Hedy Crilla, maestra de teatro

2.435

Por Cora Roca 

Cuando conocí a Hedy Crilla, era yo una jovencita de veinte años que quería actuar. Me inscribí en sus clases con temor, pues tenía fama de ser brava, y me encontré con una viejita vital, encantadora y audaz que usaba pantalones -en esa época y a esa edad- y camisolas mexicanas con coloridas flores. Por otra parte, no tenía problemas en tirarse al piso para enseñarnos un ejercicio.

Ni bien empezamos, nos avisó que debíamos cumplir el horario “en punto”; ni cinco, ni diez minutos después. Alegaba fastidiada: Los argentinos tienen mucho talento como actores, mayor talento histriónico que los alemanes, pero no tienen constancia; empiezan a estudiar, luego dejan. Y el talento sin disciplina nunca da frutos.

Bueno, ¿quién quiere pasar? –preguntó, siempre respetando el tiempo interno de cada alumno.

Una compañera dijo que le gustaría, pero no sabía la letra.

– ¡Ya empezamos mal! –protestó ̶  ¡Hay que saber la letra!

-Yo tampoco sé la letra -me animé- ¿Puedo leer el texto?

– Sí, adelante.

Luego, pasaron otros compañeros a actuar y, al concluir su parte, uno de ellos le preguntó:

-¿Y, Hedy, cómo estuvimos?

¡Horrible! -contestó.

-¿Y por qué horrible?  ̶ la desafió otro.

Primero, leíste el texto golpeando las palabras y tratando de sacártelo de encima; luego no se entendió y además tartamudeaste.

-Es que estaba nervioso.

-En general, ustedes tienen varios vicios: sobreactúan, hacen como que se emocionan y no sienten nada, arman un estereotipo del personaje, vibran la voz y suspiran para demostrar pena, hacen que lloran y no lloran. Y en vez de hablar con sencillez, declaman; les aseguro que nadie les va a creer que el personaje es un ser humano de carne y hueso.

Siguieron actuando más compañeros. Evidentemente era un mal día porque los desaciertos fueron cada vez mayores.

La maestra le preguntó a una chica:

-¿Me querés decir por qué hablas de “tú” y cuando bajás del escenario hablas de “vos”? Esto es una distorsión de expresión del lenguaje que he observado en los actores argentinos. Es totalmente artificial e incongruente. 

– El texto está escrito así.

– Muy bien, vas a hacer lo siguiente, cambia todos los “tú” por el “vos”.

-¿Ahora?

Bueno, traelo para la próxima. Y esta indicación es para todos.

No entiendo.

En los textos donde hay palabras como tenéis, gustáis, estáis, podríais, habéis… márchate, apresuraos…, las cambian por la manera de hablar de ustedes, ya que no están traducidas al español según el lenguaje propio de los argentinos.

– ¿Y yo, estuve  bien o mal? – quise saber.

-Todo el tiempo estuviste escuchando lo que decías.

-Sí, para no equivocarme la letra.

No podés hacer eso, porque te impide concentrarte en el personaje, también estabas tensa. Stanislavski puso un énfasis especial en la relajación, la tensión perjudica la naturalidad y la acción. Un actor debe dominar su instrumento.

Ya finalizando la clase, un compañero le preguntó:

-¿Puedo asumir las recomendaciones de Hamlet a los cómicos, de la escena II, del tercer acto?

-¡Ajá! Muy bien.

Entonces, el alumno comenzó a ordenar varios elementos en el escenario. Luego dijo el texto saltando de un lado a otro, subiéndose a una silla, a una mesa, tirándose al piso… Al terminar, la maestra lo increpó:

-¿Me podés decir qué quisiste hacer con todo eso?

-Algo nuevo, distinto, que tuviera acción.

Te voy a decir una frase de Nietzsche: “Hay artistas que enturbian las aguas para que parezcan profundas”.

