Los niños invisibles

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“Visibilizar una realidad cotidiana”

Su interés por la fotografía comenzó cuando tenía tan sólo 14 años de edad. Un fotógrafo, amigo de su familia, vislumbró sus dotes para esta tarea y lo invitó a colaborar en su estudio como asistente.  Así fue que, lo que comenzó como un juego de niños se transformó, luego, en un modo de vida, en su profesión de cabecera. Durante los más de veinte años que lleva de carrera, Nahuel Berger viajó por distintas partes del mundo y trabajó en publicidad con grandes marcas, y participó de distintas campañas, como “Actrices del nuevo cine Argentino”; a su vez, desde sus comienzos siempre estuvo involucrado con diversas causas sociales, colaborando y apoyando a través de su arte. Proyectos como Conduciendo a conciencia, Campaña Leer y Maletas migrantes son algunas muestras de este compromiso. “Poder ayudar a otros con mi trabajo es lo más enriquecedor y lo que más me reconforta como profesional”, explica Berger en diálogo con PáginaI12.

Su último trabajo, el anuario Los niños invisibles, que realizó junto a la ONG Reinserta México y la Agencia Leo Burnett México, se suma a este tipo de proyectos dado que tuvo un objetivo preciso: evidenciar las precarias condiciones en las que crecen cientos de niñas y niños mexicanos, que nacen y conviven dentro de  las cárceles junto a sus madres. A través de un notable trabajo fotográfico, Berger expuso  de manera conmovedora la difícil, y hasta ese momento  “desconocida”, realidad que afecta a los distintos centros penitenciarios del país azteca.

“Antes de la publicación del anuario, estos niños eran invisibles, es decir, no formaban parte del presupuesto penitenciario y su situación no estaba regulada a nivel nacional (de allí el nombre asignado al proyecto). Sus gastos de manutención debían ser asumidos por sus madres y existía una irregularidad en las edades en la que estos niños dejaban los penales: en algunos estados de México, los niños eran separados de sus madres a los tres años,  mientras que en otros,  los menores nacidos en prisión recién abandonaban este sitio a los 6 años”, explica Berger. Y agrega: “Este proyecto fue un llamado a la sociedad, a los medios y los políticos, para que estos niños y niñas dejasen de ser invisibles y para que el Estado asignara recursos para satisfacer sus necesidades básicas. También se buscó reducir, mediante una reforma penitenciaria, su permanencia en prisión”.                Berger trabajó junto a la ONG Reinserta México y la Agencia Leo Burnett.

El anuario fue realizado en el Reclusorio Femenil Santa Martha Acatitla, de la Ciudad de México, considerada la prisión de mujeres más grande de Latinoamérica. Allí residen alrededor de 120 niños y niñas, además de varias mujeres embarazadas, que se convirtieron en los protagonistas de este libro de fotografías. “Fue una movida ‘encubierta’ porque no está permitido tomar fotografías dentro de la cárcel, además, porque este trabajo significaba una crítica muy fuerte hacia el gobierno mexicano y su servicio penitenciario. Entonces, en conjunto con Reinserta y la Agencia Leo Burnett, debimos pensar en una idea original para poder llevarlo a cabo y que nadie sospechara nada. Se nos ocurrió camuflar todo bajo la idea de una ‘fiesta’, y yo sería  el fotógrafo del evento, con la excusa de que los nenes tuvieran un recuerdo de ese día. Todo el tiempo estuvimos bajo la atenta custodia de las mujeres policías, pero todo el mundo se movió bajo la idea de que era una fiesta y nadie imaginó algo distinto. Tampoco podían saberlo”, detalla Berger.

En las imágenes que componen el anuario los niños aparecen interactuando en sus “lugares cotidianos”, con una máscara que cubre su rostro. Cada una de estas fotografías está acompañada de un breve texto o dibujo, diseñado por los propios niños, que permiten conocer un poco más acerca de sus historias de vida. “La idea de las máscaras la sugerí yo para proteger la identidad de los niños, porque la intención no era comprometer a ninguno de ellos, ni a sus madres, sino visibilizar su realidad cotidiana”, cuenta el fotógrafo.

Esta colaboración con el proyecto de Los niños invisibles le valió un premio internacional, el Oro en los premios El Ojo de Iberoamérica,  y  además, la extrema satisfacción de cumplir con el objetivo: la modificación de la ley penitenciaria mexicana.  “El reconocimiento del premio fue muy gratificante y estuvo bueno. Pero lo más importante fue que el proyecto pudo ser presentado ante senadores y diputados, y logró que se aprobara un dictamen para reformar la ley de ejecución penal vigente. Reinserta, con el apoyo de senadores de diversas facciones políticas, redactó este apartado en el que se estableció que los niños serían contemplados dentro del presupuesto penitenciario y se fijó que dejarían la prisión al cumplir los tres años de edad. Finalmente, esta normativa entrará en vigor en noviembre de este año. Así que, objetivo más que cumplido”, concluye el fotógrafo.

–Al tratar un tema tan sensible, ¿no tuvo miedo de lo que pudiera pasar cuando esas imágenes tomaran estado público y se conociera el verdadero motivo de todo lo realizado? 

–Cuando me involucré en el proyecto lo hice por la causa, sin pensar tanto en qué pasaría después. Pero fue tan grande la repercusión que generó, que creo que nadie tuvo tiempo para reclamar o tomar represalias.  Además, fue muy bien recibido por la mayoría porque era más un reclamo de ayuda que una denuncia en sí: fue un “ayudemos a estos pibes”.

–¿Considera que un proyecto similar sería viable en Argentina?

–No lo sé, porque desconozco las condiciones actuales de nuestro servicio penitenciario. Pero estamos ante un gobierno al que no le gusta mostrar mucho las cosas, por lo que intuyo que no sería posible. Hay una preocupación en este gobierno por no mostrar lo malo, lo no lindo, lo no Recoleta. A mí, que nací en el 74, viví la dictadura y luego el retorno de la democracia, me impresiona y a la vez entristece que, después de tantos años y de tanta de lucha, sigamos con cierta sensación de miedo.

Entrevista: Florencia Coronel.

 

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