La Crack Family

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La increíble historia de este grupo de rap de Ciudad Bolívar, uno de los barrios más peligrosos de Bogotá (Colombia), cuyos éxitos suman millones de reproducciones y que actúa este fin de semana en Madrid y Valencia

La bicicleta avanza haciendo eses por la calle 19 con la carrera Décima, en el centro de Bogotá. El chico se para un par de veces para preguntar algo. Tras dos intentos fallidos se dirige a una cigarrería, donde paga unos pesos para hacer una llamada. Entonces suena mi teléfono.

Jimi me recoge y atravesamos el centro de la capital colombiana. Él empuja con las manos la bici, yo ando a su lado, ambos pasamos de largo a hombres tirados en el suelo que susurran cantinelas sin sentido. Son los indigentes que expulsaron hace ahora un año del Bronx. A falta de un plan B, muchos de ellos se han quedado por las calles próximas a la Plaza de España, parecen estatuas vivas esperando una dosis: «Tan sólo una monedica, señor».

Allí está la tienda de ropa y música de Crack Family. Jimi me cuenta que este grupo de hip hop originario de Ciudad Bolívar, uno de los barrios más peligrosos de Bogotá, le salvó la vida: «Son un ejemplo de superación para los jóvenes que se la pasan rebuscándosela en la calle», me dice, y hace un gesto que parece instintivo, agarrándose por arriba los pantalones anchos mientras se toca la gorra donde se lee «Crack».

El nombre de Crack Family, una referencia para cualquier aficionado al rap en Latinoamérica, se asocia en Colombia a la vida de los chavales descarriados de los bajos fondos. Son los poetas de las calles que las guías de viajes recomiendan evitar, los cronistas de lo que pasa en las ollas, núcleos de delincuencia en las grandes ciudades poblados por mafias, drogadictos, prostitutas, mendigos y críos enganchados al basuco, la pasta base de la cocaína conocida como «ladrón de cerebros» por sus devastadores efectos.

La banda se formó en 2000 como una evolución del grupo seminal Fondo Blanco, cuando Cejaz Negraz (Cjz Ngz) se encontró en Bogotá con Manny ($$$), que regresaba a Colombia tras ser deportado de Estados Unidos, donde pasó por la cárcel. «Cuando tenía cinco o seis años mi madre me llevó a Nueva York. Íbamos los dos de un lado para otro, pasaba mucho tiempo solo. Era un emigrante allá, me junté con los latinos. Tuve que regresar a la fuerza a los 24. A veces suceden cosas malas para que puedan llegar las buenas», explica Manuel (los estadounidenses le llamaban «Manny» y de ahí su apodo).

A Cejaz Negraz le gusta decir que los dos han vivido experiencias paralelas: ambos crecieron con madres solteras, sin la figura del padre, y desde muy jóvenes tuvieron que buscarse la vida. «Son historias duras pero bien bacanas, la una se refleja en la otra. Yo nací en un hospital al sur de Bogotá, en el barrio de San Benito, donde se hacen las chaquetas de cuero. Era asqueroso, siempre recuero el olor a cuero vivo. Estaba pegado a Ciudad Bolívar y acabé allá».

Cuando por la noche en Bogotá miras hacia el sur, se ve a lo lejos una montaña con cientos de lucecitas que trepan por sus laderas. Eso es Ciudad Bolívar. «Entonces las calles estaban sin pavimentar, no veías ni a un policía, era peligroso. El polvo se venía siempre a usted, había que andar con el ojo agachado. Había banditas de verdad, con sus cuchillos y armas. Mi mamá nunca tuvo una casa propia, andábamos de un lado para otro, yo llegaba a un barrio y otro man me llegaba a tirar los ojos».

