La vía chilena al socialismo según Hobsbawm

1.457

En una de ésas, pudo haber vivido en Chile, pero no. En 1938, Eric Hobsbawm (1917-2012) residía en Inglaterra con su hermana Nancy, al cuidado de un tío. Nancy se vino ese año y Eric se quedó estudiando en Cambridge. Sin embargo, en Viña del Mar había otra rama de la familia, instalada por un tío llegado al Norte Grande en 1914 y así fue como en 1962 el hombre que se convertiría en “el historiador más conocido del mundo”, en palabras de Tony Judt, vino a Chile por primera vez. A visitar a los parientes, sin duda, pero no sólo a eso.

Militante comunista desde 1936 -y hasta la disolución del PC británico, en 1991-, el futuro autor de La era del capital aprovechó también la primera venida para almorzar con el entonces senador Salvador Allende y su esposa, Hortensia Bussi. Volvería nueve años más tarde y, además de visitar La Moneda, se tomó el tiempo de observar y desentrañar lo que había en esa inédita “experiencia” que tanto interés generaba en el mundo: la “vía chilena al socialismo”. Y así fue como elaboró, para el número del 23/09/71 de The New York Review of Books, un ensayo acerca de lo que había visto y diagnosticado.

El texto, titulado Chile: Year One, es hoy reeditado junto a otro que el académico redactó, desde el dolor y la derrota, días después del golpe de 1973. Ambos forman parte de Viva la Revolución: Hobsbawm on Latin America, volumen que recorre el subcontinente con la mirada de un historiador que lo consideró con afecto, si es que no con la esperanza de ver en él la cuna de grandes transformaciones.

The Chilean way

“Chile es el primer país en el mundo que trata seriamente de construir un camino alternativo al socialismo”, anota Hobsbawm en su ensayo. Lo hace para replicar lo que el propio Allende señaló en su primera cuenta ante el Congreso Pleno: que hay una vía institucional, aunque jamás recorrida antes, para una revolución (y que ése es, a su juicio, una “perspectiva apasionante y políticamente valiosa”). Pero también para recordar que “no hay nada que les guste más a los países, especialmente a los pequeños, que dar un ejemplo al mundo entero”.

Hay de su parte una “natural simpatía” hacia el proceso de la Unidad Popular, así como una “enorme esperanza” en su éxito. Pero agrega que ni eso ni el ambiente de satisfacción y expectativas que palpa en el aire “debería cegarnos ante las complejidades de esta situación”. Acto seguido, anuncia frialdad y realismo en el análisis.

Primero está Allende, “un político brillante y sofisticado del tipo ortodoxo, que se siente a sus anchas cuando se trata de las estrategias y las tácticas de lo posible, en las asambleas partidarias y en el Congreso. Además, tiene la enorme y justificada autoconfianza del hombre que ha triunfado contra todos los pronósticos: nadie creyó que pudiera ganar y su propio partido (el PS) trató de bajar su candidatura”. Para alguien así, prosigue, no significa nada llegar al Gobierno maniatado (por la oposición, el Poder Judicial y por los problemas en su propia coalición), pues “mucho puede hacerse dentro de los límites de los poderes existentes”.

Más crítico se muestra Hobsbawm, sin embargo, respecto de la lentitud de Allende para imponerse dentro del PS. Este último es “poco más que un conjunto de grupos rivales, clientelismos y baronías políticas, virtualmente incapaces de actuar como un partido”, y su mayor problema está en el ala izquierda. Y el diagnóstico no es menos severo cuando se trata de la alianza de Gobierno.

A su juicio, la Unidad Popular se muestra “organizacionalmente inadecuada frente a las tareas que ha asumido”. El rígido sistema de cuotas, en que ningún funcionario-militante puede tener un jefe o subalterno del mismo partido, “lleva a que cada departamento y agencia estatal consista en un encabalgamiento de máquinas partidarias rivales”. Cuando cuesta mucho definir cuestiones que no han sido ya definidas en el pacto pre-eleccionario, se puede generar una “parálisis desastrosa”, como la que observa en la reforma agraria. “Cualquier gobierno que no puede tomar decisiones está en problemas”, concluye, “pero un gobierno revolucionario que no puede tomarlas, tiene problemas muy serios”.

A estas dificultades, se agregan las propias de un país monoproductor que debe importar buena parte de sus alimentos. La perspectiva de un bajo precio del cobre y de que el aumento de la producción agrícola e industrial estén bajo lo deseado, sólo complica las cosas. Por otro lado, “Allende no puede, aunque quisiera, imponer a su pueblo los sacrificios materiales que los cubanos han venido haciendo hace ya varios años”.

Con todo, The Chilean way ofrece a su juicio resultados valorables en sus primeros 10 meses, especialmente en lo económico. Eso sí, los problemas pueden agudizarse en los años siguientes. Por esta y otras razones, sugiere que el Gobierno asuma la “iniciativa estratégica” y que el Presidente haga lo propio con su liderazgo político, para atraer a ese proletariado apolítico y no organizado que podría darle la esquiva mayoría absoluta.

Un obituario

No llegó la mayoría absoluta, pero sí el golpe de Estado, que Hobsbawm comentaría en caliente pocos días después. La nota que le publicó el semanario británico New Society se percibe como un obituario que no por casualidad se titula “The Murder of Chile”.

El asesinato de Chile, escribe, se ha esperado tanto tiempo, y la agonía de los últimos meses de Allende ha sido tan reportada por la prensa, que ahora todos quieren verter sus lágrimas. Incluso los laboristas británicos, que nunca se desvelaron por este país “pequeño y remoto”. En el fondo, agrega, la mayoría de estos obituarios políticos no tenían mayor interés en Chile y en cómo este caso, como España, constituye un test de alcances globales. “Para la mayor parte del mundo fue un caso de prueba más bien teórico sobre el futuro del socialismo”.

En cuanto al desenlace del 11, se pregunta por lo que Allende pudo haber hecho para evitarlo sin que la guerra civil fuese una opción. “No creo que haya habido mucho que pudiera hacer después de comienzos de 1972, excepto ganar tiempo, asegurar la irreversibilidad de los grandes cambios ya logrados y, con suerte, mantener un sistema político que podría dar más tarde a la UP una segunda oportunidad. (…) Durante los últimos meses, que fueron varios, ya era claro que no había prácticamente nada que pudiera hacer”.

 Publicado en La Tercera
También podría gustarte