90 años de Lola Fernández

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Por Andrea Solano Benavídez

¿En qué momento transcurren 90 años de vida y cerca de 70 de hacer arte? Dolores Lola Fernández Caballero no lo sabe, pero de lo que sí da certeza es de haberlos disfrutado. Para ella, la pintura y la vida son una misma y su pincel sigue tan inquieto como cuando era una veinteañera.

A esta mujer nacida el 15 de noviembre de 1926 en Cartagena, Colombia, se le reconoce como una de las precursoras del arte abstracto en Costa Rica.

Su obra es tan prolífica y versátil que encasillarla como pintora de arte abstracto no es solo un error, sino una injusticia.

Era muy niña cuando vino con sus papás a Costa Rica y en este país se asentó para forjar su carrera y su hogar.

“Tenía como 4 años cuando dije que quería ser artista y que iba a viajar por el mundo entero: las dos cosas se me cumplieron, afortunadamente”, recuerda desde su taller en barrio Amón.

Ese aposento en la segunda planta de su casa es todo al mismo tiempo: su rincón personal, el “laboratorio” para sus experimentos pictóricos y un centro de documentación en donde resguarda, con impecable orden, un registro de su obra.

Quizás ella no se ha dado cuenta en qué momento creó tanto arte, pero al menos si se ha preocupado por levantar un inventario riguroso con cientos de documentos, fotografías, recortes, catálogos y varias de sus creaciones.

Sí, porque ella se puede dar el lujo de no vender una obra, no importa cuánto le ofrezca el comprador. Si se la quiere quedar, pues se la queda.

De su natal Colombia guarda agradables recuerdos que de cuando en cuando salen a flote, sin proponérselo, en la obras.

“Nací como a 400 metros del mar y para mí siempre ha sido importantísimo. Me fascina y cada vez que voy es como si fuera la primera vez, porque siempre me sorprende. Cuando cuando uno está en la playa se percibe una sensación de amplitud, de lejanía. De muy niña iba a la playa a recoger caracuchas, (conchitas) con todos los otros niños, entonces era muy bonito”.

Sin ataduras

Historiadores de arte, curadores y críticos han dedicado páginas a analizar las diferentes etapas de la vasta obra de Lola Fernández, así como las múltiples técnicas con las que ha experimentado.

Sus pinturas, dibujos, serigrafías, textiles, collages , relieves, tapices en lana, impresiones en cabuya o murales de mosaico conservan el rigor técnico de su formación en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica (1941), la Academia de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Bogotá, Colombia (1946) y la Academia de Bellas Artes de Florencia, Italia (1954-1957).

A la vez exhalan la soltura, honestidad y espontaneidad de una artista que no está atada a rigideces académicas ni a caprichos comerciales.

Lola Fernández siempre ha sido libre para vivir y para pintar. “Me siento bien con lo que hago. No soy partidaria de hacer cosas que uno no quiere. Nadie se ha atrevido a decirme: ‘pínteme esto o lo otro ’. Es inadmisible, yo pinto lo que yo quiero. Tampoco me gusta que me quieran comprar un cuadro sin terminar o que me digan de antemano cómo pintarlo. No es por pretensión, sino porque no me va a salir”, declaró la artista.

Para no depender del arte como fuente de ingresos dedicó 32 años de su vida a la docencia en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica.

Con estoicismo y fortaleza afrontó recientemente uno de los episodios más difíciles de su vida: la enfermedad y muerte de su esposo, el artista suizo Jean Pierre Guillermet con quien compartió 58 años y procreó dos hijos.

Inquieta

“La curiosidad mató al gato”, dice un refrán, pero para una mujer de espíritu inquieto como el suyo, ser curiosa es un precepto de vida.

A Italia llegó en 1954 becada por el gobierno de ese país y durante sus años de estudio en Florencia, aprovechó para viajar por Europa, Marruecos y Medio Oriente.

En el Viejo Continente, principalmente en París, capturó su atención el arte abstracto, movimiento prácticamente desconocido en una Costa Rica que privilegiaba la pintura del paisaje bucólico y los retratos.

Fernández recuerda con gran admiración a sus maestros costarricenses, todos ellos grandes pintores como Francisco PacoAmighetti, Margarita Bertheau, Teodorico Quico Quirós, Manuel de la Cruz González y Carlos Salazar Herrera; sin embargo, su interés iba por otro rumbo “No seguí mucho lo que se hacía en ese momento en Costa Rica, como que eso no me llamó mucho la atención”.

