Carlos Rubira Infante, el cantor de la geografía ecuatoriana

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El cantautor Carlos Rubira Infante vivía en Quito cuando compuso una de sus canciones más populares, ‘Guayaquileño, madera de guerrero’.

Aunque los datos lo sugieren, no se trataba estrictamente de una reacción artística ante la nostalgia de un hombre que extraña su tierra. Era más bien una cuestión patria. Esto tampoco quiere decir que Rubira sea alguien que se adhiere fervorosamente a las ideas separatistas que sueñan con un Guayas convertido en nación. Era todo lo contrario.

El compositor guayaquileño había asistido a un disputado partido de fútbol entre las selecciones Guayas y Pichincha. Corría la década de los cuarenta, cuando no existía todavía el campeonato nacional. En tal contexto, un joven quiteño, aparentemente pasado de la raya, se burlaba de los ‘monos’ que iban perdiendo 1-0; marcador que —recuerda Rubira— Guayas remontó. Fue entonces cuando el artista preguntó: “¿Quién es el que habla mal de Guayaquil? ¿Aquí hay patria o no hay patria?”.

La pregunta, vista a la distancia, no era casual ni tampoco ingenua. Unos años después, el propio Rubira Infante compuso su conocida ‘Venga, conozca El Oro’, luego de que, en la Guerra del 41, las tropas peruanas se adentraran en la provincia sureña, lo que acabó con la firma del Protocolo de Río de Janeiro.

Desde entonces, la impronta de Rubira estuvo marcada por su profundo patriotismo, que lo resumió hace años en una frase, durante una entrevista para EL TELÉGRAFO: “Más que guayaquileño, soy ecuatoriano”.

Aquel día del partido entre Pichincha y Guayas escribió esa canción que empieza así: “Yo nací en esta tierra/ de las bellas palmeras,/ de cristalinos ríos/ de paisaje ideal./ Nací en ella y la quiero,/ y por ella aunque muera,/ la vida yo la diera/ por no verla sufrir”.

Aunque le preocupaba que ese “sufrir”, al final de la primera estrofa, no rimara adecuadamente, la canción se convirtió en una marca musical indeleble de su ciudad natal y, por extensión, en un tema popular nacional.

Nacido el 16 de septiembre de 1921, Carlos Aurelio Rubira Infante ha llegado a los 95 años convertido en uno de los autores más prolíficos del Ecuador. Este compositor y cantante de ritmos autóctonos, como el pasillo, el albazo, el pasacalle y el sanjuanito, es una de las voces que más le han cantado al país. Carlos Armando Romero Rodas, recordada voz de Radio Cristal, alguna vez lo llamó el ‘Cantor de la geografía ecuatoriana’.

La primera vez que Rubira transmitió sus temas en vivo fue en Radio El Telégrafo, en un programa llamado ‘La hora agrícola’, en la década del cuarenta, de la mano de su amigo Gonzalo Vera Santos.

A Rubira se le atribuyen cerca de 600 canciones. Muchas de ellas están dedicadas a algún rincón del país, su suelo, su gente, su naturaleza. Algunas de esas son: ‘Guayaquil, pórtico de oro’, ‘Ambato, tierra de flores’, ‘Playita mía’, ‘El cóndor mensajero’.

“Su filosofía es transmitir el orgullo de ser ecuatoriano”, dice uno de sus aprendices más jóvenes, el cantautor Fernando Vargas, con quien formó el dúo Vargas-Rubira hacia finales de la década pasada.

Ese es un tipo de músicos que está en peligro de extinción, según Naldo Campos, otro cantante guayaquileño. “No va a nacer nunca más un compositor como él en nuestro país, porque su sentimiento es de otra época. Ahora a casi nadie le interesa cantarle a las provincias, al Ecuador, a la naturaleza. Hoy nuestros conflictos con el mundo son de otro tipo”.

El momento histórico en el que Rubira definió el curso de su música no solo estuvo signado por la Guerra del 41. Desde el punto de vista musical, los ritmos nacionales no eran aceptados en las altas esferas académicas del país. En las sinfónicas, por ejemplo, estaban prohibidos.

De hecho, Rubira Infante siempre aclara que nunca realizó un estudio formal y se define a sí mismo como “un músico de oído”. El pasillo, que en su época dorada se tocaba con guitarra en las aceras, era, de alguna manera, una expresión subversiva.

Una máquina de componer

Un día, paseando por la ribera de un río de Nobol por donde le gustaba caminar, Rubira cayó en el lodo. “Y ahí fue que escribí ‘Playita mía’”, explica. Él dio otra versión del origen de este tema en 2011, cuando contó que estaba reunido en la misma hacienda de Nobol con personajes como Pedro Saad, Joaquín Gallegos Lara y Enrique Gil Gilbert. Resultaba que el anfitrión estaba peleado con su esposa, y entonces Rubira compuso esta canción que dice: “Alegre playita mía, […] te vengo a cantar las penas que me ha causado esta cruel mujer”.

Igual de rápido había surgido ‘Guayaquileño, madera de guerrero’. Es que Rubira es una máquina de escribir canciones, desde la primera. Cuando tenía apenas 14 años, tuvo una pelea con su mamá y él se fue de la casa.

“Cuando estuve lejos de ella —cuenta— me sentí desolado y compuse el tema, que luego regresaría a cantarle”.

Alguna otra vez, el comediante Ernesto Albán visitó su casa. Estaban cantando y tocando la guitarra. Albán le insistía: “Harasle una canción a tu esposa”. Al fin, Rubira accedió, y en ese momento creó ‘Esposa’.

Mientras relata esto, Rubira entona la canción, y —con mucha dificultad— llega hasta la última línea: “Te llevaré en mi pecho hasta la muerte”. Entonces baja la cabeza y esconde los ojos tras la gorra que lleva puesta. Se le escapan unas lágrimas mientras recuerda a su esposa, Blanca Gómez, fallecida en 2015. Pero se controla rápido: “Discúlpeme, se me salió, oiga. ¡Arriba el ánimo, carajo!”.

Compañeros del maestro

‘Esposa’ es precisamente una de las canciones que cantaba con Julio Jaramillo, que durante un tiempo fue su pupilo. A él lo había conocido en una zapatería ubicada en las calles Brasil y Coronel (Guayaquil), mientras cantaba con su hermano, Pepe. Y como “ese muchachito cantaba durísimo”, lo invitó a su casa a ensayar. Sin embargo, tuvo que regañarlo varias veces, porque la disciplina y la puntualidad no estaban entre las virtudes de ‘JJ’.

Son varios los músicos que pasaron por su tutela, y con los que ha hecho dúo. Fernando Vargas asevera que “al maestro nada se le escapa”. Una vez, en un ensayo, Rubira se fue al baño. Vargas se quedó practicando su canto cuando del otro lado de la puerta se oyó un grito: “¡No desafines!”.

Es la misma energía con la que Fresia Saavedra (con quien ha grabado unos 50 discos) corrige el canto de sus alumnos en la Escuela de Música Nicasio Safadi, que funciona en el Museo de la Música Julio Jaramillo. Fresia conoció a Rubira cuando ya era famoso, tenía espacios en varias radios y había conformado el dúo Los Porteños, con Olimpo Cárdenas.

Rubira no es solo un autor prolífico. Bajo su guía, muchas voces locales ganaron escena y estilo. Algo que, de alguna forma, resulta recíproco, ya que sus pupilos se han encargado de instalar las canciones del maestro en la posteridad. “Después de todo —se pregunta—, ¿qué sería de mí si no hubiera nadie que cantara mis canciones?”.

Publicado en El Telégrafo

 

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