Sobre la edición independiente en Costa Rica

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Por Ana Beatriz Fernández

La Casa del Cuño, en el complejo de la Antigua Aduana en barrio Escalante, es una vitrina en donde las editoriales independientes están a vista y paciencia de los visitantes de la XVII Feria Internacional del Libro (FIL 2016), que se celebra hasta este domingo 11 de setiembre.

En ese espacio en ebullición, cada una de esas pequeñas empresas ofrece un preciado catálogo, La conjugación de elementos como el contenido, el papel, la tipografía, la portada y diseño convierte a cada uno de los libros publicados en un objeto cultural alternativo, según los califica el escritor costarricense Carlos Cortés, quien agrega que algunas de estas editoriales están entre las más interesantes en Latinoamérica.

No es un negocio publicar libros de manera independiente y sin subvención de ningún tipo. Las editoriales consultadas coinciden en que apenas si salen con los costos o, peor aún, en que el balance financiero arroja números rojos.

Sin embargo, sucede que el objeto del deseo (el libro) y la pasión suscitada (la edición) se materializa con la voluntad de publicar a pesar de todos los obstáculos. Contra viento y marea.

“Cabezonada” y “puro amor al arte”, dice Héctor Gamboa, del sello La Jirafa y Yo, editorial dirigida a un público infantil y adolescente, que crea textos con bellas ilustraciones sobre las peculiaridades de la cultura y tradición costarricenses.

El trayecto, por definición difícil, es más empinado debido a los obstáculos que impone la negativa de las grandes librerías de acoger las publicaciones en las mismas condiciones que lo hacen con las publicaciones de corporaciones editoriales extranjeras.

Estos son los problemas de distribución que denuncian todos los editores sin excepción. Los libros independientes, además, tienen posibilidades prácticamente inexistentes en el mercado regional.

Otra de las debilidades de la industria editorial, según Cortés, es la imposibilidad para crear un sistema de distribución comercial, a partir del cual el Estado y otras instancias, como las municipalidades y la empresa privada, puedan intervenir para que la red de la oferta internacional dé acceso a los libros locales.

“Hay un trato sumamente desigual. Es un objeto (el libro independiente) de segundo o tercer nivel y negociar esas condiciones es oneroso económicamente y hasta psicológicamente”, comenta el escritor.

Cortés lamenta que el Estado no tenga una política del libro ni del fomento a la lectura ni al librero que promueva instancias de cooperación, colaboración y capacitación, las cuales aseguren un equilibrio entre una oferta de buena calidad y la posibilidad de que esa producción esté en librerías grandes.

Germen

Uruk Editores y Perro Azul pusieron las bases de la casa habitada por la hoy vigorosa diversidad de las editoriales independientes nacionales.

Óscar Castillo, de Uruk, inició su proyecto hace 33 años. Luego de dedicarle poco más de una década a las dirección ejecutiva de la Cámara Costarricense del Libro, en el 2008 retomó la editorial, que “fue posible porque había aprendido todo lo que no tenía que hacer”.

De acuerdo con Castillo, su principal objetivo es generar una resistencia cultural propositiva, la cual estimule la publicación de distintas voces centroamericanas; a esto él lo denomina la “bibliodiversidad”.

“Deshacerse” de los libros (venderlos) es lo primordial, por ello se lamenta de que no haya un mercado local –y menos aún regional– consolidado, sino “minimercados” del libro muy dispares y desconectados.

En este contexto, Uruk no se ha quedado con los brazos cruzados y ha logrado exportar sus productos a Panamá y Guatemala. En cuanto a la distribución nacional, también ha implementado acciones exitosas. “Aquí los editores solemos pelearnos con las grandes librerías porque no nos reciben los libros; es cierto, pero nosotros en vez de pelear nos reunimos con ellas para convencerlas”, detalla Castillo.

En la actualidad, Uruk tiene presencia en la Lehmann, Librería Internacional y AutoMercado, siguiendo la máxima de que son los editores los que deben hacer un mercadeo y gestión de ventas más agresivo.

