Los diablos caminan las calles

1.365

El Diablo permaneció en la esquina, tapado con una tela negra. Llovía, despacio, fuerte, despacio, fuertísimo. La música siguió sonando, sin embargo, tal vez como conjuro, un llamado a que se fueran las nubes. Se adivinaban unas alas, pero ninguna señal de color, de forma o de cara. El desfile era a las 7:00, pero el agua se adelantó por pocos minutos, y llovió, según la memoria de los riosuceños que se escampaban cerca, como nunca había llovido un día de Entrada de Diablo. Dos horas cayó agua en Riosucio, Caldas, mientras el Diablo esperaba, tapado, aún en secreto de estado.

Revienta culebra,/ al son del himno/ y a los pies del Diablo, dice la oración, y la culebra estalló después de dos horas de agua. El Diablo había quedado al descubierto: rojo, arrodillado como si fuera a correr, sosteniendo en la mano derecha un palo. Cinco metros hacia arriba, nariz aguileña, cara de hombre, cachos de toro pequeños (“cortos y chicos, están creciendo a buen ritmo”, explicaría después en su saludo, en la mitad del Parque de La Candelaria). Ahí estaba, por fin, después de dos años de espera.

Tristezas lejanas

No has visto al Diablo desde hace cuatro años porque las fotos del Carnaval de 2015 y un encuentro tardío con ese que llegó de cachos dorados y montado en toro, no cuentan para un riosuceño. Recuerdas esos días. Estabas a más de 8.400 kilómetros de Riosucio, Caldas, y desesperada buscabas en internet los post de tus amigos riosuceños para saber cómo iba a ser su majestad, pero los riosuceños estaban sin conexión a internet, había colapsado la red. Estabas furiosa, vos tan lejos, y el Diablo entrando a Riosucio: nunca, en 28 años, te habías perdido un Carnaval, y ahora estabas lejos, tan triste. Tú tía te dijo hace poco que en 1987 tu papá te llevó en hombros, de cuatro meses, seguro a que conocieras a don Satán. Esa fue la primera vez entre vos y la fiesta.

El viernes a las 12:00 tu amiga de toda la vida te recordó que estabas de nuevo en tu pueblo, e igual que esa romería de gente que alcanzaba tres cuadras consecutivas, saltaste hasta que te dolió la rodilla, y cantaste el Salve, Salve placer de la vida hasta que se te fue la voz. Recordaste eso que leíste en la tarde, de que el Himno del Carnaval es el canto que aprenden los riosuceños desde niños. Es así, no tienes memoria de haberte sentado a aprenderlo. Parece magia: apenas se escuchan las primeras notas, el riosuceño ya está con la mano arriba, cantando esa canción que escribió un señor llamado Simeón Santacoloma en 1913: “A Riosucio por siglos sin cuento// no le falte su regio esplendor,// y que seas el fiel monumento// que eternice su fama y honor”.

Ese es un desfile raro. Salen a recorrer las calles del pueblo, cantando, como si cantar fuera la expresión más simple de la felicidad. Estás feliz. El Carnaval ha comenzado otra vez, y es sobre todo la posibilidad de entrar a un mundo de ficción, donde hay un Diablo bonachón que preside, y unos disfraces que te permiten ser otro. Eso es lo importante del Carnaval: ser otro.

Bailas esa noche con tus amigos hasta el amanecer.

Su Majestad

El Diablo recorrió las calles todavía con lluvia. Violento, de maravilloso, lo describió el vendedor de dulces. Don Satán, a su paso, va dejando un rastro de cuchicheos: que los cachos son cortos, que la cola está larga, que el de 2017 es rojo, que esta vez no tiene testículos para el agüero que todavía creen algunos de que tocárselas da buena suerte, que los ojos son rojos, que por detrás parece un murciélago, que si irá a tirar fuego por la boca. En la Plaza de la Candelaria, el Diablo ondeó las alas, y entonces se reveló el segundo misterio, el de qué irá a hacer la efigie esta vez. En otras ocasiones ha tirado fuego por la boca, le alumbran las alas, mueve la cabeza.

El agüero de Gustavo Carmona, riosuceño y artista que elabora el Diablo, es distinto: un juego con la mano izquierda, porque él también es zurdo, porque sabe que son más poquitos. La izquierda rige el orden de montaje, dice.

El Diablo es el símbolo principal de la fiesta, pero no su esencia, y luego está que es bonachón, que invita a gozar. En su discurso volvió a hablar de disfrutar en paz, de celebrar, de encontrarse en las diferencias.

Para Gustavo, al fin y al cabo, el Diablo es el símbolo de la unión, y es todo aquel que viene a Riosucio, que escucha, que se impregna de la tradición y la riqueza de este pueblo.

Don Sata se quedó en el parque de abajo (Riosucio tiene dos parques, separados por una calle), para presidir el Carnaval, y para que en este tiempo de fotos, le tomen tantas fotos como quieran. Él los acoge, con su sonrisa pícara.

Sonreír

Llueve tanto. Tu memoria tampoco se acuerda de que alguna vez hubiese que preocuparse por la lluvia. En enero hace tanto calor en esta tierra, que es rarísimo que caiga agua siete días después de comenzar el año. A veces miras de reojo que no se les haya ocurrido develar la efigie, y vos escampándote.

Cuatro años son mucho tiempo para volver al Carnaval. Deja de llover, la música suena más duro. El Diablo se ha quedado sin su negro: es rojo, con unos cachitos minúsculos, con una cara de señor. No te gusta, la primera vez.

