Lila Downs, cantante mexicana: «En todo Latinoamérica es complejo el machismo»

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Por Sergio Sánchez

Lila Downs larga una risotada hasta cuando habla de cosas tristes. Hay un sabor agridulce en sus canciones. Una catarsis, un intento de sanación. “Con mi dolor causando penas voy vagando por ahí / No hay una frase de cariño para mí”, son, de hecho, los primeros versos de la canción “Urge” que se escuchan en la voz inconfundible de la cantora mexicana apenas arranca Salón, lágrimas y deseo (2017), su nuevo disco que la trae de gira por Argentina que culminará mañana y el sábado a las 21 en el Teatro Gran Rex (Corrientes 857). Pesares que suenan en ritmo de cumbia, en este caso. La cantautora y antropóloga oriunda de Oaxaca no esconde su desazón. Lo primero que le confiesa a PáginaI12 es la “depresión” que le provocó la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. “Ya no tenía ganas de hacer nada, de componer ni de hacer disco. Estaba muy desencantada y triste por lo que pasó políticamente en Estados Unidos. Porque ganó Trump y me sorprendió, la verdad. Fue la primera que vez que yo voté allá, porque puedo votar tanto en México como en EE.UU.. Fue muy triste ver eso. He pasado también algunas situaciones personales de vida y muerte con mi pareja. El disco pasado estaba dedicado a la muerte, retándola y enojada con ella. Y en este disco creo que ya vuelvo a ser la misma de siempre y apreciando los momentos de vida que tengo y los de mi pareja, a quien le dieron un diagnóstico muy serio.”

–¿En qué sentido volvió a “ser la misma”?

–Pensaba, de alguna manera, que si yo le cantaba a la muerte quizá de esa manera iba a ser menos doloroso (en México tenemos una tradición de convivir con los muertos y con el Día de los Muertos). Todos tenemos este temor finalmente de la pérdida de un ser querido o de tu propia vida. Pensé que quizá con la música te podías curar espiritualmente de una pérdida de alguien tan cercano a ti, pero me di cuenta de que no puedes. Que de todas maneras tienes que llorar, tienes que vivir las cosas que hay que vivir cuando hay apego. Y creo que por eso este disco es tan sentimental, tan lleno de amor y desamor. Hay desencanto y desilusión en la esencia humana. Es una dedicatoria a mis países, que son México y Estados Unidos, a quienes quiero tanto y odio tanto en ocasiones.

 –¿Cuál es el principal temor con la llegada de Trump?

–Yo creo que hay que educar a la gente. Afortunadamente yo tengo la música que me acompaña como una terapia, como mi vida. Y me da la oportunidad de educar a gente joven sobre quiénes somos y lo mucho que valemos. Porque mucho de lo que sale de Norteamérica son mensajes xenófobos, mensajes no naturales para nosotros. Lo veo con mi hijito, que es morenito, chiquito, de pelito negro. Y ve a los güeros constantemente y veo su negación de sí mismos. Y está chiquito. Veo cómo va el proceso. Yo también lo viví y le tuve que dar la vuelta a eso.

Finalmente, se decidió a canalizar todas esas angustias en un noveno disco, en el que combina danzón, blues, boleros y baladas de amor y desamor. Pero el desamor entendido en términos más amplios. Una especie de desencanto por el acontecer político y social. En su disco anterior, Balas y Chocolate (2015), Downs había puesto la lupa en la violación de derechos humanos en su país. Le había dedicado una canción a los 43 normalistas desaparecidos (“La patria madrina”) y denunciaba también los asesinatos a periodistas (“Humito de copal”). En el nuevo trabajo, alerta sobre el florecimiento de la xenofobia en zona fronteriza. “Envidia”, por ejemplo, es una canción que dispara sobre Trump y tiene como invitado a Andrés Calamaro. “La canción habla sobre los que odian la raíz originaria. Me refiero a esos güeros anglosajones que no tienen idea en qué tierra están parados. Estamos en los medios, en el cine, en las artes, en la literatura. Y se espantan. Porque somos lindos, somos muchos y muy trabajadores”, dice y larga otra carcajada. “Pensaba grabar un disco sólo de boleros, pero fue surgiendo la necesidad de ampliar el repertorio después de que pasó todo esto. Nos tiramos a la borrachera un ratito. Es una terapia tomarte una botellita y estar conversando sobre las cosas que están pasando en tu país, en su sociedad, en tu mundo y después trabajarlo”, enfatiza.

–La palabra mujer aparece muy fuerte en todo el disco y principalmente en “Peligrosa”, el corte de difusión. Se han fortalecido los derechos de las mujeres, pero sigue siendo un mundo “peligroso” para ustedes, ¿no?

