El presente de la región y las batallas culturales

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En el escenario de guerra cultural que la posguerra fría impone a Cuba, las televisoras latinas radicadas en Estados Unidos solo admiten y reproducen opiniones de descrédito absoluto al proceso revolucionario y jamás toleran discrepancias al respecto. Las condicionantes de codificación son absolutas y la conformación del sentido tipifica con claridad el resultado. Un juicio predeterminado prevalece: no hay nada en Cuba que merezca la pena rescatar. Tan rígido es el código, que se obvia la contradicción evidente de entrevistar artistas cuyos talentos se desarrollaron en el propio proceso revolucionario, con sus escuelas gratuitas, su apoyo cuando carecían de popularidad y reconocimiento masivo, y el costo de los riesgos experimentales que los fueron formando. Son procesos caros y de difícil inserción en la industria cultural a los que el artista cubano accede con facilidad relativa. Y este elemento se obvia tanto por parte de la televisora que controla el mensaje como por los propios artistas que ceden a los tópicos de búsqueda de rating.

Si por excepción se dan casos de entrevistados que pretenden reconocer valores, siquiera parciales y muy tímidos, del socialismo cubano, reciben la más despiadada andanada de descrédito mediático entre la comunidad a donde han ido a llevar la cultura surgida dentro de la Revolución cubana. Comienzan a tratarlos de inmediato como a los apestados de la remota Edad Media. Acaso ciertas manifestaciones del Fundamentalismo sean el mejor punto de comparación. La osadía de Olga Tañón, luego de su vista a Cuba, tuvo un alto costo para ella, lo que desmiente que solo el mercado determina el mensaje.

Para las televisoras de abierta guerra cultural solo está permitido el punto de vista del renegado y en su estrategia de comunicación desarrollan solo valores comerciales que tipifiquen los elementos del código de guerra. Son absolutistas en la norma de tendencia política: su propio sistema de Partidos es el único que puede llamarse democracia. Realizadas con envidiable desarrollo tecnológico, sus producciones carecen prácticamente de valores artísticos y creatividad individual, con lo cual codifican la reproducción de un mensaje que se unifica tanto en el ámbito de la creación como en el de la recepción del producto: es nocivo trabajar por elevar la cultura de la masa. Los intentos de la televisión cubana, u otras televisoras públicas alternativas que se lo proponen, no son sino pérdida de tiempo y dinero y, desde luego, una elección de perdedores.

Buena parte de estos programas de guerra cultural se reproducen en Cuba, ya sea a través de la gestión conocida como El Paquete, que es un acto de comercio ilegal de información audiovisual, o a través de las también ilegales transmisiones de lo que se conoce como “antena”, es decir, la prestación del servicio de esas televisoras en nuestros hogares más humildes, por cierto. Paradójicamente, cada vez que se despliegan operativos para detectar el comercio ilegal de estas transmisiones, los llamados medios alternativos se hacen eco de la noticia, presentándola como un acto de represión de la libre elección del entretenimiento en Cuba. Jamás se duelen de que estén siendo “pirateados”, como lo harían con otras que pretendan lucrar con su propia señal de transmisión. Es tan importante que el mensaje de guerra cultural se expanda en nuestros barrios, que “sacrifican”, para el caso de Cuba, un patrón que es constante y casi sacro en el capitalismo.

Otro ejemplo que puso en evidencia el aceitado mecanismo de guerra cultural fue la reacción de ensañamiento contra el cantautor Tony Ávila cuando se disponía a presentarse en un club de Miami. Apenas se hizo pública la noticia, una vocera de las Damas de Blanco lo denunció como represor violento contra su organización (lo cual era por completo falso, desde luego). De inmediato, la denuncia fue reproducida como cierta y consiguió la manifestación radical de esa comunidad mediática. Así, los objetivos de guerra cultural bien definidos, y no los comerciales, cancelaron su presentación.

