El primer pintor uruguayo

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Personalidad influyente en la ciudad ilustrada, Juan Manuel Besnes e Irigoyen recorrió con el presidente Rivera el interior del Uruguay del siglo XIX registrando los nacientes pueblos, las tareas del campo y sus habitantes con notable dominio del dibujo, la caligrafía, la acuarela y la pintura. Figura impar y múltiple –soldado en la Guerra Grande, calígrafo, topógrafo y litógrafo del Estado, docente y maestro de Blanes, diputado- es ahora rescatado del olvido en la asombrosa singularidad de su obra.

El martes 12 de setiembre, a las 19.00 se presentará en la Biblioteca Nacional de Montevideo el libro Juan Manuel Besnes e Irigoyen, primer pintor uruguayo de Nelson Di Maggio. Impreso en Mastergraf, distribuido por Gussi y diagramado por Alejandro Sequeira, sus 224 páginas despliegan numerosas reproducciones en color y en blanco y negro. Cabe señalar que Sequeira reinventa, en su intervención como diagramador, el estilo caligráfico del artista hasta hoy casi desconocido, incluso por especialistas.
Nelson Di Maggio se detuvo en el análisis de la casi totalidad de la obra concentrada en tres núcleos principales –Museo Histórico, Cabildo de Montevideo, Biblioteca Nacional- y en algunas colecciones particulares. Afirma que Besnes e Irigoyen no fue solo otro artista viajero de los muchos que visitaron el país durante el siglo XIX sino que, nacido en San Sebastián en 1779, recaló veinteañero en Uruguay, permaneciendo hasta su muerte en 1865, luego de 56 años de permanente e intensa actuación. Se convirtió, así, en el primer pintor uruguayo.
A continuación ofrecemos extractos del libro a modo de adelanto:

Juan Manuel Besnes e Irigoyen, primer pintor uruguayo
Por Nelson Di Maggio
Nacido en 1789 y muerto en 1865, Juan Manuel Besnes e Irigoyen vivió y actuó durante uno de los perÍodos más intensos y fértiles de la historia uruguaya, americana y europea. Hizo estudios primarios en San Sebastián, España, su lugar de origen, de donde salió en busca de fortuna a la deseada América, tierra de promisión (…).
Llegó a Montevideo el 21 de mayo de 1809, a los 20 años. En la ciudad-puerto del Río de la Plata será empleado de oficinas públicas mientras observa tambalear el poder hispánico en las colonias de la región luego de las invasiones inglesas de 1806-07 y, en 1808 (al entrar en España los ejércitos de Napoleón), la instalación de la primera junta de Gobierno independiente en la capital porteña. Entre 1810 y 1824, afirma su condición de docente, contrae matrimonio, en tanto que una corriente emancipadora de las metrópolis imperiales sacude América hispana. Montevideo contaba con diez mil habitantes, partícipes de una guerra civil rioplatense, la adhesión al carismático Artigas y sus ideales federalistas que buscan conformar una nueva identidad nacional, truncada por la invasión lusitana y la instauración de la Provincia Cisplatina. En esa vertiginosa sucesión de hechos, se inscribe la Cruzada Libertadora de Lavalleja (1825) y la proclamación de Uruguay como nación independiente en 1830. En su tierna madurez, Besnes se integró a la sociedad epocal con flexibilidad ideológica, representó a las personalidades más conspicuas en su calidad de dibujante, pintor y litógrafo, cuando ya la ciudad amurallada contaba con catorce mil habitantes. Se aproximó al primer presidente constitucional de Uruguay, Rivera (…), recorrió la campaña con las huestes riverenses durante la Guerra Grande (1839-51) y luego con el general Venancio Flores (1855), mientras vio crecer a Juan Manuel Blanes, participó en el sitio de Montevideo (1843-51) (…). Frecuentó las tertulias patricias donde se exhibían los retratos del exiliado italiano Cayetano Gallino, garibaldino y masón (…) y vio desfilar a los gobiernos de Juan F. Giró (1852-53), Gabriel Pereyra (1856-60), Bernardo P. Berro (1860-64) y el gobierno de facto de Venancio Flores (1865-68), pautados por fusilamientos e intentonas rebeldes de los caudillos. (…) Debió ser difícil el comportamiento intelectual, cívico y moral de Besnes e Irigoyen, ante el vértigo de los contradictorios sucesos y el porvenir político-social que caracterizó la época.

