Gil Imaná regala arte

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El pintor Gil Imaná hizo la semana pasada “un acto de generosidad muy grande”, en palabras del crítico de arte Pedro Querejazu. En un gesto que se entiende como una forma de culminar dos vidas y dos carreras que se pueden considerar “una gesta notable en el arte boliviano”, el artista, de 84 años, donó toda su colección de arte a la Fundación Cultural de Banco Central de Bolivia (FCBCB). Las miles de obras propias y ajenas que ha ido reuniendo a lo largo de los años junto a su esposa, la también artista Inés Córdova, pasarán así a formar parte de los fondos del Museo Nacional de Arte (MNA) una vez se firme el convenio definitivo. De tal magnitud es esta donación que la coordinadora del área de investigación y educación de MNA, Luciana Molina, la considera “un parte aguas institucional”. Es decir, que marcará un antes y un después en la historia del museo y, por tanto, del arte en Bolivia.

La importancia de la colección radica, por su puesto, en su calidad; pero también en su cantidad. La cineasta Verónica Córdova, sobrina-nieta de Inés, asegura que “el trabajo de catalogación que se está haciendo con el Ministerio de Culturas ha avanzado una tercera parte y ya se ha llegado a las 5.000 obras. Cuando se termine tendremos el número exacto de lo que hay, pero nos podemos ir haciendo una idea”. Habrá que ver luego cuánto de todo esto interesa realmente al MNA y cuánto podrá gestionar, aunque en la presentación oficial del acuerdo se habló de 6.000 obras.

La colección es enorme porque incluye toda la obra de Imaná y Córdova que no está en museos o colecciones privadas. Hay muchas obras de la época más temprana de la pintura de Imaná y también muchas posteriores, pero anteriores al año 2000. Solo estas últimas rondan las 1.500. Lo más contemporáneo ya no son pinturas sino dibujos porque Imaná ha ido perdiendo la vista en la última etapa, “pero también forman una colección muy importante”. “Ha estado trabajando hasta muy recientemente y aún hoy dibuja”, asegura Verónica.

Inés Córdova sí dejó de trabajar, por razones de salud, unos años antes de su fallecimiento en 2010. Lo que se conserva de su obra en esta colección resulta muy interesante porque constituye una buena muestra de las técnicas inusuales y muy específicas que ella utilizaba: además de cerámica —–por la que es más conocida— tiene muchas obras de collage en textil y de collage en metal, y también de orfebrería porque fabricaba joyas de diferentes materiales.

El resto de lo que se está catalogando ahora también tiene gran importancia e incluye pinturas, dibujos, grabados, esculturas, tallados, orfebrería, cerámica, muebles coloniales, numismática… “muchas, muchas cosas”, dice Verónica. Entre ellas hay una cantidad de piezas interesantes de artistas nacionales e internacionales porque Córdova e Imaná expusieron mucho en el extranjero, y durante toda su vida han mantenido amistad con personajes importantes y han intercambiado obras. Por ejemplo, se cuenta con trabajos de Marina Núñez del Prado y del ecuatoriano Oswaldo Guayasamín —íntimos amigos de la pareja— y de Jorge Imaná, hermano de Gil. Como se ve en sus creaciones, ambos artistas estaban muy interesados en el arte prehispánico y acumularon muchas piezas de ese periodo.

Todo esto es el resultado palpable de dos vidas totalmente dedicadas al arte. Imaná y Córdova no tuvieron hijos, y “él ha pensado que no se trata de donarlo a un privado, sino que vaya al pueblo boliviano a través del Estado boliviano y que por eso es a éste a quien le corresponde heredar”, asegura Verónica. Para facilitar este tránsito y que se cumplan estos objetivos existe una fundación con el nombre de ambos con la que familiares y amigos velan por las obras y por un inmueble, que también se contempla en la donación para que en un futuro las acoja. Se trata de la casa en la esquina entre la avenida 20 de Octubre y la calle Aspiazu, en Sopocachi, gracias a la cual el MNA podrá aumentar “significativamente” sus espacios de exhibición y que “tiene una localización clave porque ayuda al museo a salir del centro y cubrir más espacio en la ciudad”, según Molina.

Pero entre tantos números y tantos nombres, en la colección de Imaná y Córdova destacan sus propias obras, que son, en palabras de la curadora Cecilia Lampo, “muy importantes para el arte boliviano del siglo XX porque han sabido hablar el lenguaje de su época”. Ambos se vincularon con la Revolución de 1952 y se dedicaron a un arte de denuncia y cuestionamiento social que tiene cosas en común con otros movimientos en América Latina, como con el muralismo mexicano. “Imaná es uno de los grandes pintores de los sociales”, dice Querejazu, “pero es un poco una etiqueta que se pone, y las etiquetas clasifican y excluyen”.

Imaná sigue la corriente de los muralistas, pero tiene su propio estilo muy marcado: iconografía de Tiwanaku y lo indígena altiplánico en general. Córdova no recurre a esta simbología pero, por el material y los colores que utiliza, sus obras están muy apegadas a la tradición, a la tierra, al aguayo, al tejido… de tal forma que capta el espíritu de lo que le rodea y sabe traducir el color y el olor de la tierra en sus obras. Y ambos, aunque tal vez él aún más, se interesan por los desheredados, los pobres y los excluidos. En especial por la mujer, a la que retratan en su lucha diaria, con su fuerza y a ratos con su desesperación o con su mirada hacia el futuro. “Se puede decir que tienen una especie de lenguaje de género bien marcado”, opina Querejazu.

“Ambos han sabido leer muy bien el cambio de la sociedad y plasmarlo en el arte con sus obras”, asegura Lampo. “La obra de los jóvenes de principios de este siglo se dedica mucho a esos temas pero desde otro lenguaje, porque están en otro escenario. Por ejemplo, El Alto tiene mucho de campo pero ya maneja otro tipo de lenguaje. Así que cuando vemos la pintura de Gil e Inés, tenemos que considerarlos muy importantes para la sociedad y la historia de Bolivia. Por eso deberíamos cuidarlos mucho”.

Publicado en La Razón
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