El rapero frecuentó durante una década El Cartucho, la primera olla que hubo en Bogotá, antes del Bronx. «Perdí 10 años de mi vida», lamenta. «Yo fui padre a los 13, una chica me quitó la virginidad y quedó embarazada, a partir de ahí mi vida fue un caos. Vengo de un barrio, sé lo que es estar en la guerra, conozco el rechazo. En España los raperos hablarán en sus letras de lo que fuman, que toman cerveza y esas cosas. Nosotros contamos lo que sucede en el callejón, cantamos sobre los hurtos, las vainas, las vueltas, del sicario, de las ratas, de las putas, de la pobreza«.

Crack Family siente que tiene que defenderse de los moralistas que ven en ellos un peligro para sus hijos. Por eso, blanden dos lemas como si fueran armas contra la hipocresía de los biempensantes: el progreso continuo y la lucha por la no degradación. «Nos han acusado de que incitamos a los niños a la violencia y las drogas. Lo único que hacemos es un diario de vida. Hoy los dos somos padres, hemos logrado salir de eso», dice Cejaz Negraz con una lúcida verborrea que apabulla.

Su ejemplo es inspirador: empezaron desde lo más profundo del hoyo de la clasista y excluyente sociedad colombiana, donde los barrios se dividen por estratos, según el poder adquisitivo. Hoy sus éxitos superan los 20 millones de reproducciones en YouTube, graban vídeos en Miami y tienen una red de tiendas donde venden su propia línea de ropa. El grupo se encuentra en una gira por Europa para presentar su nuevo disco ‘Fuego’, que pasa este viernes 2 por Madrid (sala La Bombón, en La Latina) y el sábado 3 por Valencia (pub Son Caribe, en Pont de Fusta).

«Queremos mostrar un camino, servir de ejemplo, somos una religión. Hay millones de jóvenes perdidos en el mundo porque no tienen quien les guíe». Hay un ejército creativo detrás de ellos: desde chicos como Jimi que les ayudan con la comunicación y los recados hasta diseñadores, productores, ingenieros de sonido… «Nosotros les decimos: ‘Usted tiene que esforzarse, hacer algo con su vida. Deje las calles y venga con nosotros, no hay lío, ya encontraremos algo en lo que pueda ayudar».

Aseguran que les han llegado ofertas de Estados Unidos y las discográficas les han tentado. «Escuchamos las propuestas, pero uno ya es un perro viejo en este negocio. Nunca hemos pagado por publicidad ni nos hemos vendido. Seguimos en la misma vaina: crear progreso, ayudar a los pelados (jóvenes), ofrecer a nuestros hijos las oportunidades que nosotros jamás tuvimos, ¿sí me entiendes, pa‘?», sentencia Cejaz Negraz.

Publicado en El Mundo

Crack Family, religión de la calle

Que de niño Cejaz Negraz era un ladrón y que Money estuvo encerrado en una cárcel de Estados Unidos. Que antes de ser la Crack Family fueron Fondo Blanco y que en ese grupo estuvo metido alias Homero, supuesto jefe de un gancho del Bronx. Que se montaban a una tarima en esa olla y cobraban $1 millón por canción. Lo que se dice de ellos da para un libro en varios tomos.

Es difícil saber qué es mito y qué es verdad en la historia de la banda de rap más famosa de Bogotá. Lo claro es que con su sonido hardcore y sus letras crudas, que cuentan la vida del pillo, el drogadicto y la olla, se convirtieron en un fenómeno de la ciudad, o más bien, de sus calles. La Crack llegó a ser lo que es y a andar, incluso, en limusinas por Europa, por su fidelidad con su origen en los barrios bajos de Bogotá.

En el punto de encuentro le escribo un mensaje a Cejaz para saber dónde está, cuando veo a tres policías alrededor de un carro rojo. Sabía que él andaba sin papeles. Se cayó la entrevista por segunda vez, pensé. La primera había sido el día anterior, cuando me quedé esperándolo en la Plaza España. Los tres policías hablaban con Cejaz. Money estaba tranquilo, recostado en el puesto del conductor. Atrás, un niño de cinco años. El primer policía salió con una libreta garabateada. Respiré aliviado. El mito detrás de la Crack Family se había vuelto prejuicio. Los agentes sólo les estaban pidiendo autógrafos.

