Nuevas derechas y restauración conservadora en América Latina

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 (Foto: Expansión)

Por Yussel González

En lugar de ser la anfitriona de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, Dilma Rousseff permaneció en el Palacio da Alvorada, en Brasilia, esperando noticias sobre su futuro.

La presidenta dejó el cargo definitivamente en agosto por acusaciones de que su gobierno usó préstamos de bancos estatales para ocultar déficits en el presupuesto. No era su único problema. Su popularidad se derrumbó ante la profundización de la crisis económica y un escándalo de corrupción en la estatal Petrobras, que salpicó a su partido.

Rousseff fue sustituida por el hasta entonces vicepresidente, Michel Temer, quien coincide en el poder con otros gobiernos más abiertos a los mercados en la región: el de Mauricio Macri en Argentina, y el de Pedro Pablo Kuczynski, en Perú.

“Esto, normalmente suele operar como un péndulo; pasó de estar en el extremo izquierdo y se está yendo hacia la derecha”, dice Felipe Hernández, economista para América Latina de Bloomberg Intelligence.
“Ha habido un cambio en la opinión pública respecto de las políticas o los gobiernos de izquierda”.

Cada uno de los países enfrenta desafíos distintos. El reto de Michel Temer en Brasil es revivir la economía brasileña, que el Fondo Monetario Internacional (FMI) espera que se contraiga 3.3% este año. Atajar los fuertes problemas fiscales que vive el país implicará ajustes al gasto y alzas en impuestos.

El cambio busca probar que la administración está comprometida con el orden de las finanzas públicas, y motivar mayores inversiones, principalmente en materias primas agrícolas como el azúcar y el café.
“Todo el ajuste fiscal para nosotros es la clave porque eso va a atraer confianza en la economía y van a entrar nuevos capitales”, dice Claudio Irigoyen, estratega de renta fija en Bank of America Merrill Lynch.

Hasta antes de que Rousseff dejara el cargo, el gobierno preparaba una reforma al sistema de pensiones, vista como una de las más importantes para sanear las finanzas públicas, y se espera que el gobierno retome el proyecto.

El avance económico que logre Brasil, por magro que sea —se espera un crecimiento de 0.5% en 2017— , implicará buenas noticias para Argentina, que envía la mayor parte de sus exportaciones a ese país.
El gobierno de Mauricio Macri, que sustituyó en la Casa Rosada a Cristina Fernández, se embarcó en reformas que incluyen remover las restricciones al comercio exterior (eliminó impuestos a las exportaciones agropecuarias y a los productos industriales) y el regreso del país a los mercados internacionales de deuda.

Entre sus primeras medidas está quitar el cero que impuso su antecesora a la salida de capitales a través de medidas que evitaban la compra de dólares.

Su objetivo es impulsar el sector exportador, principalmente de productos agropecuarios, el energético y las manufacturas, en un cambio disruptivo frente a la política económica de Fernández.

“Es un giro hacia una política económica donde, probablemente, el sector público juega un rolo muchísimo menos protagónico, donde se están implementando nuevamente políticas de libre mercado”, dice Felipe Hernández.

El impulso a esos sectores significará, también, una fuerte apuesta a la infraestructura en aeropuertos, vías y carreteras, que apunta a oportunidades para distintas compañías tanto locales como extranjeras.

Sin embargo, el país busca hacer estos cambios en épocas de mucha volatilidad en los mercados y expuesto a los cambios abruptos en los precios de las materias primas, que pueden impactar a toda América Latina. Es el caso de Perú, un fuerte exportador de metales.

El nuevo gobierno, encabezado por el economista y empresario Pedro Pablo Kuczynski, no es tan disruptovio como el de su antecesor Ollanta Humala, que logró un crecimiento económico de 3.3% en 2015. El público espera que siga la misma línea, con un crecimiento sostenido por 10 o 15 años.

“Es la economía que va a tener mejor desempeño en América Latina y por una diferencia, creemos que tiene una perspectiva muy promercados, donde quizá intente implementar alguna baja de impuestos en sectores clave como el corporativo”, dice Claudio Irigoyen, de Bank of America.

Kuczynski dijo que buscará reducir los tráites administrativos para alentar la inversión y reducir el impuesto al valor agregado para disminuir la informalidad. La minería continuará siendo atractiva par ala inversión, seguida de la infraestructura, el transporte de gas y la petroquímica. Sin embargo, los expertos esperan detalles del plan de infraestructura.

Con las expectativas puestas en las tres nuevas administraciones, parece haber quedado atrás la era de los gobiernos de izquierda, aunque el péndulo podría volver a ese rumbo.

