El Eternauta cumple 60 años

2.550

Por Oscar Muñoz

«Era de madrugada, apenas las tres. No había una luz en las casas de la vecindad (….) (…de pronto un crujido, un crujido en la silla enfrente mío, la silla que siempre ocupan los que vienen a charlar conmigo (…)», leyeron sus lectores inaugurales, hace exactamente sesenta años. Serializada en las páginas de Hora Cero semanal, la flamante publicación de Editorial Frontera, con textos de su guionista casi excluyente, Héctor Oesterheld, y dibujos del hipernaturalista Francisco Solano López, daba comienzo la saga de El Eternauta.

El propio autor, en un prólogo muy posterior para su reedición en fascículos coleccionables, confesaba que su inspiración inicial había partido de la idea de un Robinson Crusoe, aunque no ya cercado por el mar sino por la muerte. En resumen, la historia, que se extendió por dos años en las páginas de la revista que además presentaba títulos ya populares como Ernie Pike (guiones de Osterheld y dibujos de Hugo Pratt, al menos al principio), narraba la historia de una invasión a la Tierra por un enemigo extraterrestre que nunca da la cara: delega la tarea en otras razas que cayeron previamente bajo su dominio. La originalidad de la trama (y la genialidad de Osterheld) fue situar la acción en las calles de una Buenos Aires plenamente reconocible, hasta pintadas políticas incluidas, y encarnar la resistencia en un grupo de amigos que son sorprendidos por una «nevada mortal» en plena partida nocturna de truco en un chalet de Vicente López. Juan Salvo, a posteriori «el Eternauta», y sus adláteres, no tienen, a priori, el perfil de héroes. Son seres comunes, grises, sometidos a una circunstancia extraordinaria, que tratan de lidiar con ella, y ahí reside también la originalidad y la genialidad del tratamiento argumental que le imprime su autor a lo que podría haber sido una remake vernácula de La guerra de los mundos, esa aterradora maravilla literaria de de H.G. Wells, reconvertida en radioteatro por Orson Welles.

«Acá ya se había leído sobre invasiones a Nueva York, a Los Angeles. Ya no nos inmutaban. Pero Oesterheld pone en escena la cancha de River, las barrancas de Belgrano, los tanques de Campo de Mayo, entonces uno ya piensa que puede ocurrir acá», subraya el escritor y especialista en ciencia ficción Pablo Capanna. «Crea la misma sensación de inseguridad que vivía el resto del mundo con el peligro de la guerra atómica (recordar la época de publicación, a fines de los años ’50). Él le hace sentir eso al argentino que está acá, aparentemente fuera del mundo. Ese fue el hallazgo de El Eternauta. Tomó un tema que ya era universal y lo arraigó, lo colocó en un contexto argentino», evalúa Capanna.

El filósofo Horacio González intenta una lectura alternativa. «El Eternauta es la más importante alegoría política argentina», apunta. «Se sostiene como molde atemporal y lucha contra todos los elementos temporales que ella misma contiene (esa Buenos Aires real), sin que sepa cómo será el desenlace», sentencia.

Aunque no todas son coincidencias en ese sentido. «Yo no sé si había una intención política -retoma Capanna- No me atrevería a decir eso porque pienso que la lectura política la hace otra generación».

Resulta imposible divorciar El Eternauta del derrotero ideológico y narrativo de su autor, un pacifista apolítico que se radicaliza políticamente a tono con los tiempos. Si ya a fines de los ’60, una versión diferenciada de la obra se publica en la revista Gente, con una gráfica poco convencional de Alberto Breccia, que le valió la cancelación apurada por el medio que la había contratado, una continuación a mediados de los ’70, refleja de manera subliminal su asumido compromiso con la lucha armada.

«El Eternauta montonero» (Solano López dixit) se publica por entregas en la revista Skorpio (Ediciones Record), mientras Osterheld escribe en la clandestinidad que eligió para su militancia. Será desaparecido a un año del golpe cívico-militar, al igual que sus cuatro hijas, tres yernos y dos nietos en gestación. Una tragedia familiar que potencia la figura de su viuda, Elsa, la única sobreviviente de ese círculo íntimo, habitante de un remoto paraíso idílico en una casa de Beccar, donde se pergeñaron los primeros guiones del personaje.

Pero El Eternauta volverá tercamente en estos últimos años. Ya en historias a cargo de guionistas que intentan retomar en algún punto el espíritu de la saga original, como en el empleo político (homenaje para algunos, apropiación para otros) que se hizo desde el kirchnerismo.

En todo caso, consecuente con la dinámica de aquellas historietas que prometían «continuará».