Desde sus comienzos en los 90 ya mostraban su potencial para pegar duro en la escena musical. Como Fondo Blanco, fueron un grupo de culto. Los conocían en los barrios populares. Ahora, como Crack Family, son un fenómeno en toda la ciudad. Una religión, dicen ellos. Tanto que en un par de horas la entrevista fue interrumpida una y otra vez por seguidores que llegaban a pedirles fotos y firmas. Ellos los saludaban con sus puños como si fueran amigos de siempre. Y eso que estábamos al norte de la ciudad. En el sur son estrellas. En el centro, dice Money bromeando, “nos tiran hasta calzones”.

Por estos días, la Crack Family anda en boca de muchos porque, luego de que la intervención del Bronx desenterró las historias de esa plaza de drogas, salió una versión que los vincula con un supuesto jefe de un gancho. Ellos lo desmienten, clausuran el tema diciendo que no tienen nada que ver con ningún gancho ni con Homero. Les molesta que piensen que su reconocimiento lo alcanzaron porque los impulsó el crimen. “Publicidad gratis”, les dicen algunos amigos, pero a ellos ese argumento no los convence. Prefieren contar su versión.

Llevaban vidas paralelas, dice Money. Él en Nueva York y su socio en Ciudad Bolívar. Cejaz llegó del campo al sur de Bogotá, con su mamá y siete hermanos. Money salió de Bogotá con su familia a los cinco años rumbo a Nueva York. “Para seguir comiendo mierda acá, pues mejor comíamos mierda allá”, dice.

Ambos son hijos de madres solteras. Uno se envolvió temprano en las drogas, fue ladrón y padre a los 13 años, viviendo en “barrios de putas, ladrones y sapos” en Bogotá, como dice una de sus canciones. El otro estuvo a la deriva afuera. “Caí como víctima de la calle. Viví la pesadilla americana”. Estuvo 19 años en Estados Unidos, los últimos en la cárcel. Volvió a Bogotá porque lo deportaron. “Es mi destino: no volver al punto donde estaba”, cantan en Las tetas d. Eso es algo de la historia que hubo antes de que Cejaz y Money se conocieran y estuvieran en Fondo Blanco, el paso previo de la Crack.

Prefieren no hablar de sus pasados, que ya son bastante conocidos, dicen. Y sí, en internet hay decenas de publicaciones sobre lo que fueron, que tambalean entre el mito y lo que realmente son este par de raperos. Y en sus canciones se descubren detalles de sus vidas, que se pueden condensar en una palabra: calle. “Seguimos siendo gente de barrio. Mis amigos son chinos que se la rebuscan”, dice Cejaz. Ahora sienten que han madurado, que son otros tiempos. “Nuestra música es un reflejo de la ciudad, de nosotros. Habla de estar enamorados, de nuestros hijos, del agua, del aire, de vida”.

Prefieren concentrarse en su presente. La Crack Family significó el despegue de Cejaz y Money: mejorar la producción en sus canciones, tener su propia marca de ropa, abrir tiendas en cinco ciudades, salir de gira al extranjero y la masificación de su música. Hoy, en su canal de Youtube, sus videos suman 151 millones de reproducciones. Un número largo si se tiene en cuenta que no suenan en la radio ni tienen promoción más allá de la que ellos hacen en redes sociales y, sobre todo, si se considera que la industria del rap en Colombia prácticamente no existe. “Un amigo en Miami al que le gusta lo que hacemos, otro en Madrid, otro en Bosa… esos son los que se encargan de mostrar nuestra música”. Así explica Cejaz su modelo de “viralización”, una palabra que repiten, que les gusta.

Mientras crecía el alcance de su música también lo hacía el mito, ese del que se quieren desmarcar. “Han dicho de todo, que éramos illuminati, por una imagen que salió en un video; que nos patrocinaban bandidos; que gracias a nuestra música los niños consumen crack; que hicimos conciertos en la L del Bronx para atraerlos… No, no nos patrocina nadie. Nadie nos pagó el vinilo que grabamos en Europa. Nadie nos dice por encima del hombro qué escribir. Y nadie vivió por nosotros lo que hemos vivido”, agrega Cejaz.