Publicado en Expansión

 

La vuelta de la derecha

Por Emir Sader

La nueva ola de derecha en América latina no tardó en decir a qué vino. Los gobiernos de Mauricio Macri en Argentina y de Michel Temer en Brasil se dedican, única y exclusivamente, a aplicar el mismo tipo de duro ajuste fiscal que ya había sido aplicado en esos y otros países del continente, con las desastrosas consequencias económicas y sociales que se conocen.

Para ello, tuvieron que reimponer el viejo diagnóstico, según el cual, los problemas de los países son resultado de gastos excesivos del Estado. Un diagnóstico totalmente desmentido por la forma en que en esos mismos países los gobiernos han reaccionado a los duros efectos de la crisis internacional iniciada en 2008. Se podría haber hecho lo que se hace ahora, cortando hondamente los presupuestos de los recursos para políticas sociales. Pero las economías latinoamericanas habrían ingresado en recesiones profundas y prolongadas, de las cuales no habrían salido, como ocurre con las economías europeas.

Sin embargo, los gobiernos de Argentina y de Brasil, con orientaciones distintas de las actuales, no se dejaron llevar por la crisis y reaccionaron en contra de la recesion, con medidas anticíclicas. Con ello pudieron sacar rápidamente a las economías de la recesion, volver a crecer, superar el desempleo y retomar la dinámica de expansión económica con distribución de renta, que permitió el momento más virtuoso de la historia de esos y de otros países del continente en este siglo.

Pero la derecha volvió a los gobiernos de esos países, como si no hubiera pasado nada. Como si no hubieran fracasado y arrojado a los países a las peores crisis recesivas en mucho tiempo, con altos niveles de desempleo y profundas crisis sociales. Como si no se hubieran dado gobiernos que recuperaron esas economías, superaron su crisis social y desarrollaron los programas de inclusión social más amplios de su historia.

La derecha retoma el mismo diagnóstico que había llevado a los ajustes, a las recesiones, a las crisis sociales. Necesita, para ello, borrar o descalificar todos los avances logrados a lo largo de este siglo. Como si Argentina y Brasil no estuvieran mucho mejor, de todos los puntos de vista, gracias a las políticas con las que han enfrentado a la crisis.

Tratan de pasar la idea de que la crisis actual es generada por el modelo que mejor funcionó. Dicen que se habría gastado demasiado. Que los gastos en políticas sociales serían la causa del desequilíbrio de las cuentas públicas. No las altísimas tasas de interés, no el pago de las deudas interna y externa, no la evasión de impuestos, no los paraísos fiscales, no los subsidios a los grandes empresarios, no la especulación financiera.

En realidad, la derecha vuelve para destruir lo que fue construido a lo largo de este siglo en los países donde logra, por una u otra vía, volver al gobierno. Su agenda es estrictamente negativa: privatización de propiedades públicas, menos recursos para politicas sociales, menos derechos para los trabajadores, más recesión, más desempleo. Más Estados Unidos en el continente y menos integración regional.

No pueden decir que son lo nuevo, porque rescatan a los viejos economistas neoliberales. Ni que van a retomar el crecimiento económico, porque ahondan la recesión. Ni que van a controlar las cuentas públicas, porque aumentan la inflación y el déficit público. No tienen nada para prometer, porque lo que hacen no tiene nada de popular, ni de democrático. Sólo pueden sobrevivir, blindados por los medios.

¿Cómo deben reaccionar las fuerzas populares frente a esa ofensiva conservadora?

Antes de todo, buscando el más amplio proceso de toma de conciencia, de movilización y de organización de los sectores populares, víctimas de las políticas de esos gobiernos. Sin eso, no será posible revertir la situación. En segundo lugar, buscar la más amplia unidad de las fuerzas opositoras, tomando como línea divisoria entre los dos campos al modelo neoliberal. Unir a todas las fuerzas antineoliberales. En tercer lugar, hacer un balance del pasado reciente, pero valorando todo lo conquistado como paso previo a la crítica de los errores. En el cuarto, finalmente, reconquistar la hegemonía de los valores que han llevado a los gobiernos progresistas a ser eligidos por la mayoría. Reelaborar los temas de la justicia social, de la democracia política, de la soberanía nacional, entre tantos otros, en los términos actuales, después de los avances de la derecha.

Como cada vez que se da una victoria política de la izquierda o de la derecha ésta es antecedida por una victoria en el plano de las ideas, hay que reimponer como objetivos fundamentales del país el desarrollo económico con distribución de renta, después de desarticular las falsedades con las que la derecha vuelve a los países de América latina.