No debe obviarse, como lo hizo el presidente Obama en su visita de restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, que la contratación de cubanos residentes en la Isla está penalizada por las obsoletas leyes del Bloqueo económico y que, en casos como este, es imposible acudir a recursos legales que el capitalismo suele respetar, como el contrato. El intercambio cultural, que las modificaciones de la última etapa intentan potenciar, debe producirse en absoluta gratuidad de prestación de servicios. Esto genera un flujo de “dinero negro” entre instituciones patrocinadoras en los Estados Unidos y los artistas cubanos que en ellas se presentan.

No creo que la mayoría de los artistas y escritores que se insertan en este tipo de intercambio sean conscientes del papel que juegan en la guerra cultural, pues casi siempre los motivos personales se basan en la necesidad de promoción, la búsqueda de mejores, o mayores ingresos, y la facilitación de reencuentros familiares. No obstante, tales prácticas lastran un desarrollo eficiente del intercambio cultural y condicionan la presencia cubana al cierre del Bloqueo según el motivo estadounidense, o sea, a la supresión del sistema socialista cubano. Así, se va gestando una especie de virus que empodera patrones normados en las reglas de la ideologización capitalista. Y una vez más se pasa el paquete de culpas para Cuba sin que importe que lo más obvio es la existencia del Bloqueo, con sus leyes de Guerra Fría perfectamente claras.

¿Cómo terminaría uno de esos artistas que, en ese intercambio de falsos servicios gratuitos, se atreviera a manifestarse con esa paquete de leyes que le impiden cobrar legalmente su trabajo? La respuesta es tan obvia, que no vale la pena describir su imagen, augurar su posibilidad.

Fuente: http://www.lajiribilla.cu/articulo/cuba-y-el-paquete-de-guerra-cultural

Publicado en Rebelión

«El problema en América Latina no son las derrotas electorales sino las culturales»

«Si alguna cosa es una frase, similar a la de ‘la década ganada de la década perdida’, diría que la anterior fue una década desesperada en muchos países latinoamericanos, porque en lugar de las nuevas sociedades, nos quedamos solo en una redistribución del bienestar».

La anterior es una de las argumentaciones que el periodista y académico uruguayo Aram Aharonian expone en su libro ‘El progresismo en su laberinto’, recientemente publicado en Argentina.

Se trata de un tema espinoso en la región, sobre todo por el retroceso que supuso para la izquierda la derrota electoral del ‘kirchnerismo’ en Argentina y los efectos del cuestionado ‘impeachment’ contra Dilma Rousseff en Brasil.

Pero el también fundador de Telesur sabe que está pisando terreno minado.

Entrevistado por RT, explica que su alusión al laberinto «es una provocación para seguir con el análisis de lo que sucedió en nuestros países en los últimos 15 años». Un período en el que «hubo muchos aciertos, muchas esperanzas, algunos errores».

No obstante, admite que el objetivo era «la construcción de nuevas sociedades, pero no se logró avanzar en eso».

Sistema republicano

Al referirse a los gobiernos que se asumen de izquierda en Latinoamérica, el autor apunta como un problema el que estos «no  han sabido vender esperanza» y que cuando hacen promesas, en un marco electoral, «se quedan en exponer ‘lo que les dimos en estos cinco, diez o quince años’, y no hay mensajes de esperanza para construir un futuro mejor, sobre todo para las nuevas generaciones».

Pero «lo más grave», indica, «es un dilema sobre si nuestros países transitan hacia el fortalecimiento del sistema republicano, o si deben ayudar a que se derrumbe».

Y habla de un derrumbe porque, para él, en ese sistema se «oculta un poder fáctico que está mucho más allá del gobierno formal»; de allí que «la izquierda llega al gobierno y generalmente no consigue el poder».

Comunicación de izquierda

El exdirectivo de Telesur apunta como tarea pendiente la forma en que la izquierda asume los temas mediáticos.

«Comunicacionalmente somos muy reactivos y poco proactivos, nos cuesta mucho decir qué hacemos», y además «se entiende que debemos hacer una comunicación de ‘plaza sitiada’. Es decir, nos atacan y nosotros debemos atacar y defendernos».

Ese tipo de actitud, agrega, consigue que «cualquier crítica que se nos haga, a los procesos progresistas, generalmente sea tomada como si viniera del enemigo«.