Frente a su concierto en la L, explica: “Un día fui a fumarme un bareto y pensé: ‘qué chimba tocar acá, darle un concierto gratis a la gente del Bronx y hacer una pintura que diga Crack Family’. Les comenté a los de seguridad, que ni siquiera eran estos que ahora mencionan. Les dije: soy el rapero que ustedes ponen a sonar en las rockolas y quiero dar un concierto”. Fue solo un toque, dice, y antes de que se popularizaran los conciertos de rap en el Bronx.

Esas historias que ellos niegan se han potenciado por el contenido de su música. “Un drogadicto en serie”, por ejemplo, narra el recorrido de un muchacho que empieza “fumándose los ahorros de su vieja” y termina muerto por andar robando. “Estoy aburrido/ Quiero matar a alguien/ Se echaron a mi socio por faltar a muchos/ Por fumarse amigos, familiares, conocidos”.

“La música de nosotros es un reflejo de la ciudad y de nuestras propias vidas”, dicen. Y agregan que su lema personal, el de la CF, atraviesa su música: progreso continuo. “Ahora llevamos una vida que va derecho, transparente. Si alguien que me conoció antes me ve ahora y no entiende que es progreso, no entiende nada”, dice Cejaz.

En la entrevista, el hijo de Money, un niño de cinco años, se ha pasado el rato jugando con seis carros que sacó de la juguetería en la que tiene convertido el carro de su papá. Money casi siempre está con él. Lo lleva y lo recoge de las clases de taekwondo, fútbol y natación. Lo lleva y lo recoge del colegio, junto a uno de los hijos de Cejaz, que estudia allí mismo. “Mi hijo logró lo que ni el Estado ni la cárcel ni mi mamá pudieron. Hoy trato de respirar más”. De sus familias “naturales”, como dice Money, les queda poco. Él sólo se habla con la mamá y una tía. Cejaz, sólo con la mamá. “Escogí una familia -dice refiriéndose a Cejaz- porque mi familia natural se alejó de mí cuando tuve problemas”.

“Hay muchachos que dicen: ‘sabe qué cejitaz, no hay familia ni religión sino Crack Family’. Y son muchachos que en serio no tienen a nadie. Lo dicen porque nuestras letras hablan de ellos”. Una buena parte de la ciudad se siente contada en sus letras. El mito crece y la línea que lo divide de la verdad es difusa. Lo concreto es que en las calles de Bogotá, donde caminan pelados con chaquetas con sus caras y sus símbolos, donde se oyen por miles sus canciones, Crack Family se ha vuelto una especie de religión.

Publicado en El Espectador

“Somos testimonio del ‘progreso continuo’”: Crack Family

Crack Family sabe todo lo que se dice de ellos. Lo bueno y lo malo; lo cierto y lo falso. Y parte del éxito que han cultivado en más de 20 años de carrera radica en que no han dado crédito a los comentarios, pues prefieren responder como saben: con música. El estilo de la banda bogotana, tan undergorund como exitosa, es producto de una fórmula infalible que los ha llevado a ser aclamados en tarimas de Colombia, América y Europa. Crack Family, nacida en las entrañas de Ciudad Bolívar -acaso la localidad más olvidada de Bogotá-, lleva dos décadas retratando el más crudo día a día de los barrios colombianos.

Son hijos de la calle y la conocen como pocos, por lo que su testimonio es quizás la más fehaciente prueba de que el Estado no tiene ojos para todos. Sus letras, bases, videos, estética, puesta en escena y hasta sus relaciones interpersonales, son producto de haber nacido en ese conflictivo entorno, y en familias disfuncionales, como otros tantos -¿millones?- de hogares en el país. Igual que la mitad de sus compatriotas, son hijos de la violencia y del olvido que retratan en sus canciones, que han escandalizado a la otra mitad del país por mostrar una realidad que muchos no ven… o no han querido ver.

