Debates en torno a los contenidos de la literatura infantil y juvenil

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¿Por qué a los niños no se les puede hablar de racismo o de xenofobia?

Plantearse esta pregunta en la Ciudad de México cobra mayor relevancia y pertinencia, pues surge apenas una semana después del inesperado triunfo del presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, cuya retórica ha generado ataques a minorías raciales y de migrantes -entre otras-, muchas de ellas, compuestas por niños y niñas que no necesariamente cuentan con las herramientas para enfrentar estas situaciones.

En la literatura infantil y juvenil podrían surgir respuestas, siempre y cuando los autores logren traspasar los altos muros de la censura. Por un lado, está la mirada editorial y por el otro, están los distintos sistemas educativos en los países latinoamericanos y atado a esto, la reacción e influencia de padres, instituciones religiosas y comunidades enteras, que tienen mucho que decir respecto a lo que consideran adecuado o no para la lectura de los niños y jóvenes.

A lo largo de este III Congreso Internacional de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil (CILELIJ 2016) -que se lleva a cabo hasta este viernes en la Ciudad de México, como parte de una alianza entre la Fundación SM y la Secretaría de Cultura del país anfitrión- el tema ha sido recurrente. ¿Es posible abordar todos los temas en la literatura infantil? ¿O es preciso evitar tocar aquellos asuntos que, por su edad, el adulto pueda considerar que los niños no pueden entender?

El consenso entre los autores es claro: a los niños puede hablárseles de todo, porque son individuos en sí mismos. Si se cambia la concepción del niño como un ente incompleto, cambia la relación y florece la literatura.

«Hace tres décadas era difícil encontrar en Iberoamérica libros para niños que no tuvieran como temas castillos, princesas, hadas, brujas, animales y otros tantos… Hoy se habla de anorexia, de desapariciones forzadas, de bullying, de xenofobia. Ya nada le es ajeno a un niño”, expuso la voz contemporánea principal de la literatura infantil mexicana, el escritor Francisco Hinojosa.

Hinojosa es el mismo que en el año 1992 rompió con los límites de lo admisible con su controversial obra “La peor señora del mundo”, en la que narra las maldades de una mujer que castigaba a sus hijos cuando se portaban bien y cuando se portaban mal, entre otras barbaridades. Hasta que un día los habitantes del pueblo en el que vivía deciden hacer algo para poner fin a sus maldades.

Por años, esta obra, que el autor escribió en un delirio creativo que le ocupó una noche entera hasta la madrugada, fue censurada y recibió todo tipo de reacciones adversas. Reacción que, una vez fue publicada, provocó la fascinación de lectores de distintas generaciones.

Y es que a pesar de que existen incontables títulos donde autores tocan todo tipo de temas, «todavía existe, sin embargo, la percepción de que hay que proteger a la infancia», argumentó el respetado autor para quien los niños comparten realidad con los adultos y la literatura testimonial -en la que se integran todo tipo de temas y experiencias basadas en la realidad- puede contribuir a darles voz y voto.

«La realidad está en todas partes», insistió.

Es por ello que en buena parte de la producción literaria actual creada para niños y adolescentes, es posible encontrar temas como el divorcio, la diversidad sexual, las enfermedades terminales y la violencia machista.

De modo anecdótico, Hinojosa recordó una ocasión hace unos años en la que un grupo de escritores mexicanos recibió una invitación por parte de una editorial estadounidense para escribir un cuento infantil relacionado con su país. Además de indicarles la fecha de entrega y la extensión del texto, la invitación incluía una imposición en la forma de una restricción importantísima: no podían tocar 34 temas.

Al principio, los primeros temas, les parecieron lógicos o al menos esperados en este tipo de convocatorias. No podían hablar de la guerra, de las drogas, de la muerte, pero a medida que la lista iba creciendo, las prohibiciones temáticas se tornaban cada vez más incomprensibles. No podían hablar de golosinas, del baile, del Día de Muertos, de los seres del espacio, de las arañas o de las casas con piscinas, por ejemplo.

Este relato, a su juicio, ilustra cómo un fragmento de la industria editorial y de la sociedad, observa a los niños.

«Se quiere proteger la imaginación de los niños, sin tomar en cuenta que compartimos con ellos el mundo», insistió toda vez que reconoció la inmensa cantidad de autores y editoriales valientes que rompen con este tipo de perspectivas restrictivas. «La literatura contemporánea no se salvaría de ser echada a la hoguera».

Mientras, hay quienes aún parecen decir que «hay que proteger a los niños mientras sean niños del daño que les vamos a hacer cuando sean adultos… Para qué hablar de luchas armadas a quienes luego tendrán que enlistarse en el ejército a combatir en guerras que no les corresponden».

La escritora argentina Andrea Ferrari, conocida por el uso de sus referentes como periodista como materia prima de algunas de sus obras infantiles de ficción, concuerda con la noción de que es posible tocar cualquier tema en el universo de la literatura infantil siempre y cuando se encuentren las maneras de hacerlo. Y aún así, «aún hay temas difíciles de tratar, que pueden verse como tabú. Temas como la sexualidad, el aborto, son temas complejos», abundó la autora de títulos como “La noche del polizón” y “El complot de las flores”.

De otra parte, el español Eliacer Cansino abogó por las historias más amables. «Hay que presentar el mal, pero no regodearse en él… Hay niños cuya memoria es muy terrible, llena de traumas provocados por algún adulto. A mí me gusta contar la infancia como un paraíso. Porque existe también el testimonio de la belleza, a mí me interesa más destacar eso».

En medio de esta diversidad, florece la literatura infantil y juvenil de hoy.

Publicado en El Nuevo Día
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