Relatos de una guerra que se acaba(rá)

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Por Gonzalo Sánchez*

‘Relatos clandestinos’ es el registro periodístico y humano de escenarios en los cuales se han forjado rumbos de vida y de país, y a los cuales su autor, Hernando Corral, ha estado asociado como testigo de excepción.

Es una historia de los laberintos y cotidianidades de la guerra pero también del realismo crudo del mundo político. Del texto muy seguramente se pueden extraer lecciones políticas, pero quisiera llamar la atención sobre la que a mi juicio constituye la trama subyacente de los relatos, a saber, una mirada a los protagonistas del conflicto armado más allá de su condición de simples guerreros.

Se trata, ante todo, de una mirada generacional de episodios de guerra y paz en un largo medio siglo de historia de Colombia. En su mirada quedan patentes la experiencia del militante, la sensibilidad de buena parte de quienes vivimos la época de la emergencia de las guerrillas y el registro del periodista.

‘Relatos clandestinos’ es pues una travesía generacional cargada de ilusiones, desencantos y nuevas utopías. Es la travesía de Hernando pero también la de innumerables colombianos que tras encontrar el país de la violencia en ruinas le apostaron a una reconstrucción radical, desde sus cimientos. El texto puede leerse por consiguiente como registro de nuestro tiempo: de influencias, de universos culturales, de prácticas, de sueños, de desencantos compartidos.

En las páginas de este texto se perfilan notorias convergencias de época. En efecto, ser militante sindical o estudiante y militante guerrillero eran roles o espacios de sociabilidad que hacían parte del mismo universo mental. Con todo, estas categorías sociales se fueron convirtiendo progresivamente en un estigma nocivo para el desarrollo de actividades de denuncia o movilización ciudadana por fuera de los cánones de la guerra.

Como lo muestra Hernando, jóvenes citadinos, universitarios, empleados, campesinos y en general personas de diferente extracción social vivieron la inconformidad política de distintas maneras, pero con un denominador común: le apostaron a la guerra como recurso de transformación.

Aunque muchos lo quisieran, en la guerra no es la bondad de unos ni la maldad de otros lo que está por dirimirse. En estos relatos se resalta precisamente el potencial de solidaridad de quienes en nuestro país combaten en bandos enfrentados, cuando logran escapar de los campos de batalla y de la luz de los reflectores en los que son exigidas las dicotomías, el endurecimiento de y ante el enemigo.

Hernando nos habla más sobre las cotidianidades y las tramas personales que relativizan los escenarios más virulentos, y que sobre la base de las relaciones humanas permiten mediar o aproximar lo que con otros ojos puede parecer irreconciliable.

Estos relatos nos confrontan de hecho con los desgarramientos de quienes entraron a la guerra, y les permiten a unos y otros descubrir que no eran connaturalmente monstruos o villanos. Eran o son, sobre todo, seres humanos con preocupaciones altruistas que perecieron o se fueron mimetizando en la guerra, o que finalmente lograron tomar otros rumbos.

El entusiasmo con que se vivió aquella época quizás resulte incomprensible para las nuevas generaciones, e incluso hoy puede percibirse como un relato vergonzante para muchos.

En un país con un profundo escepticismo hacia la denominada clase política y con unas instituciones débiles, corruptas o confiscadas por intereses privados, las ideas revolucionarias de transformación del poder y la sociedad mediante las armas circularon entonces ampliamente con relativa aceptación. Y más allá de ello, consiguieron adeptos para las causas más radicales que coparon en buena medida el espacio político desde los sesenta hasta realmente no hace mucho.

Más allá de nuestros localismos, eran procesos, imaginarios y desafíos que se extendían por toda la geografía continental, desde los Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo de Argentina, el Mir de Chile, el Sendero Luminoso de Perú, los Sandinistas de Nicaragua, el Farabundo Martí de El Salvador, los Tupamaros de Uruguay. Hasta el Ejército Guerrillero de los Pobres de Guatemala. Fue en realidad una ebullición en América Latina que encontró diferentes cauces, desde el triunfo o el aniquilamiento militar, hasta su asimilación o transformación en nuevas fuerzas políticas democráticas… y que en Colombia aún tiene desenlaces inciertos.