Cejaz Negras y Manny, integrantes principales de la banda, son los «rockstars» del hip hop colombiano. No por engreídos o por pedir 20 litros del más fino alcohol para cada presentación. Por donde pasan generan tanta conmoción como exaltación, porque si hay algo claro es que son una banda que despierta amores y odios, quizás por igual. Sus fans los reconocen a metros y no vacilan en acercárseles, pedirles un autógrafo o una foto y hasta hablarles como conocidos de toda la vida, ya que pese a la imagen de gánsteres que han construido son más bien dos amigos de todo el mundo que asumen a cada persona como un mundo y, como tal, intentan comprenderlo. La visita de dos o tres horas que hizo Crack Family a la sede del conglomerado de medios que agrupa a El Espectador, Caracol TV, Shock, Cromos y Vea, entre otros, fue constantemente interrumpida por fanáticos de la banda que no venían de esos barrios que describen, sino que estaban en oficinas y restaurantes del complejo.

La naturalidad es una característica indiscutible de la banda. Su claro mensaje no sería arruinado con estéticas incoherentes a lo que han sido, o con coqueteos a los sonidos exitosos de acuerdo a cada época. Esa naturalidad la manifiestan en singular, al obviar hasta el maquillaje para fotos promocionales; también en colectivo, al burlarse de lo políticamente correcto para la música. No tienen problema en prender un porro en pleno concierto, tampoco en salir en videos entre modelos y camionetas, y mucho menos en hablar de su oscuro pasado. «Es empírico. Es natural: Crack Family es nuestro proyecto y nuestro mecanismo», relatan. Así lo definieron conforme fueron adquiriendo esa furiosa personalidad con la que destrozan las modas. No están de acuerdo con las clasificaciones, pero creen que, por ejemplo, el fenómeno del trap no es más que otro hurto directo al hip hop. A su modo de ver, morirá en un tiempo y luego se volverá a recurrir al rap para fusionarlo y poner otro ritmo de tendencia.

“Trap es el punto. Trap es el ghetto. Trap es la calle. Pero ahora lo están haciendo con ‘Te amo’ y bailadito. En Estados Unidos es “cocinando coca”, “armando los fierros”, “del golpe”. Trap es pistoleando. Trap es jibareando, dice un airado Cejaz Negraz. “Están siguiendo un modelo que fue exitoso; dicen: ‘lo llevo acá, que esta gente casi no sabe de esto’. Más tarde se cansan de escuchar trap y vuelve y cambia el ritmo. Lo están categorizando así, pero eso existía desde hace rato y está más ligado al rap que cualquier cosa. Al reggaetón se le acabó el campo de acción. Hicieron todo lo que podían hacer y ya están buscando otras cosas”, sentencia un más reflexivo Manny sobre las lógicas de la industria musical. Despedazan ese nuevo trap, como también la música urbana, que prefieren entrecomillar. «No importa de qué lo unten o de qué lo fusionen. El que está claro está claro», dicen sobre el rap y esas nuevas manifestaciones que están rayando con lo que hizo hace mucho Crack Family. Eso por lo que han sido tan criticados.

Bogotá ha sido su inspiración y su mantra. Crack Family ha dibujado como pocos artistas la vida en las calles de la capital, con todo lo que esto implica: delincuencia, corrupción, drogadicción, prostitución y todos los peligros a los que se expone una persona que transita las aceras de la ciudad. Aunque esa ha sido la faceta que los ha caracterizado, la banda también se ha arriesgado a hablar de amor, de superación, de las alegrías y el pensamiento humano. En últimas, de la vida. «Tenemos una línea de música y podemos hacer música romántica, de revolución, de calle. Es música y son sensaciones de la vida, y la vida no es solo lo bueno, también es lo malo, lo gris, lo azul… usted es el que le pone color a su vida». Y es que, pese a contar la calle con lujo de detalles, las canciones de Crack Family hace mucho que sobrepasaron ese cliché.