Publicado en Página 12

El nuevo espíritu del capitalismo

Por Ricardo Forster

“En el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo”. “Hoy el poder adquiere cada vez más una forma permisiva. En su permisividad, incluso en su amabilidad, depone su negatividad y se ofrece como libertad”. “La psicopolítica neoliberal está dominada por la positividad. En lugar de operar con amenazas, opera con estímulos positivos. No emplea la ‘medicina amarga’, sino el me gusta. Lisonjea el alma en lugar de sacudirla y paralizarla mediante shocks. La seduce en lugar de oponerse a ella. Le toma la delantera. Con mucha atención toma nota de los anhelos, las necesidades y los deseos (…) La psicopolítica neoliberal es una política inteligente que busca agradar en lugar de someter.” Byung-Chul Han, Psicopolítica.

 

Hace unos años, cuando todavía no se había desatado la crisis de las hipotecas, la signada por la estrepitosa caída de Lehman Brothers y que, desde el año 2008, sigue marcando duramente la travesía del capitalismo ultraliberal, en un notable libro de dos sociólogos franceses, Luc Boltanski y Ève Chiapello (El nuevo espíritu del capitalismo), podíamos leer, entre incrédulos y fascinados, las profundas transformaciones que se habían operado en el funcionamiento de la sociedad y de sus entramados económicos a partir de los años ’80 y, sobre todo, desde la última década del siglo pasado. Boltanski y Chiapello se detenían, principalmente, a analizar y desmenuzar los cambios en el interior del mundo de las empresas, aguzaban su indagación para descifrar los procesos cultural-simbólicos que llevaron a dejar atrás los paradigmas fordistas en los que habían sido formados y formateados los cuadros gerenciales para poner en evidencia la profunda metamorfosis que viene signando la realidad empresarial desde las últimas tres décadas y que ha irradiado sobre los otros estratos de la sociedad. Lejos de los paradigmas contra los que se rebelaron los jóvenes de las décadas de 1960 y 1970, paradigmas sostenidos en el interior de la etapa productivista del capitalismo, allí incluso donde, en especial en los años que se abrieron a partir de la segunda posguerra, se expandió el Estado de Bienestar, lo que domina la escena de los últimos casi 40 años es la emergencia de un capitalismo de lo flexible asociado al impacto de la financiarización extrema de las relaciones económicas. Combinando una rigurosa investigación de esta etapa hegemonizada por la financiarización del capital y hundiendo su bisturí crítico en los fundamentos ideológicos del neoliberalismo, los autores van mostrando de qué modo el discurso y la práctica del “nuevo espíritu” del capitalismo se fueron apropiando de las experiencias y las propuestas contraculturales desplegadas en los años sesenta cuando la búsqueda de un nuevo paradigma de libertad individual y de una violenta crítica a las formas autoritarias y jerárquicas de la sociedad burguesa dominaron la sensibilidad y las acciones de la generación de Mayo del ’68. En todo caso, se afanan por comprender el paso de un capitalismo centrado en la producción y organizado a partir de estructuras verticales y jerárquicas a un capitalismo “de seducción” orientado hacia los placeres y el llamado al goce permanente capaz de introducir en la vida cotidiana la ficción de la diversidad, la libertad sin límites y la transgresión normativizada. Sus inquietudes están dirigidas a interrogar por la construcción de nuevas alternativas que logren sustraerse a esas formas de seducción que le ha permitido a la economía global de mercado imponer en casi todas las latitudes sus estructuras de dominación. Desafío de quienes siguen reivindicando ideales emancipatorios en la época en la que la lógica represiva y autoritaria del capitalismo ha mutado hacia prácticas capaces de enmascarar la actualidad de la desigualdad y la injusticia que, lejos de disminuir, se han multiplicado y acelerado a nivel planetario. “El capitalismo artístico –escribieron Gilles Lipovetsky y Jean Serroy– no hace pasar del mundo del horror al de la belleza radiante y poética”. En nuestra geografía sureña eso lo podemos comprobar al experimentar la diferencia que existe entre la publicidad de una “revolución de la alegría” propuesta por Cambiemos y la despiadada implementación de un programa de transferencia de recursos desde los sectores populares y asalariados a las grandes corporaciones financieras, a los dueños de la soja y a las empresas multinacionales. En todo caso, entre la ficción propagandística y la realidad de un aceleramiento de la desigualdad se ha colado una nueva y pujante maquinaria de producción intensiva de subjetividades sujetadas al engranaje del consumo infinito que encuentra su otro rostro en las nuevas formas de exclusión. Veamos lo que destacan Boltanski y Chiapello: “No es difícil reconocer aquí (los autores están reflexionando sobre los cambios en la formación de los cuadros empresariales en los años ’90) el eco de las denuncias antijerárquicas y de las aspiraciones de autonomía que se expresaron con fuerza