Publicado en DiarioBAE

Día de la Historieta: una vida en cuadritos

La doctora en Ciencias Sociales Laura Vazquez pone en cuestionamiento la búsqueda de una esencia “argentina” en las historietas locales, indaga sobre los aportes de Héctor Germán Oesterheld al campo y resalta el surgimiento de una “voz femenina muy fuerte”.

Las preguntas de Mafalda, el humor de Clemente e Inodoro Pereyra, la historia inoxidable de El Eternauta, la picardía de Isidoro en contraste con la inocencia de Patoruzú… Ciertos personajes se han vuelto referentes ineludibles en la galería de la historieta argentina. Como para reafirmar aquella vieja frase de Quino, “¿No es increíble todo lo que puede tener adentro un lápiz?”.

Puertas adentro de la academia, la historieta cobra cada vez más relevancia para consolidarse como campo de estudio. “Hoy el panorama cambió: las universidades, los centros de investigación, los institutos y congresos científicos tienen a la historieta presente como de unos objetos privilegiados de indagación teórica. No hace falta de un diagnóstico riguroso para advertir que hay tesis de grado y posgrado, investigaciones, seminarios y una masa crítica de textos en revistas académicas sobre historieta y humor gráfico”, resalta Laura Vazquez, doctora en Ciencias Sociales, investigadora del Instituto Gino Germani de la UBA y docente en UBA y en UNA.

Guionista y crítica de historietas, Vazquez afirma que cierta victimización o calificación de “cenicienta” sobre el llamado noveno arte “ya es obsoleta y responde a una estrategia de posicionamiento que aplana antes que provocar el desafío; tenemos que elevar el techo y ensanchar las paredes de nuestro confortable dormitorio”. Además, pone bajo la lupa el panorama actual e histórico, los nuevos modos de circulación y consumo y los vínculos entre la historieta y la política.

¿Hay intentos, a lo largo de la historieta local, de captar lo nacional o la esencia argentina?
Sí, con distintos enfoques y grados, pero siempre aparece la búsqueda de captar lo argentino. Incluso desde el inicio, cuando las historietas eran importadas y aparecía cierto interrogante por lo nacional, en ese caso en las traducciones o con los intentos muchas veces forzados de relocalizar las tramas y personajes para interpelar a los lectores. En los años ’40 y ’50, la preocupación de los historietistas ya está bien centrada en lo popular, en lo argentino y en la siempre controvertida y polémica idiosincrasia. Por supuesto, se trata de una operación que también es ideológica y que en otros lenguajes y medios se dio con mayor o menor autonomía. La historieta no podría haberse librado de ese problema que atraviesa discusiones amplias sobre la construcción de imaginarios nacionales. Ya en los años ’60, en un momento en que la industria cae, hay historietas argentinas retratando problemas argentinos y tal vez sus dibujantes trabajaban también para el exterior. En muchos casos, no tenían una industria nacional o casas editoras para publicar su trabajo. En realidad ya la palabra industria de por sí es problemática y por momentos, antojadiza.

¿En qué sentido?
Hablamos de industria nacional de la historieta con editoriales locales que editan autores y editan 500 o 1000 ejemplares. Pero no hablamos de industria nacional cuando otros autores publican series o sagas en Estados Unidos que venden millones de ejemplares. Me incomoda cierto maltrato o mejor dicho, “destrato” que divide el circuito mainstream del del de autor. Una cosa es que el mercado lo haga, pero otra muy distinta es que los actores del campo sigamos esa premisa valorativa. ¿Es menos autor un artista cuyo reconocimiento está basado en el personaje y no en la firma?. En los eventos de historieta, se intenta romper está lógica pero al mismo tiempo vemos que la convivencia entre “los que hacen superhéroes” o dibujan “para el mercado yanqui” están de un lado del mostrador, y del otro lado, los autores y dibujantes que con sus novelas gráficas y sus producciones “menos comerciales”. Es una falacia si lo pensamos bien. La industria es una mentira. Lo que hay detrás de todos esos tableros, en definitiva, es la mano de un dibujante con ganas de contar un mundo. Cuánto se pague por página, si tiene los derechos o no, si firma, si no firma o si le pagan más o menos regalías no hace que un trabajo sea producto o no. La diferencia no la hace la industria, sino el dibujante. Hay dibujantes de novela gráfica profesionalizados, y profesionales que dibujan como novelistas gráficos. Es un tema que me preocupa e interesa últimamente….romper ciertos prejuicios.

¿Qué cambios advierte en los modos de consumo de la historieta, con la inclusión de soportes digitales, por ejemplo?
En Argentina no cambió tanto el soporte como el modo de circulación. Seguimos leyendo occidentalmente, comprando revistas o libros en papel en quioscos y librerías. En otros países con culturas distintas ya se acostumbra a leer historietas en tablets, por ejemplo. El pasaje a lo digital lo sigo viendo como una proyección, una posibilidad, pero no como una situación fáctica por la que atraviesa la historieta actualmente.

