Literatura y desigualdad

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Un post en Facebook de la escritora peruana, afincada en Barcelona, Gabriela Wiener, muestra una foto de ella junto a varios escritores peruanos como Mario Vargas Llosa, Jeremías Gamboa y Julio Villanueva Chang, entre otros. Wiener escribe que estar ahí, rodeada de todos esos hombres a quienes admira, lo consideró siempre un triunfo: se sentía parte de eso que para los ojos extranjeros podría ser “la literatura peruana”. Luego escribe que cuando Perú fue invitado de honor a la FILBo, “decidí pasearme por el stand de Perú a fondo (…). Empecé a mirar las bellas gigantografías en blanco y negro de escritores que contaban la historia de nuestra literatura peruana para el mundo. Eso que estaban viendo los miles de visitantes que pisaban la feria. Seguí el recorrido buscando algo que no sabía muy bien qué era”. La sensación rara era que entre todos los homenajeados, del nobel Vargas Llosa al fundacional Inca Garcilaso de la Vega no había una sola mujer. “No había una sola foto de Blanca Varela. Ni de Carmen Ollé. Ni de Clorinda Matto de Turner… etcétera”.

En un artículo publicado en nuestra edición dedicada a la FILBo, precisamente, Gabriela Alemán, escritora ecuatoriana contaba la historia de una presentación de una colección de autores ecuatorianos, ante un enorme auditorio. ¿Por qué solo está ella?, se pregunta con desconsuelo. ¿Qué pasó con las otras?”. Estupor entre los presentadores. Alguien del público, otro señor escritor que pudo estar en el estrado solo que no lo estuvo, se da vuelta y, sin mirarme, dice: “Pero Alicia Yánez Cossío (nuestra Gabo) está. Claro que hay mujeres –insiste–, y ella está”. Como no me mira, no lo miro, pero le respondo: ‘No, no está’”.

Margarita García Robayo, autora cartagenera afincada en Buenos Aires, en otro texto publicado en Arcadia, escribe: “En los entornos literarios céntricos hay más hombres que mujeres y eso no es un atributo colombiano, sospecho que sucede lo mismo en todo el mundo. Conozco a muchas mujeres escritoras que están hartas de que se les dé un trato especial –que no significa privilegiado– por ser parte de esa respetable minoría, porque creo que, contrario a lo que se piensa, los escritores (mujeres y hombres) no están detrás del reconocimiento per se. Habría que preguntarse, en todo caso, qué significa reconocimiento, porque puede no ser más que una constancia de tu existencia, sin que eso implique una valoración de lo que haces: eres una mujer que escribe, te hacemos visible en este estante, te incluimos en esta bolsa rotulada junto a otras como tú. A mí ser parte de una minoría marginal, dentro de un oficio ya marginal como la literatura, no me mueve un pelo”.

Carolina Sanín, escritora y columnista de Arcadia, en su columna “Pasar fijándose” del pasado mayo, escribe a propósito de la lista Bogotá 39 sobre la presencia de solo 13 mujeres –ninguna por Colombia: “Es grave, en vista de lo anterior, que en esta lista de 39 escritores haya 13 mujeres. ‘No está mal’, oí decir: ‘Es un tercio’. Y sí, está mal. Cualquier cantidad menor a la mitad en una lista de los mejores jóvenes en una actividad que en el presente practican y en el futuro deben practicar por igual hombres y mujeres es discriminatoria. Y es gravísimo que entre los seis colombianos seleccionados en la lista de los 39 mejores escritores latinoamericanos menores de 40 años, no haya una sola mujer. Se está afirmando que no existe ninguna escritora colombiana hoy menor de 39 años que pueda equipararse a sus contemporáneos de sexo masculino. Los jurados –y organizadores, prejurados, antejurados y demás– que compusieron esa lista, esa cosa privada de incidencia pública que aspira a formar un público, esa publicidad que se presenta como profecía, están diciendo que leyeron a todas las narradoras colombianas y que no hay una sola que ‘prometa’. Pues bien, tenían que buscar a tres hasta encontrarlas, y, con ello, hacer un gesto; reconocer que las mujeres escriben; manifestarse contra la premisa de que la literatura es y seguirá siendo de hombres. Hacerlo habría implicado asumir algún poder (…) con su omisión, sí han hecho algo: nos han mostrado una vez más de cuántas maneras la sociedad latinoamericana, mientras grita en las calles ‘Ni una menos’ está diciendo continuamente, también, ‘Ni una más’”.

Wiener, después de encontrarse con las fotos de colegas y comprobar la negligencia de los curadores del stand peruano en Bogotá, se “revolcó en el fango”: nunca más iría a un evento que soslayara, de manera casi vulgar, la desigualdad y contara una historia basada en la omisión. Hace poco fue invitada al coloquio “Tendencias contemporáneas de la literatura peruana”, propuso otras escritoras, pues solo vio nombres masculinos entre los invitados. Dio opciones, ofreció nombres. Por toda respuesta obtuvo un no. Desistió de participar.

Como ellas mismas lo escriben, llegó el momento de que el falso progresismo de los intelectuales se desenmascare: no hay igualdad de género en el mundo literario; nadie está dispuesto a perder su lugar de comodidad por unas pinches viejas, como dicen los mexicanos. Ni siquiera los amigos de Wiener, que no cancelaron. Bueno, siempre es verdad que las excepciones confirman las reglas: Sergio Galarza, uno de los invitados, relegó la invitación. ¿Hasta cuándo cohonestaremos con actitudes públicas de discriminación que se supone no toleraríamos en privado?

Publicado en Revista Arcadia
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