a finales de la década de 1960 y durante la de 1970. De hecho, esta filiación es reivindicada por algunos de los consultores que, en la década de 1980, han contribuido a la puesta en marcha de los dispositivos de la nueva gestión empresarial y que, provenientes del izquierdismo y, sobre todo, del movimiento autogestionario, subrayan la continuidad, tras el giro político de 1983, entre su compromiso de juventud y las actividades que han llevado a cabo en las empresas, donde han tratado de hacer las condiciones de trabajo más atractivas, mejorar la productividad, desarrollar la calidad y aumentar los beneficios. Así, por ejemplo, las cualidades que en este nuevo espíritu son garantes del éxito –la autonomía, la espontaneidad, la movilidad, la capacidad rizomática, la pluricompetencia (en oposición a la rígida especialización de la antigua división del trabajo), la convivencialidad, la apertura a los otros y a las novedades, la disponibilidad, la creatividad, la intuición visionaria, la sensibilidad ante las diferencias, la capacidad de escucha con respecto a lo vivido y la aceptación de experiencias múltiples, la atracción por lo informal y la búsqueda de contactos interpersonales– están sacadas directamente del repertorio de mayo de 1968. Sin embargo, estos temas, que en los textos del movimiento de mayo de 1968 iban acompañados de una crítica del capitalismo (y, en particular, de una crítica de la explotación) y de su anuncio de un fin inminente, en la literatura de la nueva gestión empresarial se encuentran de algún modo autonomizados, constituidos como objetivos que valen por sí mismos y puestos al servicio de las fuerzas que antes trataban de destruir. La crítica de la división del trabajo, de la jerarquía y de la vigilancia, es decir, de la forma en la que el capitalismo industrial aliena la libertad es, de este modo, separada de la crítica de la alienación mercantil, de la opresión de las fuerzas impersonales del mercado que, sin embargo, era algo que la acompañaba casi siempre en los escritos contestatarios de la década de 1970”. Lo interesante de este análisis es, precisamente, que nos muestra de qué modo el sistema logró apropiarse de las críticas más radicales, en especial de aquellas que hacían hincapié en las formas autoritarias y jerárquicas que dominaban la esfera de la producción y del mundo económico, para, generando una metamorfosis sorprendente, ponerlas al servicio de la reconfiguración del propio capitalismo. Resulta imposible explicar la expansión cultural (y ya no sólo estructural-financiera) del neoliberalismo sin establecer estas genealogías y estos vínculos que, a simple vista, parecerían ser visceralmente contradictorios. ¿Cómo es posible que los movimientos contestatarios y anticapitalistas de los ’60 y los ’70 se hayan convertido en la materia prima para la refundación todavía más salvaje de la dominación burguesa sobre el conjunto de la sociedad? Seguramente es posible encontrar la respuesta en el meticuloso estudio que los autores realizan de la erosión que el nuevo individualismo libertario y hedónico generó en el interior de la vida de la sociedad de finales del siglo pasado y, sobre todo, de la “genial” apropiación que la nueva cultura empresarial fue capaz de hacer de las energías contestatarias que marcaron a una generación e hicieron inviable la persistencia de un modelo autoritario de organización de la sociedad (aunque también se llevó puesta, esta labor erosionante, el entramado comunitario para potenciar el hiperindividualismo). Pero lo fundamental fue la sagacidad con la que rápidamente comprendieron la fluidez que surgía entre las nuevas necesidades del capitalismo neoliberal y la ruptura de los límites, de las jerarquías y de las tradicionales y anquilosadas formas de organización del trabajo que estaban en la base de la crítica de los jóvenes rebeldes de los ’60 y ’70. Del mismo modo que, utilizando los cuantiosos recursos de los medios de comunicación y de la industria de la cultura, se desplegó un proceso de producción de subjetividad asociada a los valores emergentes de la nueva praxis individualista. Del espíritu anticapitalista extrajeron aquellas características que se correspondían con las exigencias de la época de la fluidificación económica, de la imprescindible apertura de las fronteras mercantiles y de la radical financiarización del sistema económico que apostaba a lo flexible frente a lo sólido, a lo fugaz frente a lo permanente, a lo descentrado frente a lo orgánico, a lo horizontal frente a lo jerárquico. Bajo la impronta de un nuevo concepto de “libertad” (en gran medida extraído de la crítica de la generación del 68, lo que otros autores han llamado la “crítica artística del capitalismo”), el neoliberalismo fue modificando de cuajo las formas cultural-simbólicas y se preparó para producir una profunda mutación en la subjetividad. Difícil, por no decir imposible, desentrañar la emergencia de la “nueva derecha” (entre nosotros del macrismo) sin dilucidar las características centrales de esta etapa del capitalismo global.