El supuesto Hamlet le rebatió insistentemente, enojado, y ella no cedía en su crítica. Años después, me encontré con él de casualidad y me comentó: “La vieja tenía razón, me sacó la ficha completa, y no le hice caso”. La llamábamos vieja y tendría unos sesenta años. Perdón, era la soberbia de los veinte años…

En otra oportunidad, me animé a interpretar una escena que había estudiado en el conservatorio, y pensando en lucir mi temperamento dramático, me largué. Hedy, con su impresionante energía, saltó del asiento al instante, me agarró del hombro con la mano y me gritó:

-¿Adónde vas? ¡Detenete, eso no es actuar! Si no sabes reconocer una situación interna diferente a la tuya y reconocer tu propia realidad, no vas poder actuar. Tenés que aprender a cerrar la puerta.

Me quedé desconcertada, nadie me había hablado de “cerrar la puerta”; cuando actuaba en el conservatorio, aplaudían mi temperamento y me sentía orgullosa. Pero al bajar del escenario seguía con el personaje y me desesperaba, me atormentaba, me sentía perdida en el bosque como Caperucita ante el temor del lobo, sin encontrar el sendero que me condujera a casa.

A menudo sucedía que, al salir de las clases, algunos aspirantes a actores proferían una serie de groserías espantosas contra ella. Es que Hedy nos desnudaba: con su inmensa intuición, percibía cómo éramos realmente, se adelantaba a nosotros mismos y era muy duro aceptarlo. Porque no solo se trataba de las dificultades de actuar, sino de las de nuestra propia vida.

Para mi formación, su observación fue esencial: entrar y salir del personaje, cerrar la puerta… Todavía la escucho decir: El crecimiento del actor va junto al de su persona. Y como persona yo vivía en un constante desequilibrio emocional; tenía motivos referidos a mi infancia, por cierto, pero no podía con ellos e incidían en mi actuación. Muchos años después, pude dominarlos y centrarme.

Esa mujercita vienesa, de gran delicadeza, pequeña, que aparentaba cierta fragilidad, era inflexible en sus comentarios, que surgían de su enorme experiencia de actriz y su gran sabiduría de vida. Aunque parecía siempre enojada, había momentos en que evidentemente sentía una gran alegría de estar con nosotros, y además tenía mucho sentido del humor.

Una tarde, una compañera llegó a la clase llorando desconsolada: “¡Me engañó! ¡Cómo me equivoqué! ¡Me equivoqué!”. Y Hedy para consolarla le dijo: ¡No te aflijas querida! ¡Te vas a volver a equivocar! Todos nos reímos mucho, ella también y continuamos con la clase.

Con los años, de ser su alumna pasé a ser actriz, asistente de dirección, docente, y finalmente su amiga. Puedo decir que, ya adulta, disfruté con plenitud de su amistad, y en cierto momento, al tomar conciencia de la envergadura de su labor abnegada y del paso del tiempo  ̶ de su  tiempo tanto como del mío-, le propuse trabajar en un libro sobre el seminario La palabra en acción que ella dictaba. Y en otra ocasión, sobre su propia biografía, pero se mostró escéptica.

-¿Qué sentido tiene escribir un libro? 

-¿¡Qué sentido tiene!? Sería un documento sobre su vida y enseñanzas.

– Mirá, en este momento te diría que todo tiene un valor relativo.

– Entonces, podríamos escribir sobre eso.

-¿Para qué?

En ese momento, sonó el teléfono: era un alumno que avisaba que no iba a asistir a la clase porque llovía.

-¿Te das cuenta? En cuarenta y cuatro años jamás dejé de dar una clase porque llovía ¿Para qué sigo enseñando a los ochenta y cuatro años? Los alumnos no tienen disciplina, no se dan cuenta de que sin constancia nunca obtendrán frutos, se quedan en el camino, desperdiciando el tiempo y el esfuerzo que se pone en ellos. ¡No voy a enseñar más!