Estos no son relatos heroicos ni de la guerra ni de la política. En el texto de Hernando Corral se palpa tanto la expectativa como la decepción con el sueño revolucionario. Es un desencanto con la utopía armada que se produce más como resultado de los desarrollos internos de las insurgencias, que como fruto deseado de la evolución institucional o material de nuestra sociedad.

Estas crónicas son pinceladas críticas de cómo la vida en las armas se olvida de tantas otras vidas que la sufren: la vida de la familia, la vida de los amigos, pero también la vida de los otros. Son registro de dilemas dramáticos vistos a distancia y tan normales o normalizados en su momento: familia o revolución, la universidad o el monte. Dan cuenta también de los maximalismos que trae consigo la opción guerrerista como salida; de las ambigüedades entre la lucha política y las prácticas criminales; de las contaminaciones que dieron al traste con el fin y justificaron todos los medios, como el narcotráfico y el secuestro.

Hernando optó tempranamente por la vida… la familia… los amigos… pero aun así, no se ha olvidado de los que tomaron otros caminos. Esto tal vez era visto hasta hace muy poco tiempo como signo de incomprensión de la naturaleza de la guerra, como la atribución de cierto tono moralista y pacifista al análisis de la misma. O como una traición. Hay quienes no se dejan permear ni contaminar y permanecen iguales a sí mismos, pero ajenos a su tiempo y a su contexto.

Ese no ha sido el caso de Hernando. Aunque ha vivido la política intensamente ha sido crítico de su propia experiencia y de eso son testigos su vida y sus relatos. Hernando no reniega de su militancia… pero no tiene inconveniente en desnudar los autoritarismos, los intereses personales, las atrocidades que se han cometido en nombre de la revolución, o de la patria, o de la “democracia, maestro”.

El monte y las altas esferas; las cámaras y los camerinos; la tertulia y los ministerios; y la guerra y la paz son escenarios todos por los que Corral se ha movido como pez en el agua y que le han valido señalamientos y distanciamientos, pero él ha sido consecuente y por ello ha podido desenvolverse o fluir entre tan contrastantes universos. Hernando se comunica permanentemente con adversarios –y lo hace con una particularidad escasísima– , sin traicionar a ninguno, como lo he dicho ya en otro lugar.

En todos los escenarios (no solo desde las entrañas del Eln) su llamado ha sido, a partir de su propia experiencia, al “replanteamiento”, a una “revolución en la revolución”, como dijera en un controvertido texto el filósofo francés Régis Debray que se vino en busca de la Revolución cubana y de la Bolivia del Che. Hernando ha luchado contra los radicalismos, aun lo hace con los propios. En esas ha estado siempre, sin dejar de tender la mano para acercar extremos.

Corral ha sido característicamente un mediador: entre sindicalistas y guerrilleros; entre guerrilleros y gobernantes; entre guerrilleros y guerrilleros; e incluso entre insurgentes y militares. Para todos Hernando es “el compañero”.

Colombia ha vivido durante cuatro años un proceso de paz pero no de reconciliación. La posibilidad real de paz que hoy tenemos, y que nunca antes habíamos acariciado, fue forjándose en la mesa de una negociación pública, que se convirtió en un espacio de comunicación a menudo incomprendido, en un país donde la guerra sigue ocupando la escena social y política. El resentimiento acumulado ha sido progresivamente desarmado en la mesa de negociación.

El reto ahora es proyectar este enorme logro a una sociedad desconfiada que padeció, de la mano de un conflicto degradado, mucha injusticia y mucho dolor y que terminó por naturalizar los discursos y prácticas del odio.

Por ello, y sin habérselo propuesto quizás, los ‘Relatos clandestinos’ de Hernando Corral nos ayudarán hoy a entender y sobrellevar mejor los retos de la convivencia en los nuevos escenarios de la esfera política que muchos miramos con esperanza o real expectativa.

*Abogado y filósofo tolimense con un máster de la Universidad de Essex, (Inglaterra) y doctorado en sociología política de la Escuela de Altos Estudios de París (Francia). Dirige el Centro Nacional de Memoria Histórica.

Publicado en El Tiempo
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