Pintores viajeros
Los descubridores de los siglos XV y XVI precedieron a los artistas viajeros de los siglos XVIII y XIX. Un mismo afán de aventura los identificó. (…). Signados por el espíritu romántico, hicieron del viaje la necesidad de encontrar tierras desconocidas, posiblemente maravillosas, de naturaleza indómita, pobladas de seres extraños con costumbres y lenguas diferentes. Desde el mítico Ulises, era ir al encuentro del Otro, medir la capacidad de resistencia en mundos ajenos, forjar y probar la hombría para volver triunfantes y recibir tratamientos de héroes, al agregar mundos al mundo conocido como poetizó Camoes en Los lusíadas. (…)
Los artistas viajeros que recalaron en el Río de la Plata ejercitaron esa mirada romántica, siempre inquieta, inestable y transitoria, registrando breves momentos de su contacto con el paisaje nativo, apenas los necesarios para documentar aspectos pintorescos y distintivos de la flora y la fauna, la geografía, la vestimenta y costumbres de sus habitantes. Los atrajo lo raro, lo curioso, lo que escapa a la grisura cotidiana. Por eso eligieron el lápiz y la acuarela, el boceto o la mancha rápida captadores de lo instantáneo, la fugacidad del instante. Estos viajeros ultramarinos sostienen una mirada europeísta y complaciente al representar los cuerpos indígenas desnudos con los atributos físicos ya conocidos, codificados formalmente. Sin embargo, frecuentaron tiempos de guerras civiles y levantamientos militares, saqueos, incendios, invasiones extrajeras, épocas en que los hombres se batían a duelo, mientras la precaria situación social, la pobreza y la discriminación racial sostenían un sistema que W.H. Hudson rescata en La tierra purpúrea. Los primeros iconógrafos rioplatenses, salvo excepciones, desviaron su mirada de las crueldades cotidianas y prefirieron registrar la laboriosidad, el costado pacífico, la amable convivencia ciudadana en fiestas patricias y reuniones domésticas, las faenas camperas, gauchos mateando, domando caballos salvajes, conversando recostados al palenque, en pulperías o rasgueando guitarras y cantando a las chinas. Evitaron la violencia de los ejércitos enfrentados, los asesinatos políticos, los fusilamientos o los viriles retos a cuchillo ante la menor provocación. En tiempos sangrientos, fueron pintores de la vida pacífica. La mayoría vinieron, vieron y se fueron, por algunos años, meses o apenas días. Otros se quedaron, se incorporaron a los modos de la vida existentes, fundaron una familia, ocuparon funciones importantes en el Estado y crearon obras perdurables. Juan Manuel Besnes e Irigoyen fue uno de ellos. Vivió aquí 56 años. Fue el primer pintor uruguayo. (…)

Calígrafo y documentalista
La actividad de Besnes e Irigoyen como calígrafo fue muy intensa. Es probable que los rudimentos de la caligrafía los conociera en España (…). La imprenta, que amenazó con destruir la escritura a mano, más bien la estimuló dando origen al arte caligráfico (…). Pero lo curioso es constatar que la escritura estuvo unida a factores económicos y sociales (…)
Si la personalidad de Besnes e Irigoyen se pudiera confinar en su capacidad de ser un descriptor analítico y pormenizador, difícilmente se podría explicar el magisterio que ejerció (…). Algo más debió existir en ese temperamento duro, austero y ensimismado para que se encauzara beneficiosamente sobre los otros. Por encima del trazado esquemático y epidérmico de los historiadores, emerge un autor atractivo para el arte nacional: el de un humorista, el primero que aparece en la producción gráfica aborigen, el que se atreve a rasgar el velo de la objetividad que cubría beatíficamente la realidad y a asumir un compromiso político e ideológico. Surge así un espíritu crítico, una sensibilidad disconforme, un censor cordial. (…)

(Fragmentos del libro Juan Manuel Besnes e Irigoyen, primer pintor uruguayo de Nelson Di Maggio, de inminente publicación)

Publicado en El Diario del Pueblo
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