– No todos son así.

– Si de cien te queda uno, considerate feliz. He formado casi tres generaciones de actores, deberían darme una medalla y ya ves, no vienen porque llueve.

– Pero bien vale, aunque sea uno. Tenemos que hacer los libros, Hedy ¿Acaso no es un material original y valioso?

– Sí, claro, Stanislavski habló de la palabra, pero es verdad que yo desarrollé el tema y hago algunos aportes. “La palabra en acción” es algo mío, tenés razón.

– ¿Cuando empezamos?

– Hoy mismo.

Así fue como reabrió el seminario, yo empecé a registrar las clases y, animada por el trabajo que habíamos emprendido, empecé a preguntarle por su pasado y ella a contarme anécdotas de su vida en Europa, gracias a lo cual pude posteriormente investigar y desentrañar el curso de su historia personal y de su profesión. De todos modos, ella no dejaba de insistir:

Mi vida no es interesante. Tendré como mucho diez cosas para contar y esas diez cosas son las mismas diez cosas que tiene todo el mundo, y que también tuvieron Shakespeare, Moliére o Goethe. Sinceramente te digo que no tengo nada que decir: lo que tenía que decir ya lo dije, está en mis alumnos.

– Pero yo quiero escribir su biografía y hablar de la importancia del teatro en su vida.

-¿Quién te dijo a vos que es lo más importante?

-Usted.

No, no es así. Es importante, pero lo es independientemente de mí. Para hacer un libro, hay que contar la intimidad, de lo contrario no tiene interés y, para contarla, tengo que hacerlo yo misma y estar conmigo a solas. No te voy a contar a vos y a un grabador mi intimidad.

-Entonces, no lo va a hacer.

Bueno, quizás yo podría escribir algo de todo esto una vez por semana y vos luego lo corregís…

-Podría ser una manera.

No, ninguna de manera. ¿Vos te das cuenta de que el QUÉ no importa, sino el CÓMO? Cómo contarlo, y esto es hacer literatura y yo no soy una escritora.

-Yo tampoco, Hedy, pero quiero intentarlo.

Y así fue como me puse a escribir, logré editar los libros –La palabra en acción y Días de teatro: Hedy Crilla– y de esta manera agradecerle todo lo que me había dado. No solo la posibilidad de expresarme con las palabras en el escenario, sino también en la vida y sobre un papel, como lo hice aquella primera vez y lo sigo haciendo.

Quiero agradecerle a Damiselas en apuros, que me brindó la oportunidad de compartir este homenaje a Hedy Crilla, mujer admirable, maestra y artista de genio a quien le debo mi formación.

*****

Fragmentos del capítulo “Tiempos mejores (1946-1957)” del libro Días de teatro: Hedy Crilla

(…) El elenco del Teatro Alemán estrenó por esos días Espectros de Ibsen y el diario La Prensa del 1º de junio de 1946, en su sección de espectáculos, comentaba al respecto: “Hizo anoche su presentación ante nuestro público, en el escenario del Teatro El Nacional, el prestigioso actor alemán Ernst Deutsch, radicado en Estados Unidos desde hace trece años, después de haber adquirido serio renombre en los escenarios de su patria”. Hedy lo había conocido en el Volksbühne de Viena, en 1932 se encontraron trabajando en el Kammerspiele des Deutsches Theaters en Berlín, pero al llegar los nazis en 1933, lo persiguieron y no se sabía de su destino final. Actuando ahora junto a él, Hedwig Schlichter se alegraba de reencontrarlo y ambos recuperaban parte del ayer rememorando su Viena natal. Deutsch también había sufrido el exilio, pero no se adaptaba a Norteamérica y pensaba regresar a su patria. El día del estreno los espectadores aplaudieron calurosamente al actor y el espectáculo, y la crítica del 6 de junio de 1946, del diario Antinazi, dijo: “La actriz Hedwig Schlichter, en el papel de Helena Alving, la madre de Osvaldo, puso de relieve condiciones excelentes, animando el difícil personaje con profunda naturalidad y persuasiva intimidad”. Finalizadas las funciones, Hedy retomó sus proyectos infantiles y montó La princesa y el porquerizo de Andersen, donde también actuaba.

