Cafetín de Buenos Aires

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(Foto: LA NACION / Fernando Massobrio)

La escritora Liliana Heker recuerda con precisión el día que sintió que ingresaba a un café de verdad. Era el 22 de enero de 1960 y el lugar era El Café de los Angelitos, adonde había llegado invitada por el director de la revista literaria El grillo de papel. «Nunca voy a olvidar ese momento en el que entré un viernes a la noche. Yo era una transgresora total, en mi casa estaban aterrados; tenía 16 años y me iba a un café que desconocían a encontrarme con artistas», recuerda y ríe.

La vida de Heker estuvo atravesada por la literatura y los cafés. Con motivo del Día de los Cafés Porteños que se celebra el 26 de octubre el grupo cultural Los Notables -que reúne a El Federal, Café Margot, Bar de Cao, Celta Bar y Café La Poesía- la escritora compartió una charla donde rememoró los cafés de su adolescencia, las discusiones literarias en El Tortoni hasta que cerraba, los efectos de la dictadura militar en la cultura cafetera y la «resistencia» desde San Telmo.

La ciudad de Buenos Aires tiene alrededor de 100 bares reconocidos oficialmente como notables según el Ente de Turismo porteño. De acuerdo al historiador especialista en el tema Horacio Spinetto, hay unos 3000 cafés en toda la ciudad. Heker pasó gran parte de su vida en al menos 15 de éstos.

«Creo realmente que los cafés son lugares mágicos. La historia de los porteños pasa por los cafés y son lugares donde se preserva algo maravilloso, la discusión, el encontrarse con uno mismo y los seres queridos», cuenta desde la punta de una larga mesa en los altos de La Poesía. Heker pasó gran parte de su vida en el barrio de Almagro y hace casi 30 años se mudó a San Telmo. Por ello hoy considera a este bar notable desde donde habla «un poco el hogar».

Su primer recuerdo la lleva a la intersección de Bulnes y la entonces Cangallo, donde estaba el almacén de Don Francisco. «Yo podía ir porque no había que cruzar la calle», afirma. «Al lado había un lugar que de chiquilina miraba de afuera, era el despacho de bebidas. Ahí no podía entrar. Ese lugar prohibido y tentador hoy es uno de los bares notables de Buenos Aires, el Boliche de Roberto», recuerda.

Unos años después comenzaría a frecuentar con sus padres Las Violetas y la hoy cerrada temporalmente La Ideal. En Las Violetas tuvo su primera reunión con Abelardo Castillo, entonces director del El grillo de papel, quien la invitó a colaborar en la revista y a participar de las tertulias de los viernes en El Café de los Angelitos. «Ahí empieza mi vínculo entrañable con los cafés y la literatura que están absolutamente ligados», rememora.

«Entré a ese café y era un café», sostiene firme para inmediatamente admitir que hoy le cuesta visitar «Los Ángelitos». «Lo transformaron en algo que no tiene nada que ver con ese lugar donde nos reuníamos, muy amplio, donde la gente iba y jugaba a los dados», explica.

En esos encuentros -prosigue Heker- «se hablaba de literatura, de política y yo escuchaba. Había leído mucho desordenadamente. Hablaban de Borges, de Arlt, yo no había leído mucha literatura argentina. Fui formándome como intelectual y como escritora». De ese tiempo rescata la convicción que tenían de que podían modificar el mundo.

Café y escarabajos

Cuando un decreto estatal prohibió El grillo de papel Heker y Castillo fundaron en abril de 1961 El escarabajo de oro y las reuniones se trasladaron a El Tortoni. Entre risas, cuenta que «en el fondo había una especie de reservado donde nos reuníamos toda la literatura argentina. Tomábamos como mucho un café y nos quedábamos hasta que cerraba. El mozo nos odiaba».

