Juvenal Ravelo y sus ríos cromáticos

1.388

Apenas clausuró su última exposición en 2012, Juvenal Ravelo (Caripito, estado Monagas, 1932) decidió cerrar las puertas de su estudio para hacer una pausa que duró año y medio aproximadamente. «Necesitaba tomarme un tiempo para reflexionar», dice.

¿Tienes algo que decir?

Inicia la conversación y sé el primero en comentar.

«El peligro de hacer una exposición detrás de otra es que te puedas repetir, y yo de verdad quería explorar nuevos caminos. Así que lo que verán ahora no tiene nada que ver con lo que mostré en la ciudad de Miami. Aunque manejo el mismo lenguaje de la fragmentación de la luz y el color, aquí hay una nueva propuesta», explica el maestro del cinetismo refiriéndose a las 33 piezas en pequeño y gran formato -la mayoría de dos metros de largo por dos de ancho-, que serán expuestas a partir del domingo 20 de noviembre bajo el nombre de Juvenal Ravelo. Obras recientes, en el Centro de Arte Daniel Suárez, ubicado en la Alta Florida, en Caracas.

Piezas con un estallido cromático, elaboradas con madera, láminas de acrílico y espejo, y pintura -que se usa frecuentemente para lograr el acabado final en la carrocería de  los automóviles-, en las que el artista «juega», una vez más, a engañar los ojos de los espectadores.

«Las que hice en París no tenían tanto color por una razón: estaban influenciadas por el clima, por la presencia del gris, por esa atmósfera tan especial. En cambio estas son obras con un gran cromatismo porque tienen mucho que ver con los viajes que he hecho últimamente por toda Venezuela. Ahí está, por ejemplo, el amarillo de los araguaneyes que comienzan a florecer en abril y a ofrecer un espectáculo cromático. Ahí está el colorido de las aves, de los árboles y también la luz tropical. Todo eso ha invadido mi memoria y, claro, mi obra», apunta Ravelo, quien primero realiza sus dibujos con lápiz y acuarela, y luego procesa los bocetos en su computadora personal.

«Y en la computadora comienzan a actuar las matemáticas, porque las dimensiones de cada lámina, de cada elemento, no son iguales. Y un tono es distinto al otro, porque la idea es crear un efecto óptico con el ir y venir del espectador», explica él, que en esta ocasión quiso reflejar además su gran pasión por la poesía, la música y las artes plásticas.

Una de las piezas, por ejemplo, se la dedicó al poeta cumanés Cruz Salmerón Acosta, cuyo poema Azul lo enamoró apenas lo leyó, y lo llevó a explorar con las tonalidades de ese color. Otra, formada por láminas en sepia, azul y blanco, se la consagró al maestro Armando Reverón. Y el azul y el verde le sirvieron para rendir  tributo al guitarrista guayanés Antonio Lauro y, en especial, a uno de sus valses más conocidos: Natalia. Mientras que con dos tonalidades de azul, amarillo, verde y rojo quiso realizar un homenaje a la tradición popular de los Diablos Danzantes de Yare.

Pero no todas las obras son en color. «Hay una en especial que es en blanco y negro, pero que gracias al efecto óptico logrado y a los espejos, termina por reflejar la luz que está fuera de la pieza, el medio ambiente externo a ella, a medida que el espectador se desplaza», explica el artista, de 84 años, un obsesionado del color desde que inició sus estudios en La Sorbona, en París, Francia, y asistió a los seminarios sobre sociología del arte impartidos por Pierre Francastel y Jean Cassou.

«Cuando llegué a París, me encontré con la tradición de  (Victor) Vasarely, (Julio) Le Parc y (Jesús) Soto, y dije: ‘Tengo que hacerme una idea cinética que no tenga nada que ver con lo que están haciendo ellos’. Y entonces comencé a trabajar en torno a la fragmentación de la luz con el color. Investigué mucho acerca de la teoría de Isaac Newton y el fenómeno del  arcoiris. Él se dio cuenta de que aquello ocurría con la lluvia en presencia del sol, y llegó a la conclusión de que el rayo de luz penetraba el agua y desviaba los colores: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul y violeta… Así que yo comencé a hacer mis cuadros usando esas gamas de colores y esas teorías, que me permitieron lograr todas estas armonías cromáticas. Y este es el resultado», extiende Ravelo sus brazos en dirección a sus «fragmentaciones de la luz y el color», que en los últimos días tanto le han robado el sueño.

«Me despierto a las 4:00 de la madrugada y ya no duermo más. Debe ser por la alegría, por la expectativa, y por el logro. Es como cuando uno se lanza a nadar en un río y le da, y le da, y le da, hasta que llega a la orilla. Esa es la sensación que tengo ahora mismo», suspira el maestro, quien, por cierto, recibió días atrás una felicitación sincera de otro grande del cinetismo: Carlos Cruz-Diez.

«‘¡Qué bueno este trabajo, Juvenal’, me escribió. ‘¡Y qué bueno que regresaste! ¡Estabas de vago o reflexionando?’, me preguntó en tono de broma», se ríe Ravelo, quien, es cierto, estaba reflexionando, pero sin parar su arte.

Publicado en El Universal
También podría gustarte