(…) Ese mismo año (1947), la Sociedad Hebraica Argentina contrató a Hedy Crilla en calidad de profesora y directora artística de la Escuela de Arte Escénico para niños, adolescentes y adultos. En la revista de la institución puede leerse: “La señora Hedy Crilla dirige las clases de arte escénico demostrando poseer un conocimiento tan vasto como profundo de la técnica, la historia y la literatura teatral. Sólo los verdaderos maestros consiguen provocar en sus discípulos una adhesión y un entusiasmo por su arte como los que alientan entre los alumnos de la Sra. Crilla. (…) Hace de sus clases una verdadera escuela de arte escénico, tendiente a formar, más que simples actores de “elencos estables”, a artistas en el más comprensivo sentido”. Su labor fue vigorosa. Durante cuatro años se dedicó a formar actores y a montar espectáculos con el elenco de niños y adultos de la escuela y, a posteriori, algunos de aquellos jóvenes se integrarían al quehacer profesional. No descuidaba, por ello, su teatro infantil y dirigía El rey pavón y sus vestidos, de Andersen, ni tampoco interrumpía su labor de actriz. Y así la vemos durante esos años trabajando en el cine y en algunas obras del Teatro Alemán.

(…) El 14 de mayo de 1948 se fundaba en Oriente Medio ¾con capital en Tel Aviv¾, el Estado de Israel, que contaba en ese momento con 750 mil habitantes.

La declaración de la independencia de Israel fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida. Soy judía, hija de un pueblo con una larga historia de persecuciones y matanzas y, por primera vez después de casi dos mil años, tengo un lugar para refugiarme. Nunca pertenecí a una raza, como vociferaba Hitler, porque las razas no existen. Tampoco soy religiosa. En Austria no me consideraban austríaca, ni en Berlín alemana y aquí no soy argentina; sin embargo, soy judía y tengo una historia, quizás la más triste de todos los pueblos.

Hedy celebró la creación del Estado de Israel dirigiendo en la Sociedad Hebraica Argentina Tres piezas cortas palestinas, en las que actuaba el grupo de niños y adolescentes de la escuela, y Esta tierra, de Arón Ashman, con el elenco de adultos. Esta obra relata la epopeya de los inmigrantes europeos ¾colonos en esa tierra yerma y desértica¾, que desafiaron todos los peligros para establecerse. Traían la lección aprendida de una larga diáspora y lucharon afrontando infinitos riesgos y sacrificios.

(…) En 1949, mientras actuaba en la película Tierra del Fuego, dirigida por Mario Sóficci (1900-1977), Hedy inició con él una sólida amistad y juntos emprendieron el desarrollo de una Escuela de Cine, en la que ella se haría cargo de la formación actoral.

Quiero intensificar en este país la enseñanza del arte dramático para la gente joven que desea trabajar en el cine. Los actores no pueden  improvisarse en un escenario o en un set. (…) Llegar al set con un caudal de conocimientos básicos fortalece las posibilidades de éxito y asegura al director una economía de tiempo siempre tan preciada. El cine exige aún más que el teatro a un principiante ya que la técnica es distinta y más difícil. Las reacciones emocionales deben ser más rápidas en el cine habiendo además menos tiempo para ponerse en situación. El actor de cine tiene que saber cual es la mirada precisa o el ademán más adecuado ante una cámara siempre más severa que el ojo de un espectador ubicado en una butaca de un teatro. (…) Aparte de los métodos usuales de enseñanza del arte interpretativo tengo el propósito de hacer estudiar a los aspirantes papeles enteros o fragmentos de película ya filmadas, para luego poder hacer comparaciones con el trabajo ya hecho por los artistas. (…) Otro método será el ensayo de escenas mudas para ejercitar los distintos cambios de expresión sin ayuda del diálogo. (…) Para triunfar se requiere algo más que la inteligencia natural y el instinto artístico.