Luego de los intentos editoriales de Kasandra y Alambique, Carlos Aguilar creó Perro Azul en el 2000, con la inquietud de responder a una necesidad de publicar poesía de escritores con voces nuevas y una estética distinta, quienes no cabían dentro del criterio curatorial de las editoriales del Estado y universitarias.

Perro Azul emergió con un modelo ligado a proyectos financiados por la cooperación internacional como la española (Centro Cultural de España), la holandesa (HIVOS) y la francesa.

En una segunda etapa subsistieron basados en la venta del fondo editorial, pero tuvieron dificultades con la distribución y el financiamiento de las propuestas de publicación.

Fue así como, después de funcionar cinco años, Aguilar puso en pausa la empresa y la retomó en el 2015, con un esquema de proyectos específicos de autores nacionales y énfasis en la publicación de escritores centroamericanos.

“Estamos poniendo oído, yendo a recitales, recibiendo manuscritos”, explica. Y aunque es evidente que nuestra sociedad lee muy poco y que sostenerse con las ventas es difícil, Perro Azul volvió al redil.

Se suma a esto el problema de la comercialización de los libros, al cual las editoriales independientes no han podido darle solución. “No tenemos canales de distribución debido a que a las librerías grandes no les interesa la literatura costarricense”.

Asimismo, Aguilar considera que los canales de las independientes son muy artesanales, ya que no hay personas especializadas en estas labores estratégicas. “Uno se preocupa mucho del producto y al final no sabe qué hacer con él”, aceptó.

Actualmente, la situación ha cambiado un poco con las redes sociales, pues Perro Azul mantiene el catálogo en la página de Facebook, y envía por correo los libros solicitados.

Publicar o publicar

A finales del 2009, Juan Hernández decidió arriesgarse y pidió un préstamo para comprar una máquina impresora de libros que aprendió a usar trabajando sin salario en imprentas durante un mes.

Así nació la Editorial Germinal, que tampoco es un negocio rentable. “Tengo que hacer todo: imprimir, leer, revisar, diseñar”, detalla. Para Hernández, esta situación precaria obedece al panorama crítico de la literatura costarricense.

“Una editorial del Estado –que es subvencionada, que tiene puestos y salarios, que tiene un aparato enorme–, hace un tiraje parecido (250 ejemplares) al de una independiente, que es una empresa unipersonal, y a veces pasan cuatro o cinco años sin venderse en su totalidad (la edición); es una inversión que nunca se llega a recuperar”, puntualiza Hernández.

Germinal apuesta entonces por la publicación de autores de otras nacionalidades con estéticas muy particulares y reconocidos internacionalmente ya que al incluirlos en su catálogo se da a conocer la producción local.

Publicar a escritores como Samanta Schweblin de Argentina o Eduardo Halfon de Guatemala es un acto rebelde hacia las editoriales grandes que no ponen los ojos en Centroamérica.

De acuerdo con Hernández, la editorial no vende en cadenas de librerías donde se aceptan en consignación los títulos, sino que se mueve en pequeños círculos independientes.

Es un esfuerzo colectivo muy grande que crea una economía pequeña, rotativa, donde todos apuestan. Hay un trabajo solidario, un montón de gente que está apoyando esto”

La situación de Ediciones Espiral, que dirige Jonatán Lépiz, no es más halagüeña en términos de ganancias, pero, al igual que para Hernández, la publicación de los libros se trata sobre todo de pasión.

En el 2010 nació la editorial de la mano de Alberto Arce y Esteban Aguilar, quienes inscribieron una sociedad con su respectivo ISBN, y con ello “garantizar que el proyecto iba en serio”

En aquel momento, Lépiz era el único de los tres con trabajo estable y tomaba dinero propio para invertir en la publicación de libros a partir de una estética visual de portadas llamativas y con un formato que los diferenciara.