Publicado en Revista Veintitrés

 

Pensamiento crítico y humanismo en la actualidad

Hay ocasiones en que el “pasado” nos ofrece ciertas pruebas enigmáticas de su posible actualidad, a pesar de esta superstición de modernidad que casi nos obliga a asumir que todo legado humanista o tradición crítica deben ser superados por el llamado “pensamiento único” o por teorías que se autonombran como las únicas capaces de configurar una crítica al sistema capitalista en su momento actual. Algo así parece que ocurre con el humanismo en América Latina. ¿Es el humanismo americano una mimesis de larga duración del humanismo europeo y, por lo tanto, está condenado a reproducir su matriz antropocéntrica, racionalista, individualista y autoritaria? ¿O es el humanismo latinoamericano una reconfiguración crítica del eurocentrismo colonizador que niega trágicamente su propio origen?

El humanismo crítico en América: en el comienzo fue un sermón

Hace más de cinco siglos, en el año 1501, un sermón de Fray Antonio de Montesinos, que junto con un grupo de dominicos había llegado a La Española en los inicios de la colonización de América, se va transformar en el símbolo de un naciente humanismo crítico. El discurso de Montesinos es una respuesta enfática a la destrucción de los colonizadores, una interrogación que sería el eje de una política de resistencia jurídica de larga duración contra ciertas nociones hegemónicas de justicia.Montesinos pregunta: “¿No son éstos acaso hombres?” Y esta pregunta se transforma en la defensa de la humanidad de los “aborígenes”, así como en un programa de reconstrucción humanista y en un anclaje de la memoria crítica ante las consecuencias de la conquista y de la colonización. Es necesario recordar una de las polémicas que fue resultado de la pregunta de Montesinos y que marcó la manera en que se comprendería la cuestión del despojo colonial y la explotación indígena: la polémica que sostuvieron Bartolomé de las Casas –defensor de una vía pacífica y del reconocimiento pleno de la humanidad y racionalidad indígenas– y Juan Ginés de Sepúlveda –quien veía en la fuerza colonial y en el uso de la violencia imperial un método legítimo de dominación religiosa–, los cuales debatieron sobre la estrategia de evangelización que se tendría que seguir con los pueblos indígenas. Montesinos y los dominicos de La Española son quizás los primeros que comprenden como una necesidad la reformulación tanto del concepto como de la práctica de la justicia, es decir, de discutir una visión humanista que tenía como punto de partida a sujetos violentados y escindidos por los efectos de la conquista, esa colonización que se jugaba en las orillas de la visión dominante y de la defensa de la humanidad indígena.

Bartolomé de las Casas fue heredero del espíritu humanista de Montesinos. Francisco Fernández Buey, luego de advertir sobre el desencuentro y la incomprensión que en España se produce con la obra de las Casas, puntualiza sobre su legado filosófico y cultural: “las Casas contribuyó a destruir la falacia naturalista de la cultura europea sobre las otras culturas… pone ante el espejo a la propia cultura y se atreve a argumentar la autocrítica de la misma, precisamente frente al etnocentrismo y al racismo que han acompañado históricamente al pensamiento humanista e ilustrado.”

Frei Betto, escritor y teólogo brasileño, también ha propuesto una serie de preguntas a propósito de la interrogación principal del discurso de Montesinos, las cuales actualizan y hacen presente esta dimensión problemática del pasado: “¿Por qué la teología europea parece hoy tan estéril? ¿Qué visión crítica expresa acerca de la sociedad neoliberal? ¿Cuál es su enfoque profético? ¿Qué futuro desean los cristianos europeos para Europa y para el mundo? ¿El perfeccionamiento del sistema capitalista u ‘otro mundo es posible’? ¿Qué signos se dan hoy de solidaridad efectiva con los pobres de África, de Asia y de América Latina?”

¿Es necesario volver a preguntar hoy cuáles son los efectos del colonialismo moderno en las condiciones de vida de sociedades como la latinoamericana, o podemos prescindir de esta memoria para comprender el mundo global y postmoderno, que hoy incluso nos exige renunciar al metarrelato del humanismo? ¿Es el humanismo latinoamericano una afirmación universal del individuo, o es una reivindicación de la humanidad de aquellos sujetos que permanentemente han sido inferiorizados ya sea por su condición étnica, política, cultural, religiosa e incluso laboral o migratoria?

