Manuel Alzamora, el pintor social

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La obra del destacado artista plástico Manuel Alzamora Zamalloa se viene presentando en una exposición antológica en el Centro Cultural Inca Garcilaso (Jr. Ucayali 391, Lima). Ingreso libre.

Respecto, al trabajo artístico de Alzamora, el crítico de arte Jorge Bernuy considera que «se caracteriza por una pintura estilísticamente unitaria y una pupila ricamente dotada para la captación cromática del paisaje andino con su aire transparente de esplendor solar.»

Asimismo, agrega que «el pintor no se dejó seducir  por las soluciones fáciles de una pintura costumbrista ni por el pintoresquismo sino que abordó el tema social de la explotación del campesino siempre demostrando un dominio del oficio caracterizado por juegos delicados de grises, azules y pardos, sí como luminosidades andinas que hacen de la pintura de Alzamora el exponente más logrado de la imagen social de los tipos y costumbres de la sierra».

 

Alzamora nació en el Cuzco en 1990, pero desde muy pequeño migró a Arequipa. Aunque durante dos años estudió letras en la Universidad San Agustín, Alzamora decidió abandonarlo para dedicarse a su vocación artística. Viaja a Chile para dedicarse a la pintura; sin embargo, no se conoce estudios en alguna academia o escuela en este país, por lo que se sospecha es un auténtico autodidacta. Murió en 1974 dejando a uno de sus familiares buena parte de su valiosa obra.

Publicado en La República

Manuel Alzamora: arte en defensa del pueblo

Había bebido su café bien negro y fumado uno de sus cigarrillos Inca. En su departamento de la galería Heresi, en la arequipeñísima calle Mercaderes, la mañana había pasado y el reloj marcaba la hora del almuerzo cuando Manuel Alzamora Zamalloa estaba sentado en su sillón. Su hija Laura, que lo cuidaba y le preparaba esos chupes que él tanto disfrutaba, lo creyó dormido. No era así. A los 74 años, un día de octubre, el artista, que muchos consideran el primer pintor social del Perú, murió.

Entre recortes de periódicos y unas pocas fotos, Rosemary Zenker Alzamora trata de reconstruir su vida. La historiadora del arte, nieta mayor del pintor nacido en Sicuani (Cusco), lleva tres años en ello. Para ella, cada lectura es una revelación más sobre ese abuelo que le enseñó que dentro de sus cuadros debía ver más allá de los personajes bellos. Debía ver al pueblo.

La historiadora del arte Rosemary Zenker Alzamora, nieta del pintor cusqueño, reconstruye la vida de su abuelo.

La historiadora del arte Rosemary Zenker Alzamora, nieta del pintor cusqueño, reconstruye la vida de su abuelo.

ARTE Y DEFENSA
Manuel Alzamora nació en Sicuani, pero a los seis meses su familia se mudó a Arequipa. Allí estudió Letras, carrera que no le gustó, aunque se sabe que escribió «El libro cholo» y una obra de teatro.

Tras dejar la universidad viajó a Chile, donde habría probado suerte en Bellas Artes. Sería esta experiencia la que lo alejó del academicismo asociado al «facilismo de una pintura costumbrista y el pintoresquismo», según indica el crítico Jorge Bernuy, actual estudioso de su obra.

En contra de ello, Alzamora se asumió defensor de los oprimidos, y se lo dijo claramente a su amigo, el periodista Ricardo Sakuntalá, en 1937: «Yo no pinto para el gamonal, ni ha de ser mi obra deslumbramiento de pinacotecas de rumbosos señorones. No. Mi arte es para el humilde, para el mendicante, para el indio y el hijo del pueblo […]. Desprecio la servilidad de cuantos de mis compañeros».

Aprista de los tiempos primigenios de Haya de la Torre (no obstante, luego renegó del partido), sobre Alzamora dijo Luis Alberto Sánchez que fue «el único pintor que ha sabido expresar el sentido y pensar del pueblo». Por sus ideas, en tiempos de Leguía y lo que él consideraba «el pulpo civilista» (lo pintó en una obra, enfrentado con hachas apristas), fue deportado a Chile, donde pasó ocho años.

NO TAN DESCONOCIDO
Alzamora se casó dos veces y tuvo siete hijos. No se le conoció ingreso fijo, pero sí que tenía una bodega en casa. También que colaboraba con la revista «Stampa» vendiendo xilografías y que aceptaba algún encargo para pintar grandes cuadros, como los que le pidió la Municipalidad de Sicuani: «La muerte de Atahualpa» y «La captura de Pumacahua», este último considerado por el propio artista como su obra maestra.

Su círculo cercano lo bautizó como «el miaja de la pintura criolla», porque era un relegado del circuito cultural, aunque revisando recortes de la época se descubre que realizó su primera exposición en 1929, en el Estudio de Arte Vargas Hnos., y también con el grupo Arequepay y en el Club Social de Juliaca. Expuso en ferias agropecuarias (solía recorrer pueblos de Cusco, Arequipa y Puno), donde además la autoridad rifaba sus obras. También llevó su obra a Chile, Bolivia, Argentina y México, e incluso pasó por Lima, donde al exhibir sus pinturas comentó: «El arte por el arte es una flor inútil, sin trascendencia ni condiciones de ser. En cambio, el arte social es una herramienta magnífica que contribuye no poco a la liberación de los pueblos».

Fueron sus dos hijas mayores las que guardaron con recelo su legado, hasta que en el 2012 la mayor de ellas, Laura, falleció. Desde entonces, cerca de 300 obras (de un total de 1.500 piezas, según refiere su nieta) empezaron a exhibirse discretamente en la Casa Mariátegui, en el puerto del Callao y en San Marcos, donde atrajo el interés del crítico Jorge Bernuy. El año pasado él organizó una primera gran exhibición del artista, y ahora alista otra muestra antológica, que se inaugura el miércoles 10 en el C.C. Inca Garcilaso. Momento preciso para conocerlo más.

AL DETALLE

Lugar: Centro Cultural Inca Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores. Dirección: Jr. Ucayali 391, Cercado de Lima. Inauguración: 10 de mayo. Horario: martes a viernes, de 10 a.m. a 8 p.m. Sábados, domingos y feriados, de 10 a.m. a 6 p.m. Hasta el 28 de junio. Ingreso: libre.

Publicado en El Comercio

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