¿Y cuáles fueron los cambios más significativos en este sentido en los últimos años?
Hay un dato interesante: en cualquier fin de semana vas a librerías porteñas muy de moda y siempre hay alguna presentación de libros de historieta, y esto tal vez hace unos años no pasaba, en los 90 tampoco a lo que podías aspirar a que te den un galpón en alguna feria y poner los fanzines sobre tablones. También con las novelas gráficas, en ambos casos hay un circuito de consumo muy “entre nos”, donde el autor se encuentra con el lector y lentamente ese circuito se va ampliando. Estoy convencida de que los talleres de historieta, los seminarios académicos, los editores independientes y los encuentros y festivales son los responsables de la ampliación de ese circuito de consumo. Los medios de comunicación, hacen poco y nada para ello. Teniendo en cuenta el estado del campo, ya deberíamos contar con un suplemento especializado ¿no?

Estos fenómenos se dan con autores más recientes, pero ¿qué sucede con historietas más clásicas, como Patoruzú? ¿Hay nuevas formas de apropiación de esas historietas?

Patoruzú ni siquiera pasó a lo vintage, porque cuando es así explota el consumo del personaje y pasa a ser algo cool y merchandasing palermitano. Algo parecido sucede con Anteojito o Nippur de Lagash. A lo sumo habrá revisiones, un circuito de ambiente fan que se irá apagando y sucumbiendo con el tiempo. Es inevitable, no despierta pasiones. Es decir, el que sigue consumiendo es el que consume hace 30 años, pero eso no significa que haya evolucionado o que haya convocado a nuevas generaciones. Dificilmente estas series clásicas puedan rejuvenecerse como el humor gráfico.. En ese sentido ha habido cambios, en enfoque, perspectiva, modelos de consumo y otros elementos.

Hay un nombre que cobra suma relevancia en la historia de la historieta y es el de Héctor Germán Oesterheld. ¿Dónde radica la importancia de su figura?
Muchas veces se afirma que revolucionó el género de aventuras, y es tal vez eso suponga ponerle una mochila en la espalda demasiado pesada. Por supuesto que hizo un aporte muy importante, como domiciliar la aventura en espacios conocidos para sus lectores, Juan Sasturain lo analizó muy bien ya esto del “domicilio de la aventura”.. El mejor ejemplo de ello es Buenos Aires en El Eternauta (1957), o también en humanizar al enemigo. En todo caso, la figura de Oesterheld va cobrando espesor en la doble cuestión de lo biográfico y lo autoral. No se puede prescindir de la biografía para leer al autor porque es, ante todo, un guionista desaparecido por la dictadura. Leer toda su obra es leer un itinerario de su radicalización política, del pasaje de la aventura a la acción. Y sólo se entiende la dimensión al leer su obra entera, desde los cuentos que hizo para niños hasta la última versión de El Eternauta o sus historietas más radicalizadas.

¿Se puede hablar de aportes en la narrativa también?
Sí, pero entonces también habría que nombrar el aporte de sus dibujantes, como Hugo Pratt (dibujante en Ticonderoga), Hugo Solano López (dibujante en El Eternauta) y todos los dibujantes de la revista Frontera. Si Oesterheld hubiera elegido para sus guiones a dibujantes de la Editorial Columba (con revistas como El Tony o D’artagnan), donde también había grandes dibujantes, las historietas hubieran tenido una narrativa completamente distinta: te cambia la serie y también te cambia la historia. Los hubiesen visto distinto los lectores de ese entonces y también los lectores de ahora.

¿Cuáles fueron, y son, los vínculos entre historieta y política en la Argentina?
Más allá de los aportes de Oesterheld, me interesan dos proyectos en particular, como intervención crítica. Uno es el de Historietas por la Identidad, un cruce entre fotografía, historieta y memoria iniciado por las Abuelas de Plaza de Mayo. Allí participaron grandes dibujantes de distintas generaciones. Por otro lado, en humor gráfico, se destaca la obra de Sergio Langer con una mirada picante y controversial en relación a temas de memoria, por dar un ejemplo. Son dos puntas bien importantes para pensar lo político. Sin embargo, la revolución más fuerte en términos políticos es la presencia de mujeres dibujantes y guionistas. Hay cada vez más una voz autoral de mujeres fuertísima en los eventos, en los congresos y en las jornadas. De hecho, me pasa ahora de reseñar libros de historietas hechos por mujeres. No es ya un síntoma…es una transformación radical del campo. Y vino para quedarse.

Publicado en ADN Río Negro

 

También podría gustarte