Otro ejemplo que puede ayudarnos a plantear ciertos problemas que implican una visión crítica, narrativa y humanista del pasado, es sin duda el de la figura de Tezozómoc (h. 1520- h. 1610), quien ha sido identificado culturalmente como el primer sujeto “mestizo” durante el período novohispano. Tezozómoc se enfrenta a un dilema humanista diferente al de Montesinos y las Casas. Como cristiano indígena, con una situación bicultural y bilingüe, Tezozómoc se impone un deber de memoria para emprender la escritura de dos de los testimonios más dramáticos que produce la colonización: su Crónica Mexicana y la Crónica Mexicáyotl relatan sus orígenes biculturales con una memoria náhuatl en perspectiva cristiana. Tezozómoc es descendiente de Moctezuma y sus relatos avanzan bajo una operación cultural de suma complejidad, inscrita desde la llegada de los españoles a tierras americanas y descrita por Martin Lienhard como el “secuestro de la letra escrita por la oralidad”.

Heredero de ese linaje mexica que balbuceó como pudo el origen desaparecido, acaso sus crónicas y sus historias precolombinas prefiguran ya un país para siempre escindido. Hernando de Alvarado Tezozómoc nace en caballo de agua cuando Hernán Cortés ya ha difundido como pólvora milenaria el anuncio de un Nuevo Mundo, el germen de todos los “males” y “bienes” de ultramar, la profecía de los hombres barbudos abriendo el futuro de la cristiandad a golpes de espada. Sus pies macizos y morenos caminaron por los pasillos del Colegio de Santa Cruz en Tlatelolco cuando el fuego de los peninsulares se expandía ya irreversible, tan sólo para que su caligrafía advenediza ampliara el caudal de esa memoria de río, para defender el legado de los que para siempre habían sido despojados del Universo: “…pero nuestros antepasados no habrán muerto en la memoria de los hombres, si consigo dar cuenta de los hechos que los hicieron tan grandes”.

Tezozómoc escribe de rodillas ante una herencia quemada, bifronte, con un pie de gigante invisible puesto en el mejor de sus pasados tenochcas y en esa larga memoria de un nosotros que lo lleva hasta Moctezuma, el último de los magníficos, en esa poderosa lengua de los vencidos que como serpiente se escabulle entre las risas vergonzosas de los conquistadores. Tezozómoc se roba el fuego maldito de la lengua castellana y con ella emprende la contraconquista verbal del pasado: deja en sus crónicas bilingües el esplendor oral de las piedras que hablan, la figura de ese anciano macehual que soñó la destrucción de todos los templos; agua y fuego que mueren ante el humo blanco de los forasteros.

Tezozómoc, el primer pájaro de tinta que tiene el privilegio amargo de describir las ruinas de los vencidos y que acaso, en las palabras que Moctezuma le dijo a Nezahualpilli ante la inminente caída de México- Tenochtitlán, alcanza a condensar todos los miedos del viento: “Y yo, ¿adónde iré, heme de volver pájaro, he de volar o esconderme? ¿Habré de aguantar a lo que sobre nosotros el cielo quisiera hacer?”

¿No es acaso el drama de Tezozómoc un paradigma de este deber de memoria con la propia comunidad en una situación extrema de aniquilación? ¿No es precisamente la estrategia postmoderna del fin de los relatos humanistas y críticos de la modernidad una exigencia de olvido, un obstáculo para las obligaciones y deberes de memoria con nuestras propias comunidades?

Una memoria crítica del humanismo en Nuestra América

¿Cuál es el legado de este humanismo americano, crítico y narrativo, que podemos empuñar para situarnos en el mundo que hoy vivimos? Si, como afirma Jean-Francois Lyotard, el “metarrelato” del humanismo está en crisis terminal, el pensamiento crítico corre el peligro de quedar atrapado en los “juegos del lenguaje” de la condición postmoderna; su criterio para valorarse sería su capacidad para competir en el mercado de las ideas. Sin embargo, todavía es necesaria esa memoria crítica y humanista del colonialismo para colocarnos ante el colonialismo actual, corporativo y transnacional, y para interpretar las violentas políticas antimigratorias, las guerras globales y locales, de prevención antiterrorista o de la apropiación poscolonial de los recursos naturales.¿Cómo distinguir y diferenciar en la producción de pensamiento crítico qué es mercancía y qué no? Quizás sería útil evocar un planteamiento de Adolfo Sánchez Vázquez. Desde el marxismo, Sánchez Vázquez distingue tres momentos en el proceso de constitución de la obra de arte: el momento de la producción, que es el de la creación estética y en el que está presente el mundo como posibilidad libertaria de apropiación y afirmación artística; el momento de su difusión, de su puesta en circulación (el momento del mercado), y el momento de la recepción, el de su interacción con el receptor y que, de alguna manera, completa la obra. Sánchez Vázquez advierte que entre estos tres momentos existe una estrecha relación, pero también un momento de afirmación autónoma del momento mismo de la producción y de la creación de la obra. Sin embargo, siempre está presente el riesgo de una trágica confusión entre el momento de la creación y el del mercado; en esta posibilidad se juega la independencia misma de la obra de arte o, en este caso, la del pensamiento crítico. El pensamiento también ingresa a cierto “mercado” y siempre corre el riesgo de concebirse y programarse únicamente bajo las leyes de ciertas mercancías “intelectuales” y de la llamada “sociedad del conocimiento”.