En el mes de abril, la revista Sintonía publicó una nota que, con el título de “Hedy Crilla – Gran actriz dramática”, decía entre otras cosas: “Hace catorce o quince años vimos una película alemana extraordinaria por su factura, por la audacia de su concepción y por su interpretación estupenda: Muchachas de uniforme. En ella, una actriz dramática nos asombró, quedando su nombre en el recuerdo quien sabe por qué: Hedy Crilla. (…) En Buenos Aires dirigió teatro infantil con gran suceso… (…) Y al fin fue llamada por el cine. La vimos en La hostería del caballito blanco, en Cita en las estrellas y, últimamente, en Tierra del Fuego, película en la cual destaca una hermosa labor dramática de alto vuelo. Pero Hedy Crilla ha querido vincularse más aún al movimiento local, ofreciendo a los principiantes (…) una escuela de cine, destinada a acercar elementos nuevos al gran misterio del arte del silencio. (…) Los primeros frutos de ese empeño acaban de verse al lograr una de sus alumnas, Laura Hidalgo, ser seleccionada por Armando Bo para desempeñar el papel de primera figura en la película Su última pelea.”

Y también el movimiento de teatros independientes iniciado en 1930, ajeno al circuito comercial, daba sus frutos. El puente, de Carlos Gorostiza estrenado en el Teatro La Máscaracontrastaba por su nivel con los espectáculos tradicionales. Eran tiempos en que ¾en la escena comercial¾ Luis Sandrini presentaba Cuando los duendes cazan perdices de Orlando Aldama y atraía a multitudes; Tita Merello daba Filomena Marturano y Esteban Serrador y Luisa Vehil actuaban en Los árboles mueren de pie de Alejandro Casona.

Buenos Aires es una ciudad muy acogedora, nunca nadie me trató mal o me segregó por ser judía, y jamás pasé por aquel estado de opresión que viví en Viena o en Berlín. Además los argentinos son muy generosos: cuando voy a cenar con mis amigos a un restaurante no me dejan pagar y se pelean por abonar la cuenta; y también me invitan frecuentemente a comer a sus casas. Otra cosa sorprendente es que cuando alguien viaja en el tranvía con un amigo o simplemente un conocido, uno de ellos compra los boletos y no acepta el dinero del otro. En Berlín, cada uno se saca el suyo y si no tiene, le prestan y debe pagar al otro día. Y cuando en la calle uno pregunta a una persona por algún lugar se acercan tres o cuatro a contestarle, así como cuando uno necesita ayuda con la valija. Eso no existe allá, aunque Austria es mejor que Alemania, porque la gente es más dada y expresiva. Algo que me impresiona también de este país es la cantidad de comida que sirven: yo dejo el plato casi lleno y en la cocina tiran los restos, en tanto pienso: “¡Como se ve que no estuvieron en la guerra!”. Cuando llegué, en la feria regalaban las achuras, el hígado para el gato, los huesos con carne y la verdurita para hacer el caldo, los fruteros andaban con sus carros a mano por las calles vendiendo la mercadería por kilo o por cajones a precios irrisorios, y si algún chico les pedía una fruta, le regalaban tres o cuatro. En mi barrio pasaba el carro a caballo del lechero, que tenía letreros con mucho humor escritos por sus dueños, adornados con filetes pintados a mano: “La flor del barrio”, ”Donde canta este zorzal hacen cola las calandrias”, ”No llevo cargas grandes; chicas, si”… En Belgrano, donde vivía mi hermano, el lechero venía con la vaca (y el ternero al lado), y la ordeñaba en la puerta de su casa. ¡Era fantástico! En el almacén vendían la horma de queso entera, el azúcar por bolsas, los tarros de cuatro kilos de dulce de leche… Argentina siempre será un país de bonanza al lado de Europa. Recuerdo esas arboledas inmensas que daban sombra en el verano, con la gente que sacaba a la vereda las sillas de mimbre para recibir el fresco del atardecer y sentarse a conversar, o a tomar mate, pese a que a mí nunca me gustó. Eran hermosas esas casas antiguas con la puerta de hierro forjado por donde se veía el largo patio cubierto de plantas y en el centro, el aljibe. A veces, se escuchaba desde la sala que daba a la calle, el estudio de algún músico de tango tocando en el bandoneón. El tango, yo lo conocía, porque en Viena se bailaba, de igual forma en Alemania, y mucho más en París; en cambio no tenía idea del folklore, que es tan hermoso, lo descubrí cuando fui a visitar a mi hermano a la radio y escuché a un artista que cantaba unos versos conmovedores sobre la vida del hombre de campo.En 1950, para sorpresa de los hermanos Schlichter, Fritzi ganó el premio mayor de la lotería nacional, y pudo comprar un negocio en Martínez, al que trasladó su piano-bar L’Atelier. Hedy, en tanto cumplía diez años de su llegada al país y comentaba:

