Paraskevaídis: libertad y rebeldía

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Graciela Paraskevaídis, notable compositora y musicóloga argentina nacionalizada uruguaya, falleció el pasado martes, a los 76 años de edad. «Fue siempre una persona muy animosa, muy disciplinada. De exigirse siempre, y de estar siempre trabajando, hasta el final. Fue muy intensa y muy activa en su vida, todo el tiempo. Ella fue siempre muy autoexigente», comentó consternado su esposo Coriún Aharonián, también destacado compositor y musicólogo.

Nacida en Buenos Aires, estudió composición en el Conservatorio Nacional de Música con Roberto García Morillo. Sin embargo en 1975 se radicó en Uruguay donde se dedicó a la docencia, ocupando entre 1985 y 1992 un cargo en la Escuela Universitaria de Música. «Ella tenía las dos ciudadanías, la argentina y la uruguaya. Y esta última la pidió tempranamente, al poco tiempo de radicarse acá. Se sentía muy a gusto en Uruguay», afirmó Aharonián.

Desde principio de los años 60 hasta la actualidad, Paraskevaídis compuso un número impresionante de composiciones, muchas de las cuales han sido premiadas e interpretadas en varios países de América, Europa y Asia. «Como compositora ella trabajó sobre muchísimos instrumentos. Trabajó sobre prácticamente todos los instrumentos de la tradición musical europea, y además instrumentos de otras tradiciones, como por ejemplo, los instrumentos indígenas del Altiplano. Y en ambos casos con la misma seriedad», describe Aharonián.

La enorme obra compositiva de Paraskevaídis fue complementada con la edición de trabajos discográficos, así como numerosos artículos y libros, entre estos últimos La obra sinfónica de Eduardo Fabini (1992) y Luis Campodónico, compositor (1999), además de traducciones y de ensayos sobre música contemporánea de América Latina.

«Ella entendía que la tarea del creador era de lucha por la verdad. Conocer bien las herramientas compositivas aumentaba su capacidad analítica como musicóloga. Y a su vez, sus descubrimientos como musicóloga aumentaban su posibilidad de rigor creativo. Y con la docencia buscaba ser útil a la sociedad», evocó el musicólogo.

«Nos conocimos como jóvenes interesados en la creación musical de ambos lados del Plata, en actividades relacionadas con el Instituto Di Tella. Éramos muy jóvenes. Yo me iba a Buenos Aires desde Montevideo, y un colega nos presentó. Nos hicimos buenos amigos, durante varios años. Y en determinado momento hubo un flechazo, y cambió la historia. Y fueron 42 años de pareja muy unida», expresó el reconocido artista.

Sobre el deber del artista.

«Hubo unos cuantos integrantes de nuestra generación que estuvimos interesados en romper esas barreras. Y Graciela encaraba lo que pasaba en la música popular con el mismo rigor y con la misma pasión que con la que se interesaba por el último grito de un colega vanguardista de la música culta. Nos tocó un momento determinado de la historia, y esperamos haber cumplido con lo que nos correspondía, como buenos hijos de ese momento histórico. Creo que ella vivió su creación como parte del deber del artista», señala Aharonián sobre Graciela Paraskevaídis.

Publicado en El Paìs

Murió Graciela Paraskevaídis, una referente de la música culta regional

Por Alexander Laluz, especial para El Observador.
Cuando no hay palabras, o cuando las palabras no logran zafar del lugar común, habría que hacer música. Por lo que el texto notocioso debería despojarse al máximo: falleció ayer la compositora, musicóloga y docente Graciela Paraskevaídis (Buenos Aires, 1940; Montevideo, 2017), radicada en Uruguay desde 1975. Y nada más. Después, la música. Pero sería, ya se sabe, un vano intento de evitar que se activen los rituales del bronce: esas prácticas con las que se suelen congelar en el homenaje, en el obituario, la vitalidad de una acción creativa, de una obra. Hablar, o escribir, sobre el campo de la llamada música culta contemporánea, sobre sus prácticas, sus creadores, suele exigir más palabras que música. Entonces, unas pocas y desordenadas palabras más.
El cuerpo de obras que dejó Graciela Paraskevaídis contiene las trazas de un lenguaje y una concepción estética radicalmente singular, que se ensambla con un manifiesto compromiso con la identidad cultural latinoamericana y una exploración visceral de lo expresivo. Sea en sus composiciones para diversas formaciones camerísticas (entre las que merecen especial destaque varias de las piezas de la serie Magma), para piano, para grupos vocales, entre otras, sus planteos formales se distinguen por el marcado despojamiento en la selección de materiales sonoros, por el valor estructural y estructurante de la repetición no mecánica de motivos, células, por el trabajo con morfologías adiscursivas, y por desmarcarse de los clisés del virtuosismo interpretativo. En estas piezas no hay descargas de centenares de notas por minuto. El foco, la tensión expresiva, está en otro lugar. Está en la masa sonora que crece en intensidad y en densidad. Está en el silencio que fisura una textura abierta. Está en la ruptura con la resolución previsible, en el espectro armónico que se activa con un choque de notas, con el contraste tímbrico. Está en otros espacios creados entre capas o planos sonoros. Está en otra tensión de ideas. Escribió el musicólogo suizo Max Nyffeler: «Se tiene la impresión de que la fuerza motriz más profunda de Graciela Paraskevaídis al componer es su imaginación sonora».
Aunque la industria y la academia lo nieguen o lo conviertan en algo pintoresco y banal, el hecho compositivo es un acto de rebeldía que debe conmover y a la vez activar la discusión, la controversia. La obra de Paraskevaídis es un ejemplo de esta(s) cualidad(es). Y no habría que decir más nada. Ejemplos de ello pueden escucharse en las ediciones monográficas del sello Ayuí/Tacuabé, como Magma, Libres en el sonido y Contra la olvidación, y en otros lanzamientos realizados en el exterior. No hay que ir demasiado lejos. La escucha es el mejor homenaje. Hay una pérdida dolorosa, pero hay música.
Publicado en El Observador
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