Todo el tiempo acechan a las matrices americanas de pensamiento crítico, de las cuales el humanismo es sólo una de ellas, formas básicas o sofisticadas del mercado: ¿cuál es el deber de la crítica humanista ante este desafío permanente? La historia de Nuestra América tiene todavía muchas lecciones que darnos: es necesario, quizás como Montesinos y las Casas, enfocarnos en esas perspectivas críticas y humanistas que son incómodas para la hegemonía del Estado neoliberal y del mercado capitalista, que aspiran a totalizar la vida humana como mercancía. Por ejemplo, colocarnos a contracorriente del triunfalismo de la democracia liberal, de los rasgos colonialistas de esa supuesta democratización planetaria o regional, es decir, en la afirmación y perspectiva humanista de aquellos sujetos que hoy son prácticamente borrados de la racionalidad liberal: los sujetos migrantes, mexicanos y centroamericanos, perseguidos por el giro fascista de la política antimigratoria que se dicta desde Estados Unidos; el exterminio de la diversidad étnica y lingüística de los pueblos indígenas; la extrema vulnerabilidad de millones de mujeres que padecen índices alarmantes de violencia en múltiples dimensiones; los sujetos latinoamericanos inferiorizados al máximo por el libre mercado y por el multiculturalismo dominante.

Quizás nuestro deber de memoria crítica del colonialismo implique volver a narrar las historias inmediatas de la injusticia, a reconstruir la noción misma de justicia, a señalar las graves consecuencias deshumanizadoras de ese Estado nacional que dejaron tanto las dictaduras y los sistemas políticos y económicos despóticos, autoritarios y de exterminio selectivo, o la misma “guerra” contra el crimen organizado en América Latina.

Como lo ha indicado Estela Fernández Nadal, en su estudio sobre la obra del filósofo argentino Arturo Andrés Roig, la “raíz” del humanismo en tierras americanas está vinculado directamente a las “voces acalladas” y sometidas a los procesos de violencia y despojo, a esa emergencia de sujetos éticos y críticos en diferentes momentos de la historia de América Latina: “Según Roig, la recurrencia casi obsesiva del problema del sujeto en el pensamiento latinoamericano tiene relación con la violencia, el despojo y la objetivación total de la humanidad americana que representó la conquista de América; como consecuencia de ello, los americanos, en tanto pueblos sometidos y negados en su sujetidad, experimentarían en adelante la necesidad de preguntar por su identidad. Se trata de una necesidad de expresarse, de saberse, de reconocerse en su universal condición humana y en su específica determinación social, cultural, espiritual; necesidad experimentada por diferentes grupos humanos insertos en lo que José Martí llamó ‘Nuestra América’, del pasado y del presente, que, por su condición subalterna, luchan por romper con el estado de cosas instituido, desde el descubrimiento hasta la actualidad.”

Publicado en La Jornada

DERECHAS EN EL PODER: LOS CASOS DE COLOMBIA, PERÚ Y CHILE (POR AVA GÓMEZ DAZA, NICOLÁS LYNCH Y PEDRO SANTANDER)

Por Ava Gómez Daza

¿Cuán asumible es “ser de derecha” en América Latina, a una década y media de la aparición del eje “posneoliberal”?. En el caso de países con procesos de cambio parece que es parte del “pasado neoliberal”, ¿y en los países gobernados por la derecha?

¿Cómo gobiernan los gobiernos de derecha en esta nueva etapa latinoamericana? ¿Exactamente igual a cuando la hegemonía neoliberal era férrea en todo el continente? ¿Qué componentes hay de continuidad y cuáles de cambio en cada caso nacional? ¿hay alguna línea en común en este sentido a nivel regional? ¿por ejemplo un cambio/moderación en el discurso que ya no es tan abiertamente neoliberal? ¿o sigue siéndolo?

La crisis del neoliberalismo dio paso en diferentes países de la región al surgimiento de fuerzas de nueva izquierda que lograron llegar al poder, en otros casos la derecha consiguió conservar sus posiciones, pero no sin una reconfiguración de sus discursos, hoy aggiornados al clima de época que vive América Latina, donde, a diferencia de lo que ocurre en otros rincones del mundo, el programa neoliberal no parece tener grandes posibilidades de triunfar en las urnas. Hay ciertos componentes que nos permiten pensar que estamos asistiendo a una nueva reconfiguración del campo de la derecha, a la emergencia de unas derechas del siglo XXI, que se caracterizan por su reacomodamiento al contexto político y social que los oficialismos progresistas y de izquierdas han ido creando en América Latina desde iniciado el siglo XXI.