(…) Para ese entonces, 1952, comenzaba a ser reconocida como maestra y, en un reportaje, decía:

(…) Por ese entonces, Hedy ella volvía actuar, después de cinco años de estar ausente de los escenarios, al integrarse a la compañía francesa Paris sur Scène. Asimismo el cancionista parisino Jean Tavera la convocaba para  “Muelle de canciones” (Le Quai aux chansons) en el teatro Casino, un espectáculo musical, donde Hedy cantaba y actuaba. En la misma sala, Fritzi había trabajado varias temporadas con su conjunto Las Singing babies y, su hermano había dirigido la orquesta de treinta músicos que acompañaba el teatro de revistas, las sátiras políticas, las comedias musicales y operetas.Yo he seguido en mis clases las enseñanzas de Stanislavsky, cuyo método fue para mí, desde hace tiempo, una verdadera revelación. Lentamente comencé a ajustar sus técnicas y llegué a la conclusión de que era preferible no esquematizarse y dejar a los actores crear con libertad. O sea que dejé de seguir a Stanislavsky ortodoxamente para crear mi propio método, que consiste en no tener ninguno. Los actores se asombraban al descubrir una disciplina para estudiar, de lo que ya hacían inconscientemente. Eso es el gran aporte del maestro. El método es un punto de partida y, como los ejercicios no están detallados en el libro, tuve que inventar miles y a mis alumnos les prohibía leer los libros del maestro porque en seguida venían con el palabrerío técnico sin entender nada. Únicamente la práctica permanente da el real conocimiento y supe de grandes actores que no lo conocían. Hay quienes atacan el método, pero creo que no lo estudiaron bien o están confundidos, porque para formar un actor no hay más remedio que partir de una base realista; la puesta en escena de una obra es otra cosa, puede ser realista o no, según lo necesite la pieza o la concepción de la puesta.

(…) Los sinsabores de su última relación afectiva habían pasado, y Hedy se ponía a escribir Las aventuras de Andresito ¾que dedicó a su sobrino Andrés Schlichter¾, y encaró su dirección. En el elenco aparecen cuatro actores adultos, seis adolescentes y nueve chicos. Otros ocho colaboraban desde la platea. Rodeada de diecisiete niños felices de hacer teatro, Hedy renacía a la esperanza, para descubrir, pasado el estreno, que la entrega había sido grande.