Para Aram Aharonian, «en América Latina el problema no es una derrota electoral, sino las derrotas culturales». Y considera que eso lo entendió bien la derecha actual, a la que precisa como «muy diferente a la de los años 90».

Ahora, expresa, con el control que esa derecha tiene del «aparato comunicacional y mediático, con el bombardeo y el terrorismo mediático permanentes, pueden crearse imaginarios colectivos muy distantes de la realidad real, como ocurre en el caso de Venezuela «.

Batallas simbólicas

Consultado sobre la forma de enfrentar las operaciones mediáticas en la actualidad, Aram Aharonian señala que «antes las batallas eran con misiles, con ametralladoras, pero hoy son simbólicas, ideológicas y culturales. Para ello se necesita otro tipo de armas. Y muchas veces, la caja de herramientas con la que estamos trabajando está fuera de uso».

Es radical en sostener que «necesitamos estar al tanto de las nuevas formas de llegar a los imaginarios colectivos».

Venezuela en la mira

El autor de ‘El progresismo en su laberinto’ alerta que los ataques de los países gobernados por partidos de derecha se dirigen todos contra Venezuela por una sola razón: «No es un modelo fracasado. Se ha mantenido y ha sido la locomotora de la integración regional».

En verdad, dice, se trata de un objetivo simbólico, pues «atacar a Venezuela significa desmembrar la integración lograda en la última década, para imponer los intereses de las grandes corporaciones trasnacionales».

Si los adversarios del chavismo logran detener ese modelo político, obtendrían «un gran hándicap para imponer los modelos de expoliación que han impuesto en Brasil por vía del golpe de Estado, en Argentina por una ajustada elección y en otros países de la región», subraya.

Recientemente, recuerda, el periodista australiano John Pilger declaró  que «si Venezuela cae, la humanidad cae».

«Es una frase preciosa. La pondría en mi escritorio», dice Aharoniam, y añade que para evitar un «antes y después de Venezuela, hay que crear una conciencia latinoamericana».

Explica que «si cae Venezuela, atrás caerán los demás, uno detrás del otro. Nos jugamos el futuro de la región y eso nos llevaría a ser, nuevamente, el patio trasero de EE.UU.»

Para los poderes fácticos, continúa,»Venezuela sigue siendo el mal ejemplo que hay que extirpar, para demostrar que nunca más habrá una revolución que llene de emoción, que ponga a los ciudadanos en el centro de la política».

Celebra que luego de cuatro meses de violencia, «Venezuela siga resistiendo y demostrando que todo lo aprendido con Hugo Chávez sigue vigente en ese pueblo bravío».

Izquierda a lo interno

Por último, el autor uruguayo analiza la relación entre los gobiernos de izquierda en el continente. Consultado sobre las discrepancias que se manifiestan entre las autoridades de Ecuador y las de Caracas, advierte que «hay algo que se llama pragmatismo, algo que se llama chantaje y algo a lo que en el sur le decimos ‘apriete'».

Con ello busca expresar que ciertos gobiernos, otrora aliados de Chávez y la revolución bolivariana, «están siendo presionados duramente por EE.UU. para lograr votos a favor de las sanciones contra Venezuela».

Por otra parte, asegura que «EE. UU. sigue persiguiendo la participación de gobiernos de la región en una fuerza militar, supuestamente de paz, para intervenir en Venezuela». Y aunque hasta el momento no ha podido lograrlo, «eso no quiere decir que renuncie a sus objetivos».

Como ejemplo de esas presiones menciona al gobierno uruguayo que, a pesar de asumirse de izquierda, «actuó contra Venezuela en Mercosur y a contramano de las decisiones de su partido político, el Frente Amplio».

En opinión del autor, «ha ido bajando la virulencia de los ataques contra Venezuela después de la elección Constituyente, y ahora se observa un clima más tranquilo dentro del país, lo que ha dejado sin argumentos a intelectuales de izquierda que hablan de cosas sin saber realmente qué es lo que pasa».

Publicado en RT
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