Trans y travestis en el comic

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Por Billy Muñeca

Es una travesti venida de un pequeño pueblo de provincia. Su familia la repudia y ahora vive en los bajos fondos de una gran ciudad ganándose la vida en la esquina de un barrio de ladrones y prostitutas. Su única defensa, aparte de un cuchillo y una pistola, son los rituales vudú.

Es una bruja santera. El personaje perfecto de una película de terror barata, de esas en las que hay zombies, gritos, pactos con el diablo y sangre por doquier. Y mientras tanto, uno cómodamente sentado en la oscuridad de una sala de cine del centro de Bogotá, engolosinado con las exageraciones absurdas e irreales. Personajes que habitan cómics retorcidos y novelas de corte homosexual. Un extracto del gótico tropical trasplantado al cine serie B de los 80.

Pero ellas no son ficción, son personas reales.

No son como la hermafrodita perfecta de Conceicao Do Mundo, venida del Amazonas brasileño, practicante de Macumba que resguardada por San Cosme y San Damián baja las escaleras de una calle parisina en medio de un carnaval de travestis. Ellas no pueblan ese mundo creado por el escritor argentino Copi en su novela La guerra de las mariquitas.

No son como Lord Fanny, de nombre Hilde Morales, hija de la diosa azteca Tlazolteotl. Chaman travestinacida en las favelas de Rio de Janeiro y heredera de una larga tradición familiar de hechiceras. Un personaje de la historieta The Invisibles, de Grant Morrison.

No son como Mercedes, nombre de batalla de Teófilo, una loca de Centro Habana que se gana la vida engañando a sus clientes como consultante espiritual. No, ellas no pertenecen a ese mundo narrado en la novela Muerte de un murciano en La Habana, de la escritora cubana Teresa Dovalpage.

Ninguna es como Sandra la cubana, hija de Ochún; un mulato de peluca rubia a quien posee de vez en cuando el espíritu de la negra Tomasa. Sandra habita en un cuarto del barrio de Jesús María en La Habana, y le reza todos los días a la triada inevitable: San Lázaro, la Virgen de la Caridad del Cobre y Santa Bárbara. Ella es solo uno de los habitantes de El Rey de La Habana, una novela del escritor Pedro Juan Gutiérrez.

No son como Joao Francisco dos Santos, alias Madame Sata, un hijo de esclavos libertos, hijo de Iansa y Ogum, artista de cabaret, chapero, delincuente y padre adoptivo de 7 hijos. Residente del barrio de Lapa en Rio de Janeiro.

En el pasado podrían haber nacido como como two spirits y haber sido un chamán entre las first nations, allá en las praderas de Norteamérica, donde poseían un gran poder que atemorizaba a los guerreros de algunas tribus vecinas, y con frecuencia tomaban por esposo al mejor cazador de la aldea. A lo mejor hubieran sido una muxe zapoteca, allá en Oaxaca, México, cuidando de sus padres y participando en las “velas” anuales de su pueblo. Podrían haber sido hijras en la India del imperio Mogol, con grandes propiedades y sirvientes, al tiempo que se convertirían en esposas y viudas del dios Krishna, e irían entre bodas y bautizos otorgando bendiciones. Allí, para los hindúes son como un tercer sexo, pues les recuerdan la ambigüedad sexual de sus dioses.

Pero el dios cristiano es un macho, y la gente no imagina a una mujer trans en misa de 12 un domingo con mantilla en el pelo, así como no se concibe a una mujer lesbiana orando fervientemente al señor de los milagros.

Publicado en Cartel Urbano

 

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