A su regreso al país, luego de su estadía en Europa, Fernández presentó una exposición individual en el Museo Nacional que se inauguró el 29 de mayo de 1958 y en la cual mostró varias obras abstractas.

“Esta muestra representa –junto con dos exhibiciones individuales de Rafael Ángel Felo García y Manuel de la Cruz González– los inicios del arte abstracto en nuestro país”, escribió la curadora María Alejandra Triana en un artículo publicado en La Nación .

Por los documentos de la época, por investigaciones de expertos y por boca de los protagonistas, como Felo García, se sabe que algunos críticos fueron despiadados y vapulearon las propuestas de estos artistas con adjetivos muy fuertes.

“Para un país que pasó tantos años viendo arte figurativo, la abstracción fue una ruptura violenta. Un sector lo vio con buenos ojos y a otros no les gustó, es lógico. Sin embargo, yo no me quejo, mi obra tuvo aceptación y hubo críticos que elogiaron mi trabajo”, recordó Fernández.

Un texto breve publicado en la página 13 de El Diario de Costa Rica el 31 de mayo de 1958 calificó la exposición como un “suceso artístico revelador de uno de los valores positivos de nuestra promisoria juventud y además el más importante quizá de los que puedan haberse realizado en nuestra capital”.

Si todavía en el 2017 a las mujeres se nos juzga con más severidad que a los hombres podemos imaginar cómo era la crítica hace 59 años.

Ya ella había roto el esquema de las mujeres de su época para dedicarse a la pintura como una profesión y no solo como un pasatiempo. La joven pintora sorteó el estigma sexista. “Estuve al mismo nivel de los pintores. Francamente no tuve esa barrera de género o no me di cuenta. Siempre fui aceptada, exponía con todos mis colegas… Posiblemente yo no me daba cuenta, o no me lo decían”, recordó.

De aquella época extraña la riqueza de las discusiones sobre arte tanto en la prensa como en tertulias informales. “Siempre ha habido críticas negativas, pero es algo normal. Lo que si era muy interesante es que había muchas personas que escribían en los periódicos y si la crítica era negativa, dos días después todo el mundo esperaba la respuesta de otro crítico o de otra persona que se interesaba por el arte. Yo asistía a muchas reuniones con Flora Amighetti que era pintora y compañera mía”.

En 1961 obtuvo una beca de la Unesco que la llevó por Japón, India, Hong Kong, Tailandia, Birmania y otros destinos orientales.

El encuentro con esas culturas marcó varias de sus series comoOriente y Personajes de Oriente. “En Japón me llamó mucho la atención ese sentido del espacio, de las grandes áreas –no me gusta decir ‘vacías’– sino sin elementos. Además me impactó muchísimo ese refinamiento en sus modales, en la manera de vestir, de saludar”, declaró. Ella misma cuida los suyos: Para hablar es pausada, pero firme. Su cabello blanco, bien recortado y peinado combina con su blusa también blanca, pantalón holgado y zapatos cómodos.

Lola Fernández fue, además, la única mujer del Grupo Ocho, un colectivo artístico fundado en 1961 que sacudió las bases de la plástica costarricense, dominada entonces por la Generación Nacionalista.

Ella aclara que no fue parte de los miembros fundadores y que su ingreso fue posterior. “Hernán González y Harold Fonseca (dos de los integrantes) me insistieron mucho en que me uniera al grupo. Sin embargo, cuando por fin se fundó yo estaba fuera del país así es que no firmé el manifiesto con las ideas que ellos plantearon”, explicó.

Fernández ya había pertenecido a otro colectivo durante sus años de estudio en Colombia: el Grupo de los Seis, en Bogotá, integrado por cuatro pintores y dos escultores. “Nosotros con nuestra audacia juvenil le propusimos una exposición a la directora del Museo Nacional de Colombia y ella se interesó en nuestro trabajo y nos montó la exhibición”.

Destacados críticos de arte de la época como el cubano José Gómez Sicre y la argentina Marta Traba elogiaron su obra.

Versatilidad

Si bien esta artista es celebrada por su aporte al arte abstracto, su cosecha es mucho más amplia. “Es difícil circunscribir la obra de Lola Fernández a una sola corriente artística. Su producción ha pasado por la abstracción informal (o expresionismo abstracto) y por la neofiguración, pero también se ha alimentado de otras tendencias”, opinó Triana.