–Hay mucho que hacer, mucho que dialogar. Yo creo que cada canción me da ese permiso de poder hablarlo, decirlo. Y ver cuáles son las reacciones de la gente. En México he visto que los hombres reaccionan de una manera muy diferente a “Peligrosa”. Y las mujeres están felices con esta canción.

“¡Power!”, dicen. Pero los hombres me dicen: “Oye, Lila, yo no sabía que eras una feminista”. Todavía hay esa idea de la competencia. En todo Latinoamérica es complejo el machismo. Porque también ponemos a la virgen, a la madre de nuestra casa, en el altar. Se han hecho muchos análisis sobre esto: eres virgen o puta. No puedes estar en medio, no puedes tener una vida sexual sana en la que tú también quizá seas dominante en una relación. ¿Y cuál es el problema? Cargamos todavía con muchos prejuicios. Y en todos los niveles sociales, no sólo en los que no tienen acceso a la educación.

–¿Y la música puede colaborar para visibilizar esa situación?

–Sí, como en otra época los grandes artistas, como Mercedes Sosa aquí, fueron importantes en un movimiento político. Veo la importancia que empieza a tener la música en otro contexto social. Lo veo en ciclos. A mí me interesó mucho el ciclo de los hippies y la protesta en Estados Unidos. La estudié y miraba las cuestiones políticas que pasaban en el momento. Y creo que las sociedades se comprimen y se expanden y se vuelven a comprimir. Los ciclos sociales son parte de nuestra naturaleza.

–El disco anterior estaba enfocado sobre las desapariciones en democracia en México. ¿Cómo ve actualmente la situación vinculada a derechos humanos en su país?

–Es importante poner atención a ese tema. Es necesario que todos los artistas que salgan de México ejerzan presión. A los gobernantes, pero también a la sociedad. Porque si no sale de nosotros… cómo va a haber presión para que los líderes hagan cambios si nosotros permitimos que sigan haciendo lo que quieren.

–Es un momento complejo en Latinoamérica, porque han aflorado gobierno de derecha, en Brasil, Argentina…

–…Sí, ¿no? En todas partes. Cada lugar tiene sus secretos macabros. Son parte de nuestra historia compleja los encuentros de culturas y dominios de poder. En México obviamente la historia es complicada con España y al igual aquí; muchos de estos países han sido colonias en el pasado. Pero lo que tenemos en común es la expresión de nuestra identidad que está viva y es originaria. Está basada en los valores indígenas. Y eso aunque seamos un poco más europeos, como es Argentina. Cada vez más gente acepta sus raíces indígenas. Pasan cosas muy particulares con respecto a la negación del origen, porque en algunos lugares fue más violenta.

–En su obra lo indígena está muy presente, es muy fuerte. ¿Le interesa que sea así, casi como una bandera?

–Yo también estuve en el closet un tiempo. Cuando era joven me pintaba el pelo de rubio. Y en parte era porque estaba en el ámbito de la música clásica y era lo admitido. Pero luego tuve una crisis existencial, entonces dejé que mis raicitas salieran negras. Ya me miré en el espejo más directo (risas). Cuando empecé a cantar y a componer, lo hice para mi propia gente. Estoy orgullosa de que la música nuestra ha aportado a ese proceso de reivindicación. Me da mucho gusto que mis paisanos mixtecos lo hablen al mixteco en frente de otras etnias, porque cuando yo era pequeña les apenaba mucho. Es una lengua del sur de Oaxaca. Millones de personas lo hablamos. En nuestro país hay 64 idiomas indígenas.

–El disco nuevo abre con una cumbia, “Urge”, un ritmo recurrente en toda su obra, ¿cuál es su relación con la cumbia? ¿Es muy popular en México?

–Cuando yo era chica escuchaba a Rigo Tovar y me daba vergüenza. Pero cuando iba a Estados Unidos y de pronto veía que alguien tocaba sus canciones, me recordaba a México. Por eso la cumbia ha llegado a ser muy importante para mí. Porque es espiritual y ritual, una convivencia física y de gozo. Por eso en todos los discos hablo de las dualidades que son centrales en la visión indígena. Si no hay balance, “nos va a llegar la chingada”, como decimos allá.

–¿Cómo eligió a los invitados del disco?

–Mi sueño era grabar con Diego El Cigala y que pudiera cantar algo tan profundo como “Un mundo raro”. Mi madre dice que ahorita estamos viviendo “un mundo raro”. A Carla Morrison la conozco desde hace años, hemos hecho conciertos juntas en Los Angeles y grabamos a dúo “Ser paloma”. Ella es una chica fronteriza, me encanta la gente fronteriza. Me identifico mucho con ellos, porque tienen un profundo sentido de libertad, se permiten violar un poco la ley para conseguir cambios. Y a Mon Laferte la conocí hace poco, vino a un concierto que dimos en Veracruz y grabamos una segunda versión de “Peligrosa”. Ella es chilena y vive en México.

Publicado en Página12
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