Te vas a la plaza de abajo, o La Candelaria, a esperar que termine el desfile. Al Diablo hay que darles segundas oportunidades. Llega de pronto. De lejos, te gusta más.

Sabes de la emoción cuando se acerca al proscenio, mientras el Himno del Carnaval, por supuesto, se vuelve a bailar.

Bienvenido, Diablo, piensas.

Sabes que ser riosuceño, como dice Rommel Vargas, de la cuadrilla Los Vargas, en la que estás, es ser estar loco. Hay que estar loco, sonríes. Menos mal sos de estas tierras: dónde se crea un mundo paralelo, con un Diablo bien bonachón.

Publicado en El Colombiano

¿Quién es la diabla del Carnaval de Riosucio?

Cuando todavía faltaban algunas horas para el momento cumbre del Carnaval de Riosucio y nadie sospechaba aún que una lluvia torrencial caería justo a la medianoche, en las calles ya se escuchaban los cantos que recibirán a la primera aparición del diablo.

Salve, Salve, placer de la vida. Salve, salve, sin par Carnaval”, cantaba un grupo de jóvenes disfrazados con capas rojas y, desde una de las tarimas, el presentador lo llamaba ‘Su majestad’. El resto del pueblo se ponía un par de cachos, una camiseta del renombrado personaje o se tomaba un trago de guarapo en su honor.

Sí, muchos disfrutaban esa expectativa, el secreto mejor guardado de este pueblo de Caldas, el no saber cómo se vería este año el diablo. Pero otros, en cambio, murmuraban que mantener en secreto al diablo es alejarlo. Milton García, un hombre riosuceño de unos cincuenta años, es uno de ellos.

Él cree que la verdadera representante del carnaval es La Diabla. Con un par de cachos puestos en la frente, lo explicó de esta manera: “Si buscamos años atrás, todos diablos eran feos. Eran rústicos, hechos por muchas de manos, y ya no es así. Eso es lo bueno de la diabla, que sigue siendo amarrada con guadua, hecha con papel, armada por los amigos”.

Decidido a demostrarnos que la diabla representa mejor el espíritu del pueblo, Milton nos invitó al lugar donde la estaban armando.

Camino a la diabla

Mientras cruzábamos el Parque La Candelaria, vimos cómo todos, a su manera, se iban alistando para la fiesta. David, alias ‘el chonta’, era uno de esos. Él llevaba puesta una máscara que le cubría los ojos y de la que salían dos largos cachos, pero además llevaba en sus manos un curioso objeto redondo. Él explicó que eso era un calabazo, “Aquí echamos guarapo, cerveza, lo que quiera… es donde tradicionalmente se tomaba la chicha, es un ejemplo del carnaval. Es algo tradicional de Riosucio”, dice con algo de afán, porque lo están esperando sus amigos.

También conocimos a Luis Rivas y a su improvisado puesto de venta de máscaras. Él es profesor de artística y vende las máscaras de diablo que él mismo hace con sus estudiantes. “Tomamos la medida de la cara, hacemos un óvalo con alambre, trazamos una horizontal para marcar el mentón y la frente. Y luego, el resto se hace con papel y pegante”, explica, muy orgulloso de lo que hace. Sus máscaras, que cubren toda la cara, cuestan entre 40 y 80 mil pesos.

La diabla

Entonces llegamos al esperado lugar. Una figura cubierta de periódicos, de unos cinco metros, de senos y nalgas enormes pero aún sin cabeza ni brazos, nos esperaba al final de la cuadra. Era visible para todos los que pasaban, no como el diablo que esperaba escondido en el algún lugar. Pero cuando la vio, Milton puso cara de preocupación; aún le faltan muchos detalles y al parecer el encargado de la pintura aún no llega. Alguien susurra que quizás se fue de fiesta anoche y otros se ríen.

Junto a ella un grupo de unos diez hombres tomaban guarapo, escuchaban música y conversaban. Parecía casi una fiesta. Ellos nos explicaron que Riosucio es un pueblo dividido en dos: dos iglesias, dos parques, un diablo y una diabla. “Al diablo lo arma la junta del Carnaval, pero a la diabla la arma el pueblo”, agrega Milton.

Al frente de la diabla, está el taller del artista encargado. Su taller es al mismo tiempo una obra de arte, todas las paredes están cubiertas de dibujos, esculturas y afiches del América de Cali. Ya no queda un espacio limpio en las paredes. En una de las esquinas, vimos dos fotografías enmarcadas: las diablas de años anteriores, una de ellas del 2011 y de la otra nadie recuerda.

El nombre del artista es Beto Guerrero y lleva 26 años construyendo a la diabla. Él nos explicó que en cuatro horas la nueva diabla estará lista para recorrer el pueblo, solo falta una capa de pintura blanca y otra roja. No parecía preocupado, para él todo estaba bajo control.

Cuando le preguntamos sobre el proceso, inmediatamente sacó una cartulina blanca y un marcador, para explicarnos mientras la dibujaba: “Primero hacemos la parrilla en hierro con las llantas y la colocamos en unos soportes; en la parte central se suelda un hierro muy fuerte. Luego va otro para los hombros, uno para la cintura y uno para las caderas”. También queríamos saber cuándo harían la cabeza, y él riendo nos explicó que ya estaba lista junto a la puerta. Que habíamos pasado al lado de ella hace un segundo.

Nos despedimos para dejarlos terminar su trabajo, esperando que lo hiciera a tiempo su obra de arte. Pero entendimos algo: aunque muchos digan que la historia de Riosucio es de dos pueblos divididos, es la fiesta, y toda la creatividad alrededor de esta, la que finalmente los une.

Publicado en El Colombiano
También podría gustarte