En aquellos países donde las derechas son oposición, surgieron nuevos liderazgos y fuerzas políticas por fuera de las tradicionales estructuras partidarias –de la misma manera que en el campo de la izquierda emergieron liderazgos como el de Chávez, Correa o Evo Morales-, mientras que allí donde se mantienen en el poder la reconfiguración pasa por una re-lectura de los nuevos intereses y subjetividades de las mayorías sociales.

Con el ánimo de comenzar a delinear una lectura regional que nos permita dar cuenta de las líneas de continuidad pero sobre todo de los componentes novedosos que aparecen en las estrategias para gobernar de estas “derechas en el poder”, este escrito aborda los casos de Colombia, Perú, y el caso particular de Chile, donde los resortes del poder siguen estando en manos de sectores de derecha, a pesar de los importantes movimientos en términos de reconfiguración del campo popular que se viene produciendo en los últimos años.

Las derechas en el poder en estos países tienen, claramente, rasgos políticos propios que han sido analizados en profundidad por Camilo Soares, para el caso paraguayo, Pedro Santander para el caso chileno y Ava Gómez Daza con Colombia. Sin embargo, existen algunos elementos comunes en el ejercicio del poder y su posicionamiento ideológico de facto, a partir de los cuales vale la pena intentar el esfuerzo de una lectura regional, con miras a una caracterización amplia de los rasgos comunes de las “derechas en el poder” en la América Latina del siglo XXI.

De especial relevancia resulta el concepto de “bicefalia” que puede ser de utilidad para pensar cómo estos gobiernos -particularmente en el caso de Chile y Perú- presentan una clara disociación entre los discursos electorales, teñidos de consignas progresistas y voluntad de cambio, con las acciones llevadas a cabo durante el ejercicio de gobierno. Esta notable disociación en algunos casos es producto de un deliberado uso de consignas progresistas de alta aceptación social, como las inversiones en educación y salud y fortalecimiento de la soberanía nacional y la integración regional han sido apropiados como capital discursivo electoral, para luego, al momento de ejercer el poder, dejarlas de lado por razones de “fuerza mayor”. En otros -y esta es una constante en todos los Estados gobernados por la derecha, aunque también en los que son gobernados por tendencias políticas progresistas moderadas- los marcos normativos vigentes fueron diseñados bien durante gobiernos de facto (como en el caso de Chile, cuya constitución es de raigambre pinochetista; el de Perú (sancionada tras el autogolpe de Fujimori; el de Guatemala, sancionada bajo el gobierno del general Mejía Victores; la constitución paraguaya, sancionada bajo el primer gobierno de Rodríguez Pedotti) o durante la década hegemónica del neoliberalismo en la región, como en el caso de Colombia (1991). Estos diseños político-institucionales tienen una fuerte impronta liberal que otorga especial importancia a la propiedad privada, no prevén mecanismos suficientes para prevenir y combatir las prácticas corruptas y los expolios a los bienes públicos, y el reconocimiento de derechos sociales y económicos es muy limitado. En este sentido, los gobiernos de derechas en la región ejercen su poder anclados en estructuras normativas derechizadas que no parecen dispuestos a modificar. Así, los elementos progresistas de sus campañas quedan en el plano discursivo, mientras profundizan las desigualdades sociales, la concentración de la riqueza, la primarización de la economía y el expolio privado de los recursos públicos.

A pesar de que buena parte de estos gobiernos gozan de escasa simpatía popular y gobiernan en medio de una profunda desconfianza y decepción de su ciudadanía respecto de la política -en parte por sus traiciones electorales y en parte por los altos niveles de corrupción que caracterizan a sus gobiernos, las alternativas que pudieran estar representando los movimientos sociales y partidos de izquierda no consiguen consolidarse electoralmente. Lejos de los llamados al “diálogo y la no confrontación”, lo cierto es que estos gobiernos reprimen más o menos abiertamente las protestas y cierran espacios de deliberación y cualquier canal de expresión del descontento popular ante el deterioro de las garantías estatales para el ejercicio de los derechos sociales que, más o menos tímidamente, establecen las constituciones políticas de estos estados.

El próximo documento, del cual este es complementario, aborda Paraguay, México y Guatemala, como otros casos centrales en la configuración del mapa regional de la derecha.

Publicado en Celag

 

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