, cuando tienes la bendición de moverte, de sentir, de soñar, de ese milagro tan hermoso que es el despertar.

Juan Gabriel era un personaje al margen de su figura dentro de la música, y como tal, un día imaginó ser un superhéroe que lo primero que haría sería que todas las mamás, las mujeres que se enamoraran, pensaran que si quieren tener un hijo de verdad lo amen con todo su corazón y no lo dejen, no lo abandonen. Lo digo porque fui un niño a quien dejaron por ahí. Si estuviera en mis manos, eso haría, porque en la mujer es en quien queda la mayor responsabilidad. El universo no se equivocó al dotarla de maternidad.

Para él, la mujer era sinónimo de fuerza, de vitalidad, la hacedora, la inspiración. En mi caso, aunque mi mamá no me pudo tener con ella, me llevó a un lugar donde me darían de comer y me educarían; ella estaba cansada. Ya se le habían muerto tres hijos, y nací yo a destiempo, no lo sé… todo lo que sucedió ha sido para estar aquí, agradecido con la vida y con la música; con la gente.

Para mantenerse feliz el secreto es estar alegre todos los días, agradecido, sobre todo si estás completo, si estás bien. Los únicos que tienen derecho a reclamar son las personas a las que les faltan ojos o que no oyen o no hablan, o que les falta un miembro, ellos tienen derecho; si estás completo, debes alegrarte.

Publicado en La Jornada

Juan Gabriel es un estado del alma

Era y es un sentimiento. Juan Gabriel, mucho más que una voz, un compositor o un símbolo, fue un estado del alma. A veces dulzón y cálido, otras roto y llorado. Pero siempre fiel a sí mismo, a un incendio melódico que a lo largo de seis décadas nunca se apagó y que es (y será) espejo de México.

Nacido el 7 de enero de 1950 en Parácuaro (Michoacán), Alberto Aguilera Valadez tocó las teclas del alma mexicana como muy pocos a lo largo de su historia. Y no fue fácil. En un país de sangre y tormento, Juan Gabriel parecía destinado a estrellarse contra el muro de los prejuicios. Frente a las canciones de pelo en pecho, su presencia felina, sus ademanes delicados, sus imposibles y vaporosas camisas, le hacían el candidato perfecto para el escarnio. Pero nada de ello le frenó. Con su música, un desbordante maridaje de guitarras y almíbar, logró quebrar toda resistencia. Por encima de tendencias políticas, más allá de regionalismos e incluso de gustos, hizo de sí mismo un sentimiento compartido en el que gran parte del país se reconocía. Sus conciertos eran acontecimientos masivos que duraban horas y concitaban olas de un entusiasmo ciclópeo. En esos momentos, excesivo y polícromo, era el rey.

El misterio de esa fuerza hay que buscarlo en su propia vida. Como tantas veces sucede, su estrella emergió de los escombros. Fue el menor de 10 hermanos de una familia campesina y pobre de Michoacán. Al poco de nacer, su padre enloqueció, y para rematar el cuadro, el pequeño Alberto, tras un agrio peregrinaje, recaló a los cinco años en una institución social, lejos de su madre y enfrentándose al mundo hostil del olvido. Ahí aprendió música y de ahí también escapó a los 13 años para regresar con su progenitora y vender burritos por las calles de Ciudad Juárez.

Pudo entonces haberse perdido para siempre en la corriente de los días. Pero el fuego de la música tiró de él. Compositor compulsivo, viajó por todo el país para ofrecer sus canciones. Quienes le conocieron en esa etapa inaugural le recuerdan como un joven bonachón y entregado, alguien dispuesto a lo que fuera por hacerse oír. Un idealista o una presa fácil, según se mire.

Paso a paso, bajo el nombre artístico de Adán Luna, se abrió camino. En las boîtes y salas de mal amanecer empezó a hacerse un nombre. El futuro parecía despejarse cuando le alcanzó la puñalada que le marcaría de por vida. En la Ciudad de México fue acusado de robo e ingresó en la penitenciaría de Lecumberri. 18 meses de cautiverio. Ahí terminó de fraguarse su alma de superviviente. Durante aquel tiempo nunca dejó de tocar. Entre barrotes, su pasión llamó la atención del propio director del centro, quien, tras revisar su caso, le ayudó a salir. En su expediente, nunca figuró condena alguna.

Una vez fuera, cambió de nombre y nació Juan Gabriel. Lejos de arredrarse, mostró a cuantos pudo su repertorio, tuvo apoyos, convenció a las discográficas. Ya demasiadas veces roto, se tornó indestructible. Y en 1971 logró su primer éxito. La canción, cómo no, se titulaba No tengo dinero. A partir de entonces, la fama nunca le abandonó. Y tampoco su historia, de la que jamás renegó.

Aún así, pese a los focos y su amor intenso a los escenarios, fue una personalidad reservada. El misterio de su sexualidad, el pánico a las entrevistas, su ocultamiento bajo el maquillaje de una felicidad fácil aumentaron su leyenda. Los que le trataron siempre han hablado de la existencia de dos Juan Gabriel diametralmente opuestos. El público y el privado. A la mayoría sólo les fue dado a conocer el primero. El segundo, el que murió de un infarto este domingo en California, aún tardará en emerger. Pero poco importa. Con el primero bastó. En sus baladas, boleros, rancheras, huapangos, rumbas, sones y salsas, Alberto Aguilera Valadez, más conocido como Juan Gabriel, hizo música de su alma. Y con ella, bailó México.

Publicado en El Pais
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