«Los debates, las discusiones acerca de literatura y de todos los hechos fundamentales que ocurrieron tanto en nuestro país como en Latinoamérica en esa época se discutían apasionadamente ahí», detalla. Sobraba debate, pero faltaba plata para sacar la revista por lo que apelaban a la solidaridad, como cuando Carlos Alonso les regalaba cuadros para rifar.

Los años de El escarabajo de oro transcurrieron también en la avenida Corrientes, donde cruzarse de vereda al café de enfrente «era una transgresión». Sobre aquellos tiempos, la escritora cuenta: «La calle Corrientes era la gran presentación de un libro donde uno se encontraba con todos sus amigos, y esos cafés sí eran maravillosos y hoy ya no están». No es la primera vez durante la charla que se lamenta la pérdida de espíritu de algunos cafés. A su desencanto con El Café de los Angelitos se le suma El Tortoni – «se convirtió en un lugar carísimo para turistas»- y la desaparición de algunos bares cercanos a los teatros.

«Nosotros parábamos sobre todo en La Comedia en Corrientes y Paraná, ahí se encontraba con toda la literatura y el teatro argentino. Cuando la transformaron en una pizzería nos pasamos a enfrente al Politeama». De esos cafés hoy sola queda La Paz, «pero es terrible lo que quedó». Aunque no «paraban» mucho allí, cuenta Heker, sí iban cuando terminaban de distribuir la revista a ver a la gente leyendo la edición y hasta discutir con algunos lectores los artículos.

Aunque había transgredido al ingresar al mundo literario tan joven hubo un ritual al que no pudo acceder. Era cuando visitaba La Academia o los 36 Billares con sus colegas. «Yo miraba, porque en esa época lamentablemente una mujer no podía jugar», cuenta.

Resistir desde el café

Heker cree que el golpe militar de 1976 «cortó de cuajo esa maravillosa y extraordinaria cultura de los cafés». Habla de una «especie de muerte» cuando el grupo de intelectuales que frecuentaba se dio cuenta que las «maravillosas reuniones abiertas» en el Café de los Angelitos y en El Tortoni ya no se harían. Aunque durante toda la charla no escatima las palabras, con una frase sintetiza las sensaciones de aquellos días: «Si diez escritores se reunían en un café a discutir la excelencia de un adjetivo era muy probable que vinieran las fuerzas militares y antes de explicarles lo que era un adjetivo hubiésemos sido todos desaparecidos».

Los últimos años de la dictadura militar encontraron su resistencia en cafés como el extinto La Peluquería -en Bolívar al 900- donde en la planta baja funcionaba un salón de belleza y en la superior un café literario donde los talleres de narrativa abrieron un espacio de discusión, «como aire que se le da a un ahogado». La Poesía fue el otro bar donde comenzó a congregarse el mundillo intelectual. Algunos años después la escritora se convirtió en vecina de ese bar.

Por último La Nación le pide a Heker que elija un café que considere su favorito. «El café por excelencia, al que fui más tiempo y que está más vinculado a mi historia por la literatura es El Tortoni. Cualquiera sabía que venía un viernes y estábamos los que hacíamos la revista. La cantidad de cuentos y poemas que después fueron fundamentales en la literatura argentina que yo escuché en esas reuniones, realmente no se pueden creer», responde.

La charla se prolonga un poco más; alguien le pregunta a Heker sobre literatura, nuevos narradores y la tecnología. No tiene problemas en continuar, pero antes, pide más café.

Cafés con historia

El Café de los Angelitos: Av. Rivadavia 2100

Boliche de Roberto: Bulnes 331

Las Violetas: Av. Rivadavia 3899

La Ideal Suipacha: 384

El Tortoni: Av. de Mayo 825

La Comedia: Corrientes y Paraná (ya desaparecido)

Polietilena: Corrientes y Uruguay (ya desaparecido)

La Paz: Av. Corrientes 1593

La Academia: Av. Callao 368

Los 36 billares: Av. de Mayo 1271

La Peluquería: Bolívar al 900 (ya desaparecido)

La Poesía: Chile 502

Publicado en La Nación
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