(…) Ese 1956 fue un año triste para Hedy, le había dicho “adiós” a su Fauch, se encontraba sola en la última parte del camino, y pensaba en su ingrato destino. Y una vez más, el trabajo la consuela, retoma sus clases con fervor y crea un proyecto para televisión junto a su querido hermano (que tendrá a su cargo la dirección musical). Comienza a escribir los libretos del programa —“Ciclo de Grandes Músicos”—, que al año siguiente se difunde con gran éxito. Bach, Mozart, Beethoven, Schubert,  Brahms la acompañan y siente que la vida es hermosa.

*****

La palabra en acción: prólogo escrito por Hedy Crilla

Como se acerca un nuevo ciclo lectivo y me dispongo a reanudar mi curso sobre La palabra en acción, estaba revisando el material de las clases y comenzando a ordenar mis pensamientos sobre los puntos que vamos a tocar (¿qué es la palabra?, ¿dónde nace?, ¿cuáles son sus objetivos?…), cuando surgió en mi pantalla mental el recuerdo de una escena de infancia: iba ya a descartarlo por considerarlo ajeno, pero se me impuso por sus contornos, y le presté atención.

Lugar de la escena: el aula de mi colegio.

Personajes: un profesor, el ídolo de todas las alumnas y también el mío. Yo, una chica de diez años, muy introvertida y tímida.

Había empezado el recreo, todas salíamos del aula y el profesor me detuvo para preguntarme por mi aspecto triste y angustiado. En verdad, tenía motivos, eran muy íntimos, motivos familiares de los que no podía hablar. Y aunque él quería ayudarme y bondadosamente insistía, yo seguía callada.

Hubiera sido para mí un gran alivio hablar, «salir de mis cuatro paredes», como dice García Lorca, pero ocurría lo contrario: ellas se cerraban a mi alrededor como una muralla de silencio de la cual era imposible escapar y a pesar de mis ansias de comunicarme con aquella presencia amiga, seguía muda.

Las palabras que llevaba adentro querían salir, revoloteaban como pájaros asustados aunque sin la energía necesaria para forzar con unos decididos picotazos la abertura. De haberlo logrado, hubiera significado para mí una liberación enorme, y tal vez hubiera cambiado el rumbo de mi vida. No obstante, las palabras no salieron.

Este recuerdo, obviamente, lejos de distraerme del tema, lo estaba ilustrando: la palabra es un ente energético que nace y vibra en nuestro interior, respondiendo a un imperioso impulso de comunicación. Necesita actuar, producir cambios y debemos dejarle el paso libre, porque si se lo impedimos queda adentro como un peso muerto y toma su revancha.

En mi caso, años después del episodio relatado, fueron las palabras de mis  personajes las que abrieron esas murallas y no sé cómo, tal vez por un golpe de aire fresco que entró, se hicieron potentes. Poco a poco, furtivamente, arrastraron tras ellas a las otras, las originales, las mías.

Así creció en mí la idea de que la palabra es una acción, se mueve con fuerza dentro nuestro, actúa, a veces suavemente, otras con violencia, para que la dejemos salir, y una vez fuera, ¡quién la detiene!, conseguirá todos los cambios que ella pretende conseguir.

En toda mi vida estuvo presente el tema de la palabra como una obsesión, y al conocer las enseñanzas de Stanislavski me dediqué a desarrollar y profundizar aún más el difícil arte de hablar que ejercita el actor.

*****

A esta altura de mi vida, de Hedy Crilla

(Texto inédito de HD, escrito a sus 83 años de edad, en 1981, gentilmente cedido por Cora Roca)

A esta altura de mi vida, veo que tengo la suerte de pertenecer al número, por cierto no demasiado alto, de las personas que trabajan en lo que les gusta trabajar, obedeciendo a una vocación íntimamente arraigada dentro de mí desde mi niñez.

A los diez años de edad, el teatro empezó a ocupar un lugar predominante en mi mundo; mirándolo retrospectivamente, el teatro era mi mundo; fuente y alimento de mis sentimientos, emociones, imágenes y pensamientos. Yo vivía de un lunes a otro, día en el que representaban en un teatro de Viena, mi ciudad natal, las grandes obras clásicas, a las que nos fue permitido asistir dos veces por mes.