La artista tiene una visión particular sobre este estilo. “El arte abstracto no existe, siempre figura algo. Desde hace años vengo diciéndolo, lo que pasa es que no es tan perceptible así a simple vista. Lo abstracto está presente en las formas increíbles que hay dentro del cuerpo humano y en la naturaleza”, declaró .

Uno de sus temas recurrentes son los volcanes. Sus cuadros no son representaciones realistas, sino más bien una impresión personal sobre su belleza, fuerza y majestuosidad. “Los volcanes son ‘retratados’ de forma tan subjetiva, que rayan con la abstracción”, agregó la curadora.

El ser humano y sus contradicciones también está presente en su trabajo. “En el caso de la obra figurativa, que es donde se pueden reconocer motivos, es característica la representación de personajes imaginados, entre humanos y fantásticos, como los de su serieArquetipos . También es frecuente la representación de muchedumbres”, destacó Triana.

Algunos de sus personajes están inspirados en los atuendos del carnaval de Barranquilla, otros tienen un aire teatral producto de su estrecho contacto con ese gremio y otros son rostros enigmáticos como absortos en su propio mundo.

En todo caso, las temáticas son tan amplias y diversas como la vida misma: la violencia, la relación ser humano-máquina, nuestro pasado precolombino, las fiestas populares como carnavales y pasacalles, la exuberancia de la naturaleza, la violencia, los problemas sociales.

En el repertorio de técnicas y materiales han desfilado, óleo, placa (como un acrílico con agua), acrílico, collage , estarcido, transferencia química de imágenes, relieves, mosaicos, entre otros. “El óleo es más generoso y más dúctil, pero el acrílico seca inmediatamente y permite jugar con las texturas”, agregó .

En la serie Testimonio (1980-1981) experimentó con la técnica de transferencia “yo tomaba el periódico o la revista y pegaba el papel con una goma especial en el lienzo y lo dejaba como un prensado durante un mes. Después le quitaba el papel y quedaba solo la tinta. Lo que tenía yo era gran paciencia”, detalló.

La serie retrataba la crisis política y social de la época, principalmente las guerras en Centroamérica

Sello Lola

Pintar durante tantos años sin repetirse es un reto que esta artista ha superado. “Me imagino que algunos artistas tendrán que hacer concesiones, debe ser tremendo. Yo me di el lujo de hacer siempre lo que quise y cambiar. ¿Se imagina usted pintar toda la vida lo mismo? Estar vivo es renovarse. Hacer cosas nuevas es muy estimulante”.

Admite que, a pesar de la variedad, su obra es reconocible.

“Son muchas etapas, pero se traslapan conforme va pasando el tiempo. A mí me llama la atención que cambio yo de tema, o de manera de pintar, paso de abstracto a figurativo y todo el mundo me reconoce. Es algo curiosísimo, incluso me pasa en el extranjero”, dijo.

¿Y cuál cree usted que es el sello Lola Fernández? “Ah, eso no lo sé. Eso me lo pregunto. Tal vez es que he sido como muy fiel a mí misma y a lo que pienso”.

Aunque sus creaciones evidencian un gran cuidado técnico, la artista asegura que nunca planifica sus pinturas ni trabaja a partir de bocetos.

Las decisiones sobre color y los elementos en la composición tampoco son estrictamente planeados con antelación. “Cada cuadro tiene su propio camino y uno nunca sabe dónde va a terminar”.

Sin embargo, durante toda su vida ha pasado “tomando apuntes” en alguna libreta, cuaderno, o cualquier trozo de papel disponible.

El resultado son cientos de “garabatos” que, en manos de Lola Fernández, son prácticamente bocetos en los que, sin querer ,esboza las ideas que están en su cabeza y que luego cobrarán forma en sus piezas.

Ella no se considera dibujante, mas la cantidad dibujos es tan grande que bien se puede repasar su producción por medio de ellos.

Recientemente, la Vicerrectoría de Acción Social de la Universidad de Costa Rica publicó el libro Lola Fernández: apuntes y dibujos de una vida, en el cual rescata gran cantidad de esos trabajos. La publicación se presentó en el marco de la celebración del 120 aniversario de la Escuela de Artes Plásticas.

Como reconocimiento a su robusta trayectoria el Estado costarricense le otorgó el Premio Nacional de Cultura Magón en 1995.

Actualmente, su vida sigue transcurriendo entre pinturas, entre Costa Rica y Suiza y a la espera de poder montar una exposición con material reciente.

Publicado en Nación
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