“Es la sexta feria del libro en que trabajamos, con mucho esfuerzo, sudor y desvelos”, enfatiza. Hace un par de años los tres socios tienen puestos fijos que les permite establecer una dinámica en la que “pellizcan” los presupuestos familiares para generar un fondo común y por eso cuentan con la fortuna de no depender de la editorial para vivir.

“Si no nos habríamos muerto de hambre hace mucho tiempo, porque quisimos lanzar una editorial solo de poesía y es muy arriesgado”. En la actualidad espiral cuenta con tres colecciones: Fin del mundo, Jetlag y Espiral Antologías.

Dos proyectos para atraer a niños y jóvenes

La Jirafa y Yo es una editorial que nace de la inquietud de la educadora Anne Aronson, quien palpó un déficit en la literatura costarricense contemporánea para niños y adolescentes.

A largo de ocho años, el escritor e ilustrador Héctor Gamboa, junto al periodista Gerardo Bolaños, han acompañado a Aronson en la aventura de hacer crecer esta editorial arraigada en la cultura y la tradición costarricense, desde una perspectiva en la cual no es más válido lo que viene de afuera.

“Que estamos al mismo nivel, que podemos producir con la misma calidad, que podemos hacer cosas de interés desde su propia experiencia y contexto”, asegura Gamboa.

Importantísimo es para el proyecto contagiar a su público meta con el hábito de leer, en el que los libros ilustrados se ponen en valor al seducir con un componente estético relevante. La editorial se mantiene porque se ha ido ganando un lugar en el sistema de educación formal, pero, ante todo, en el corazón de la gente. “Es un misterio. No es fácil; cuesta mucho dinero hacer libros; hemos metido muchísimos recursos. En este momento, el balance global del histórico de la editorial es muy rojo, pero cada año es un poquito menos”, confirma, optimista.

Gamboa concuerda en que la distribución es una “pesadilla”, pues hay un tremendo prejuicio y, además, una enorme falta de visión empresarial. Para él, las redes de distribución tienen el mismo criterio para la comercialización del producto cultural que para el de galletas.

“Es imposible que un producto como un libro ilustrado hecho en Costa Rica no vaya a llegar al público sin un esfuerzo de parte de todos los actores del proceso de distribución”, afirma.Es gracias a las ferias y a las compras institucionales de libros que han podido mantenerse a flote.

Gamboa advierte de que la única manera es participando en las redes formales, aunque los han maltratado mucho. “Esto podría ser un negocio con todas sus letras a largo plazo”, pero es una situación de la cual no se queja ya que cada año “es menos mala”.

Evelyn Ugalde de la editorial Club de Libros, empresa fundada hace seis años, recuerda que cuando iban a los colegios y escuelas para fomentar la lectura se dieron cuenta de que los niños y jóvenes buscaban literatura nacional atractiva, con temas interesantes “como de vampiros, de fantasía, de terror, de erotismo, que no se estaban publicando en el país”.

La editorial es un caso atípico pues financieramente está muy bien y, además, crece. No solo amplía las posibilidades de los jóvenes de convertirse en escritores publicados bajo su sello, sino porque utiliza la tecnología (redes sociales y booktuber) en favor de la promoción de sus libros.

Club de Libros es una empresa de servicios editoriales con escritores autopublicados, que son dueños de su libro bajo la sombrilla de la editorial. “Yo gano porque doy el servicio editorial y vendo el libro.

Es como una librería ambulante, nos vamos a ferias, escuelas, colegios, y también gano cuando nos traen el libro y damos el servicio filológico”, detalla Ugalde. No tener espacios para la distribución de los libros es uno de los principales problemas por resolver, ya que las grandes librerías ponen trabas y menosprecian al libro nacional. “Lo único que nos falta es hacernos nosotros una librería propia, pero es mucha plata”, considera ella.

Algunas voces independientes

Estas son algunas de las editoriales independientes en nuestro mercado:

Publicado en La Nación
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