Recuerdo todavía aquella indescriptible expectativa con la que me despertaba esos días, mezclada con el pregusto de la tristeza que sabía que me iba a invadir, después a la noche, porque “todo había terminado tan rápidamente”. Pues bien no permitiría que terminara así.

Me pasaba los días evocando imágenes de lo vivido, haciendo resonar dentro de mí sus palabras, recordando párrafos enteros. El verbo dramático me tenía agarrada, sonaba en mi corazón. Lo recitaba silenciosamente de noche en mi cama, apenas nos apagaban las luces y me quedaba desvelada hasta muy tarde, abrazada a esas letras.

En fin: estaba obsesionada con el teatro y con la idea de ser actriz. ¿El colegio? ¡Pobre colegio!

Cuando a los veinte años llegué a ser actriz, me di cuenta, pero muy vagamente, que me faltaba mucho para ser una buena actriz. Cuando llegaron los éxitos, me hice la pregunta en otra forma, pero también vagamente y me pregunté a veces, en repentinos ataques de sinceridad, si yo realmente era la actriz que yo podría ser. En aquel entonces no había despertado todavía el hecho de que, para evolucionar como actriz me hacía falta evolucionar como persona.

Cuando a los cuarenta años, tuve la fortuna –que en aquellos tiempos consideraba como la mayor de las desgracias– de ser arrancada de mi suelo y del idioma que era fuente y raíz de mi vocación, y me vi obligada a adaptarme a circunstancias ambientales e idiomáticas completamente nuevas, recibí el sacudón que me hacía falta para reaccionar fuera de la obsesión ya mecanizada.

La experiencia me llevó a cuestionarlo todo.

Hoy veo que mi trabajo profesional está contribuyendo a darme ciertas respuestas, que él es capaz de orientarme hacia caminos que me acercan al autoconocimiento y por ende a una mejor comprensión de los demás y me siento feliz, sí, a veces puedo ayudar a otros que, a sabiendas o no, están involucrados en la misma búsqueda.La pregunta vital ya no era: “¿Soy realmente la actriz que yo podría ser?”, sino: “¿Soy realmente la persona que creo ser y qué tal vez podría ser?” En fin: empecé a hacerme las GRANDES PREGUNTAS.

La situación para mí es la siguiente: estoy esperando la experiencia que me permita ser la actriz que –a esta altura de mi vida– podría llegar a  ser. ¿Y cuando lo haya logrado? No lo sé. Tal vez aparecerán ulteriores preguntas, y –con suerte– algunas respuestas.

****** Cora Roca es actriz, formada en la Escuela Nacional de Arte Dramático y -principalmente- con Hedy Crilla; ha trabajado como tal en cine, teatro y tevé. Con posterioridad ejerció la docencia en diversas instituciones y en talleres privados. a partir de 1990 se consagró a la investigación teatral, fue becaria del CONICET y del Fondo Nacional de las Artes. Ha publicado una serie de libros referidos a su especialidad. Actualmente prepara Escritos sobre escenografía, compilación de textos de Rodolfo Franco (considerado fundador de la escenografía local, a quien dedicó una biografía, editada por Eudeba. Cora Roca ha recibido numerosos premios y distinciones a lo largo de su carrera como docente e investigadora. Estos son los textos con su firma que remiten a Hedy Crilla:

Días de teatro: Hedy Crilla, por Cora Roca.

Alianza Editorial, noviembre de 2000.

Hedy Crilla La palabra en acción, por Cora Roca.

Instituto Nacional del Teatro, octubre 1998. (1ª edición)

Hedy Crilla La palabra en acción, por Cora Roca.

Instituto Nacional del Teatro, noviembre 2002. (2ª edición)

Publicado en Damiselas En Apuros
También podría gustarte