(Lea: Crack Family, religión de la calle)

Esa etapa -que por más que se quiera presentar como nueva, no lo es- los ha llevado a grabar y presentarse en los países más dedicados al hip hop. Desde Estados Unidos hasta Noruega, pasando por México, Francia, España, Alemania y toda Latinoamérica, han sido testigos de la evolución de una de las bandas más globales de Colombia. Una evolución que ellos prefieren llamar “Progreso Continuo”, una expresión que más que eso son su lema y la credencial con la que se presentan ante el mundo. El slogan tiene un pequeño anexo, que es igual de importante para sus producciones: «No degradación». En total, las cuatro palabras representan la visión de la banda sobre la autogestión e independencia que profesan.

 “El mensaje de nosotros es, en realidad, para aquellas personas que están apartadas, discriminadas o que son minoría. Para los muchachos que no saben para dónde van. Todo el tiempo se les habla de salir adelante y de tratar de vivir de lo que usted hace”, cuenta Cejaz Negras, mientras que Manny va más allá y prefiere describir su trabajo como algo por encima de la música. «Hay cosas en la vida que generan emociones y ahí es cuando uno sabe que está bien hecho. Más allá de la afinación, más allá de la entonación, si algo está bien hecho se siente«, dice.

Son ejemplo de que llegar a la cima desde abajo es posible. Son ejemplo de que el trabajo, la constancia y la disciplina son la respuesta más adecuada a los haters del rap, e incluso a los que, dentro del mismo género, han intentado borrarlos por no estar de acuerdo con lo que dicen. Son ejemplo de que se puede vivir del hip hop y que, en Colombia, un país que a veces parece detestar a sus artistas, es posible construir todo un imperio con una idea clara y un esfuerzo incesante. “Recibimos el fruto del progreso de nosotros mismos. El progreso existe y se puede vivir de la música o de lo que a usted le gusta”, testifica Cejaz.

Así han logrado crear todo un sistema paralelo (gobierno subterráneo, le dicen ellos) con el que, de una u otra forma, suplen todo lo que de otra forma les tocaría rogar. Pensaron que, teniendo una disquera, una marca de ropa, un estudio de grabación y un equipo multimedia, las cosas serían más fáciles. Y estaban en lo cierto. Al hacerse con la infraestructura necesaria para no tocar puertas de la casi inexistente industria del rap en Colombia, se salvaron de haber pasado por el calvario que sí tienen que vivir los que tienen el dinero, el talento o la palanca necesaria para sacar adelante su trabajo.

Dicen que hace mucho perdieron la cuenta de cuántas canciones han hecho. Tanto las que están en álbumes y mixtapes (que tampoco saben cuántos son; unos 17, calculan), como las que tienen engavetadas. Y perdieron la cuenta por esa misma maña de estar fijándose más en el presente que en el pasado. Por eso, lo único que tienen bien claro es que este sábado presentarán el segundo de cuatro álbumes con los que quieren rendirle un homenaje al hip-hop.

“Fuego” es el protagonista de la maratónica jornada que Crack Family ofrecerá este sábado 29 de abril a sus seguidores. “Fuego”, del que ya presentaron su antesala (un video que en dos días sobrepasó las 74.000 visitas), es el álbum que sigue a “Agua”, y el que, esperan, preceda a “Tierra” y “Aire”. Como es evidente, optaron por tomar los nombres de los cuatro elementos vitales. Vitales, como lo son el DJ, el MC, el B-boy y el graffiti para el movimiento que los ha llevado a lugares con los que hace un tiempo solo podían soñar.

Desde el mediodía se presentarán en La Bodega, en el centro de Bogotá, un sector que es casi su segundo hogar. A las 8:00 p.m., la gran cita será en el Auditorio Lumiere, donde estarán con varias de las figuras del rap bogotano: Big Mancilla, Rap Bang Club o Roots Rolo. Apenas se bajen de esa tarima, en realidad unos días después, nuevamente se van a Europa a seguir trabajando en el mensaje de progreso con el que quieren ser identificados.

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