Patricio Guzmán: «Chile tiene el mejor potencial de América Latina en cuanto a documentales”

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Atesora en su memoria un recuerdo lejano: cuando, de niño, subió parte de la Cordillera de los Andes. Un macizo blanco, telón de fondo de cada paisaje que conocía, le permitió percibir su ciudad de una forma en que nunca lo había hecho. Si bien no pudo ver Santiago desde las alturas, los sonidos característicos de la capital llegaron a sus oídos a través de una nube espesa, sensación que aún rememora. “En la Cordillera hay secretos que nadie conoce: exploradores que se han perdido, restos de aviones, fósiles, dinosaurios, metales… Es un gran muro y esconde muchas cosas”, dice el documentalista Patricio Guzmán (75).

El realizador trabaja en una nueva cinta, que tendrá como protagonista a la imponente cadena montañosa. La película pondrá fin a la trilogía que comenzó con Nostalgia de la luz (2010) y continuó con El botón de nácar (2015), dedicadas al desierto y al mar, respectivamente, y ligadas al tema de los detenidos desaparecidos en Chile.

La nueva cinta, ¿seguirá abordando los crímenes contra los DD.HH. cometidos en dictadura?

Probablemente si. Hay personas que aseguran que se lanzó gente a las montañas. Eso aún no se sabe, vamos a ver. No conozco todavía ningún hecho concreto que ligue las dos temáticas, pero tampoco lo conocía cuando fui al sur (donde grabó gran parte de El botón de nácar). Digamos que, poco a poco, en la medida en que te metes en el tema, van apareciendo similitudes y revelándose misterios.

¿Cree que la presencia de la cordillera ha influido en la cosmovisión de los chilenos?

Sí. En todo Chile, desde lo más abajo en el sur hasta el norte. Primero, porque es una muralla tremenda que nos separa de los demás, o sea, es un obstáculo que nos ha mantenido indiferentes al resto de América. Además, altera nuestras horas luz, haciendo que el sol salga más tarde para nosotros.

Completamente chileno

“Cruzar la cordillera en avión todavía me resulta una cosa terrorífica”, dice Guzmán, que salió de Chile en 1966 para estudiar cine en Madrid y que desde entonces ha vuelto a cruzar innumerables veces este accidente geográfico, tanto en carne propia como a través de sus películas. Seis de ellas han sido estrenadas en Cannes, entre ellas el tríptico de La batalla de Chile (1975-1979) y Salvador Allende (2004).

El botón de nácar, por su parte, ganó en 2015 un Oso de Plata en el Festival de Berlín, dando cuenta del constante tránsito de su cine por el mundo. Entretanto, Guzmán ha ejercido como docente en la Universidad de Columbia y ha dictado seminarios en escuelas de cine de México, Bélgica, España y Cuba, entre otros países.

Hace ya más de 15 años que vive en Francia, pero sigue sintiéndose completamente chileno: “No importa donde vivas, tus recuerdos son tus recuerdos. A mi me tira mucho este territorio, pertenezco a él y eso no va a cambiar”. Hace unos días llegó de vuelta a su país de origen para dictar un seminario de documental en la Universidad de Chile y, además, para presenciar una nueva edición del festival Fidocs, que fundó el año 1997 y que lo ha mantenido viajando de vuelta al país al menos una vez por año.

Consultado acerca de si ha visto, en esta nueva visita a Chile, material digno de documentar, no duda en contestar: “Por supuesto. La mitad del país está disconfome. Este gobierno ha sido un fracaso. En Santiago, la ciudad ha crecido de manera monstruosa y la locomoción es una lucha; no es fácil. Hay descontento social también en regiones, como es el caso de los mapuche. Veo que hay muchos problemas y eso me impacta”.

Pero la impresión que Guzmán tiene de la realidad social del país ha de complementarse con la que le genera su producción cinematográfica. “Chile tiene el mejor potencial de América Latina en cuanto a documentales”, afirma. “Aquí, los realizadores realmente tienen vocación y lo que más me gusta es que se han integrado muchas mujeres documentalistas”.

Entre los pares nacionales, Guzmán menciona como sus favoritos a Ignacio Agüero y a José Luis Torres Leiva. Además, destaca el trabajo de Maite Alberdi y de Marcia Tambutti por sus cintas La Once y Allende, mi abuelo Allende, respectivamente. “Descubrir en tu familia algo que es universal es un estupendo mecanismo documental que se usa en todas partes del mundo”, afirma.

Casi toda su obra ha tratado sobre la memoria. ¿Cree que es un tema valorado hoy en Chile?

De 20 documentalistas, cinco trabajan la memoria. Se ha heredado el deseo de trabajar en torno a ella y eso me emociona. Pero no ha permeado al resto de la sociedad porque los canales de TV son completamente idiotas. Están metidos en un esquema comercial que Chile no merece, porque es un país culto, inquieto, con gente que analiza y eso los canales abiertos lo pasan por alto. La televisión chilena es pésima, una de las peores del continente en relación al país en que está. Por eso, hay muchísimas películas chilenas que nunca llegan a ser vistas por el general de la gente.

Entre hoy y el miércoles el cineasta dictará su seminario y luego regresará a Francia, desde donde ha vivido muy de cerca los recientes atentados terroristas. Le conmocionan, pero no le interesa documentarlos “porque los franceses lo hacen muy bien”. La película sobre la Cordillera, en tanto, aún no parte su rodaje. “Lo primero será ir a ella”, dice, calculando un par de años para terminarla. “Cosas de la vida cotidiana te obligan a estirar los tiempos y eso no me importa. No necesito tener mucho dinero”, remata.

Publicado en La Tercera
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